LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 29 de enero de 2011

Los alegres, el meón y el verano



Por Orlando Barone

Cubanos | Fallidos | Fuck You | Y la nada


Vicente Battista, a punto de viajar a Cuba como jurado del concurso literario Alba, me cuenta que cada vez que vuelve a la Isla se siente feliz. Lo miro y él entiende la mirada. No me da tiempo a decirle con malicia: “Pero vos allá no vivirías, ¿no?” Experto y sabio, en lugar de ponerse a explicar lo que debe explicarles siempre a los ignorantes que no preguntan con ignorancia sino con prejuicio, me dice simplemente: “Es que es tan alegre”. Y como sigo callado mirándolo, me dice como a un niño: “Allá hay un gran afiche de bienvenida en el cual hay una sucesión de caras de un cubano tipo. Es la misma cara y el mismo cubano que en una foto sonríe, en la otra sonríe, en la otra también. Sonríe con la misma sonrisa en cada una de las fotos del afiche. Y debajo de cada una ellas hay sendas aclaraciones que dicen: cubano alegre, cubano enojado, cubano pesimista, cubano cansado, cubano triste”.

Sería inimaginable repetir aquí un afiche que en lugar de la cara de un cubano tuviera la de un argentino tipo. Sonriendo siempre no se lo creería nadie. Es que los medios han estado imponiendo las caras de los de la Mesa de Enlace; las de los conductores de noticieros negros; las de los vecinos enojados por algo; y las de los candidatos que ya un año antes tienen serias sospechas de que no sólo no van a ganar las elecciones sino que hasta van a perderlas largamente sin que la favorita les dé alguna chance. Donde sería fácil encontrar una cara sonriente al natural de un argentino tipo es por ahí, en cualquier parte. Menos en aquellos ámbitos en los cuales el ceño agrio y de mufa se exhibe como un patrimonio de clase, de medio pelo. O de dogma opositor.

El otro día, el periodista de acento cordobés de un noticiero de canal 13, anunció lo siguiente: “Un rayo mató a un balcón”. En su reflejo condicionado para que el verbo “matar” sea más intenso y escalofriante, ya en los informativos están al borde de matar autos o matar cualquier cosa no viviente. Matar, por ejemplo, una cabina de peaje, una caja de seguridad o un supermercado chino. O informar que “un rayo mató al Obelisco”.

Muchachos, hay que volver a las fuentes: lo que mata es la humedad. O las noticias que nos suenan a absurdas. Como enterarse de que Silvio Berlusconi hoy ganaría otra vez las elecciones en Italia. Cabe la pregunta: si es cierta toda la obscenidad que trasciende sobre él, ¿cuál sería la moraleja? No sean simples, miren que los italianos tuvieron un imperio y el Renacimiento. Y a Alberto Sordi. Los argentinos tenemos todo un elenco: el de la Coalición Cívica y el del antiperonismo peronista. Se esmeran por el podio. No quisiera que esto sonara a una burla. Tampoco esto: el otro día, al ver como el ex convicto que hace años asesinó en La Plata a su familia se burló de los movileros que lo tenían hasta acá, me hice esta pregunta: que el dentista Barreda se burle de esos periodistas sacándoles la lengua y mostrándoles el dedo del medio, ¿no es una prueba de que al fin se ha vuelto más razonable? Bastante se contuvo.

En el verano, la risa me sale más fácil. Y eso que este año no fui al mar. No me basta mirarlo por la pantalla desde mi casa. El mar al natural es otra cosa. Ah, la que despertó mi curiosidad por lo probable fue una observación sociológica -¿política?- acerca de por qué este año hay más casos de ahogados en la costa. La observación dice que al salir de vacaciones sectores populares que nunca antes lo habían hecho, se advierte en ellos una mayor proporción de quienes no saben nadar y una más vulnerable exposición al riesgo en el mar. Lo que sí me pareció exagerado es lo que me contó un veraneante que volvía de Mar del Plata: “Más gente no puede haber. No cabe. Casi logré entrar, pero me vine de vuelta”. Le hice un gesto de incomprensión por el “casi” y aclaró su expresión: “Sí, intenté en la Bristol al ver que estaba saliendo un perro y me dejaba el lugar, pero sólo conseguí meter la mitad del cuerpo, la otra mitad no entraba. Era un perro chico”. Pensar lo caros que están los cornalitos. Ya no se puede vivir. Hace falta orden. Sí, la gente honesta en libertad y los deshonestos y criminales en la cárcel. Una razzia general. Éste afuera, éste adentro. No se entiende que algo tan simple cause tanta polémica.

Con eso de bajar la edad de imputabilidad de menores mejor es ir adelantándose a los tiempos. Ni catorce ni trece. Más chicos. Y habría que ver el tamaño. Hay cada pibe de nueve años que te da miedo. Bueno, más miedo te dan los adultos de sesenta que pregonan el orden. Como ven, estoy cometiendo pecado de nadería. Hasta soy capaz de decir victorioso ¡tanto calor, tanto consumo de watts al máximo y no hubo colapso de energía!.

Hay motivos para dibujar una sonrisa. Uno es el calificativo que Jorge Asís le pone a Santiago Kovadloff: “Filósofo o pensador de country”. Un hallazgo digno de Villa Domínico, no de su actualidad de Recoleta. Recuperar las fuentes reconforta. No es el caso de ciertos intelectuales que, ya decididos a encarar hacia la derecha en los “senderos que se bifurcan”, y que con tal de no seguir fieles a sus orígenes de barrio, eligen aquellas geografías.

El “Pepe” Mujica sí que es un presidente de barrio. Cazó al vuelo a los empleados públicos uruguayos que se pasan horas con Facebook y jugando en las redes sociales, y les quitó el vicio sacándoselos con una tenaza de las computadoras. “Que laburen”, dice Mujica. Los avanzados le dicen “antiguo”. Y que tenga cuidado Marta Minujín, quien en cualquier momento ingresa en ese rubro por más esculturas que invente.
Ahí está un chileno ignoto que vive en Austria compitiéndole la vanguardia estética. Se trata de Eduardo Labarca, quien acaba de publicar el libro El enigma de los módulos. Previendo con razón que no lo iba a comprar nadie, lo ilustró con una tapa donde él aparece “meando” la tumba de Borges. Dice que emuló a Sartre, quien en su tiempo meó la de Chateaubriand. Después, asustado por su boludez, dijo que el chorro que se ve salir de su bragueta es el de una botella de agua. El chileno debería rogar que patoteros borgeanos no le vayan a mear su libro en las librerías. Y no con agua mineral. Es que mear al genio que nos antecede sería, al parecer, una forma de clausurar el pasado que inmoviliza y que castra. Si fuera por eso, en cada especialidad hay un fantasma inmortal e invencible.

Atrévanse a mear la estatua de Homero a ver si se inmuta. Aquí, ni siquiera Sebreli, quien se la pasó negando y despotricando contra Gardel, se animaría a copiar el ultraje orinatorio a su tumba. Además, Sebreli ya está mayor y el chorro le saldría muy finito. Últimamente hasta se le han ido reduciendo los pensamientos. Entre los de él y los de Durán Barba interpretados por Macri no sé cuáles son un poquito más gordos.
Todos alguna vez meamos fuera del tarro. Personalmente -y lo digo con nostalgia- una vez, porque no aguantaba más, meé en una maceta con plantitas en un cuarto de la casa del arquitecto Livingston. Las plantitas se secaron. Es que yo era joven y el orín fuerte. Pero volviendo al asunto del meón y la tumba, la verdad…para qué ponerse a mear sobre un muerto, habiendo tantos vivos meritorios.

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