LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 29 de enero de 2011

Un salto cualitativo.



Señales claras, mensajes concretos y de alto valor simbólico. Eso es lo que pretende transmitir Dilma Rousseff al elegir a la Argentina como destino de su primer viaje al exterior, a menos de un mes de asumir como presidenta de Brasil. Y al dejar de lado, para realizar la visita, la posibilidad de participar del influyente Foro de Davos, evento paradigmático que reúne a lo más granado del establishment económico mundial. Una decisión de política exterior, en definitiva, que anticipa fuertes líneas de continuidad con el legado de Luiz Inácio Lula da Silva, reafirma la “opción sudamericana” del Planalto y, a su vez, prefigura la voluntad de consolidar la alianza estratégica de su país con el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La necesidad de ofrecer una propuesta de proyección global más sólida al incipiente liderazgo entre las potencias emergentes, logrado en los últimos años, explica en buena medida el sentido de la opción. La certeza de que Brasil necesita de un desarrollo regional acorde con sus aspiraciones aparece como explicación complementaria.

En estas últimas semanas, Marco Aurelio García, hombre fuerte del Partido de los Trabajadores y estratega de la política exterior de Brasil desde 2002, repitió argumentos que giran alrededor de estas premisas. Y, en cierta medida, dejó algunas pistas sobre el rol que, desde Brasilia, pretenden que juegue la Argentina como principal socio de su país. En Folha de São Paulodel 23 de enero de 2011, por ejemplo, dijo que este encuentro de presidentas será diferente de los anteriores, no sólo por la cuestión de género que se inaugura, sino también por el “acercamiento intenso” que hubo entre las dos naciones durante los últimos años. Y planteó una serie de ideas-fuerza, a explorar de aquí en más, como la necesidad de establecer iniciativas comerciales para salir a vender al mundo de manera conjunta, acelerar la integración productiva en algunos sectores claves de nuestras economías, afianzar la interconexión energética y agregar más valor para evitar la primarización.

Pero Marco Aurelio fue más allá. Cuando el cronista del diario más representativo de la burguesía paulista le pidió precisiones y preguntó si esto implicaba la participación de los países vecinos en esa cadena de producción, el intelectual-funcionario dejó su respuesta más contundente:“Queremos que América del Sur sea un polo de este nuevo mundo multipolar que está constituyéndose. El potencial de la región es muy superior al de Brasil solo”. La visita de Dilma al país (arribará el domingo por la noche y el lunes se reunirá con Cristina en la Casa Rosada) tendrá, aseguran en ambas cancillerías, mucho de esa impronta y debe inscribirse dentro de esa matriz propositiva. La idea de consolidar los acuerdos comerciales vigentes y avanzar sobre cuestiones que, hasta aquí, sólo ingresaban lateralmente en las mesas de negociaciones o permanecían al margen, derechos humanos incluidos, habla de ese tipo de convicciones. Y, sobre todo, de la intención común de dar un salto cualitativo en una relación considerada clave desde ambos países.

BILATERAL

El vínculo entre la Argentina y Brasil estuvo atravesado históricamente por la incomprensión mutua, la rivalidad permanente y la desconfianza. Para rastrear el dato, los historiadores suelen retrotraer la búsqueda hasta la época de la colonia misma, cuando los imperios españoles y portugueses dejaron su semilla de animosidad. Diferencias culturales, elites dominantes con diferentes concepciones de lo que debían ser sus países y la decisión de privilegiar las relaciones con las potencias hegemónicas mundiales de turno, siempre por separado, marcaron las controversias. De hecho, para los dos países, su vecino no dejó de constituir la principal amenaza militar hasta pocas décadas atrás. Y ni siquiera la coordinación represiva que significó el tristemente célebre Plan Cóndor alejó a las Fuerzas Armadas de cada uno de las hipótesis de conflicto.

La transición de la dictadura a la democracia, en la década de 1980, fue el primer punto de inflexión en ese sentido. La firma del Programa de Cooperación entre Brasil y la Argentina, en 1986, por parte de los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, sentó las bases del proceso de integración en curso, que adquirió contornos más definidos a partir de 1991, cuando se le dio vida al Mercosur, con Uruguay y Paraguay como aliados menores. Los gobiernos liberal-conservadores de la época, Carlos Menem en la Argentina y Fernando Collor de Mello en Brasil, sin embargo, circunscribieron la experiencia a una cuestión arancelaria y puramente mercantil y la relación entre los dos países quedó relegada nuevamente a una rivalidad sobredimensionada.

Entrado el nuevo siglo, la relación cambió. La asunción de Lula marcó el rumbo. La seguidilla de triunfos de fuerzas progresistas en el subcontinente le dio más aire a la integración y cambió los contenidos. Con la llegada al poder de Néstor Kirchner, la Argentina se acopló a la estrategia de Brasil, con una predisposición más clara para ampliar los acuerdos con los países vecinos y cambiar el eje de subordinación a la política de Estados Unidos de la década pasada. La negativa a crear el ALCA, en la cumbre de Mar del Plata, en noviembre de 2005, cuando eso era lo que quería para la región el gobierno de George W. Bush, marcó un hito en ese proceso de mayor entendimiento. Kirchner, Lula y el presidente venezolano, Hugo Chávez, fueron los grandes protagonistas.
Con los años, la relación se consolidó aún más. Y esto a pesar de algunos encontronazos y más de un desaire público entre ambos gobiernos, ya fuera por desajustes en algún sector en particular (la industria automotriz o la textil, por caso) o las dificultades para superar viejas o nuevas asimetrías. El hecho de que hoy haya una agencia de cooperación nuclear entre ambos países, donde antes había una hipótesis de conflicto, parece mostrar las virtudes de la complementación. La sinergia para actuar en situaciones de crisis en países de la región (llámese Colombia, Bolivia, Ecuador) muestra lo aceitado que quedó el vínculo y le otorgan una gran proyección a la Unasur como instancia supranacional.

POTENCIA

Brasil ocupa el 47 por ciento de la superficie de Sudamérica, tiene la mitad de su población y un PBI de casi ochocientos mil millones de dólares que es décimo en el mundo y representa casi la mitad del subcontinente. Es cierto, también tiene grandes desigualdades e injusticias acumuladas que a veces devienen verdaderas tragedias sociales. Pero logró reducirlas, con políticas sociales activas durante la última década. La impronta de Lula y el PT, en ese sentido, fue fundamental. Para proyectar las viejas potencialidades del país, también lo fue. Como sostiene Marco Aurelio cada vez que le preguntan sobre este avance sostenido, Brasil se despojó del complejo de “perro callejero” y del histórico sentimiento de subalternidad que tenía y salió al mundo a mirar a las grandes potencias de igual a igual.

En poco tiempo, Brasilia se convirtió en la sede de un gobierno con voz propia (y de peso) en el concierto de naciones y Lula pasó a ser venerado como el gran estadista de la primera década del nuevo siglo, portadas deTime y The Economist incluidas. Su mayor autonomía respecto de la estrategia de Estados Unidos para la región y su ascendencia entre los países del “patio trasero” de la gran potencia del Norte fueron dos hechos que, en buena medida, hablan de aquel “despojo”. Así como también los vínculos que estableció con países que acentúan la desconfianza de Washington. El caso de Irán o el de Siria son los más representativos, pero no los únicos. El pedido, siempre vigente, para ocupar un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sirve de ejemplo de esa apuesta fuerte y de la magnitud del espejo en el que gusta mirarse. En tanto, su impulso permanente del eje Sur-Sur y la alianza en gestación con potencias emergentes como China, India y Rusia (con los que forma el ya famoso BRIC), parecen servir como muestra de lo que entienden en el Planalto como transición hacia un mundo multipolar.

En este contexto, Brasil sabe que no puede jugar solo, a pesar de su poderío, sus dimensiones y el prestigio alcanzado. Necesita de una región sustentable a su alrededor. Y no sólo como mercado ampliado para sus productos. La visión estratégica de sus cuadros más lúcidos, Marco Aurelio entre ellos, considera que el despegue definitivo del país se dará sólo si puede convertirse en la locomotora del desarrollo regional. La posibilidad de negociar tajadas mayores de poder entre las naciones más influyentes sería más factible de lo que es hoy y, como se dijo, no es algo que la diplomacia brasileña desdeñe. Están los riesgos, eso sí. Que las asimetrías intrarregionales se acentúen y resurjan con fuerza los recelos de sus vecinos, por ejemplo. Por eso la necesidad de combinar con equilibrio liderazgo y ciertas dosis mayores de generosidad, que Marco Aurelio y Dilma reafirmaron en sus últimas declaraciones.

En esta estrategia, la Argentina aparece como principal aliado de Brasil. De ahí la decisión de hacer la primera visita de Dilma presidenta a Buenos Aires. Y, de ahí también, la agenda amplia de temas que piensa traerse su gobierno para discutir. En la delegación, se sabe, estarán los ministros de Relaciones Exteriores, Antonio Patriota; de Defensa, Nelson Jobim; de Desarrollo, Industria y Comercio, Fernando Pimentel, y de Ciencia y Tecnología, Aloizio Mercadante, dando una idea de las áreas que se privilegiarán. Aunque, claro, la visita que Dilma tiene pautada a las Madres de Plaza de Mayo demuestra que esos contornos bien pueden ampliarse. Su experiencia como ministra de Energía de Lula y la obsesión que muchos le endilgan frente al tema hablan también de la importancia que tendrá la cuestión, tanto como el tema alimentario, donde ambos países tienen un acuerdo estratégico recién firmado. La visita del ministro de Agricultura, Ganadería, Agricultura y Pesca, Julián Domínguez, en octubre último, sirve como antecedente.
Señales claras, mensajes concretos y de alto valor simbólico. En definitiva, eso es lo que Dilma parece traer en sus valijas. Para proyectar el liderazgo de su país y para consolidar el suyo puertas adentro. La Argentina, en ese cruce de desafíos, tiene un partido importante que jugar.

La primera mujer en Brasil

- El 1º de enero de 2011 se convirtió en la primera mujer en asumir la presidencia de Brasil. El 31 de octubre de 2010 había superado a José Serra en segunda vuelta, con el 56 por ciento de los votos.
- Nació el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte, estado de Minas Gerais, en una familia de clase media formada por un abogado y empresario de origen búlgaro y una brasileña.
- En su juventud participó en las organizaciones armadas Comando de Liberación Nacional (COLINA) y Vanguardia Armada Revolucionaria (VAR – Palmares), que resistieron a la dictadura. Fue presa, torturada y pasó tres años en prisión a comienzos de los años 70.
- En los últimos años de la dictadura, fue una de las fundadoras del Partido Laborista Democrático (PDT), liderado por Leonel Brizola. También tuvo una destacada participación en el movimiento “Diretas Ya”, una multitudinaria movilización civil que luchó por el retorno de la democracia.
- Doctora en Economía, ocupó la Secretaría de Minas y Energía del gobierno de Rio Grande do Sul en 1991, exhibiendo un perfil de gestora eficiente y logrando proyección nacional.
- En 2001 se afilió al Partido de los Trabajadores (PT). Fue ministra de Energía y Minas durante el primer mandato de Lula da Silva a partir de enero de 2003. Durante su gestión en la presidencia del Consejo de Administración de la petrolera estatal Petrobras, Brasil alcanzó la autosuficiencia en la producción del petróleo y fueron descubiertos tres grandes campos en la capa submarina.
- Fue designada ministra jefa de la Casa Civil en junio de 2005. Desde ese cargo, coordinó el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), un megaplán de inversiones en infraestructura de saneamiento, viviendas, transporte, energía y recursos hídricos.
- En 2009 debió ser sometida a un tratamiento de quimioterapia contra un linfoma. Dejó la Jefatura de Gabinete en abril de 2010, tras ser electa por Lula como su candidata a sucederlo en el Palacio de Planalto.

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