LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 28 de agosto de 2010

Un nuevo “Nunca más”


EL CASO PAPEL PRENSA Y LA DISCUSIÓN SOBRE EL CONCEPTO DE VERDAD


Por Edgardo Mocca
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La teoría del relativismo cognitivo ha adquirido una insólita vigencia entre nosotros, gracias a las instrucciones que Héctor Magnetto ha dado a sus empleados. No hay una sola verdad, hay muchas. Tantas y tan diversas como los valores, intereses y perspectivas desde las que se hable. En el caso de Papel Prensa, que es el que dispara la moda relativista, hay una verdad de Cristina Kirchner -a la que se llama cínicamente “historia oficial”- que habla de crímenes y extorsiones, y otra del Grupo Clarín y sus activistas políticos, que consideran que la transacción fue un acuerdo transparente e inobjetable.
Lo que se esconde en este artilugio es la añeja diferencia conceptual entre verdades de razón y verdades de hecho: no es lo mismo, para simplificar, discutir si el gobierno actual es progresista o conservador que discutir si el Grupo Clarín compró o no acciones de la fábrica de papel en connivencia con Videla y sus torturadores. El primero de los debates está en el reino de las opiniones, las disputas, la lucha política; el segundo compromete la verdad sobre algo que ha ocurrido, sobre el mundo que existe. Lo contrario de una verdad de razón es la opinión o, a lo sumo, el error; lo contrario de una verdad de hecho es, lisa y llanamente, la mentira.

El truco pseudo relativista facilita una práctica de la que los socios privados de Papel Prensa son destacados cultores: la de reemplazar los argumentos por el barullo. Así, en estos pocos días ulteriores al impactante discurso presidencial sobre el tema, hemos asistido a un curioso amontonamiento de observaciones que abarcan el pasado de los Kirchner, su actual fortuna personal, los malos modales de Guillermo Moreno, el currículum de su colaboradora Beatriz Paglieri y hasta las mediciones de Ibope sobre el rating de la cadena oficial mientras hablaba la Presidenta, como si tales cuestiones alteraran la sustancia del asunto. En la misma dirección se suman opiniones como las de Jorge Lanata o Elisa Carrió (llamar “opinión” al alerta sobre el desencadenamiento del terrorismo de Estado por parte del Gobierno es una generosidad), que discurren sobre la “libertad de prensa” o sobre los “proyectos hegemónicos” pero sin discutir ni uno sólo de los abundantes y documentados argumentos del discurso presidencial. En el siempre peligroso extremo del ridículo están las declaraciones de Jorge Fontevecchia, realizadas antes del discurso, que se refieren a la voluntad del Gobierno de avasallar las funciones de los poderes judicial y legislativo, emitidas horas después de que la Presidenta anunciara que las denuncias sobre los crímenes se llevarían a la justicia y el proyecto de marco regulatorio para la producción y comercialización de papel para diarios sería enviado al Congreso.
A tal punto ha llegado el brote relativista que ya no estamos ante verdades diferentes sostenidas por personas diferentes, sino que hay verdades diferentes sostenidas por la misma persona. En ese curioso lugar se encuentran los dichos de Isidoro Graiver: Clarín y La Nación publicaron una solicitada con su firma en la que el hermano de quien fuera jefe del grupo Graiver afirma la total transparencia del traspaso de acciones de Papel Prensa. Al día siguiente, el jueves 26, el matutino Tiempo Argentino publicó el reportaje realizado hace menos de dos meses, y hasta entonces inédito, en el que el hombre ratificaba los resultados de la investigación periodística de ese diario, básicamente idénticos al texto entregado el último martes a la Presidenta. De modo que, siempre en el terreno de las verdades de hecho, a la necesaria investigación de lo ocurrido en 1976 bien podría agregarse la pesquisa sobre los motivos de tan súbito y radical cambio de opinión de Isidoro Graiver.
El conocimiento de la verdad histórica no es una cuestión secundaria para lo político. Al contrario, no puede haber verdadera deliberación democrática si no es sobre la base de la verdad. La idea de que los argentinos podemos construir una democracia sólida y profunda sobre la base del ocultamiento de nuestro período más negro, el de la dictadura militar, es insostenible. Fue el Nunca más, y el Juicio a las juntas impulsado por el primer gobierno de la democracia recuperada, el que empezó a construir los fundamentos de nuestro orden democrático. No es nada casual la extraordinaria presión sufrida por el gobierno de Raúl Alfonsín para revertir esas conquistas: el cierre definitivo de ese capítulo es un objetivo no solamente de los militares directamente involucrados en los crímenes dictatoriales sino de la amplia y compleja trama de apoyos en la sociedad civil, particularmente en el mundo de los grandes empresarios. Esa trama es la que hoy está en el centro de la escena y a la vista de todos los que quieran verla. Independientemente de la suerte que corra la investigación impulsada por el Gobierno, ha nacido un nuevo “nunca más” en la sociedad argentina. Nunca más podemos pensar los argentinos que la dictadura fue una empresa exclusivamente militar. Nunca más podemos aceptar pasivamente las situaciones generadas por el terrorismo de Estado; ni los muertos sin tumbas, ni los poderes económicos surgidos de la ilegalidad y el crimen.

Junto a la verdad histórica, el otro gran pilar de la democracia es la libertad de expresión y de prensa. Sobre eso se debatirá en el Congreso en la etapa en que se ha abierto. Se discutirá si la libertad está amenazada por un gobierno despótico -sobre el que llueven los insultos en los principales medios de comunicación- o por la posición monopólica que, sobre la producción y distribución del papel, tienen las más grandes empresas mediáticas.
Tal vez, esa discusión termine siendo central para el futuro político inmediato: dentro de poco más de un año, los argentinos decidiremos en las urnas cuál es la mejor manera de defender y profundizar la democracia. En ese debate, los comunicadores estrella de Clarín y La Nación habrán perdido todo status de objetividad y neutralidad. Desde Magnetto para abajo, han decidido descender al llano del debate político como parte interesada y estarán sometidos al juicio de la ciudadanía tanto como la denostada “clase política”.
Estamos en una época muy tensa pero extraordinariamente rica. No es cierto que hayamos estado mejor cuando no nos crispaba la guerra mediática, en los tiempos en que las tapas de los diarios construían y destruían carreras políticas sin que la misma política tomara nota de esa colonización. Ahora, quien quiera saber qué intereses defiende cada uno de los actores lo sabrá. A los partidos y fuerzas de oposición les espera un dilema: seguir apostando a la sujeción incondicional a las empresas mediáticas o decidirse a disputar el gobierno parados sobre un nuevo suelo de autonomía de la política democrática.

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