LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 21 de agosto de 2010

¿Quién nos protege de la inseguridad informativa?


IMPUNIDAD MEDIÁTICA

Publicado el 21 de Agosto de 2010




Desde que la empresa Torneos y Competencias perdió los derechos de transmitir fútbol, la televisación en vivo de episodios delictivos con rehenes se convirtió en el suceso de la temporada.


El tal Julio, quien durante la mañana del 11 de agosto había sido rehén de cuatro pistoleros atrincherados en un departamento de la calle Aráoz al 1900, del barrio de Palermo, tras su liberación, fue sitiado en la vereda por una jauría de movileros. En tales circunstancias, les dio una lección de periodismo. “No se ofendan –fueron sus palabras–, pero los instantes más dramáticos del hecho ocurrieron cuando ustedes, a partir de comentarios delirantes de algunos vecinos, nos ponían en riesgo, difundiendo datos absolutamente erróneos de lo que pasaba.”

Según parece, la conducta de los intrusos hacia la familia capturada incluyó cierta caballerosidad. “Nunca nos apuntaron –agregó el entrevistado–. Por el contrario, nos tenían agarrados y con las armas abajo.” Ello, por cierto, se veía por las pantallas de los noticieros. Sin embargo, el comentario del cronista de C5N fue: “La banda amenaza con tirar a la familia por el balcón.”

Tal vez desde que la empresa Torneos y Competencias perdió los derechos de transmitir partidos de fútbol, la televisación en vivo de episodios delictivos con rehenes se terminó por convertir en el suceso de la temporada. El protocolo al respecto incluye entrevistas a familiares de los rehenes, comunicaciones telefónicas con los ladrones, información actualizada sobre la negociación, e imágenes de los preparativos policiales para tomar por asalto el sitio del conflicto.

Un ejemplo de semejante estilo fue la cobertura de lo que sucedía en la sucursal Pilar del Banco Nación cuando –durante la tarde del 22 de julio– un ladrón apodado“El Chilenito” mantenía en cautiverio a unos 30 clientes y empleados. Tal cobertura fue en sí misma un thriller, y con situaciones por demás extremas:
– Los rehenes están bien. Pero tengo una bomba –le dijo “El Chilenito” a Guillermo Andino, en un diálogo emitido en vivo por América 24.
–Pensá en tu familia –fueron las palabras del conductor.
–Estoy tranquilo, pero jugado –fue la respuesta del pistolero.
Justo en ese momento, C5N irradiaba una imagen aérea de los hombres del Grupo Halcón desplazándose por el techo de un edificio aledaño. “El Chilenito”, que tenía los ojos clavados en la pantalla, entonces bramó:
–¡Si la gorra no se baja de ahí, activo la bomba!
En resumidas cuentas, los efectivos se vieron obligados a volver sobre sus pasos, mientras se interrumpían las tratativas entre el asaltante y el negociador policial.
“El Chilenito” se rendiría una hora después.

La intromisión en directo de los medios en determinados casos policiales tuvo su momento más dramático a fines de 2002, cuando el actor Pablo Echarri negociaba la vida de su padre, quien permanecía secuestrado. El asunto es que dichas comunicaciones telefónicas, tras ser debidamente pinchadas por una empresa privada perteneciente a un ex comisario, fueron transmitidas por Canal 9, a los pocos minutos de haberse realizado. Su efecto colateral más visible fue que una banda de oportunistas se hiciera pasar por los secuestradores para así alzarse el dinero del rescate.

Lo cierto es que al hecho específico de la violencia urbana se le suma el de la inseguridad informativa. Y en su mecánica persiste en los medios una mirada sólo comparable a la de un fisgón de arrabal que pugna por salir como testigo cada vez que la policía atrapa a un pobre ratero. De modo tan insidioso como intermitente, se vomita sangre desde los diarios y la televisión. Sus páginas y pantallas son las que realmente le dan vida y sentido a ese engendro conceptual denominado “sensación térmica de la inseguridad”, que es como el “riesgo país”, pero en términos policiales. Es decir, una especie de escala cifrada en la arbitrariedad, dado que no se trata de una construcción estadística sino, simplemente, de un sistema de percepciones alimentadas con la amplificación de circunstancias subjetivas.

Tanto es así que la insistencia televisiva en repetir de manera exacerbada la cobertura, por caso, de algún remisero asesinado en la localidad de La Cañada, logra que las señoras de Barrio Norte sientan que la vereda de sus hogares está atestada de cadáveres. No menos goebbeliana es la modalidad de preguntarle a la esposa de una víctima fatal, en el instante del entierro, su opinión sobre la pena de muerte.

La ola de asaltos a estrellas de la farándula es, por cierto, un capítulo aparte. Estas, cuando reclaman castigos medievales, “hablan desde el dolor”. Y sus exabruptos son asimilados con una tolerancia hasta religiosa, ya que impera la creencia de que por sus cuerdas vocales corre “lo que piensa el ciudadano común”. Entre estos tópicos cabalga la pujante industria del miedo. Y su producto más exitoso es la psicosis ante la indefensión pública. Los resultados están a la vista.

Al respecto, tal síndrome tuvo un momento ejemplar el 17 de abril del año pasado, en ocasión de un hecho erigido en emblemático por la agenda policial: el crimen de Daniel Capristo en manos de un pibe de 14 años. Ya se sabe que la reacción de los vecinos consistió en el linchamiento inconcluso de un fiscal.

Al parecer, poco beneplácito habría causado que este dijera: “Es un menor, y no se puede hacer mucho.” Esas palabras bastaron para desatar un episodio sin precedentes en materia de bestialidad ciudadana. Ante esas circunstancias, el movilero de Telenoche, Francisco Urrutia, apeló a la siguiente frase:
–Fíjense la indignación que hay. La bronca de los vecinos es más que clara, más que genuina.

Toda una declaración de principios.


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