LA ALEGRÍA PERONISTA

martes, 6 de julio de 2010

La mejor compañía

Por:
Eduardo Anguita

El jueves al mediodía me escapé de la redacción para ir al almuerzo que le ofrecía Mario Oporto a Osvaldo Bayer antes de que el maestro diera su conferencia sobre el papel de las clases populares en la gesta de Mayo de 1810. En realidad, era la continuación de una cena que habíamos promovido Emiliano Costa y yo. Aquella vez fuimos a buscar a Osvaldo al Tugurio, como reza la placa de la puerta de su casa. Así lo había bautizado el otro Osvaldo, Soriano, la primera vez que entró por ese estrecho pasillo que además de libros y cajas con archivos de todo tipo, tiene una cocina, una heladera, una camita y muchos más libros y revistas. Emiliano y yo tuvimos el inmenso placer de hacerle un homenaje que hasta hoy nos dejó una huella. Fue cuando se aproximaba el cumple número 80 de Bayer. Le propusimos volver a recorrer las estancias y pueblos que que terminaron con la extraordinaria obra de La Patagonia rebelde . Desde entonces, solemos visitarlo en el tugurio, donde disfrutamos de compartir unos tragos y escuchar las desopilantes y filosas historias que atesora.
Como ayer se fue a Alemania, a visitar a su querida Marlies y a sus hijos y sus nietos, Emiliano y yo estábamos urgidos de aquella cena a la que asistieron Oporto y Jorge Coscia, el secretario de Cultura e inseparable amigo del ministro de Educación bonaerense. Les pedimos una sola cosa: que ayuden a que Bayer escriba sus memorias, un compromiso que el maestro posterga cada vez que lo llaman de una biblioteca o un sindicato a dar una conferencia. Ya tiene algunos manuscritos porque, como alemán disciplinado que es, se levanta a las cinco de la matina y agarra la lapicera y un cuaderno de clase.
La cena fue maravillosa, en un restorán cerca de su casa, donde cuidan a Bayer como se merece. El almuerzo del jueves también. Siempre hay historias. Por supuesto, Julio Argentino Roca está sentado ahí. Bayer persigue su sombra y sus estatuas porque da contundentes motivos para considerarlo el primer genocida y no el arquitecto de la República. En el almuerzo, hubo un bocado para Perón. Fue cuando el maestro afirmó que, en el fondo, Perón era más mitrista que rosista. “Le gustaba leer La Nación. Además, cuando nacionalizó los ferrocarriles, los dos principales se llamaron Roca y Mitre. San Martín y Belgrano no tuvieron tanta suerte en el reparto de ramales. Y el pobre Moreno no ligó ni una línea de trocha angosta”. Terminamos el café y Emiliano, junto a Bayer, Oporto y comitiva, se fueron para la conferencia. Miré el reloj y, con todo el dolor, me pegué la vuelta para Capital. Era hora de ir a Radio Nacional, tenía mi cita con Carbono 14.

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