LA ALEGRÍA PERONISTA

miércoles, 6 de junio de 2012

Cuando a Jesús le robaron su día - SALVADOR FERLA.


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(Un escrito inédito de Salvador Ferla)

El calendario litúrgico marcaba ese año, para el jueves 9 de junio, la festividad de Corpus Christi. El comando eclesiástico, alterando una tradición de siglos, resolvió transferir la celebración al sábado 11.
Se pensaba darle al acto grandes proporciones para convertirlo en una categórica manifestación de repudio al gobierno. El papel de pivote en la lucha contra Perón, que durante 10 años había cumplido, sin resultado, el Partido Radical, pasaba a desempeñarlo ahora la Iglesia Católica.
Con esa manifestación, radicales, conservadores, socialistas y comunistas, pensaban conmover los cimientos del régimen dándole popularidad a la conspiración. Se reconstruía así la Unión Democrática de 1945, con el aporte de la Iglesia, que ponía la estructura y una mística renovada e intensa.
Socialistas y comunistas estaban ufanos de contar con Cristo, porque Cristo siempre viene bien. En apoyo del Estado, cuando hay que reprimir rebeldías obreras; de la oposición cuando hay que voltear gobiernos populares. El uso practico de Jesús esta tan difundido como el uso teológico.
Y así, los altos prelados y los comunistas, que por lo general son  los que menos creen en él, gozan cuando pueden mezclarlo en sus intrigas y mezclarlos en su favor. Jesús suplía en 1955, al Mister Braden en el papel de aliado todopoderoso. Un verdadero hallazgo. Detrás de Braden, el imperio yanqui; detrás de Jesús el reino de los cielos.
Un año después, al celebrarse un nuevo “Corpus”, Cristo se quedaría en la aburrida compañía de las cuatro beatas de siempre. Lo habían usado. La Iglesia aumentaría su poder político (seria considerada “factor de poder” y temida) pero no su poder religioso, ni siquiera el numero de creyentes.
El acto fue prohibido por el ministerio del interior aduciendo que no se hacia en la fecha correspondiente y que tenia intenciones políticas, a lo que replicaros sus organizadores, con inocencia, que era simplemente una manifestación de fe religiosa y que con autorización o sin ella lo harían de todos modos.
Ya sea porque se creyese en la firmeza de esa decisión, porque hubiese indicios anticipados de que la manifestación tendría envergadura, o porque no se quería agravar el conflicto con una represión policial violenta, el gobierno dio  orden de custodiar la manifestación sin interferirla. Fue una de las poquísimas veces en la historia de estos últimos años en que alguien pudo hacer una manifestación sin temor a ser apaleado.
Ni el jueves 9 ni el sábado 11 hubo liturgia. Dios tuvo que sacrificarse también a las necesidades de la política, y en su nombre se concreto una importante manifestación de repudio a Perón. Oligarcas, comunistas, masones, y ateos, engrosaron la columna, donde no se hablaba de la salvación de las almas, sino de la perdición del alma de Perón y sus ministros.
Los manifestantes se desplazaron durante varias horas de Plazo Mayo a Plaza Congreso, sin ser molestados, ni por la policía -que tenia ordenes de no hacerlo- ni por los peronistas, que no tenían esa orden pero no comprendían el conflicto. El antiperonismo diría con esperanzada alegría “ganamos la calle”. “Le ganamos la calle a Perón”.
En verdad la manifestación era un éxito, el antiperonismo había crecido en numero y fervor, mostraba una significativa popularidad, y el país aparecía inequívocamente dividido en dos. No obstante, peronistas y antiperonistas estaban siendo jugados en falso, enfrentándose en torno a la religión para provocar una definición política que no tendría derivación religiosa sino económico-social.
* * *
El Fuego
Desde la más remota antigüedad el fuego ha inspirado un religioso temor  a los hombres. Su poder de destrucción y la asombrosa vivacidad de su resplandor, ha sugestionado profundamente el alma humana. Una antigua filosofía lo consideraba uno de los elementos básicos del universo. Hoy la cultura moderna, la ciencia, disminuyo el concepto de su poder, pero igualmente sigue siendo importante y es siempre peligroso jugar con el.
Cuando un grupo de los manifestantes de la politizada procesión arranco la bandera argentina, que flameaba en el Congreso, para apagar la llama eterna de homenaje e Evita y en su lugar izó una bandera vaticana, no sospechaba las terribles consecuencias de su involuntario sacrilegio. Estaban jugando con fuego.
Estaban cometiendo la terrible herejía de ofender al mismo tiempo la sagrada majestad del fuego, y el símbolo colorido de la nacionalidad. El sacrilegio no se cometería impunemente. Días después el fuego quemaba hombres y envolvía iglesias; y la bandera como símbolo de la unión nacional, se quemaría realmente. La intención de los manifestantes, al querer apagar el fuego, era menoscabar la memoria de Eva Perón, y exaltar la enseña papal, el catolicismo ofendido.
Ya entrada la noche, los manifestantes se alejaban al grito de ¡muera el tirano! ¡Viva Cristo Rey!; y allí, sobre la escalinata del Congreso, quedaba la andera quemada. Nadie amenazaba al reino de Cristo, pero salían a defenderlo. Nadie había querido quemar la bandera, pero la quemaron… se quemaba.
Solo 4 o 5 manifestantes recordaban que habían asistido a una manifestación religiosa, la de “Corpus Christi”. Los demás se fueron a sus casas relamiéndose de gusto. . . “ahora si que lo volteamos”. Los peronistas brillaban por su ausencia en la escalinata del Congreso.
No se dio importancia a ese momento al detalle; realmente no la tenía. Los manifestantes tomaron la bandera porque fue lo primero que encontraron a su alcance, no para agraviarla. Pero un agente de investigaciones dio cuenta del hecho al ministerio del interior.
A Borlenghi -que era el ministro- le pareció interesante y se lo refirió a Perón, a quien le pareció más interesante aun. La situación del país se iba poniendo dramática, pero se seguía jugando a la política como si todo fuera normal, rutinario, intrascendente. A Perón todo le había resultado fácil. Su actuación pública había estado signada por el éxito. Había obtenido triunfos resonantes, había ascendido a la cumbre del poder y la popularidad, y todo lo había obtenido con pocas artes, con escasos recursos. Invocar al pueblo, señalar los tremendos defectos del adversario y actuar con picardía. La situación se había puesto peligrosa. Se discutía sobre petróleo y se había traído a la lista a la religión.
Y ni Perón ni los opositores políticos (instrumentos conscientes o inconscientes de los opositores económicos) registraban la gravedad de los factores que se ponían en juego. Como saldo de la manifestación de Corpus Christi se había quemado accidentalmente el símbolo e la unión nacional, acaso como presagio de la anarquía y la división que nos aguardaba. Habían entrado a escena elementos altamente peligrosos como el petróleo y la religión. Perón quiso que también entrara a jugar la bandera. Así se lo sugería su “picardía”, sin sospechar que el adversario que ya lo había enredado con el petróleo y la religión, le enredaría también con la bandera en una trampa de la que no podría zafarse. “No nos podemos perder esto”. “Esto lo vamos a explotar”. “¡Tráiganme la bandera!” Perón quería utilizar un hecho involuntario y accidental para acusar a sus enemigos de herejía patriótica. “Son tan antiargentinos que quemaron la enseña patria”. Un hecho daba asidero a la acusación: los mismos manifestantes que quemaron la bandera, la habían sustitutito por una bandera papal. Producto del fervor o no, del deseo de reivindicar a la iglesia frente al gobierno. No se juega con los símbolos. Religión, bandera y petróleo eran demasiado explosivos como para jugar con ellos. Y se jugaba. Sucedió entonces que la bandera quemada “involuntariamente” había desaparecido o se había convertido en cenizas. Y Borlenghi no sabía como decírselo a su jefe entusiasmado, sin desmerecerse y sin defraudarlo. Entonces mando a quemar otra por la policía. Perón tuvo “su chiche”.
Con el pensaba hacer una jugada maestra, descalificar al adversario en su moral patriótica, darle el golpe definitivo al conflicto. Con la bandera chamuscada en sus manos, Perón y Borlenghi prepararon una serie de actos de desagravio. El principal de ellos seria una misa a oficiarse en la Catedral el jueves 16 de junio, en la que efectivos militares de tierra, mar… y aire, desgravarían a la enseña patria. Pero quienes evidentemente dirigían el juego, habían programado para esa fecha otra cosa.
Ni la quema de la bandera del Congreso, ni en la que efectuó la policía para darle un sustituto, había intención de agravio a la bandera. Era difícil de creer que los manifestantes hubiesen querido menospreciar la enseña nacional.
Por eso el antiperonismo replico de inmediato negando la imputación y haciendo circular la versión de que la “bandera la había quemado Perón” para echarle la culpa a los católicos, como Nerón había quemado Roma para acusar a los cristianos. Esta versión fue la mas creída, por ser la mas “lógica”.  Incluso porque era “versión” y el país había sido educado a dudar de las noticias oficiales.
El adversario devolvía la pelota. El ofensor de la bandera sería Perón, era un juego de picaros.
El exceso de picardía (¿criolla?) que inducía a utilizar cualquier recurso, hacia pues que ambos bandos se acusaran de haber agraviado a la bandera. Y el agravio, sin dudas existía, no en el acto material de quemar tela azul y blanca; sino en usar LA bandera, el símbolo de unión nacional, como  mezquino recurso político.
¡Pero sí utilizaban a Cristo!
El país, mejor dicho su capa dirigente, parecía totalmente incapaz de un sinceramiento. Perón no media la gravedad de la situación, o si lo hacia no se adecuaba a ella. Sus adversarios honestos, no advertían tampoco la magnitud de lo que estaba en juego, no comprendían hasta que punto el destino nacional estaba involucrado en esas situaciones que querían resolver con “trampitas”.
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El incendio y las vísperas
En medio del hastío general, de la contemplación extrañada de un pueblo ajeno, al que todos los sucesos le resultaban enigmáticos, el gobierno iba a realizar solemnes ceremonias de desagravio a la bandera. A pesar de lo mezquino, era al fin, un recurso pacifico y civil de la lucha política. El sector militantemente católico de la población estaba exasperado y los cerebros de la conspiración debían utilizar ese clima psicológico para intentar el golpe. Los grupos nacionalistas resultaban un factor decisivo, porque a la frialdad de la conspiración le traían su pasión, su guapeza, su mística.
Para ese día había sido programado un golpe subversivo, con participación naval, de la infantería de marina y de algunas unidades del ejército. El objetivo era matar a Perón y todos sus ministros, durante la habitual reunión de gabinete de los miércoles. Objetivo por el cual estaban rezando a Dios en la procesión del Corpus.
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La encrucijada
Una de las características primordiales de la mecánica histórica consiste en la respuesta a los estímulos. El 16 de junio era un hecho altamente incitante y debía, por lo menos, abrir un amplio cauce a la meditación. El país se hallaba en una encrucijada, y nuestros hombres públicos sometidos a la presión de circunstancias excitantes y trascendentales. Los 90 días que mediaron entre el bombardeo aéreo y la insurrección del 16 de septiembre fue el plazo que dio el destino para que se descubriera en la encrucijada estratégica, cual era el camino de la salvación y la grandeza. Cualquier error llevaría al desastre, hundiría al país en un pantano del cual seria difícil salir. Gobierno y oposición se hallaban sometidos a una prueba histórica. Lo sucedido debía conmover profundamente a quienes tenían responsabilidades públicas y provocar un sinceramiento, una superación del sentimiento personal en bien de la comunidad en peligro.
Nos parece que una repentina masacre aérea por obra de la propia aviación, es un hecho lo suficientemente grave, intenso, como para tocar la sensibilidad de cualquier clase dirigente, por mas envilecida que este. El bombardeo había sido una irrupción de la volcánica realidad subyacente, ya mismo tiempo una advertencia, un llamado a la reflexión.
Si el país estaba envenenado por confusión y la exasperación de los sentimientos, el antídoto correspondiente era un serio esfuerzo de sinceramiento y serenidad. El bombardeo convertía en real y próxima a la posibilidad de la guerra civil. Ante estas todas las fuerzas políticas actuantes debían efectuar un examen de conciencia.
Las llamaradas del fuego que al atardecer del 16 de junio quemaron hombres e iglesias, debieron haber llevado al corazón de los dirigentes un soplo ennoblecedor de heroísmo, de grandeza. Debió haber avivado el espíritu publico, la vocación de servicio, aunque mas no fuera que por imperio del instinto de conservación. El fuego hacia un contundente llamado a la reflexión.
El hecho trágico, abrumadoramente trágico del 16 de junio, señalaba lo peligroso que es exasperar los sentimientos en forma indefinida y mostraba que por debajo de la certeza donde se desarrollaba la lucha política, con su guerra de lenguaje y su picardía para usa a Cristo y a la bandera, había una realidad volcánica, capaz de irrumpir en cualquier momento, y provocar actos monstruosos como el bombardeo aéreo.
Esa realidad subterránea consistía en la vieja lucha del imperialismo y sus nativos asociados, contra toda política nacional, y en este caso contra la soberanía popular. En esa realidad estaba el odio de la oligarquía al pueblo y el deseo de modificar los términos de distribución de la riqueza, suprimiendo la justicia social. Esa realidad es difícil de percibir, y esta encubierta por la lucha aparente contra la dictadura. El poder personal de Perón no era objetivamente muy superior al que en su tiempo tuviera el general Roca o Hipólito Yrigoyen, únicamente había diferencia de estilo, que hacia la autoridad de Perón mas ostensible.
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El episodio del 16 de junio había elevado al ejército como factor político, y había disminuido el de los sindicatos y la multitud. La rebelión había sido sofocada pura y exclusivamente por el ejército, y el ejército aparecería como único sostén del gobierno. La imagen coercitiva del 17 de octubre, la imagen del pueblo congregado, comenzaba a desteñirse y a perder gravitación psicológica. Los obreros habían sido llamados a Plaza Mayo, y el resultado había sido la masacre, la situación tragicómica e irritante de ir con palos a pelear con aviones. La clase obrera fue eliminada de la escena y no se le permitiría volver. El bombardeo tuvo un enorme efecto desmoralizante sobre los obreros, tal como habrán previsto sus autores. Se disipo la sensación de omnipotencia surgida el 17 de octubre y afloro la sensación de que los nuevos protagonistas de la historia eran las fuerzas armadas. El pueblo peronista fue arrinconado al papel de espectador. La importancia de este hecho es enorme. El bombardeo aéreo pone fin a la existencia psicológica del 17 de octubre, de poder de la masa congregada. Esto privaría a Perón de la única arma que el conocía y manejaba, del arma que usaba como una varita mágica. Llegaba para el país una hora de definiciones.
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Peronismo
Saltar por sobre un problema no es lo mismo que resolverlo. El resuelto desaparece, el saltado, vuelve. El peronismo había “saltado” varios problemas fundamentales, los problemas volvieron para ponerlo en crisis. Uno de ellos era el de la organización política, la formación de una nueva clase dirigente y la creación de un mecanismo propio de renovación sin el cual ningún régimen puede perdurar. En la hora critica del 55 el mecanismo de renovación habría salvado al régimen, pero no existía. Perón no lo creo favoreciendo así a la oligarquía, a una oligarquía subsistente, a quien le resultaba mas fácil combatir a un hombre que a un conjunto o a un sistema con dirección renovable y no personalizada. Dice Ernesto Palacio que uno de los signos de que una revolución no se ha consumado es la perduración de la tensión y el desorden. Después de 10 años de gobierno peronista no solo subsistían la tensión y el desorden sino que la situación política permanecía inmóvil, petrificada a la altura de 1945. Mientras en el orden económico-social el país se había reformado, en el campo político seguía el esquema Perón-Unión Democrática (la unión democrática de hecho existió siempre en torno al partido Radical) La oligarquía estaba viva; no había sido ni destruida ni bautizada, y con sus poderosos recursos mas los de sus aliados extranjeros alimentaba el antiperonismo político. Esto hacia que el gobierno viviera en una roca movediza.
La subsistencia de la oligarquía señalaba una falla imperdonable en la política económico-social, y la presencia del antiperonismo daba la pauta de un fracaso. Al respecto debemos prevenir sobre juicios superficiales. La destrucción de la oligarquía no implicaba, necesariamente, la liquidación de la propiedad privada, ni la destrucción del antiperonismo la supresión de los partidos políticos. Debía liquidarse a esa oligarquía, a ese grupo social especifico, al margen del criterio revolucionario en materia de reformas. Así también debía destruirse a la oposición que había combatido el nacimiento del peronismo, a la que era fundamental y doctrinariamente antiperonista.
En Francia, durante la restauración, había quien proponía reemplazar a los borbones por una nueva dinastía que no tuviera rencor hacia la revolución republicana ni venganzas que ejecutar, una nueva monarquía que no considerase la Constitución como una concesión hecha al pueblo sino como el origen de su poder.
Una revolución necesita de un dogma inicial, fundacional. Si se quería llegar al partido único, debió haberse actuado en ese sentido; y si se quería mantener la pluralidad de partidos, deben de ser partidos que aceptaran el hecho consumado de la revolución peronista. La proscripción del peronismo, a partir de 1955, tiene ese significado. El régimen da libertad por vía de acatamiento al régimen, o sea previa profesión de fe democrática tal como entiende la democracia el liberalismo económico.
La picardía no sustituye a la sabiduría política. Así como había planes quinquenales en economía, debió haberlos en política. Es que en economía Perón podía avanzar, en política lo trababa su narcisismo.
El repertorio peronista esta gastado. Durante 10 años ha dicho los mismos temas, ha señalado los mismo enemigos. Decirle al pueblo en 1955 que el enemigo es la oligarquía, el mismo enemigo de 1945 es desalentarlo y confesar un fracaso.
Así como el general elige el lugar conveniente para librar la batalla, la oligarquía había elegido “la hora” conveniente. Diez años de tensión, de tensión estéril habían fatigado al peronismo, al país,… y a Perón.  Después del bombardeo el anhelo de era la paz. Y en un ambiente dominado por esa ansiedad de paz llegaba la hora de la definición revolucionaria.
La hora ha sido elegida con sabiduría. Perón esta a punto de resolver los grandes problemas del país: autoabastecimiento de combustible y puesta en marcha de la siderurgia, con lo cual se podría mantener y aun acrecentar el nivel de vida y disminuir la dependencia nacional de los factores externos. Pero al mismo tiempo el peronismo esta gastado en sus hombres, en sus métodos, en sus temas. Por eso la oligarquía actúa con sutil duplicidad: por un lado agita, caldea, excita; por otro reclama la pacificación.
Se ha dicho alguna vez de Inglaterra que pierde todas las batallas menos la ultima. Los intereses afectados por la revolución peronista, -a los cuales estaba asociada Inglaterra- habían perdido todas las batallas parciales, pero preparaban la batalla final.
El mandar y disfrutar solo del poder y la gloria tiene un precio: estar solo en los momentos críticos y cargar solo con toda la responsabilidad. Perón estaba solo en esta encrucijada, y ese era el precio fatal de su liderazgo absoluto. El partido peronista no desarrollaba otra actividad que el culto a Perón. No existía como organización política, ni como escuela de dirigentes, ni como centro de irradiación ideológica. Alabar a Perón y cubrir con esa alabanza la lucha de posiciones, era la única actividad partidaria. Es cierto que los partidos políticos adversarios no exhibían mayores calidades pero ellos no hacían una revolución ni debían sostenerla, el peronismo si.
La C.G.T. estaba burocratizada, y por el mismo motivo, el de estar dedicada al culto, carecía de vida, de autentica vida como organismo, y sus aptitudes como instrumento de lucha estaban por eso muy disminuidas. En igual situación se hallaban los bloques legislativos. Es decir que el peronismo se hallaba siempre, a pesar de los años, como si se iniciara. Y sus organizaciones de sustento, partido, C.G.T., legislatura, estaban incapacitadas para buscar y encontrar la solución a la encrucijada. Perón y únicamente Perón debía enfrentar el problema.
Es lógico que cuando un solo hombre debe resolver un problema publico de magnitud, la preservación de interés general esta expuesta a las reacciones emocionales del hombre, a su estado psíquico, a su salud. El adversario sabía que Perón era incapaz de crueldad y de presidir una lucha armada; era lo que ellos llamaban “su cobardía”. Sabían también que toda la lucha armada aparecería a los ojos de la opinión pública como una cuestión personal. Y es dura arriesgar la vida de un hombre, por mas amado y símbolo que sea.
El destino del país estaba pues en manos de Perón, y Perón no estaba convencido de que se jugara el destino del país; creía en la irreversibilidad del proceso histórico, sin advertir que la historia se mide por siglos y no por decenios; los siglos no pueden repetirse ni anularse, los decenios, si.
El bombardeo lo conmovió profundamente; sus adversarios difundieron “que se asusto”, con la intención de disminuirlo. Acaso políticamente sea el asustarse signo de debilidad o insuficiencia, pero moralmente es mas honroso el “susto” de Perón que la guapeza del que realizo el bombardeo.
La respuesta adecuada y positiva a la incitación del 16 de junio estaba condicionada por dos hechos: el crecimiento del antiperonismo, que había llegado a abarcar la mitad del país, y la falta de solidez y de organicidad de las estructuras políticas del régimen, la falta de un mecanismo de renovación y la dificultad para sobreponer la acción doctrinaria al culto personal.
Perón se creyó en la alternativa de profundizar la revolución, terminarla, o consolidarla en el nivel alcanzado. Quizás a esa altura era imposible consolidar la revolución sin profundizarla.
Para el primer caso era necesario reprimir la oposición en todos los frentes: militar, político, económico, ideológico y espiritual; implantar la dictadura, armar a los obreros y proceder a la expropiación de la propiedad oligárquica.
Es tan difícil hacer una revolución como defenderla y la consolidación requería tanta energía como la continuación revolucionaria. En el caso de optar por la segunda solución era indispensable una acción firme y rápida para institucionalizar el peronismo y hacer un cambio de guardia, reemplazando a los hombres gastados por hombres nuevos, con lo que se le quitaría al adversario el recurso superexplotado de la crítica personal. Perón intuyo mucho de esto y la renovación de sus ministros y autoridades partidarias estuvo inspirada en este pensamiento. Pero no seria su propia quemadura.
Si, Perón estaba quemado y no tiene importancia que mantuviera su popularidad entre los obreros. Estaba quemado como elemento útil a la causa nacional. Estaba quemado porque la contrapartida del culto a su persona era el culto del odio a él, que practicaban sus enemigos. La contrapartida del monopolio de la gloria estaba en el monopolio de la responsabilidad y de los ataques personales. En 1955 el culto a Perón solo beneficiaba a la oligarquía.
Pero el líder no tiene sustituto. Nunca lo ha tenido; no hay un solo caso histórico de líder de repuesto, de vice líder que en determinado momento lo sustituya. Este es el problema importante e insoluble del liderazgo absoluto.
Esta observación del desgaste de Perón es la constatación de un hecho, no la premisa de una solución. Perón no podía renunciar (Yrigoyen delego el mando en el vicepresidente y son eso no paro el golpe). Primero porque no tenia sustituto, segundo porque su renuncia no habría evitado el derrumbe del peronismo.
La ofensiva no se detendría con la cabeza de Perón. Anulado Perón el adversario querría también anular al régimen de Perón (como que ese era su fin) y le vendría mas fácil. Cualquier sustituto realmente peronista de Perón provocaría la continuación de la guerra. Perón estaba irremediablemente atado a su puesto. El líder muere o cae, pero no renuncia. El destino del país estaba en sus manos pero nadie puede predecir si su resolución, aunque fuera la mas adecuada, hubiera modificado o no, el curso de la historia. Renunciamos a profetizar el pasado y a la pedantería de pretender saber exactamente que debió hacer y cual habría sido el resultado. Eso si, nos parece evidente que la posibilidad peronista, sin aventurar su resultado, consistía en retomar la iniciativa, en lanzarse a una vigorosa ofensiva en todos los frentes. Había que conocer la realidad e idear el antídoto, para cada aspecto de la acción adversaria. Nos parece también que las bases debían ser estas:
Renovación total de los equipos administrativos y de conducción estatal y partidaria.
Jerarquizar a un grupo de hombres insinuándolos como posibles sucesores. Dar la sensación de poder compartido e institucionalizado.
Despersonalización de la propaganda, poniendo el acento en la obra realizada y en la ideología.
Reconocimiento de los errores cometidos, de los verdaderos errores, individualizar y castigar a los funcionarios deshonestos.
Una acción espectacular en este orden habría sido su ofensiva de propaganda inteligente, exponiendo la obra peronista, y desenmascarando las intenciones adversarias, describiendo las consecuencias de una posible caída del régimen.
Darle vida a los organismos partidarios promoviendo el debate y la critica interna. Libertad de prensa y al mismo tiempo enérgica represión de la conspiración.
Fusilamiento de los principales responsables del bombardeo aéreo, pero ineludiblemente en el marco de una acción total, no como medida única ni aislada. De lo contrario habrían sido contraproducentes y habrían fortalecido la imagen de la pregonada “tiranía”.
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La Pacificación
En Julio Perón hace un llamado a la pacificación. Quiere exhibir nobleza y magnaminidad. No capta la agresividad y la firmeza del adversario. No percibe la intensidad del odio que le profesan. No mide el absolutismo de la oposición económica, ni la realidad de su deterioro personal. El conflicto religioso y sus excesos de lenguaje le han creado un complejo de culpa. Y quiere apaciguar. Quiere conciliar. Quiere aplacar a un adversario que esta animado de una decisión irrevocable. Perón es superado y entra dócilmente en el juego del enemigo que es al mismo tiempo el autor de la guerra y de la “pacificación”.
Su psicología ha sido muy bien estudiada. Narciso no tiene cualidades de tirano. No tiene la dureza, la impiedad de un Lenin o Stalin. No tiene la mística de un Hitler o un Fidel Castro, ni el temple de un Rosas, ni la guapeza bravía de un Quiroga. Noe es capaz de sacrificar las vidas humanas por una idea, como los revolucionarios franceses, ni a un destino personal como Napoleón. Ni es capaz de sacrificarse a si mismo luchando o con un suicidio arrogante como el de Getulio Vargas. Ni siquiera tiene la petulancia de Arturo Frondizi.
No, Perón, sensual, hedónico, se moverá al estimulo del perfume de incienso de la adulación; cuando eso le falte, cuando todo se vuelva dramático y adusto se sentirá desfallecer.
Perón estaba asustado, impresionado por el bombardeo y por el hecho de que el adversario lo llevara a un planteo bélico. Y su llamado a la pacificación era u signo de debilidad, no por insuficiencia d razones ni por falta de medios de defensa, no. Le sobraban razones y fuerzas militares; era una debilidad psicológica y espiritual la suya, era la debilidad de un hombre que no puede ajustarse a las circunstancias y que no puede pensar ni actuar en términos de dramaticidad. Perón escapa a la invitación al drama. Hemos dicho en “Mártires y Verdugos” que vive mentalmente en un mundo de juguete y se siente el Peppone que debe enfrentar a Don Camilo, severo pero bondadoso. Perón no destruyo a la oligarquía porque no era hombre capaz de destruir. La atacó, pero psicológicamente la necesitaba. Como Cesar necesitaba a Pompeyo, como Don Quijote de los molinos de viento. La necesita como dialogante para la representación de su papel. Pero a su dialogante le han dado de pronto arrebatos demoníacos, y ha cubierto Plaza Mayo de cadáveres. Anteriormente había cubierto el país de calumnias, de falsedades, de leyendas. Pero eso a Perón no lo conmovía; hasta le parecía una fase natural del juego que ambos, Perón y oligarquía, desarrollaban. Las calumnias y difamaciones de la oligarquía eran la contrafigura, la replica relativamente lógica de  la predica y las realizaciones de Perón y de su lenguaje combativo e incitante. A mayor reforma social mayor dosis de calumnias, para repudiarlas, desfigurarlas o negarlas. A mayores incitaciones antioligarquicas, mayores incitaciones antitiranicas. Así era el juego. Perón suponía que siempre seria así, que nunca desbordaría esa fase. Y ahora de pronto el adversario rompe las reglas, pone en escena a la muerte y lo enfrenta con la realidad de los cadáveres y del fuego mortal. Plaza de Mayo poblada de cadáveres es la contrafigura siniestra de Plaza de Mayo poblada de voces y gritos entusiastas. Le han matado a la multitud, le han silenciado el coro. Por donde subía el incienso alentador, vivificante de la adulación, sube ahora el olor a carne putrefacta. A un Perón lleno de vida le han mostrado el cementerio.
Para colmo el adversario, ese mismo adversario que ha quemado viva a la multitud en la plaza, ese adversario que un año después demostrara hasta que punto es capaz de sembrar la muerte alevosa y organizada, le hace la burla inmensa de llamarlo “tirano sangriento”. ¡A él, que es capaz de ponerle su nombre a todas las calles del mundo pero es incapaz de dirigir una matanza, de firmar una muerte!
Ese adversario que ejercerá la tiranía en nombre de la libertad, ensangrienta al país llamándolo sangriento. Le transfiere su criminalidad. Perón no podrá en ningún momento superar esta inteligencia del adversario. Su falta de mística y su abrumadora vanidad lo limitan, le impiden que sus insuficiencias sean cubiertas por otros. Eliminada la imagen del 17 de octubre, destruida la multitud como factor político, Perón esta perdido. El adversario demostrara una amplia superioridad, un dominio absoluto del campo de juego. Impresionado e intimidado, ofrece entonces la “pacificación”, actitud equivoca y estéril que es el comienzo de su capitulación. La “pacificación” será el caldo de cultivo de la victoria oligárquica; la victoria que no obtendrán en la guerra la obtendrán con la “pacificación”. (Similar al destino argentino de ganar las guerras y perder las paces).
¿Qué es la pacificación?… Este concepto tiene históricamente un significado cínico y policial, que es el que se registra con mas frecuencia, que consiste en destruir a los agitadores, no la causa de la agitación, mediante el terror, el castigo, o la eliminación lisa y llana. Durante la guerra de la independencia España mandaba expediciones a “pacificar” las colonias. Inglaterra “pacificaba” a la India con bombas, balas y arrestos en masa. Mitre organizaba expediciones militares para “pacificar” el interior. Y ya sabemos que significaba “pacificar a los indios”.
Y hay también un segundo significado de pacificación, moral, difícil y escaso que consiste en eliminar las causas de la contienda y no a los contendientes, acercarse psicológicamente al adversario, eliminar factores irritativos, renunciar en parte a los propios objetivos para acercarse a los del adversario. En fin, contemporizar con miras a comprender, y a unir.
La pacificación a la que se refería Perón era indudablemente esta. ¿Y qué ofrecía como prenda de paz? La cesación del estado revolucionario, la normalidad administrativa, la vigencia estricta y leal de la Constitución. Implícitamente reconocía Perón que el país no había vivido en un régimen de normalidad institucional estricta y prometía instaurarlo. Pero eso significaba la consolidación y estabilización del peronismo y contra esa posibilidad se alzaba el adversario. El antiperonismo no podía aceptarlo, su propósito era destruir al peronismo y eventualmente ejecutar su propio plan de “pacificación”, el de la pacificación policíaca. Por ahora solo le interesaba la “pacificación” como elemento de desarme espiritual del peronismo, luego la querrá para su propia consolidación.
A un enemigo que inicia la guerra ofrecerle la paz es concederle la mitad de la victoria. La “pacificación” anulaba la posibilidad de lucha, acentuaba el desarme espiritual frente a un enemigo aguerrido, exageraba el peligro de una guerra civil y daba sensación de culpabilidad.
¿Podía ser esta la respuesta al bombardeo?…
Perón y el peronismo habían sido muy bien estudiados por la oligarquía y su ofensiva parte de dos descubrimientos: la incapacidad de Perón para encarar otra política que no fuera la política de masas, y su ausencia de mística. Si el objetivo del bombardeo había sido el desarme espiritual de los obreros, Perón secundaba el propósito con la oferta de paz.
Acaso el desarrollo del conflicto religioso, con su lenguaje torpe y ofensivo, la picardía de la bandera quemada, la certeza de tener colaboradores venales y corruptos le habían creado un complejo de culpa que presionaba subconscientemente para promover actitudes conciliatorias.
El antiperosnismo había abierto las hostilidades, había iniciado la operación derrocamiento y no la iba a suspender por ofertas de coexistencia ya rechazadas anteriormente. Antes cada oferta de paz le parecerá un síntoma de debilidad y le alentara a seguir la lucha hasta la victoria final.
A la oferta de paz los dirigentes antiperonistas contestaran con un recitado de exigencias, sin ofrecer de su parte absolutamente nada. Los más honestos no creen en la posibilidad de una solución conciliatoria y los que conspiran se dedican a asesinar policías, para mantener el clima también.
Mientras esto sucede en la cúspide ¿qué pasa en la base?… El país esta fatigado de tantos años de tensión, y desea la paz, la paz a toda costa. La desean peronistas y antiperonistas. Y como la imagen de insensibilidad se ha transferido de Perón a sus adversarios, piensan, a veces razonadamente, y otras inconscientemente, que la solución esta en la caída de Perón. No existe la conciencia mayoritaria del enfrentamiento ideológico y económico-social. No se enfrentan dos sistemas, dos concepciones, dos mundos. No se ve el intento retornista del régimen sepultado (pero no muerto) por la revolución del 17 de octubre. No se ve el incuestionable fondo de revancha social, de lucha de clases, que domina la situación, ni los peligros de derrumbe nacional que hay en el buscado derrumbe del peronismo.
Todo gira aparentemente en torno a Perón. Es una lucha entre el “que grande sos” y el “que tirano sos”. Para muchos el peronismo solo consiste ene. Culto a Perón, las coimas, los negociados, el despotismo, y eso es lo que piensan que “caerá”. Piensan que es la lucha entre la marcha peronista y la marcha de la libertad. Hasta los comunistas se alinean asi, en una postura netamente antimarxista y chapucera. Pero Marx no ha existido en vano. Y cualquiera sea la posición frente al marxismo, hay que convenir de que sin Marx es hoy absolutamente imposible entender la historia. Aunque es frecuentemente que los marxistas, por abuso de doctrina, lo obscurezcan todo al ignorar el alma humana y los factores espirituales. Una minoría ve con claridad y se muerde impotencia. Hay en la situación elementos de fatalidad que la hacen dramática. A esa altura ni peronismo ni antiperonismo pueden modificarse. Y la revolución contra el peronismo triunfara por no poder realizarse la revolución dentro del peronismo.
El país ansiaba la paz, la serenidad. La oligarquía tiene la gran habilidad de perturbar para aumentar esa ansia de paz, de crear tensión, para luego presentar la tensión como causa de la insurrección. Y no tendrá sobre Perón un triunfo militar. No ganara la guerra. Ganara la “pacificación”. Volverá al poder escondida dentro del caballo de Troya de la “pacificación”. En ningún campo puede ganar una guerra abierta, ni en el militar, ni en el electoral, ni en el ideológico. Puede sí ganar en el campo de la tramoya, del embrollo, de la acción psicológica. Y gana.
El país ansiaba la paz, la serenidad. La oligarquía perturba, agita, para aumentar esa ansiedad. Crea la tensión para luego presentar la caída como una necesidad para la distensión y la normalidad. Una de las causas que invocara para la arremetida final del 16 de septiembre será la de “pacificar” el país.
Sobre la base de la incapacidad de Perón para despersonalizar al peronismo y hallar nuevas técnicas, nuevos métodos de acción política; sobre la convicción de que la modalidad peronista ha perdido eficacia, y sobre la base de la ausencia de crueldad en el carácter de Perón y su falta de beligerancia, la oligarquía prepara sabiamente las condiciones de su batalla final. La natural propensión a la paz y la tranquilidad del pueblo será estimulada con un clima de tensión y de violencia para crear la necesidad de la pacificación, para hacer aparecer a Perón como causa de su estado de tensión y por consiguiente su eliminación como el único remedio, la única solución para volver a la normalidad.  Perón al ofrecer la paz entraba en ese juego. El terreno de la pacificación era el de su derrota, era el de su propio desarme espiritual frente a un adversario cada vez mas aguerrido.
El ansia de paz es el sentimiento dominante en la población, lo mismo que cierta convicción sobre la práctica de un despotismo vano y la idea de la corrupción administrativa.
Perón esta desarmado porque se ha extinguido el efecto psicológico del 17 de octubre y el culto a su persona no puede recrearlo. Por eso el peronismo se vuelve anacrónico, aburrido, ineficaz. Aburrida la propaganda, aburrida la amenaza de la fuerza popular, aburrida la apología. El peronismo, como ideología reformista, no como sistema social, no como régimen económico, el peronismo político  psicológico ha envejecido. Ha envejecido su frágil estructura espiritual. Ha envejecido la “picardía” de Perón y su vanidad, su egolatría, a la cual desgraciadamente esta atado el régimen. Ha envejecido la política de masas como política exclusiva, la cual puede darse únicamente acompañada del terror. Otros ególatras duraron veinte o treinta años en el poder, pero eran tiranos. Perón no lo era, y porque no lo era pudieron voltearlo a los nueve años. A Hitler le iban a bombardear Berlín sus propios aviones. Y de haberse dado el absurdo de que sucediera, los hubiera fusilado a todos y no hubiera sobrevivido un Zavala Ortiz para darse corte.
A esa altura el peronismo había perdido totalmente la adhesión de la clase media y la idea de la pacificación se alimentaba en la observación, exacta, de que el país estaba dividido en dos. Había un nudo que cortar. Con la espada o con la inteligencia. A Perón faltabale el valor para la espada y la sabiduría para la inteligencia. La visión de la guerra civil, que el crecimiento del antiperonismo convertía en una amenaza real, lo abrumaba. Con una mayoría absoluta no habría guerra civil sino guerra de policía. Con el país dividido en dos, sí. En cambio la oligarquía se sentía alentada por la personalización de la lucha y la perspectiva del derrumbe del bando adversario con la sola eliminación de un hombre. La propaganda peronista, estereotipada, ya no impactaba más; en cambio sí impactaba la propaganda adversaria, renovada con el ingrediente religioso, incluso en el seno del peronismo.
La idea de la corrupción administrativa y la de la falta de libertad se habían inflado enormemente, hasta hacerse gigantescas, obsesionantes, ineludibles, hasta adquirir el carácter de hechos aceptados e indiscutidos. Ese mismo clima preludio la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930. Un hombre con su carácter diametralmente opuesto al de Perón, austero y sobrio, y con mística liberal, fue igualmente tildado de tirano y de presidir un régimen de corrupción, de una corrupción casi preapocalíptica.
El peronismo no demostraba vitalidad. No había manifestaciones espontáneas en su defensa, ni peleas callejeras ni agitación popular. Las invocaciones al pueblo, a fuerza de repetirse una y mil veces, sin necesidad y sin consecuencias, habían perdido eficacia, fuerza de convicción. Mil veces se había citado al pueblo, se le había excitado, para luego recomendarle que fuera “del trabajo a casa y de casa al trabajo”.
El líder revolucionario, en definitiva, acaso por el militar que llevaba adentro, terminaba siempre invocando el orden y la disciplina. Por otra parte, la desgraciada conducción autoritaria y vertical rígida del peronismo había anulado toda espontaneidad. No solo faltaba libertad para la crítica; también faltaba libertad par el aplauso. Porque no había otras manifestaciones que no fueran previamente organizadas por los altos mandos de la C.G.T. y el partido. Todo reglamentado. Y lo curioso y paradojal es que la victima de esta “dictadura” es el propio peronismo, no sus enemigos. Así se producía este hecho sorprendente: que gozara de más libertad el antiperonismo que el peronismo. Por todo esto, en el momento decisivo Perón no contaba con el respaldo y la colaboración de una poderosa organización política. Y lo que era un problema colectivo, se convertía en problema personal. Mucho problema para un solo hombre y mas cuando ese hombre no tiene la energía, la mística de un verdadero luchador político y el valor de llegar al sacrificio de si y de los demás en defensa de una causa. Perón quería seguir jugando al 17 de octubre cuando ya entraban a jugar las ametralladoras.
* * *
El peronismo no solo afecto a la oligarquía, sin eliminarla, sino también a la clase dirigente argentina, sin tampoco eliminarla. Conservadores, radicales, socialistas y comunistas, vieron en el peronismo, no al rival con quien compartir el poder o alternárselo, sino al enemigo frustrador de todas sus esperanzas y posibilidades. El peronismo los condenaba a vegetar.
No los destruía ni les daba posibilidades de éxito; tampoco les ofrecía perspectivas de integración, pues el culto hacia que en el peronismo no hubiera cabida jerárquica para nadie. Por eso eran todos enemigos absolutos; tanto el conservador Solano Lima, como el izquierdista Frondizi. En sus planteos públicos, en sus actitudes y lenguajes ignoraban el trasfondo social del problema que enfrentaba el país. Por lo general solo hacían referencia al especto político, justamente aquel en que el peronismo era débil y vulnerable a la crítica. La crítica económica carecía de seriedad. ¿Cómo se producía esta ceguera real o fingida?… Nadie por cierto discutiría la doctrina de la justicia social, nadie impugnaba la soberanía popular -esencia de la democracia-, nadie se oponía al desarrollo industrial. Simplemente lo negaban. Negaban que el país avanzara; que se hubiera elevado el nivel de vida. Negaban el ascenso social, económico y político de los trabajadores. Todo eso era demagogia, apariencia. Los obreros eran engañados, el nivel de vida “ficticio”, el desarrollo industrial carente de base. La inflación había descapitalizado y empobrecido aun a quienes aparentaban haber prosperado y poseer mas bienes. Todo era pura apariencia, producto del increíble poder de seducción de Perón y de su propaganda (¡justamente de su propaganda!) Y si alguna cosa positiva no se podía negar, o bien era obra “de los tiempos”, o bien un beneficio circunstancial de osadas violaciones a las sacras leyes de la economía que abreve plazo nos castigarían fulminándonos con una implacable miseria. Perón carecía de ciencia. Porque en este republica todo progreso es hereje y ficticio. Y solo la miseria es científica, ortodoxa y real.
Cada vez que adelantamos transgredimos las leyes del universo; cuando vegetamos estamos en regla, cumplimos con todos los principios, doctrinas y ciencias.
Jamás admitieron ni como legitimo ni como real el papel revolucionario del peronismo. Las escuelas creadas carecían de valor porque en ellas se enseñaba que Perón era un prócer. Sarmiento construyo dos escuelas y se convirtió para toda la eternidad en “el gran Sarmiento”. Perón construyo miles de escuelas y por creerse “el gran Perón” era un miserable.
Hasta las obras materiales, aquellas que por estar hechas de hierro, ladrillo y cemento parecerían imposibles de negar, eran consideradas simples recursos propagandísticos. No contaban las obras sino el cartel “Perón Cumple” con que eran adornadas; las obras eran un pretexto para colocar el cartel, o un pícaro recurso para mantener la plena ocupación de la mano de obra. Como en la filosofía de Berkeley, nada era realidad y todas visiones provocadas por un taumaturgo hipnotizador de multitudes. Era sí “real”, la “ruina” del campo por la emigración de los “cabecitas negras”.
Si todo el progreso era ficticio, si el mismo pueblo que llenaba Plaza de Mayo y aplaudía, y gritaba “la vida por Perón”, o sea el presunto beneficiario del peronismo era victima de un engaño. Si el país se estanco, el campo se arruino por abandono, y la industria estaba destinada a desaparecer por carecer de fundamentos económicos, etc., ¿Por qué habría de soportarse el despotismo de Perón?…¿Por qué admitir su liderazgo?… ¿Con qué justificar los homenajes?
Si la revolucionaria reforma bancaria que posibilito tantas realizaciones, no era mas que “el robo de dinero de los particulares por el Estado”, según dijo en su discurso de respuesta Luciano Molinas, ¿qué había de positivo en el peronismo?…
Sobre esa base de negación era estéril el dialogo, imposible la  convivencia, ilusoria la pacificación. No hay pacificación sin aproximación, sin esfuerzo de comprensión. El acercamiento entre peronismo y antiperonismo debía partir del reconocimiento de la obra peronista, para luego señalar las deficiencias. En ninguno de los discursos que se pronuncian como respuesta al llamado presidencial, se le reconoce al peronismo ninguna obra efectiva.
Perón, por su parte, omite un examen de conciencia una necesaria autocrítica. Y asi, en ese trimestre decisivo, el forzado dialogo entre peronismo y antiperonismo parece un dialogo entre sordos. Cada cual habla de lo suyo e ignora olímpicamente al adversario.
El peronismo le esta pidiendo a la oposición que le permita consolidarse, que acepte el hecho consumado de la revolución popular, a cambio de lo cual ensanchara la legalidad y perfeccionara la libertad política. El antiperonismo, instrumentado por la oligarquía, solo piensa en la destrucción del peronismo, y las dificultades de este, solo sirven para excitar sus ambiciones. No medita en términos nacionales sino partidarios. Las consecuencias nacionales de la probable caída del peronismo no le preocupan. Solo ve la perspectiva de la sucesión.
Eje de esta conducta es el partido conservador, lo cual tiene su lógica.
No la tiene con tanta, en cambio, que partido populares y políticos d izquierda hayan entrado en ese juego y se hayan alineado de acuerdo al esquema político y moralista trazado por la oligarquía, en vez de ahondar en la realidad económico-social.
El partido socialista, híbrido trasplante del socialismo europeo, partido sin alma nacional, sin comprensión telúrica, esta obturado por: a - su falta de base obrera; b - su adhesión al liberalismo económico.
El partido radical, principal aglutinamiento de la clase media por el rencor y los celos hacia la clase obrera y por su sentimiento de partido desplazado.
Los comunistas y los principales núcleos de izquierda, que miran al país desde el universo y no al universo desde el país, por su empacho de materialismo histórico, que frecuentemente no les hace entender nada de nada.
La perspectiva de la caída de Perón los llenaba de esperanzas a todos en cuanto a la posibilidad personal. Era, en definitiva, una clase dirigente, mediocre y arrinconada, que esperaba su hora y servia de instrumento a los intereses económicos.
Agradecemos a Diana Ferla (hija de Salvador) por acercarnos este material inédito.
Texto gentileza de Pensamiento Nacional

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