LA ALEGRÍA PERONISTA

domingo, 3 de abril de 2011

Una transferencia regresiva de recursos entre las clases.

Publicado el 3 de Abril de 2011
El congelamiento de haberes los primeros meses del proceso y una fuerte inflación modificaron drásticamente el reparto de los ingresos. En los ’90 el desempleo llevó al 50% de la gente a la pobreza.

El salario real ha llegado a niveles excesivamente altos en relación a la productividad de la economía”, sostenía el ministro José Martínez de Hoz al momento de asumir sus funciones en 1976, resumiendo en una frase lo que sería la propuesta y el sentido de su plan económico en relación a los salarios. El congelamiento y control de los salarios nominales redujo la participación de los mismos en el ingreso nacional desde el 45% de 1974 al 26% en 1983. De igual modo, el aumento del desempleo fue uno de los motivos que generó mayores consecuencias regresivas en la distribución del ingreso. Durante los ’90, el 20% de la población de mayores ingresos incrementó un 3,2% su participación a costa de todo el resto.

En el período comprendido entre 1976 y 2001, la Argentina experimentó fuertes cambios en la distribución de la riqueza. Las políticas erráticas del neoliberalismo explican este aumento de la desigualdad. La trayectoria, sin embargo, no fue lineal. Entre mediados de los ’70 y principios de los ’80 la desigualdad se incrementó fuertemente. Durante los ’80, a pesar de la tendencia hiperinflacionaria, la distribución del ingreso se mantuvo estable. Pero ya, a finales de esa década y hasta la crisis de 2001, los niveles de desigualdad se incrementaron notablemente.

La estrategia en la distribución intersectorial del ingreso consistió en transferirlo desde las actividades urbanas e industriales a las agropecuarias, a través de una progresiva reducción de las retenciones a las exportaciones. En realidad, esa transferencia se dio desde bienes transables internacionalmente, como manufacturas y bienes primarios diversos, sujetos a la apertura de la economía y la sobreevaluación cambiaria característica de ambos procesos, a bienes no transables, como los servicios, sin competencia del exterior en el mercado interno.

El brazo ejecutor de estas políticas fueron las dos medidas más emblemáticas de cada etapa: la “tablita cambiaria” y la Convertibilidad. La tablita, pensada para contener una inflación que entre 1975 y 1976 registraba un promedio del 566%, era esencialmente un sistema de devaluaciones prenunciadas para los empresarios para que estos supieran cómo y cuándo se iba a devaluar. Consistía en ajustes de la paridad muy por debajo del aumento de los precios internos y, consecuentemente, una sobreevaluación del tipo de cambio con serias consecuencias para la producción y el empleo, pero funcionales a la especulación financiera y la fuga de capitales.

En el mismo sentido, la Convertibilidad, también pensada para resolver el endémico problema inflacionario que hasta entonces tenía la Argentina, estableció un tipo de cambio fijo que restringía cualquier manipulación de política monetaria, en la medida en que la masa de dinero circulante debía estar respaldada por su equivalente en dólares en el Banco Central.

En consecuencia, el encarecimiento de la producción local y los costos laborales internos fueron progresivamente desmantelando el mercado de trabajo y llegó, en la crisis de 2001, a registrar un 25% de desocupación, casi un 50% de pobres y una brecha entre los sectores de más y menos recursos sin precedentes hasta entonces.

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