LA ALEGRÍA PERONISTA

domingo, 5 de diciembre de 2010

El superagente, Graham Greene, Le Carré, los Coen: visionarios. Un papelón norteamericano y un criticable papel de los medios.




La mirada de los diplomáticos.

Página/12
El superagente, Graham Greene, Le Carré, los Coen: visionarios. Un papelón norteamericano y un criticable papel de los medios. La mirada de los diplomáticos, más banales que malos. La conexión local, los que se apunan y embriagan en la embajada. Una potencia con mucho poder y decreciente autoridad. Cipayos por acá pero no por allá.

Por Mario Wainfeld

Empecemos por la ficción, aunque ésta suele ser superada por lo que llamamos “realidad”. Cuando el Superagente 86 le pedía al Jefe que usaran el cono de silencio, se chacoteaba sobre la vulnerabilidad e impericia de las agencias de seguridad norteamericanas. Hollywood se hizo varios picnics al respecto. El cronista evoca con agrado la película Wag the dog (Mentiras que matan en su improbable traducción local), en la que los personajes encarnados por Robert De Niro y Dustin Hoffman amañaban una confabulación, guerra internacional incluida, para tapar un delito sexual del presidente. Contaban con todos los recursos del Estado, cometían torpezas a cada rato. Pedían una mascota, les llevaban otra. Buscaban a un héroe de guerra para simular un rescate heroico, les traían un psicópata asesino.

El más reciente film (Quémese después de leerse) de los hermanos Coen fantaseaba cómo una pareja de perdedores inexpertos (una mujer que quería hacerse las lolas y un border interpretado de lujo por Brad Pitt) le torcía el brazo a toda la inteligencia, forzándolos a pagarles una pequeña fortuna. En el medio, se cometían y encubrían crímenes de toda laya. La impunidad y brutalidad eran inversamente proporcionales a la destreza de los servicios.

La literatura llegó antes. Nuestro hombre en La Habana, de Graham Greene, ironizaba hace más de medio siglo sobre la credulidad de supuestos expertos, manipulados por un tahúr astuto. El sastre de Panamá, de John Le Carré, reversionó la historia, unas décadas más tarde.

Son ficciones cuya eficacia deriva de su alusión al mundo tangible. El lector avisado dirá que esos relatos se centraban en las agencias de espionaje. Pero la historia (pasada y actual) demuestra que para la mayor potencia del mundo son muy borrosas las fronteras entre la diplomacia, el espionaje, la intervención prepotente y la acción directa.

Ahora, le tocó al Departamento de Estado ver perforado su cono del silencio. Wikileaks lo hizo. Sobre sus cómplices poco se sabe, todo se hace recaer sobre un perejil. Nada es imposible, algunas cosas suenan inverosímiles.

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Filtrar las filtraciones: La mediación de cuatro diarios y una revista de primer nivel mundial es otro dato impactante. Contra lo que se arguye en estas pampas (y en otros lares), su tarea de edición no jerarquiza la información sino que la torna más sospechable y capciosa. El tráfico permanente entre las redacciones y Washington agrava el fenómeno. La “prensa independiente” en teléfono rojo con los responsables del desquicio. Ajá.

Como en cualquier narrativa interesada, es forzoso atender a las omisiones tanto como a las revelaciones. Parafraseando a Macedonio Fernández, en lo divulgado falta tanto que si faltara algo más, no cabría.

El diario español El País es la fuente preferida de los medios dominantes argentinos. Un aconsejable mapa publicado en su edición on line grafica la distribución geográfica de los cables ya difundidos. La desproporción territorial es asombrosa. Venezuela (la bestia negra de los medios europeos, incluidos los sedicentes “progres”) importa más que todo Medio Oriente. Argentina tiene un lugar desmesurado para su magnitud y para la relevancia de sus problemas, en un mundo azotado por guerras y crisis económicas machazas. El cronista evadirá en esta nota conjeturas muy sofisticadas y augurios. Sí cabe señalar que la asimetría es chocante.

El periodista Eduardo Febbro publicó notas formidables sobre ese punto en este diario, se recomiendan. Con menos saber que él, se apunta que amén de Medio Oriente, de Afganistán e Irak no hay material sobre las movidas diplomáticas norteamericanas en Bolivia y Venezuela, donde atizaron a grupos golpistas y hasta criminales. ¿No hubo tratativas dignas de mención para instalar bases militares en Colombia? ¿Ni un cablecito sobre las negociaciones?

Tampoco se conocen alusiones a las tareas extravacunatorias de la Cuarta Flota que, acaso, tengan un ángulo sugestivo.

La prensa internacional trata las primicias de Wikileaks de modo tan dispar como predecible. Los medios no concernidos minimizan el impacto de la información y se centran en el papelón de la política norteamericana. Los cinco elegidos priorizan otro rumbo.

El País, vale la pena recordarlo, es el diario que mintió a la población española sobre el atentado en Atocha, imputándoselo a la banda terrorista ETA. La añagaza se desnudó en cuestión de días. Por lo visto, el Partido Popular pagó más caro el precio de las revelaciones que el medio que cooperó con él.

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La pata argentina: Un observador desprevenido que se informara por la cadena privada de medios concluiría que casi todos los cables filtrados hablaban de Argentina. Y que sus inquietudes, pedidos de averiguación o comentarios banales equivalen a pruebas tangibles e irrefutables. El kirchnercentrismo, lectura parroquial y precopernicana de la historia, ofusca a la vanguardia fáctica de la oposición, que altera las proporciones y distorsiona la data.

Hay muchas embajadas en Buenos Aires, varias aposentadas en mansiones que fueron hogares de la oligarquía. A todos les agrada el lujo de los rastacueros, que tiene escasos parangones en el Primer Mundo. Pero, aunque haya muchas delegaciones, cuando se dice “La Embajada” se habla de una sola. Es la Meca para cipayos de todo fuste y pelaje, desde siempre. Pisar sus alfombras apuna, embriaga, suelta la lengua. Algún cronista, que supo ser portavoz de los represores, tiene bien ganada fama de ser “vocero de la Embajada”, hasta sus compañeros de redacción lo motejan así. Eso confiere prestigio en ciertos círculos.

Un sinfín de chismes irresponsables, abarcando algunos que ni los diarios opositores aceptaron difundir, integra las primicias de estos días jocosos. El resto, en buena medida, son remanidas denuncias o profecías de formadores de opinión, dirigentes más o menos contreras, líderes corporativos. El porcentaje de aciertos de sus pronósticos en los últimos años induciría a cualquier diplomático sensato a poner en tela de juicio su credibilidad. Pero en la Embajada van por más. No conformes con dar pábulo a las fantasías sobre dictaduras, mentalidades desbocadas de los presidentes y falta de sustento de sus políticas, van por más: añaden el temor a una remake de la guerra de las Malvinas. No hubo tal pero no es cuestión de ceñirse a detalles...

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Dialécticas: La ficción anticipa los hechos, también inspira a los dirigentes políticos, neo cholulos ellos. El presidente Ronald Reagan llamó “Guerra de las Galaxias” a una de sus más ambiciosas medidas bélicas. Los políticos también se imbrican con los periodistas, de los que tanto desconfían y a los que tanto necesitan. La jerga difundida en los cables revela a una casta diplomática con deformaciones profesionales típicas del periodismo. El lenguaje socarrón y hasta cínico, el desdén por el resto de los protagonistas, el simplismo, el uso de motes despectivos, el arrobamiento por los chismes de alcoba. Llamar “Batman” a Vladimir Putin o fabular sobre la psiquis de Nicolás Sarkozy es algo peor que irrespetuoso: abomina de la riqueza de la realidad. Si se aplicaran parámetros semejantes a próceres de la historia norteamericana o a líderes recientes o vigentes, el resultado sería devastador.

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Poder sin autoridad: De nuevo, el cronista omitirá pronósticos sobre el futuro de las relaciones entre Internet y los medios impresos. O sobre el fin de la hegemonía norteamericana. Estados Unidos es la principal potencia desde hace añares, predecir su caída es futurología arriesgada. Las relaciones internacionales son, en gran medida, realpolitik: las asimetrías de poder son determinantes.

Cierto es que la primera potencia económica pierde ventaja respecto de sus seguidores inmediatos que corren a mejor paso. Y que desde el final de la llamada Segunda Guerra Mundial, la potencia conserva poder, pero ha perdido otras formas de autoridad. Hay buenos motivos. A partir de entonces ha sido el país que mató mayor cantidad de poblaciones civiles en casi todo el planeta, desde Dresde hasta Hiroshima, pasando por Vietnam, Irak y Afganistán sólo para empezar. En este sufrido Sur instigó y prohijó los golpes de Estado más antidemocráticos y las dictaduras más sangrientas que se recuerden. Sus gobernantes han mentido a designio, desde Watergate hasta las armas masivas iraquíes, en este caso con el apoyo de los medios.

La reputación de la potencia viene en baja. Minorías consistentes y esclarecidas, pero minorías al fin, se oponían a la guerra de Vietnam. La invasión a Irak fue rechazada por movilizaciones masivas jamás vistas en casi todos los países del mundo, abarcando a los propios agresores.

Un par de años antes de ser presidente del Uruguay, José Mujica explicaba que la actual dominación es distinta de la de imperios de etapas previas. En ellos, el Romano o el Británico, pertenecer implicaba ciertas ventajas, lo que propiciaba algún grado de aceptación del yugo. Por eso, metrópolis con un poderío militar incomparablemente menor al norteamericano podían sostener su Pax durante siglos: no se asentaba sólo sobre la espada. Hoy día, los modos de dominación son misceláneos. La violencia es uno de ellos, no el menor pero menos el único. Pero la sumisión tributa al poder.

Aun en esa esfera, la única superpotencia del siglo XXI revela flaquezas. En el último medio siglo libró varias guerras, que casi siempre provocó y escaló. Su superioridad logística y militar fue usualmente obscena. Los resultados, en general, fueron la derrota llana, el empate catastrófico o la victoria pírrica. O una forma mestiza de las tres variables.

Como sea, el afán compartido de todas las diplomacias del mundo es sanar las heridas. Escalar sería un disparate en un mundo cada vez más interconectado, interdependiente y multipolar.

La secretaria de Estado, Hillary Clinton, llamó en ese plan a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Esta, hasta el cierre de esta nota, guardó silencio, seguramente pensando más en el largo plazo que en su agredida investidura.

La fabulosa fuga de información muestra desnuda a la principal potencia, más no la destituye de ese sitial, que se viene degradando. Sus diplomáticos serán torpes, no importa tanto, el poder disimula o embellece todo. En el peor de los casos, desmañados o no, no hay cipayos entre sus filas: defienden los intereses de su país. En otras latitudes, cunden conductas más deplorables.

mwainfeld@pagina12.com.ar

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