LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 19 de marzo de 2011

No somos nada...

Japón / Interpretaciones / Rousseau / Puiggrós

Por Orlando Barone


Esta vez sí la palabra Apocalipsis con mayúscula no es una ligera y derrochada metáfora. No es el título de una película o alguna de esas leyendas del fin del mundo que se le atribuyen a nigromantes medievales. Tampoco son la violencia ficcional del cine de Kitano, o la del escritor Haruki Murakami.
Porque lo que está pasando en Japón ya no es el Apocalipsis tantas veces banalmente citado para calificar un mal resultado deportivo, un escándalo social o para exagerar un fracaso económico y político. Menos para charlatanear desde los medios informaciones contradictorias o inciertas, que si los medios no fueran charlatanes por naturaleza elegirían el silencio con conciencia.

En Página/12, del miércoles 16, los dibujantes Paz y Rudy diseñaron esta sátira: un personaje con un diario ante sus ojos le dice a otro: “La prensa japonesa trata de mantener la calma e informar sin desatar el pánico”. Y el otro le responde: “Pobres…allá no tienen periodismo independiente”.
Al principio del terremoto leí el siguiente título: “Ni Dios ni el Diablo: es la geología”. Me pregunté: ¿y la geología no depende de nadie, es autónoma? Hay un antiguo texto empírico que dicta: “Si las causas no existiesen, todo sería producido por todo y al azar”. Y aquí estamos ahora, lejos y cerca del lugar en el cual aquel Apocalipsis del Nuevo Testamento escrito hace dos mil años por un Juan al que presuntamente se identifica con el Evangelista.

Qué decir acerca de una catástrofe cuyo núcleo “nuclear” ha derramado esta duda monstruosa: ¿es la energía nuclear imprescindible? Si tomamos una copa de más y nos desatamos la lengua en una sobremesa de quincho podríamos ampliar el interrogante: ¿es imprescindible el ser humano? Por favor, no contesten rápido.
Cuántos, sino todos en Japón, en medio de este acontecimiento estarán pensando si un menor escalón de confort y de vértigo tecnológico no los hubiera aliviado de tanta consecuencia radiactiva.

No es igual una catástrofe en un desierto como el Sahara, con una densidad de población de desierto, que en un país abigarrado como Japón, en el cual conviven unos 340 japoneses por kilómetro cuadrado. Contextualicemos: aquí, en la Argentina, por kilómetro cuadrado convivimos quince habitantes. No se trata de decirse folclóricamente que es una suerte pertenecer a un territorio más ajeno a provocaciones geológicas y más primitivo respecto de evoluciones de alto desarrollo tecnológico. Porque nos hace tan felices el twitter y el Blackberry como mojarnos los pies en un arroyo traslúcido de montaña todavía no contaminado o pasear por un bosque que aún no ha sido talado.
Cuando uno goza la feliz consecuencia de una obra o de un acto científico no evalúa la probabilidad de un desenlace apocalíptico. Es la lógica en que se mueve el mundo. Japón es líder de esa lógica. Ya hay quienes olfatean una causalidad histórica entre aquella aterradora bomba atómica de Hiroshima y las explosiones e incendios que hoy se van sucediendo en la central nuclear de Fukushima.
“El barro sepulta años de progreso en Sendai” o “El cementerio del futuro japonés”, son frases que resumen los lamentos del mundo.

El desastre desplazó con un manotazo nuclear al acontecimiento histórico del Oriente Medio sublevado. Ya hay críticas a Japón. La tragedia lo pone vulnerable y se agita la pregunta: ¿no son tan eficientes como se los consideraba? ¿No aprendió bien Japón las lecciones atómicas? Es lo de siempre, hacer leña del árbol caído. No es cuestión de desenterrar a Jean-Jacques Rousseau después de tres siglos. “El hombre -decía- se ha alejado de un estado de Naturaleza originario y se ha vuelto egoísta, colocando su bienestar particular y su propiedad privada por encima del bien común…” Y eso que todavía ni se había consagrado la revolución industrial ni la Revolución Francesa. Pero, ¿cómo volver hoy atrás si ni siquiera parece haber adelante?

Empiezan a abundar las profecías. Quienes ven la ira de la naturaleza contra la depredación de los hombres. ¿Pero los hombres no somos también naturaleza? Leo en la clásica enciclopedia de los símbolos de los investigadores Chevalier y Gheerbrant lo siguiente: “La catástrofe, tanto en las obras de arte como en los sueños, es el símbolo de una mutación violenta, sufrida o buscada. Por su aspecto negativo es la destrucción, el fracaso, la muerte de sí mismo y del propio medio (…) Pero el estrépito oculta su aspecto positivo, que es el más importante (…) porque la catástrofe engendra su contrario y revela el deseo de salvación”.
Suena a ingenuidad este pensamiento si se pone uno en el lugar de los “catastrofiados”: quienes ya no están, y quienes están doliéndose o escapándose. Solo transcribo la cita como parte de tantas interpretaciones humanas.Por supuesto, inestables.

Estoy discurriendo, lo sé, alrededor de una tragedia que me reubica en ese lugar de la insignificancia de donde no deberíamos salirnos para sufrir menos cuando la realidad nos la refriega por la cara. Estoy en Buenos Aires con mi desayuno y las tostadas y veo el cielo soleado a través de la ventana. Esta noche veré por televisión el partido del seleccionado de fútbol. Mi computadora y la banda ancha funcionan; escucho música y dudo si compartir con el lector una frase extraordinaria copiada en el Palais de Glace en la exposición “Homenaje al Pensamiento y al Compromiso Nacional”.

Pero elijo compartirla: fue parte del discurso de Rodolfo Puiggrós, rector de la Universidad de Buenos Aires, entonces llamada Popular, cuando en mayo de 1973 puso en funciones al decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Dijo: “Elegí para dirigir esta casa de estudios al abogado Mario Kestelboim porque es joven en una Facultad de viejos, porque es peronista en una Facultad de gorilas, porque ha sido defensor de presos políticos y aquí abundan los funcionarios de la dictadura, porque es un hombre de izquierda y esta es una Facultad de derecha y porque es judío en una Facultad llena de fascistas”.

No se pregunten cómo llegué hasta Puigross, en una crónica basada en el infortunio de Japón. La mente humana es caprichosa. Al menos la mía. Me dio pena una declaración de la hermana Pelloni después de las elecciones en Catamarca. Dijo que tenía miedo “porque ganaron la corrupción y los Saadi”.
No somos nada.


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