
VEINTITRES
Por Ricardo Forster
La realidad, lo sabemos, no es un objeto macizo que, independientemente de quien la describe, permanece siempre igual a sí misma. La realidad ha sido y seguirá siendo un espacio de querellas y de interpretaciones divergentes y, en ocasiones, belicosas. Su núcleo está atravesado por las miradas subjetivas y por los lenguajes con los que se construyen los distintos relatos que intentan atraparla en el interior de una determinada red de sentido. No hay, no la puede haber, realidad neutra ni objetiva, territorio por el que se pasean sin conflictos los intereses que pugnan por alcanzar la hegemonía en el relato que logre, finalmente, capturar, a los ojos del sentido común, aquello que denominamos “la realidad”. Nada más pobre y mentiroso que la edulcorada visión de una realidad monocorde, indivisa y universal en la que todos, absolutamente todos conformaríamos la tan reclamada “unidad nacional”. Alrededor de los relatos del pasado, el presente y el futuro se juega también eso que llamamos democracia, ámbito, si los hay, de interminables disputas.
En estos días nos ha sido propinada una declaración en defensa de la democracia amenazada, ¿por quién?, ¿a quiénes va dirigido el aviso de peligro?, buen motivo para patear, una vez más, la mesa de los falsos consensos que, casi siempre, suele esconder que los que se sacian son unos pocos mientras que los muchos, los incontables de la historia, apenas si alcanzan a ver el banquete con la ñata contra el vidrio. A eso, nuestras ilustres derechas lo llaman república democrática. A lo otro, a los intentos de transformar la injusticia y la desigualdad lo han llamado “populismo antidemocrático” y han buscado, con distintos métodos, destituirlo del horizonte de la vida argentina. Hernán Brienza, en un excelente artículo publicado el domingo pasado en Tiempo Argentino, recorrió con minuciosidad histórica quiénes han sido y quiénes son los eternos “democratizadores” y nos ha puesto en guardia contra su evangelio “del amor”. Eso, darle forma antojadiza a la realidad, intenta hacer, con una cierta desesperación propia de quien parece jugar en tiempo de descuento y va perdiendo irremisiblemente el partido, la oposición y sus escribas mediáticos que buscan rodear la actualidad con un lenguaje capaz de transformar lo material en inmaterial, lo verdadero en impostura y la potencia de los hechos en delirio discursivo.
Si resulta inverosímil que la totalidad de la edición de un diario masivo se dedique a describir la escena nacional en estado de catástrofe, más inverosímil resultan las declaraciones de ciertos opositores que firmaron un documento en el que se muestran preocupados y escandalizados por los peligros, ¿cuáles?, que acechan a la democracia. Resulta entre grotesco y bizarro que un personaje como Mauricio Macri, incapaz de articular palabras que den cuenta de lo que efectivamente significa la democracia y que, en verdad, siempre se sintió más cerca de aquellas voces e ideologías que desde el fondo de nuestra historia la han cuestionado, se desgarre ampulosamente las vestiduras lanzando frases de honda preocupación que buscan ofrecer una descripción del presente argentino como el momento de mayor gravedad y peligro, desde 1983, para la convivencialidad democrática. Tanto cinismo no hace otra cosa que evidenciar de qué habla Macri cuando habla de democracia.
Para él, las rebeliones carapintadas, el golpismo de los poderes económicos concentrados que llevaron al país a la hiperinflación, los indultos a los genocidas, el empobrecimiento exponencial de una parte sustantiva del pueblo a lo largo de la década del noventa y de la mano del menemismo neoliberal, la matanza del 19 y 20 de diciembre, los asesinatos de Kosteki y Santillán son apenas circunstancias menores ante la emergencia de un poder omnívoro que, eso dice junto a los escribas del establishment que buscan con desesperación apadrinar su candidatura famélica y esperpéntica, se despliega a lo largo y ancho de la Argentina de la mano del kirchnerismo. El gran enemigo de la democracia, el monstruo que busca horadarla desde adentro, comanda el país desde mayo de 2003. A ese monstruo, lo gritan a coro desde las páginas “democráticas” de La Nación y de Clarín, hay que desbancarlo a como dé lugar.
¿Y si no pueden a través de elecciones cómo lo harán? ¿Queda algo en la escena actual del diálogo socarrón entre Biolcati y Grondona, aquel en el que se divertían imaginando que ya llegaba el fin del gobierno de Cristina? Un sudor frío les recorre la espalda mientras ven de qué modo se ensancha la base de sustento y apoyo popular al kirchnerismo. Joaquín Morales Solá, pluma del poder que cada tanto alecciona a una oposición carente de ideas, se ocupó de corregir y de educar al analfabeto candidato estrella de la derecha (¿será que con Macri pasa lo mismo que con quien observa la bóveda celeste y no sabe que aquella estrella lejana pero muy luminosa ya ha estallado en millones de pedazos aunque nos siga llegando a través de la noche cósmica su fenecida luminosidad?): “El instante que vive la democracia argentina es muy grave (¡sic! ¿por qué, para quién?). Macri dijo hace unos días que es el peor momento de la democracia desde 1983.
Habría que hacer una conveniente precisión (el maestro, con su hipocresía de siempre y a prueba de amianto, le da una lección rápida de memoria democrática al alumno siempre tan propenso a olvidar lo importante y a dejarse llevar por sus reflejos de niño bien que cuando ve multitudes en las calles piensa que van a quemar el Jockey Club): es el peor momento de una democracia que se devalúa a sí misma. Peor que este momento fue (¡gracias Joaquín por recordárnoslo! Qué haríamos sin este maestro tan virtuoso que piensa en lectores, los suyos, que suelen olvidar estas cosas nimias y que se sienten ofendidos por el olor a choripán en una manifestación popular), sin duda (Macri, y una parte importante de nuestra impresentable oposición, parecen tener muchas dudas al respecto), el desafío de los militares carapintadas que tuvieron en vilo a la democracia entre 1987 y 1990 (¿y los poderes económicos qué, estimado Morales Solá? ¿Y la brutalidad hiperinflacionaria que terminó de hacer estallar al gobierno de Alfonsín apresurando la entrega del poder a quien vendría a liquidar los restos que nos quedaban del Estado de Bienestar y a transformar la democracia en una cáscara vacía dominada por la corrupción y la impunidad? ¿Y la rebelión sojera que buscó destituir la legitimidad del gobierno de Cristina paralizando el país y amenazando con desabastecerlo?), pero eran ataques exógenos al propio sistema democrático.
La diferencia (escuche bien alumno Macri y aprenda a no decir sandeces) es que ahora es la propia democracia la que desprecia la democracia”. Este es el meollo de la cuestión, el carozo de toda la argumentación de una derecha que busca horadar la vida democrática en nombre, vaya paradoja, de la ¡misma democracia! Que, eso dicen a los cuatro vientos, estaría siendo amenazada por los que capturaron malamente el poder público y se solazan desde la Casa Rosada mutilando nuestra esencia democrática. El documento firmado por Alfonsín (el pequeño clon de su padre que tenía algunas cualidades que no han sido transmitidas al hijo), por Macri (inverosímil cabeza de una supuesta oposición que parece elegirlo para que la represente y al que nunca se le cae una idea ni una frase bien articulada), por Duhalde (eterno conspirador que sólo puede actuar detrás de escena porque su rostro resulta impresentable de cara a una elección), por Carrió (retórica del Apocalipsis a la que la maldición de Casandra parece haber alcanzado aunque invirtiendo sus términos: todo lo que anuncia jamás se cumple pese a que sus eternos adherentes hacen lo posible por creerle), por De Narváez (¿tal vez sus jefes de campaña estén imaginando teñirle el pelo para convertirlo en el candidato del cambio?) y el inefable y lastimoso Felipe Solá (su imagen es equivalente a la del huérfano que anda buscando con desesperación un fuego amigo en medio de tanto desconsuelo), ese documento expresa de forma bizarra la transformación de la oposición en una correa de transmisión de los grupos mediáticos concentrados. Para ellos la defensa de la democracia es equivalente a defender los intereses del Grupo Clarín.
¿Eso era todo? Cuidado, amigo lector, que una avalancha de ideas nos amenaza con dejarnos sin argumentos. Cuidado con los adalides de la democracia que son como Atila: a su paso no crece más el pasto. Algo de eso sabemos los porteños. La tesis defendida con sarcasmo y cinismo por Morales Solá y retomada como si fueran cantores de un coro por los principales exponentes de la oposición, viene sonando en América latina desde antes del golpe en Honduras y tuvo sus adherentes y entusiastas en las intentonas golpistas contra Evo Morales, contra Hugo Chávez y contra Rafael Correa. La derecha continental ha cambiado el repertorio y ahora reclama que el peor peligro que amenaza a la democracia viene de su interior allí donde prácticas populistas y autoritarias socavan las instituciones republicanas y debilitan la libertad de prensa y de expresión. Un bloqueo gremial a la planta de Clarín es transformado en un atentado contra la libre circulación de las palabras y de las ideas y como manifestación de una ofensiva gubernamental que intenta doblegar las voces de la oposición y conducir a la Argentina hacia el fantasma de la “chavización”. El argumento, no por desopilante y enrevesado, deja de ser perverso y peligroso allí donde busca habilitar formas novedosas de destitución de proyectos y experiencias populares que vienen cuestionando y conmoviendo las estructuras tradicionales del poder en nuestra región.
La estrategia, que no logra asentarse en la opinión pública (cada vez más autonomizada de su dependencia estructural respecto de la corporación mediática), sí ha logrado, una vez más, comprometer a la mayor parte de la oposición en una pantomima que lo único que termina por producir es un aumento exponencial del descrédito de esos mismos opositores que, más allá de sus reclamos de fe democrática, terminan siendo títeres en manos de los titiriteros del poder económico y comunicacional desfondando, cuando se trata de antiguos partidos de extracción popular, sus mejores tradiciones al vil precio de ocupar centímetros y pantalla en los espacios dominados por la corporación mediática. Allí, en esta cooptación de las fuerzas opositoras, está el peligro de una democracia debilitada que necesita de actores independientes capaces de defender ideas propias y no de transformarse en correas de transmisión de quienes siempre carecieron de toda representatividad democrática.
El documento de alerta debería ser leído como un acto fallido de quienes lo firmaron; como una suerte de boomerang que les regresa señalando dónde y de qué modo se despliega, sibilina, la amenaza contra la democracia. Su escritura tropieza contra lo que no pueden decir pero que se lee entrelíneas: la horadación de la democracia, en nuestro país y en gran parte de Latinoamérica, tiene su punto de recalentamiento en algunas oficinas corporativas, allí donde se diseñan las estrategias comunicacionales que buscan determinar el ánimo de la opinión pública (que, en la mayoría de los casos, pasa a ser lo que ellos, los grandes medios concentrados de comunicación, dicen que es la opinión pública).
Nuestra impresentable y desabrida oposición confunde las primeras planas de algún diario de importante tirada con el evangelio según Magnetto y transforma a sus exégetas, los periodistas “independientes”, en los apóstoles de la buena nueva y se ven a ellos como los cruzados de la fe amenazada. Mientras tanto, una parte sustancial de ese ente algo abstracto que se llama “sociedad” hace un tiempo largo que se volvió incrédula ante tan inconfesables evangelios y ante sus oscuros profetas.
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