LA ALEGRÍA PERONISTA

jueves, 10 de septiembre de 2009

Los medios, la ley, la historia, sus abusos y lo impúdico

VEINTITRES
POR RICARDO FORSTER

10-09-2009 /


Ricardo Foster

Si hiciéramos el esfuerzo imaginario de instalarnos en la década de los noventa; si olvidásemos por un instante nuestra actualidad y las vicisitudes históricas que nos han conmovido en estos últimos años; si pudiéramos ejercer el difícil arte de la memoria y de un modo retrospectivo intentar recuperar aquel otro tiempo, seguramente las imágenes que volverían sobre nosotros no dejarían de inquietarnos y sorprendernos, casi como si nos hubiéramos desplazado hacia geografías inverosímiles, hacia comarcas que poco o nada tienen que ver con aquello que hoy nos atraviesa. Y sin embargo todavía no hemos borrado ni superado, lo sepamos o no, las marcas decisivas que sobre nuestros cuerpos y nuestras subjetividades dejaron aquellos años en los que la Argentina y América latina, siguiendo una tendencia mundial, fueron capturados por el discurso y la práctica del neoliberalismo.

¿Acaso hubiéramos sido capaces de imaginar que en el giro del milenio esos mismos países que fueron gobernados por los Menem, los Collor de Melo, los Fujimori, y tantos otros, incluso algún presidente boliviano que hablaba el español con acento gringo, dejarían su lugar a un ex obrero metalúrgico y dirigente del PT en el Brasil, a un descendiente de los pueblos originarios en las tierras del altiplano, a un ex obispo progresista en el Paraguay, a un intelectual de izquierdas en el Ecuador, a un militar –ex golpista devenido en líder democrático popular– identificado con Fidel y el socialismo del siglo XXI en Venezuela; o que seríamos testigos de la candidatura a presidente de un ex dirigente histórico de los Tupamaros en el Uruguay? ¿Alguien, sin ser acusado de delirante, hubiera anticipado, a mediados de los noventa, que el neoliberalismo estaría sentado en el banquillo de los acusados mientras se despliegan en el interior de nuestras sociedades alternativas inverosímiles años atrás? ¿Quién, me pregunto, hubiera sido lo suficientemente audaz para anticipar el extraordinario giro que se produjo en nuestro país a partir del 25 de mayo de 2003?

Seguramente enfrascados como estábamos en la naturalización de los valores del capitalismo especulativo-financiero, aquel por el que tanto hicieron los ideólogos de turno, esos mismos que también hablaban de periodismo independiente y de las empresas a las que les interesaba el país, difícilmente hubiéramos alucinado que en la Argentina del 2009 el fútbol sería nuevamente transmitido por la televisión pública o que, más decisivo y significativo aún, que seríamos testigos del histórico debate parlamentario en torno al proyecto de ley de servicios audiovisuales que inicia el camino de la derogación de esa otra ley escrita por los esbirros de la dictadura y “mejorada” durante el menemato para beneficiar a los grandes grupos mediáticos. De la misma manera, atosigados como estábamos por aquel eslogan que recorrió todas las geografías del país y que caló hondo en el imaginario nacional, “achicar el Estado es agrandar la Nación”, no hubiéramos acertado ni por asomo con el retorno al sistema de reparto, es decir al Estado nacional, de las AFJP, uno de los grandes caballitos de batalla ideológicos del neoliberalismo y piedra de escándalo para todos aquellos que hablan de “confiscación” de los ahorros de los ciudadanos-consumidores asaltados por la “caja” estatal y que nada dijeron ni dicen de la estafa que para esos mismos futuros jubilados significaba el giro especulativo que se les dio a sus ahorros (tampoco hubiéramos anticipado la reestatización de Aerolíneas Argentinas desguazada vergonzosamente por Iberia y Marsans con la complicidad de los gobiernos de turno).

Menos todavía hubiéramos soñado con una Corte Suprema independiente e irreprochable (¿se acuerda, estimado lector, de la Corte del menemismo?) que, en las últimas semanas, ha hecho un pronunciamiento histórico en relación a la despenalización del consumo personal de drogas. Tampoco hubiéramos creído en la derogación de las leyes de la impunidad y la reapertura de los juicios a los genocidas (¿alguien imaginaba a Menéndez, el asesino de La Perla, condenado a cadena perpetua en prisión común? Delirios, fantasías, sueños alocados). Lejos, muy lejos de toda ficción política quedaba la actual composición de Sudamérica, la creación de la Unasur y la construcción de una política independiente del Imperio y, todavía menos pensable, la salida del tutelaje ejercido a destajo por el FMI. En aquellos años gozábamos de las relaciones carnales. ¿Recuerda, acaso, el lector, la calidad institucional de la que gozábamos en aquellos “dorados” noventa? ¿Algo le dice el corralito y la “seriedad” del sistema bancario? ¿Y el 2001?

2. En este sorprendente carrusel argentino nos encontramos con algunas voces que, siendo portadoras de prestigios académicos o plumas emblemáticas de ciertos multimedios, ejercen la acción opuesta a la formulada al comienzo de este artículo. Ellos, instalados en el presente, no logran salir de aquella otra realidad de los años noventa. Permanecen atrapados en las telarañas de un país que, en el giro alucinado de sus escrituras, no ha salido todavía de las fabulosas promesas primermundistas que fascinaban a amplios sectores de la sociedad. Para ellos, lo que ocurre es un absurdo, en el mejor de los casos una impostura, una comedia de matriz falsamente populista que quiere conducirnos hacia el fin de la República o, peor aún de acuerdo con una de las plumas del gran diario argentino, hacia el totalitarismo neonazi o protofascista.

Ningún periodista que se precie desconoce el peso de la utilización de determinados ejemplos históricos a la hora de poner en cuestión el proyecto de ley de servicios audiovisuales. Sabe, porque es el abc de su oficio, que hablar de la inquisición, mencionar a Mussolini y su utilización de la prensa o concluir con el franquismo, como lo acaba de hacer Miguel Wiñazki en un artículo publicado en Clarín, significa homologar aquellos nombres del horror y del autoritarismo más reaccionario con lo que el lector descuidado está leyendo del actual debate que se despliega en el Congreso. La operación es mezquina, indisimulada y brutal; carece incluso de la mínima pudicia para con las víctimas de aquellas formas despiadadas del control ultramontano o del fascismo.

Utiliza los ejemplos históricos para vaciarlos de contenido y como instrumento de chicana impúdica hacia un proyecto que, entre otras cosas, supone derogar la ley vigente de radiodifusión que proviene de la dictadura videlista (cosa que Wiñazki ni siquiera menciona demostrando una curiosa amnesia para los ejemplos que hubiera podido dar sin tener que husmear tan lejos en la historia ni en geografías distantes). El objetivo es claro incluso para el lector ingenuo. Es como si las plumas del Gran Diario Argentino hubieran perdido todo recato, toda capacidad de reflexión autocrítica para ofrecernos un discurso crudo capaz de utilizar todos los recursos sin detenerse a medir las consecuencias de sus afirmaciones ni, mucho menos, asumir cierto autocontrol pudoroso.

Hacia el final de su enjundiosa investigación histórica (le faltó agregar, en su largo recorrido, la magistral reconstrucción que de la prensa manipuladora y amarilla de raíz liberal hiciera Orson Welles en El ciudadano Kane, pero claro, como se trata de la sacrosanta iniciativa privada, de eso es mejor no hablar), Wiñazki concluye su pieza maestra dejando que el lector saque sus propias conclusiones: “La Ley de prensa fascista reducía brutalmente el número de medios privados y aumentaba el de los estatales o los hiperoficialistas (cualquier semejanza con el proyecto del gobierno argentino corre por cuenta de la mente febril del lector que en este caso es quien escribe estas líneas, RF).

Las diversas corporaciones, especialmente los sindicatos fascistas tenían medios y espacios periodísticos. Todo lo tutelaba Il Duce […]. En la Argentina el debate sobre la ley ha comenzado y es un hervidero. Habrá que ver si optamos por una legislación fascista o por una de verdad democrática”. ¿Cuál es la ley “de verdad democrática” a la que se refiere Wiñazki? ¿La que perdura desde los años de la dictadura? ¿La que protege la concentración monopólica? ¿No resulta salvaje y reaccionario reducir lo público, e incluso lo estatal, a la matriz fascista o falangista como lo hace el periodista de Clarín? ¿Serán Canadá, Francia, Suecia, España o incluso Estados Unidos países fascistas porque tienen leyes de medios que regulan (palabra que resulta maldita de acuerdo a la descripción que venía haciendo Wiñazki) lo privado y lo público y que prohíben la concentración monopólica y otorgan un lugar importante a la sociedad civil, al Estado y al espacio público? ¿Qué piensa, si es que algo piensa al respecto, de la Argentina neoliberal, esa misma que a lo largo de más de una década naturalizó el negocio privado como si fuera la última panacea de la humanidad convirtiendo al mundo empresarial en el núcleo de lo virtuoso mientras arrojaba lo público y lo estatal al vertedero de lo maléfico y corrupto?

Lo que Wiñazki ningunea es aquello que define el eje de la polémica inaugurada por el proyecto de ley de servicios audiovisuales: o mantener el privilegio de unos pocos, privilegio que les permite no sólo el enriquecimiento y la concentración si no, más grave todavía, ejercer un papel decisivo a la hora de fijar lo que ellos mismos definen como la “opinión pública”, asumiendo el rol de representantes ideológicos de los intereses de las corporaciones pero haciéndonos creer que son voceros del sentido común y de lo que la gente quiere; o deshacernos definitivamente de una rémora maldita de la dictadura para abrir la comunicación y la información a genuinas y plurales prácticas democráticas capaces de incorporar al espacio de los medios otras voces y otros actores.

De eso se trata también la redistribución democrática de los bienes simbólico-culturales. Lo otro, ni siquiera es el fascismo mussoliniano o el falangismo español, es simplemente la forma vernácula de la restauración conservadora. El pudor por las millones de víctimas de esos regímenes reaccionarios nos impide utilizar graciosamente palabras demasiado connotadas y graves como sí lo hacen algunos periodistas que siempre gustan de sacar un as de la manga o, como Wiñazki, ofrecernos un rápido viaje, supuestamente sesudo y erudito, por la historia para en realidad hablarnos machaconamente de un presente infectado de esas antiguas y repudiables prácticas, ahora enquistadas, eso sugiere aunque no lo diga, en el proyecto de ley de medios audiovisuales enviado por un gobierno que aparece como aprendiz de brujo del más craso autoritarismo. ¿Seremos tan ingenuos o ignorantes como para no entender lo que nos quiere dar a entender la pluma de Clarín? Tal vez...

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