LA ALEGRÍA PERONISTA

miércoles, 7 de julio de 2010

Alain Rouquié: “Cuando el olvido es la única política, la memoria se venga”



“Hoy la dicotomía entre el poder legal y el poder económico, que existe en todo el mundo, ya no tiene consecuencias en la estabilidad del sistema político como las tenía hace 30 años atrás”, afirmó Rouquié a Miradas al Sur. (GENTILEZA TIEMPO ARGENTINO)

OTRAS NOTAS

  • La reacción de la Casa Blanca, por boca de la secretaria de Estado Hillary Clinton, que pasó por alto el acuerdo de Teherán y pretende avanzar en la política de sanciones, muestra la impotencia de Estados Unidos al verse desplazado del escenario global. Entre la maraña de declaraciones emitidas desde la semana pasada, vale la pena desenredar los hilos que muestran la creciente polarización entre Brasilia y Washington, que se traduce en la región sudamericana en una inevitable escalada que, en su momento, alcanzará niveles alarmantes.

  • Fueron los diputados de la Coalición Cívica Patricia Bullrich y Juan Carlos Morán los que orquestaron la Operación Eduardo Sadous . Le ofrecieron al ex embajador en Venezuela la sesión secreta en el Congreso. Convencieron al peronista disidente Alfredo Atanasof –presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores– para que aceptara la metodología. La maniobra no fue un hecho aislado. Forma parte de las estrategias que se cocinan en una serie de fundaciones financiadas por la derecha norteamericana y vinculadas íntimamente con la CC.

  • La decisión de suspender al juez Baltasar Garzón por querer investigar los crímenes del franquismo no hizo más que reflejar las propias contradicciones de un país. Hasta entonces, la justicia española era un ejemplo por haberse empeñado en juzgar crímenes de lesa humanidad en el mundo. Sin embargo, cuando le tocó abrir sus páginas, eso no sucedió. Los que rechazaron la imprescriptibilidad de esos crímenes fueron, no casualmente, los mismos que durante la transición pregonaron la cultura del olvido. Así, el derecho a la verdad siguió y sigue siendo una deuda para ese pueblo.

  • Roberto Mangabeira Unger llegó a Buenos Aires desde Cambridge, Massachusetts, invitado por la Fundación Universitaria Río de la Plata para presentar su último libro: La alternativa de la izquierda.
    Con 22 años ingresó en la Universidad de Harvard, poniendo una distancia saludable con la dictadura militar que derrocó al presidente brasileño João Goulart, y nunca más la abandonó. Al año se convirtió en el profesor de derecho más joven en la historia del claustro más antiguo y prestigioso de Estados Unidos y el único latinoamericano en la Escuela de Leyes.

  • Ser documentalista en Honduras durante la dictadura de Roberto Micheletti era un pasaporte directo al exilio. Katia Larissa Lara da fe de ello. Directora de cine, con buena llegada al presidente derrocado Manuel Zelaya y al Frente de Resistencia Popular, Katia comenzó a filmar la represión social desatada por los golpistas hondureños hasta que decidió irse del país centroamericano y radicarse en Argentina para preservar su vida.

  • Acorde al reacomodamiento del tablero internacional en el que pujan los países emergentes en el siglo XXI, la agenda política del mundo islámico encuentra por estos días una sorprendente caja de resonancia en América Latina. Hace poco más de un mes, el Jefe de Estado de Brasil Luiz Inácio “Lula” Da silva y su par turco Recep Tayyip Erdogan tejían un acuerdo bilateral para respaldar el desarrollo energético iraní en un claro desafío a las potencias occidentales que objetan el programa nuclear de Teherán.

Nació en Francia en 1939. Master de investigación en Ciencias Políticas y doctor en Literatura. Escribió, entre otras obras, "El Estado militar en América Latina", "Guerras y paz en América Central" y "Brasil en el siglo XXI". Su último libro es “A la sombra de las dictaduras. La democracia en América Latina”. El politologo francés retoma el eje de su ya clásico libro "El estado militar en la Argentina", y afirma que persiste cierta narrativa dictatorial que ensombrece el presente democrático de la región.

En Millau, la ciudad de los Pirineos franceses donde había nacido, pétit Alain solía asistir al cine de barrio. Se engolosinaba la imaginación enterándose de los estertores políticos que se vivían al otro lado del Atlántico. Parafraseando al antropólogo Claude Lévi-Strauss, en una entrevista radial en La Francolatina , el politólogo francés Alain Rouquié recordó que su fascinación adolescente pasaba por “los países sin historia”. Sobre todo le atraían los argentinos, aquellos “europeos con los pies para arriba”.
Auspiciado por la UBA y la Universidad de Cuyo, Alain Rouquié, uno de los latinoamericanistas más prestigiosos de Europa, visitó la semana pasada Buenos Aires para recibir el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires. El martes 29 de junio presentó su último libro todavía inédito en castellano, A la Sombra de las Dictaduras. La democracia en América Latina , un balance a 35 años de su obra fundamental, El Estado militar en América Latina.

–¿En qué consiste la idea de la sombra dictatorial?
–Había trabajado en esos grandes proyectos norteamericanos sobre la transición latinoamericana a la democracia, en el que se analizaban las motivaciones de la oposición y los grupos políticos en el poder para abrir el juego. Y punto. Es decir, que se tenía la noción de que se pasaba de la dictadura a la democracia como de la noche al día, de la oscuridad a la luz. Me di cuenta que no era así, que había una sombrade la dictadura. Pinochet se quedó hasta 1998 como comandante en jefe del Ejército. El régimen pinochetista impuso a la democracia chilena una constitución que hasta el año 2000 tenía las tres firmas (cuatro, con la de los Carabineros) de la Junta que volteó a la democracia de Allende el 11 de septiembre de 1973.
–Pero luego Pinochet es detenido en Inglaterra. ¿Cómo se dio esa continuidad dictatorial?
–Bueno, tanto los civiles como los militares de aquella época se quedaron en la democracia. Aquel ejército no desapareció. La Ley de Amnistía se respetó, como en Brasil. Pero sobre todo hay una narrativa nacional de la dictadura. Todavía perviven explicaciones de las evoluciones políticas que no corresponden a la realidad, sino a la interpretación de quienes dieron el golpe. Eso pasó en Chile. Se suele escuchar: “Al final, los militares tenían razón en derribar al gobierno de la Unidad Popular, porque eran unos subversivos que llevaban a nuestro país, que estaba bendecido por Dios, al caos”. Ese discurso es una sombra que mantiene el pasado dictatorial sobre el presente democrático.
–El caso chileno es muy diferente al argentino. Los militares acá no cedieron el poder, sino que lo perdieron por la Guerra de Malvinas.
–Efectivamente, hay diferentes sombras. En Chile, pierden el Plebiscito Nacional de 1988, pero no pierden el poder. Lo que es evidente es que los militares impusieron la forma, el ritmo y las instituciones de la democracia chilena. Los enclaves autoritarios se quedaron hasta la reforma constitucional de 2005, con la supresión de las senadurías vitalicias, pero todavía quedan. Por ejemplo, hay una legislación laboral que no ha sido tocada: es una ley electoral binaria que favorece a la derecha y que es intocable. Hay muchas cosas intocables. Aquí en Argentina hubo una experiencia política única en el mundo: un ciudadano que llegó a la presidencia de la República en 1983 con los votos del electorado y que al día siguiente decidió llevar a los tribunales a los responsables de los miembros de las Juntas militares de los siete años anteriores. Después, (Raúl Alfonsín) quiso limitar ese proceso emblemático, pero también dando a conocer cómo la represión había sido conducida, con el Nunca Más. Eso llevó mucho más tiempo en Chile. En Brasil, nunca se hizo. Y los dos plebiscitos en Uruguay, por los que la izquierda quiso abrir la memoria, se perdieron. Hay que pensar que el trauma no ha desaparecido. Hasta la gente que no ha vivido el tiempo de las dictaduras viven debajo de esa sombra, porque todavía están los desaparecidos.
–Me parece que la sombra española es mucho más grande que cualquier país latinoamericano. El juez Baltasar Garzón fue removido de su cargo por querer investigar los crímenes de Franco…
–Cuando el olvido es la única política que se sigue, la memoria se venga. Entiendo porqué los españoles no quisieron abrir los expedientes de la dictadura franquista cuando retornó la democracia: había una alianza entre los moderadores del régimen y de la oposición para reestablecer la democracia y después ya veremos . Los crímenes franquistas se remontaban a 1936, eran hechos muy antiguos. Pero así no se puede establecer una democracia sana y sincera, porque el olvido se venga.
–Usted ha dicho que Brasil como sociedad ha elegido el olvido. ¿Qué efectos de la dictadura de 1964-1985 hoy perviven todavía en el gobierno de Lula?
–En el caso de Brasil se eligió el olvido porque, a diferencia de España, las muertes fueron poco numerosas. Se dice que fueron 150 muertos y 300 desaparecidos. Dada la población brasilera, en comparación con lo que pasó en Argentina, fue una dictadura bastante moderada. Claro que eso no impide que para los parientes de las víctimas sea una cosa muy dolorosa que no se puede olvidar. Pero se decidió aceptar la amnistía que el régimen militar se otorgó, aceptar el olvido. Y también porque la clase política de la Nueva República fue la misma que la del gobierno militar. Porque los militares habían mantenido la constitución con elecciones, partidos y parlamentos. Por supuesto que la izquierda de la clase política había sido depurada, pero la derecha había quedado. Entonces, la transición fue mucho más suave, y a la brasileña, con conciliación. De vez en cuando, hay pedidos para que se abran algunos expedientes, como recientemente el del caso Gomes Lund, de la Guerrilla de Araguaia en el estado de Pará. Pero no es un tema de movilización nacional, es una suerte de irritación que aparece de vez en cuando. Entonces los militares golpean la mesa, el Ministro a veces dimite –como pasó en 2003–, pero no pasa gran cosa porque no fue un problema masivo, como en Argentina. Esto muestra que aunque la represión haya sido limitada, esa sombra estará siempre presente hasta que se resuelva. O con justicia o con transparencia.
–Brasil aparece como una de las potencias del siglo XXI. Usted habla de “gaullismo tropical”. Teniendo en cuenta la alianza geoestratégica que tiene con Francia, ¿cómo se puede explicar la desautorización del Consejo de Seguridad de ONU respecto de la mediación brasilera en el tema nuclear de Irán?
–Es una situación complicada. Dentro de ese revisionismo, del deseo de ser reconocido como un actor global y con peso en las instancias internacionales, Brasil pensó que se podía forzar la puerta cerrada y selectiva de las viejas potencias. ¿Cómo? Demostrándoles que podían solucionar un problema grave mejor que ellos. “Ustedes han impuesto sanciones a Irán por el enriquecimiento de uranio y no caminó.” “Han hecho propuestas a través de la Agencia Internacional de Energía Atómica y tampoco funcionó.” “Bueno, somos países periféricos, tenemos cosas en común y estamos fuera de ese concierto de pocos de los Estados nucleares y el Consejo de Seguridad. Pero les vamos a demostrar que con la negociación podemos más.” Ahora, claro que lo hicieron sin concertación con los países involucrados en ese asunto. Lo hicieron con Turquía, país miembro de la Otan, lo que desagradó aún más a Estados Unidos. Eso explica la velocidad con que los Estados Unidos impulsó un nuevo proyecto de sanciones. Les dijeron más o menos “que los novatos esperen su turno”. Luego, no fue muy acertado que en el Consejo de Seguridad Brasil –que está como Miembro no Permanente– haya votado en contra de las sanciones, en vez de abstenerse, siendo que va a cumplirlas. Es contradictorio.
–De cualquier manera, el poder de intervención en la región latinoamericana de Estados Unidos está cada vez más acotado. En Honduras, reconocieron al gobierno golpista, pero los países de Unasur fueron muy efectivos en contener el intento secesionista de en Bolivia, a fines de 2007.
–Bueno, la OEA también intervino para pacificar las cosas en Bolivia, a través de un enviado argentino justamente, Dante Caputo. No hubo un intento norteamericano de desestabilizar el gobierno de Evo. En cuanto a Honduras, dos cosas. Primero, para mí no es un golpe de Estado tradicional sino a la antigua, del siglo XIX, una revolución palaciega . Un clan del mismo partido que hecha a su presidente. Hay que notar que los militares son sólo un instrumento, que no llegan al poder. El caso de Honduras se degeneró por el enfrentamiento entre Venezuela y Estados Unidos. Estados Unidos comenzó condenando el golpe, luego se deja influir por la posición de los halcones, que retoman el discurso anticomunista de los años ’80 un poco por oposición a Chávez. El gobierno de Obama dejó que el Pentágono manejara ese asunto y lo terminó haciendo a favor de Chávez. Le regaló una victoria. Pero todo esto me parece muy marginal; Honduras es un país respetable pero bastante arcaico.
–¿Cómo analiza el peronismo en estos 35 años de democracia, de Luder a Kirchner?
–Es que nadie entiende al peronismo. No sé quién dijo que todos los argentinos habían sido, eran o serían peronistas un día… Es un movimiento muy adaptativo. Pensar que Menem y los Montoneros se referían al mismo fundador. Es muy difícil de entender para nosotros los franceses. Si usted toma como símil a Charles de Gaulle, bueno, hubo gaullistas de izquierda y de derecha, pero hay rasgos comunes del que participan todos: la concepción jacobina del poder, la concepción colbertiana del papel del Estado. Sin embargo, no veo mucho en común entre las diferentes tendencias del peronismo. Es cierto que evocarlo atrae votos, porque fue un momento socialmente revolucionario. Ahora, la permanencia hasta el día de hoy de esadiferencia peronista es puro enigma. Perón murió hace casi 40 años y todavía se siguen pintando las paredes con sus símbolos. Eso no pasa en ningún otro país de América Latina. En Brasil, nadie se dicegetulista (por Getulio Vargas, cuatro veces presidente; la última entre 1951 y 1954).
–Bueno, en Venezuela se dicen bolivarianos, y es una referencia del siglo XIX.
–Ese es otro caso. Es el fundador del país. El pensamiento de Bolívar es muy complejo, entre democrático y aristocrático al mismo tiempo. Pero volviendo al peronismo, creo que su supervivencia es fascinante. Es de esas cosas argentinas que me deslumbraron desde mi primera estadía aquí en 1974. El peronismo es como Gardel: cada día canta mejor.

Inteligencia á la française
El refinado politólogo francés Alain Rouquié no es un intelectual de laboratorio. Tampoco un rat de bibliothèque . Como el estadounidense Samuel Huntington, sus textos interpelan la política exterior de su país, en este caso para América Latina. Sirvió 18 años al servicio exterior de Francia, siendo embajador en cinco destinos, cuatro de ellos latinoamericanos. Entre 2000 y 2003, condujo la embajada en Brasil, por lo que participó como artífice del giro copernicano que experimentó la política exterior francesa en torno a la región latinoamericana durante la presidencia de Jacques Chirac (1995-2007).
Por eso, cuando el 29 de noviembre pasado presentó en la UBA A l'ombre des dictatures. La démocratie en Amérique Latine (A la sombra de las dictaduras. La democracia en América Latina , editado en Francia por Albin Michel; inédito aún en castellano), la Cancillería sabe que es un libro que de alguna manera representará una de las líneas ideológicas del Quay d'Orsay, el ministerio de relaciones exteriores francés. No por casualidad, su primera intervención pública fue en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (Cari), un selecto club presidido por Adalberto Rodríguez Giavarini, canciller del gobierno de la Alianza.
En la universidad porteña, Rouquié recibió el título de Doctor Honoris Causa por parte del vicerrector, Alberto Barbieri. El encargado del elogio curricular estuvo a cargo del politólogo Isidoro Cheresky, que conoció al académico francés durante su exilio en los ’70, cuando éste se desempeñaba como investigador del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales de Francia.
Es que Rouquié ya hablaba castellano y era un avezado intelectual dedicado al estudio de los fenómenos políticos argentinos. De 1967 (edición francesa) data su Desarrollistas y Radicales en la Argentina. En 1969-70 había sido investigador asociado del Instituto di Tella, con lo que había sido testigo del éxodo de materia gris posterior a la Noche de los Bastones Largos. “La Argentina me hizo inteligente”, dijo Rouquié visiblemente emocionado el pasado martes. “Este doctorado que me otorga la Universidad de Buenos Aires significa para mí que he aportado mi modesto saber y mi modesta contribución al saber acumulativo que representa la ciencia de las sociedades.”
La preparación del intelectual de Rouquié forma parte de la tradición más elitista de Francia. Nacido en 1939 en Millau, una ciudad de los Pirineos, accedió a una de las cuatro Ecole Normal Superieure de Francia. Entró por un riguroso concurso en el de Saint Cloud, creada en 1882 en la región île de France, el mismo que pasaron el filósofo André Glucksmann, el historiador cultural Roger Chartier y el guionista Jean-Claude Carrière.
Entre 1985 y 1992, Rouquié se desempeñó como embajador en El Salvador, Belice y México. Antes había escrito los clásicos Poder militar y sociedad política en la Argentina (1978) y El Estado militar en América Latina (1984) . Luego de la experiencia centroamericana, publicó Fuerzas políticas en América Latina (1991) y Guerras y Paz en América Central (1992). Tras la experiencia como embajador en la primera presidencia de Lula, Rouquié escribió Brasil en el siglo XXI(2007).
En Los Diplomáticos. Detrás de la fachada de las embajadas de Francia, de Franck Renaud, el ex primer ministro francés Dominique de Villepin dijo que 2/3 de los embajadores no servían. El caballero Rouquié de seguro forma parte de la otra selecta minoría.



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