LA ALEGRÍA PERONISTA

domingo, 28 de noviembre de 2010

Un hombre, una mujer, un país...


Año 3. Edición número
(ILUSTRACIÓN DANIEL RABANAL)

OTRAS NOTAS

  • En la Plaza no hubo gente. Tampoco fue gente la que formó ese inmenso río que se metió en la Casa Rosada para despedir a Néstor Kirchner en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos. En uno y otro lado, en la Plaza y en la Rosada, estuvo el pueblo. Ese colectivo heterogéneo, policlasista y apasionado que la dictadura y el menemismo quisieron desaparecer y al cual hoy los grandes medios concentrados le ningunean la existencia y pretenden transmutarlo en “la gente”, ese otro colectivo disgregado al que le hacen decir lo que quieren, editándolo con pericia obscena.

  • Néstor Kirchner acaba de ganar su última batalla. La batalla que él sabía era la más difícil, la que construye sentido común, la que hace historia, la que tenía más enemigos: la batalla cultural.
    Lo hizo a su manera. Con el sacrificio de su propia vida, con épica militante, con multitudes en la Plaza despidiendo al guerrero, con miles de jóvenes cerrando ese círculo en espiral que fuera abierto por aquella gloriosa juventud de los setenta a la que Néstor Kirchner perteneció.

  • Néstor Kirchner fue un gran presidente. Transformador. Luchó sin pausas y sin desmayos por la reconstrucción de un país en ruinas. Con la convicción de que los pueblos que no son capaces de construir la Historia están condenados a soportarla.
    Él sabía que la política era el instrumento de transformación para mejorar la calidad de vida de los argentinos, sobre todo, de los más necesitados. Pensar la política exige el esfuerzo de recrear en nosotros mismos el dolor del sufrimiento del otro. Sin dudas, Kirchner supo interpretar eso.

  • Hoy no me resulta sencillo escribir. La emoción da rienda suelta a la tristeza, pero estoy convencido de que no es lo que Néstor Kirchner, un trabajador incansable, esperaría de nosotros para este momento.
    Kirchner era un gran hombre. De una voluntad inquebrantable. Un político distinto. Un hombre de sentimientos y definiciones fuertes, inclaudicable en sus convicciones, tenaz en sus ideales.

  • Cuando la joven estudiante Cristina Fernández iniciaba la carrera de Derecho en los años ’70, en paralelo hacía lecturas políticas recuperadas por sectores del peronismo que impulsaban el regreso del general Perón a la Patria, proceso que convocaba a miles de jóvenes argentinos. En ese momento, a diferencia de los ’40 o ’50, los jóvenes universitarios habían rectificado una concepción que los enfrentó al movimiento obrero y al pueblo que nació el 17 de octubre de 1945.

  • Muchas veces no se pueden revertir determinadas situaciones que nos dejan un gusto agrio en la memoria, que nos acompañan como asignaturas pendientes durante nuestra vida. Pero no es bueno transitar la vida cargando una mochila de asignaturas no rendidas.


Hay momentos que son bisagra en la historia de un país y Néstor Kirchner encarnó dos de ellos.

El primero se inició el 25 de mayo de 2003 cuando, después de zambullirse en el pueblo de la plaza, produjo y condujo un cambio de rumbo radical para la Argentina. Valga un repaso de gestos que se hicieron hechos y que hoy configuran una nueva realidad: devolvió independencia a la Justicia al acabar con la Corte Suprema de la mayoría automática menemista; puso punto final a la impunidad propiciada por la teoría de los dos demonios y reabrió las puertas de los tribunales para que los civiles y militares de la dictadura genocida pudieran ser juzgados; condujo y concretó la renegociación de deuda externa más grande y ventajosa de la historia; enfrentó a la dictadura de los mercados y sacó a la Argentina de la tutela fatal del Fondo Monetario Internacional; diseñó y logró la recuperación de un aparato productivo que estaba destruido y devolvió trabajo y dignidad a millones de argentinos; apostó a la integración regional recuperando el Mercosur y fogoneando la Unasur, y una tarde, en Mar del Plata, rodeado por otros presidentes latinoamericanos, le dijo que no al Alca mirando a los ojos a un atónito George W. Bush.

Cuando terminó su mandato, en 2007, la Argentina era otro país. Imperfecto, aún deudor de su pueblo, pero mucho más fuerte y justo que cuatro años antes. Y que seguiría cambiando, con el mismo rumbo.

Acompañada por su marido, Cristina Fernández de Kirchner lo profundizó: desarticuló una de las mayores estafas sufridas por los argentinos y recuperó el sistema jubilatorio estatal; acabó con la ley de medios de la dictadura y produjo una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que es modelo en todo el mundo; siguió y sigue impulsando un modelo productivo que significa más trabajo y menos pobreza para los argentinos.

El 27 de octubre pasado, Néstor Kirchner murió. Y con su muerte encarnó un segundo momento bisagra de la Argentina. Ya no se trataba de un cambio de rumbo, sino de un cambio cualitativo. Néstor Kirchner ya no estaba –ya no está–, pero su mujer, la Presidenta, no quedó sola en la parada.

El tercer protagonista de la historia, que siempre los acompañó, se hizo visible. Se reunió en la plaza y entró en una Casa Rosada que sentía como suya. Allí despidió a Kirchner y le mostró su solidaridad y su apoyo a Cristina pero, por sobre todas las cosas, dijo “presente”. Un “presente” que era para la Presidenta pero también para los otros, para los enemigos de siempre, los enemigos del pueblo.

Fue hace apenas un mes, pero el mensaje perdura. Cristina ya no tiene a Kirchner a su lado. A su lado, ahora –cada día, en cada acto–, están millones de compatriotas. Está el pueblo que defiende sus derechos.

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