LA ALEGRÍA PERONISTA

lunes, 5 de julio de 2010

Europa y nosotros: ¿un espejo invertido?

VEINTITRES
POR RICARDO FORSTER

Europa y nosotros: ¿un espejo invertido?

01-07-2010 /

Ricardo Foster

Corren tiempos extraños. Anclado por unos días en Berlín, y después de haber estado en Leipzig hablando de Borges y bajo las sombras impresionantes de Bach, de Nietzsche, de Wagner, de Goethe y de Leibniz, observo los festejos enfervorizados de los alemanes al terminar de golear a la decadente Inglaterra que, por esas locas e inesperadas volteretas de la historia, contempló impávida como, 44 años después de aquel famoso gol que nunca alcanzó a trasponer la raya pero que fue convalidado por el árbitro para abrirle el camino al campeonato, recibieron, como un rayo brutal, la revancha tardía de los teutones. ¿Recordarán en las tierras de Marx aquello de que la historia se da dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia? ¿No anticipa esta segunda dimensión lo que les espera a los alemanes el próximo sábado contra el equipo de Maradona? ¿Es acaso este mundial un espejo de lo que está sucediendo a nivel global, con cuatro equipos sudamericanos en cuartos de final y la bancarrota de Italia, Francia, Inglaterra y Portugal que se fueron sin pena y sin gloria y, en el caso de Francia, envuelta en un escándalo de proporciones que involucró al propio Sarkozy? ¿No estará mostrando el fútbol, con su propia lógica y derivas, la magnitud de la crisis del viejo continente? ¿Será acaso una señal de los tiempos que corren en los que parecen invertirse las cosas y es ahora una Europa desconcertada la que observa con un pavor capilar y algo velado el aliento pestilente de la crisis, de esa que sólo imaginaban asolando las regiones atrasadas del mundo? No olvido que una cosa es el fútbol y otra la realidad... sucede que, por esos sortilegios impensados propios de la vida, a veces los caminos se cruzan y, como en espejo, se reflejan mutuamente.

Mientras escribo estas líneas antes de internarme nuevamente por los barrios de una ciudad magnífica y cargada de señales que disparan recuerdos de otros tiempos ominosos, me pregunto qué está sucediendo en una Europa atemorizada ante una debacle económica que sigue extendiéndose como una mancha de aceite y que, hasta ahora, sólo ha encontrado la fórmula del ajuste, de los recortes jubilatorios, salariales y de la asistencia social desamparando, una vez más y como ya lo conocimos en los años noventa, a los más débiles. Me inquieto ante la falta de respuestas e, incluso de preguntas, de algunos intelectuales alemanes con los que compartí un coloquio sobre la actualidad de Walter Benjamin (extraordinario filósofo y crítico judeo-alemán que terminó sus días suicidándose en la frontera francesa-española tratando de huir de los nazis y del destino concentracionario. Benjamin pensó a fondo y sin contemplaciones la catástrofe civilizatoria de los años de entreguerras, mientras que sus supuestos exégetas de estos días berlineses no hacen otra cosa que dilapidar una herencia que ya casi nada parece tener que ver con ellos, con su sensibilidad y sus desafíos). Tienen un temor sagrado a internarse por los vericuetos de la discusión política y prefieren permanecer en la asepsia del dato erudito o de la jerga académica, antes de apropiarse críticamente del legado benjaminiano para intentar pensar la complejidad de su propia época.

Tengo la perturbadora impresión de que los papeles se han invertido. En un momento de mi intervención intenté transmitirles nuestra propia y trágica experiencia de los años neoliberales, busqué dibujarles los signos de lo ya vivido, de aquello que había arrasado con nuestras sociedades en nombre del mercado global, la flexibilización laboral, la competitividad y la reducción del gasto estatal. Les dije que aquella década nefasta había sido la que llevó a América latina a la peor situación social de su historia, que la desigualdad creció a un ritmo vertiginoso superando incluso a la africana. Nadie, de entre los alemanes presentes, algunos antiguos militantes de la izquierda disidente de la RDA y otros agudos pensadores de la cultura contemporánea, tomó el guante y se hizo cargo de las tormentas que amenazan el cielo europeo. Un oscuro temor parece extenderse por una ciudadanía inerme, fragmentada, acostumbrada al bienestar y profundamente capturada por un consumismo desenfrenado. A ellos les importa más dilucidar cuántas traducciones de la obra de Benjamin se han hecho en Senegal, en China o en Arabia Saudita, o darle forma definitiva a la explicación de una oscura frase que interrogarse por la actualidad de un pensador urgente y atravesado por la dramaticidad de su época que, en muchos aspectos, se asemeja a la nuestra. Agotamiento de una sociedad que tiene más que ver con el museo que con la vitalidad que caracteriza nuestras circunstancias argentinas y latinoamericanas. Como en el fútbol, Europa contempla su decadencia aferrándose, tal vez y ojalá que eso no suceda, a lo que puedan ofrecer todavía alemanes y, en menor medida, españoles. Nosotros, mientras tanto, seguimos soñando con los duendes de la creación e imaginando la maravillosa apilada que hará Messi recordándonos otras jornadas gloriosas, esas que fueron construidas por la alquimia del potrero, de la memoria de todas las gambetas entramadas en aquella inmortal de Diego, de la improvisación y la pasión. Nuevamente, y eso no deja de sorprenderme, los entrelazamientos entre el fútbol y la realidad están al alcance de la manos, aunque no siempre se muestren o nos lleven al puerto de nuestros sueños. Hemos sabido de festejos en medio de la noche más brutal. Imaginamos, ahora, que los días actuales nos ofrecen la oportunidad de otras bacanales.

2. Huelga de subte en Madrid. Huelga de pilotos en Francia. Desazón en Grecia ante la envergadura del ajuste. Desconcierto en Alemania al escuchar las monumentales cifras de los recortes prometidos por Angela Merkel hasta el 2014. Pánico en la España de Zapatero por el aumento exponencial de la tasa de desocupación que ya orilla el 20 por ciento mientras que el promedio europeo alcanza el 10 por ciento. Vértigo de las cifras inverosímiles que se utilizaron para rescatar a los bancos y a las grandes aseguradoras (¿algún mortal puede siquiera imaginar el alcance y la significación de la cifra de 442 mil millones de euros puestos a disposición de quienes fueron los causantes de la crisis mientras que ahora toda la culpa parece caer sobre el “dispendioso” gasto social?). El cinismo abrumador del poder económico deja sin palabras a una sociedad que no sabe cómo reaccionar, que ha perdido sus reflejos y que sólo parece tener a la mano el más primitivo y feroz de todos: echarles la culpa a los inmigrantes, perseguir a los indocumentados, multiplicar la xenofobia. Algún francés, de la mano del fracaso del equipo de fútbol, sugirió que la culpa la tenía el multiculturalismo, el hecho de que la selección del país de la Marsellesa estuvo compuesta por mayoría de negros.

En la Argentina no estamos en el mejor de los mundos posibles. Eso lo tenemos claro. Pero para cualquiera que huya de prejuicios y miradas sesgadas, la más simple de las comparaciones nos ofrece una imagen de lo más elocuente. Entre nosotros, y tratando de remontar el daño dejado por el neoliberalismo, la economía sigue creciendo sin dejar atrás, como en otras ocasiones, al salario ni montándose sobre la eliminación de los derechos de los trabajadores que volvieron a encontrar en sus sindicatos herramientas para disputar el núcleo decisivo de la actualidad que no es otro que el de la distribución más equitativa de la renta. Mientras que en Europa la palabra que más se pronuncia es “ajuste” (que como ya sabemos es siempre un mecanismo perverso que deteriora exponencialmente la vida y los derechos de la mayoría de la población mientras protege las ganancias, las riquezas y su concentración en cada vez menos manos), entre nosotros de lo que vuelve a tratarse es del litigio interminable por la equidad. Mientras que los académicos e intelectuales europeos se pliegan temerosos a todos los planes de adaptación de las universidades a las reglas y exigencias del mercado y mientras la despolitización es una moneda corriente, entre nosotros ha regresado la intervención en el espacio público, los debates políticos y la necesidad de participar activamente en las disputas de nuestro tan movedizo tiempo histórico. Mientras que en Europa las leyes persecutorias y racistas aumentan el caudal de las derechas capilares y visibles, mientras el sentido común se vuelve más opaco y resentido contra los más débiles, entre nosotros se ha avanzado en una legislación que les otorga plenos derechos a nuestros hermanos del continente que viven en nuestro suelo. Claro que tampoco es posible olvidar que en España se persigue a un juez por intentar abrir los expedientes del genocidio franquista, mientras que entre nosotros siguen avanzando los juicios por la verdad, la memoria y la justicia.

Podría seguir con este juego de las diferencias sin dejar de señalar todo lo que nos falta como sociedad para reparar las injusticias que siguen atormentándonos, en especial las de la pobreza y la desigualdad. Podría, una vez más, destacar como se suele hacer, las carencias de nuestro sistema político y la debilidad de las instituciones estatales. La lista sería larga, pero lo que me interesa, en este juego de impresiones que se suceden mientras recorro una ciudad compleja, llena de marcas de la historia, impresionante y diversa, es simplemente resaltar lo extraordinario de nuestra propia circunstancia, la riqueza de nuestras vicisitudes sociales, políticas y culturales que poco y nada tienen que envidiarle a una actualidad europea más cerca de la pasividad, la crisis y el desconcierto que a convertirse, para nosotros, en ejemplo a imitar. Tal vez llegó el día, inimaginado y extraño, en el que ellos empiecen a copiarnos a nosotros. Y, mientras tanto, por qué no soñar con una final bien sudaca.

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