LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 24 de septiembre de 2011

Los fanáticos neutrales tardíos

Por Orlando Barone Relatos | Antirrelatos | Extravíos | Ella
Galasso escribe distinto. Comienzo esta calle bien ubicado en el día de la primavera. Lleno de flores, no de los floreros sino de mis jardines internos. Aún me quedan. Anoche terminé de leer el primer tomo de la Historia de la Argentina, de Norberto Galasso. Todo se lee ahí distinto: San Martín, Güemes y Artigas; Rivadavia y Mitre. Es una historia que no cuenta Billiken. Y eso la hace más cierta. Comprendo que un historiador, como un periodista, no es neutro; y gracias al libro de Galasso perdí mi complejo de ignorante, ya que por largo tiempo me acomplejaba no entender por qué no me atraía el famoso Halperín Donghi. Ahora lo sé. No es que asocie la primavera a la cultura, pero por algo será que la priorizo en esta crónica. Continúo con el filósofo y epistemólogo Mario Bunge, de larga residencia académica en Canadá, y discutidor, con argumentos, del psicologismo y el diván. “Superstición de psicólogos ignorantes e irresponsables”, ha dicho sin psicoanalizarse. A él también lo discuten los que creen en la interpretación de sueños y pesadillas. Algunos con malas palabras. Esta vez, la destinataria de Bunge fue la política. En su conferencia del otro día en la Legislatura de la Ciudad dijo: “Yo reconozco, aunque tardíamente, los méritos del peronismo…”. Ese “tardíamente” reconforta y debería dar esperanzas a muchos que se demoran. Bunge tiene noventa y dos años; otros se murieron longevos sin alcanzar esa sabiduría tardía. Y hay quienes, aunque viviesen más de una vida, jamás conseguirían reconocerlo. Sobran napas profundas de antiperonismo más extremo que el trotskismo maoísta gurka (si esto existe), y eso es hablar de dureza. Por esto asumo que mis padres se reconocieron peronistas hace más de sesenta años y se mantuvieron peronistas hasta su muerte, y yo, el hijo, para hacer lo mismo que ellos tuve que esperar a la edad en que ya era abuelo. Tardé por falta de recursos intelectuales. Aunque con más de dos décadas de ventaja que Bunge, y eso que él es un sabio. Es que el peronismo es difícil porque es fácil. Como si alguien ahora se empeñase en entenderlo a partir de la unión entre Francisco de Narváez y los Rodríguez Saá, para no agregar cosas arduamente polémicas. Y no digo nada sobre Felipe Solá: me contengo. Es un antiguo vecino del barrio que episódicamente se desorienta y se pierde por las calles donde justamente no debería desorientarse. Cada tanto lo reorienta una luz de almacén; y medio a los tumbos vuelve. No será el único, ni el último. El peronismo suele producir espejismos que tientan a beber de otros pozos de agua que son pozos de arena. Ya con sed de morirse, los sedientos, que se tentaron de espejismos, vuelven al pozo original: el de agua. Por suerte, con lucidez contemporánea hay quienes creen que la “K” vino a aclarar todo. Al agua clara. Y que el que hoy se extravía es porque quiere. Aunque no sé qué pensará de esto José Pablo Feinmann porque el otro día en el canal Encuentro le oí decir que el pensador más lúcidamente peronista que hubo fue John William Cooke. Que fue superior a Jauretche, a Scalabrini Ortiz, a Hernández Arregui, etcétera. A todos. Y dijo más: “... que Cooke solamente podría compararse con un Jean Paul Sartre”. Me atrevo a una ironía: ¿Y Juan Pablo a quién podría compararse? A Beatriz Sarlo y a Santiago Kovadloff seguro que no. A mí, más básico y rupestre, quien me hizo repensar otra vez acerca del concepto de “hegemonía” fue Hugo Caligaris; otro que, sin ser filósofo, intenta hacer reír en el diario La Nación, y ni siquiera consigue superar a Nik. Nótese la limitación. El sábado pasado, Caligaris escribía en su columna: “Cada vez es más difícil ser opositor. Los que hasta ayer parecían tan convencidos como nosotros ahora dicen, ‘Sí, pero’... Esta sensación de soledad, ¿no la experimentan también ustedes? Repito: ¿No se sienten cada vez más solos?...” Si tan solo se siente, tan opositor solitario, ¿para quién escribe su lamento? Debe ser una pesadilla reconocer en un diario “recontraopositor” que ya casi no quedan quienes se opongan. Pobre periodista Caligaris. Si al menos hubiera asistido a la charla de Bunge podría tener alguna esperanza para más tarde. Pero impaciente, fanáticamente neutro, y sin esperar, él mismo se la inocula sin ninguna vergüenza. Y así continúa escribiendo con gracia antiperonista: “No bajemos los brazos. Todo pasa en política: nada es eterno. Lo mismo que ocurrió con aquel ¡A triunfar, a triunfar! con que Menem solía terminar sus discursos, ocurrirá con este Frente para la Victoria”. Me pregunto: ¿cuánto le falta al autor de esta gracia para jubilarse? Nada es eterno; ni ser columnista. Y toco madera: porque cada día surgen jóvenes con más talento y menos dubitaciones. Eligen darse cuenta antes, para no tener que padecer un reconocimiento tardío. Hay muchas historias truculentas de la Recoleta, que cuentan acerca de ataúdes golpeados desde adentro. Tum, tum, suenan lóbregos. ¿No serán de gorilas arrepentidos post mortem queriendo dar cuenta de su tardío reconocimiento hacia el peronismo? Por mi parte, inmodestamente, espero que la Presidenta me reconozca en menos tiempo. Le envié a la Casa Rosada un ejemplar de mi flamante libro, Letra bárbara (Periodismo sucio, público sublevado), con esta dedicatoria: “A la Presidenta, gracias”. Si le agregaba “muchísimas” hubiera lucido algo obsecuente. Y debajo estampé mi firmita. ¡Si al menos la leyera! Es una mirada de apenas un segundo. Claro que sus segundos no son los de cualquiera. ¿Cómo se hace para estar en menos de un día en una tribuna de madera de un pueblo del Norte del país o de un barrio del conurbano, y pasar a un estrado en París u otro en Nueva York? No debe ser fácil saltar de hablar con una madre que recibe la asignación por hijo a una platea de las Naciones Unidas y exponer sobre imperialismo y colonialismo. Pero con un avión al servicio personal, y sin hacer la fila del check in, es fácil. No cometeré el desatino de sorprenderme por saber cómo logra entre esos vértigos no perder su belleza, sino acentuarla. Ah, me dirán, ¡con la plata que tiene! Así cualquiera. ¿Y cómo consigue ella enhebrar entre un trance y otro discursos con temas diferentes, auditorios distintos, geografías antagónicas? Google sirve para todo. Uno aprieta una tecla o dos y se abre de par en par la biblioteca de Alejandría antes de incendiarse, WikiLeaks en attaché, y el Aleph del sótano de la casa de la calle Garay, en Constitución, del cuento de Borges, desde donde se ve el universo. Entonces, uno ante la computadora se pregunta: ¿cómo hizo Cervantes en la cárcel, con una mano sola, con una luz de vela miserable, cagándose de frío, con las hojas de papel húmedas, corregidas y manchadas de tinta, sin poder consultar ninguna duda a Wikipedia ni preguntarle a un amigo por BlackBerry, para escribir Don Quijote? Es fácil. Era un genio. Así cualquiera. Además, quién sabe si todo eso es cierto. Por eso, me conformo, y hasta bailo en una pata, con escribir cada semana “Por la calle”.

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