La noticia política del año fue la muerte de Néstor Kirchner. No sólo por el impacto emocional que produjo su deceso, sino porque era uno de los líderes fundamentales del proceso iniciado en 2003; el otro es, por supuesto, Cristina.
Hernán Brienza se fue a Córdoba a disfrutar de sus vacaciones. Esta vez, si ustedes lo admiten, voy a encargarme del panorama político dominical. No es mi arte, ni lo que me hace sentir más cómodo, pero son tantos y tan grandes los aportes del amigo Brienza a este sueño colectivo llamado Tiempo Argentino, que lo menos que puedo hacer es intentar suplir con voluntad lo que a él le sale por puro talento. Allá vamos.
Es indudable que la noticia política del año fue la muerte de Néstor Kirchner. No sólo por el impacto emocional que produjo su deceso, sino porque era uno de los líderes fundamentales del proceso iniciado en 2003; el otro es, por supuesto, Cristina.
Difícil es saber qué tan grande es el vacío político real que Kirchner dejó como herencia. Si tomamos en cuenta el relato mañoso de los medios hegemónicos, Kirchner era una figura omnipresente, de ribetes casi despóticos, que manejaba a toda la Argentina desde un conmutador en Olivos. No había nada por encima, menos a la par, y todo lo que crecía por debajo eran súbditos adoradores del maltrato.
Esta imagen desbordada tenía como fin estigmatizarlo y deslucir, a su vez, a Cristina como presidenta. Las principales víctimas post mortem de este retrato son, paradójicamente, los mismos que ayudaron a construirlo. Para que se entienda mejor: cuando Clarín, La Nación y el Grupo A decían que Kirchner era “paranoico”, lo que estaban tratando de decir es que ellos eran impolutos psicoanalistas. Cuando repetían que era “fascista”, nos querían convencer de que Julio Cobos, Elisa Carrió y Eduardo Duhalde eran guerrilleros partisanos en combate contra Il Duce. Si el adjetivo utilizado para descalificar era el de “nazi”, su intención era que los viéramos como el ejército de los EE UU desembarcando en Normandía. “Corrupto” era el otro ataque permanente para que Luis Barrionuevo y el partido de la Banelco pasaran al bando virtuoso de Los Intocables.
Todas estas manipulaciones del sentido por vía del lenguaje y los símbolos, eficaces en la coyuntura de combate, se volvieron para sus autores una trampa troyana con la partida inesperada de Kirchner. Ya no tienen al adversario malicioso de diseño contra quien cargar. El enemigo mutó a una viuda, que atraviesa el duelo, reconciliada con multitudes que la reconocen en su liderazgo, fruto de la interpelación fulminante que fue la muerte de Néstor. La sociedad hizo un balance, y resultó positivo.
Por eso, no hay soledad más concurrida en la Argentina de hoy que la de todo este ejército anti K congelado en su propia estrategia de demolición total de un gobierno democrático. Son los niños expósitos en la discusión del poder político real. Quizá mañana, como gesto paternal, sean reconocidos por Héctor Magnetto con unas vacaciones en el Club Med. Mientras eso no ocurra, vagarán como almas en pena, añorando ser lo que Néstor Kirchner les permitía ser cuando vivía. La historia es otra.
Pero claro, el mayor interrogante tras la partida de Kirchner era qué iba a suceder con el gobierno de Cristina. La trampa del relato hegemónico era que, muerto Kirchner, el kirchnerismo agonizaba. Nada de eso pasó. Cristina gobierna, como lo venía haciendo, sin que la ausencia de marido, por dolorosa e irreparable que sea, haya afectado lo medular de su modelo de gestión.
Ni siquiera las operaciones salvajes por instalar un remedo de diciembre de 2001 con cortes de vías, tomas de parques, violencia en estaciones de tren y campañas de acción psicológica coordinadas entre punteros opositores y medios anti K pudieron sabotear la gestión oficial que, con sus más y con sus menos, sigue siendo muy parecida a lo que era. Lo que hace diez años fue una tragedia, esta vez resultó una comedia donde Julio Bazán ligó un piedraza en “la tercera guerra mundial” desatada en la canchita de 20x80 metros del Club Albariño.
Cristina sorteó los empellones con exitosa frialdad. Creó un ministerio nuevo, descabezó a la Policía Federal, reafirmó el abordaje antirrepresivo de la protesta social y, para sorpresa de algunos despistados, actuó con precisión de cirujano, sin agregar caos al caos ya prefabricado que originó las muertes en el Parque Indoamericano. Esas muertes están impunes. Sus autores mediatos son desconocidos. Pero hay suficiente información para castigar a sus mentores ideológicos. Que vayan poniendo sus barbas en remojo.
Volviendo a la resolución demostrada por Cristina frente al clima de beligerancia social fogoneado irresponsablemente por Clarín, el duhaldismo y el macrismo, hay que decir que de la 125 para acá, la presidenta dio un salto gigantesco. Y con ella, toda la sociedad democrática. Esto no es puesto en duda ni siquiera por sus críticos más enconados.
A otra cosa. Es difícil saber cómo se comportaban los Kirchner en la intimidad matrimonial. La leyenda cuenta que él era el armador político y ella el cuadro institucional. A esta altura, es un debate mitológico. Hoy, Cristina encarna ambos roles, y aunque esto desoriente a los muchos cuadros que el ex presidente alimentaba con el consejo o la orden, en el trato casi personal y hasta cotidiano, cualquiera que haya leído el discurso de la presidenta ante el Consejo Nacional del PJ habrá advertido que el rumbo se mantiene igual. No hay novedad doctrinaria ni redefinición de alianzas tácticas, y mucho menos cambios en la estrategia general. No por ahora, al menos.
Ocurre dentro del kirchnerismo, sin embargo, algo parecido a lo que sucede con la oposición. No todo es lo mismo en el vientre del singular movimiento que respalda el modelo nacional y popular. Pese a estar en el siglo XXI, a algunos los anima la idea de que es el hombre el que tracciona y la mujer la que acompaña. La inesperada salida de escena de Néstor puso a Cristina en situación de jefa, incluso de aquellos a los que les cuesta digerir estos asuntos en su propia vida hogareña. Esta incomodidad se refleja en críticas del tipo: “A Cristina la bancamos, pero con Néstor nos entendíamos mejor.” Tendrán que hacer un curso acelerado de igualdad de género si realmente se proponen apoyarla. Este no es un problema de Cristina: es un problema de los que dicen apoyarla, sin resignar su machismo genético. Nadie debería dejarse llevar por los prejuicios pero –cuidado– estos existen.
Y si bien el rumbo sigue siendo el mismo, es innegable que no lo es la impronta de quien ahora conduce solitariamente todo el dispositivo de gobierno. O mejor dicho: ya no hay matices, ni síntesis enriquecedoras de dos visiones a la par. Hay una. La de Cristina, sus tiempos y sus necesidades, de cara al desafío electoral de 2011, que es donde se juega realmente qué tan lejos y profundo es el cambio que comenzó a gestarse hace siete años en el país. Las variantes tácticas las decide ella.
Pero también es cierto que el kirchnerismo no logra conjugar una síntesis única de las diferentes experiencias y variantes que lo integran. Habrá algunos más o menos conformes con lo que se resuelva en los próximos meses. Los más esteticistas se verán tentados a emigrar a lugares menos expuestos, si el candidato a vice es algún gobernador pejotista; del mismo modo que habrá quejas y malestares profundos si quien secunda finalmente a Cristina en la fórmula proviene del transversalismo que apoya con autonomía y perfil propio. Esto, que se llama decisión táctica, plantea escenarios de confusión en el espacio plural de los que quieren profundizar el modelo como estrategia de acumulación. En eso, mucho tiene que ver la fragilidad política y teórica de sus cuadros, deuda irresuelta del proceso.
Cierto sector del kirchnerismo, por ejemplo, plantea demasiadas prevenciones sobre el movimiento obrero. Eso es no entender que el fifty & fifty sólo es posible con sindicatos fuertes que equilibren el poder empresario. Suponer que el Estado por sí mismo puede convencer a los mayores apropiadores de la renta de resignarla pacíficamente es una fantasía. La alianza con la CGT es estratégica para lograr mayores niveles de igualdad social. Eso no implica suscribir ni a los métodos patoteriles ni a las opacidades administrativas a las que son afectos algunos gremialistas. Se trata, simplemente, de reconocer que muchos de estos sindicalistas son activos defensores del modelo porque este, en la práctica, beneficia a sus propias bases.
Pepe Mujica, el presidente del Uruguay, padeció nueve paros generales, en ocho meses de gestión, de sindicatos que eran compañeros de ruta ideológica hasta que asumió la presidencia. En los últimos siete años y medio, la Argentina no sufrió huelgas de ese tipo. En parte, porque el modelo productivo incluye en sus beneficios a los obreros sindicalizados; y las paritarias son útiles, pero es innegable que la paz social fue un guiño mayúsculo de los mismos sindicatos que hoy son recelados por el ala menos peronista del dispositivo de gobierno.
Hagamos un ejercicio de reflexión: la estabilidad de Domingo Cavallo provocó que uno de cada cuatro argentinos quedara en la calle y que dos de cada cuatro fuera pobre. Cuando se habla de los méritos del kirchnerismo, que los tiene, habría que preguntarse cuánto contribuyó a sus logros la estabilidad que garantizó desde sus sindicatos, con todas sus limitaciones, Hugo Moyano. O la CTA de Hugo Yasky.
Hay mucho por hacer en 2011. Identificar cuáles son los verdaderos aliados y cuáles los circunstanciales es la tarea básica del conductor. La de cualquier periodista, mientras hace un panorama dominical, decirlo con las palabras que puede.
Para terminar, mientras el amigo Brienza retoza bajo una sombrilla –merecidamente, aclaro–, quería agradecer a los lectores de Tiempo Argentino y desearles, de corazón, que este año se cumplan todos sus sueños.
Nosotros ya estamos hechos: hoy el diario existe, lo vemos en la calle y en el crecimiento mensual de las ventas. Para este colectivo de prensa, integrado por una nueva camada de periodistas que surgió con el Bicentenario, es un desafío profesional hermoso.
Pienso en los que ya no están. Siempre. En los que se levantan todos los días, con amor, a construir la Nueva Argentina. Siempre. Y levanto mi copa, mientras respiro profundo, y me sale escribir, una vez más: acá no se rindió nadie.
Los argentinos nos merecemos la felicidad.
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