Por Orlando Barone |
Esta vez sí la palabra Apocalipsis con mayúscula no es una ligera y derrochada metáfora. No es el título de una película o alguna de esas leyendas del fin del mundo que se le atribuyen a nigromantes medievales. Tampoco son la violencia ficcional del cine de Kitano, o la del escritor Haruki Murakami. En Página/12, del miércoles 16, los dibujantes Paz y Rudy diseñaron esta sátira: un personaje con un diario ante sus ojos le dice a otro: “La prensa japonesa trata de mantener la calma e informar sin desatar el pánico”. Y el otro le responde: “Pobres…allá no tienen periodismo independiente”. Qué decir acerca de una catástrofe cuyo núcleo “nuclear” ha derramado esta duda monstruosa: ¿es la energía nuclear imprescindible? Si tomamos una copa de más y nos desatamos la lengua en una sobremesa de quincho podríamos ampliar el interrogante: ¿es imprescindible el ser humano? Por favor, no contesten rápido. No es igual una catástrofe en un desierto como el Sahara, con una densidad de población de desierto, que en un país abigarrado como Japón, en el cual conviven unos 340 japoneses por kilómetro cuadrado. Contextualicemos: aquí, en la Argentina, por kilómetro cuadrado convivimos quince habitantes. No se trata de decirse folclóricamente que es una suerte pertenecer a un territorio más ajeno a provocaciones geológicas y más primitivo respecto de evoluciones de alto desarrollo tecnológico. Porque nos hace tan felices el twitter y el Blackberry como mojarnos los pies en un arroyo traslúcido de montaña todavía no contaminado o pasear por un bosque que aún no ha sido talado. El desastre desplazó con un manotazo nuclear al acontecimiento histórico del Oriente Medio sublevado. Ya hay críticas a Japón. La tragedia lo pone vulnerable y se agita la pregunta: ¿no son tan eficientes como se los consideraba? ¿No aprendió bien Japón las lecciones atómicas? Es lo de siempre, hacer leña del árbol caído. No es cuestión de desenterrar a Jean-Jacques Rousseau después de tres siglos. “El hombre -decía- se ha alejado de un estado de Naturaleza originario y se ha vuelto egoísta, colocando su bienestar particular y su propiedad privada por encima del bien común…” Y eso que todavía ni se había consagrado la revolución industrial ni la Revolución Francesa. Pero, ¿cómo volver hoy atrás si ni siquiera parece haber adelante? Empiezan a abundar las profecías. Quienes ven la ira de la naturaleza contra la depredación de los hombres. ¿Pero los hombres no somos también naturaleza? Leo en la clásica enciclopedia de los símbolos de los investigadores Chevalier y Gheerbrant lo siguiente: “La catástrofe, tanto en las obras de arte como en los sueños, es el símbolo de una mutación violenta, sufrida o buscada. Por su aspecto negativo es la destrucción, el fracaso, la muerte de sí mismo y del propio medio (…) Pero el estrépito oculta su aspecto positivo, que es el más importante (…) porque la catástrofe engendra su contrario y revela el deseo de salvación”. Estoy discurriendo, lo sé, alrededor de una tragedia que me reubica en ese lugar de la insignificancia de donde no deberíamos salirnos para sufrir menos cuando la realidad nos la refriega por la cara. Estoy en Buenos Aires con mi desayuno y las tostadas y veo el cielo soleado a través de la ventana. Esta noche veré por televisión el partido del seleccionado de fútbol. Mi computadora y la banda ancha funcionan; escucho música y dudo si compartir con el lector una frase extraordinaria copiada en el Palais de Glace en la exposición “Homenaje al Pensamiento y al Compromiso Nacional”. Pero elijo compartirla: fue parte del discurso de Rodolfo Puiggrós, rector de la Universidad de Buenos Aires, entonces llamada Popular, cuando en mayo de 1973 puso en funciones al decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Dijo: “Elegí para dirigir esta casa de estudios al abogado Mario Kestelboim porque es joven en una Facultad de viejos, porque es peronista en una Facultad de gorilas, porque ha sido defensor de presos políticos y aquí abundan los funcionarios de la dictadura, porque es un hombre de izquierda y esta es una Facultad de derecha y porque es judío en una Facultad llena de fascistas”. No se pregunten cómo llegué hasta Puigross, en una crónica basada en el infortunio de Japón. La mente humana es caprichosa. Al menos la mía. Me dio pena una declaración de la hermana Pelloni después de las elecciones en Catamarca. Dijo que tenía miedo “porque ganaron la corrupción y los Saadi”. |
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