Una apertura editorial en un programa de radio (el suyo, los sábados en La Red) y una columna de opinión en un diario (la habitual de los lunes, enPágina/12). El mismo texto y un reguero de repercusiones. “El odio” lo tituló su autor, el periodista Eduardo Aliverti. Así de conciso y contundente, ciertamente convencido de que lo dicho en el artículo contenía algunas de las claves para reflexionar acerca del nivel de confrontación que atraviesa a la sociedad argentina de estos días. La circulación incansable por la web, los comentarios en el mundillo político y en las redacciones periodísticas dan muestra de la pertinencia del planteo. O, por lo menos, de cierta necesidad de pensar en el tema. A continuación, el desarrollo de algunos disparadores que dejó la nota.
Crispación, caos, tensión política, cierto estado de inminencia, odios velados y explícitos. ¿Qué introduce el kirchnerismo en la política argentina para que los clivajes y las disyuntivas políticas, más o menos normales de una sociedad, hayan tomado estos contornos?
Hay dos cuerpos provocativos. Uno es la recategorización simbólica que genera el kirchnerismo; sobre todo, en sus primeros tiempos. Digo: el uso de la cadena nacional para pedir el juicio político al presidente de la Corte menemista, Julio Nazareno; las Madres y Abuelas entrando en la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; la mención de este último tema en el discurso de las Naciones Unidas, cuando Kirchner se proclamó hijo de las Madres. O, más fuerte aún, la orden al general Roberto Bendini de descolgar el cuadro de Jorge Videla, que fue un hecho liminar en términos de provocación simbólica. Todo eso ancló un odio visceral por parte de las clases altas en cuanto a afectación de sus símbolos intocables. En su momento, desde el punto de vista de la consideración mediática, eso quedó relativamente licuado, ya que hasta la propia derecha coincidía en que se necesitaba una autoridad muy fuerte al frente del Ejecutivo, al venir del desgajamiento político, institucional y social del que se venía.
Por ese entonces, las impugnaciones al kirchnerismo eran más bien marginales o soterradas.
Las impugnaciones eran mediáticas. Se puede recordar el pliego de condiciones que José Claudio Escribano escribió en la portada de La Naciónel mismo día en el que asumió Kirchner. Fuera de eso, no hubo consideraciones especialmente críticas de esas actitudes del kirchnerismo. Pero, además de lo simbólico, hay otro cuerpo provocativo que desata el odio de la derecha: las tres medidas que, en su conjunción, provocaron la enemistad definitiva en cuanto a la visualización que la clase dominante tiene del kirchnerismo. ¿Cuáles? Las retenciones agropecuarias, la estatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Independientemente del análisis que se haga, por derecha o por izquierda, respecto de las motivaciones que el kirchnerismo haya tenido para marcar esta pica en Flandes, son tres medidas que afectan objetivamente los bolsillos más poderosos del país.
¿Cómo llega esto a las clases medias?
La clase media absorbe el odio de las altas y asume la afectación de esos símbolos intocables, pero lo que está detrás es el temor manifiesto por la pérdida de algunas de las parcelas pequebú que consiguió en estos años. En una palabra: hay un proceso de ósmosis con las clases altas, que imponen su escala de valores y el odio en vastos sectores. Lo que no creo es que, a esta altura del cambio generacional, se pueda hablar del imaginario gorila. O de la memoria oral gorila.
¿Descarta el concepto?
Me parece que ya pasó demasiado tiempo para hacer un anclaje ahí, como si estuviésemos en la década del sesenta o del setenta, cuando esa memoria respecto de “la segunda tiranía” y el “tirano prófugo” todavía estaban muy frescos. Me parece que acá hay un componente de imaginario nuevo: el miedo de los sectores medios a perder algunos espacios de consumo, ahí sí con la memoria muy fresca de lo ocurrido en 2001. Cuando un tipo como Alfredo Leuco, y no quiero tomármela con él, pero me parece muy simbólico de esto, dice que hay “olor a 2001”, está remitiendo a uno de los pánicos más compulsivos de los sectores medios en este país. Podríamos introducir algunos otros elementos, pero lo que provoca el odio no es la retórica del kirchnerismo, sino las medidas tomadas.
Contrariamente a lo que se dice de manera insistente.
Claro. El día en el que se publica mi nota sobre el odio en Página 12, aparece una nota sobre el mismo tema de Jorge Fernández Díaz en La Nación, en la que le atribuye el origen del odio, la agresión y el vitupero a los Kirchner. No lo comparto. Más bien creo, en todo caso, que el kirchnerismo retroalimentó eso a través de su forma de contestar. Pero, de ninguna manera, el origen fue retórico. El kirchnerismo no provocó con palabras o con retórica, sino con medidas. Decir que los Kirchner fueron quienes empezaron a provocar, no hace al rigor histórico ni periodístico.
Y con respecto a esto, ¿cuánto hay de necesidad, por parte de algunos sectores, de establecer nuevos límites sobre la política por venir?
Mucho, por supuesto. No se puede negar que, en estos años, el kirchnerismo marcó la cancha. Te puede gustar o no cómo lo hizo, pero la marcó. Tampoco se puede negar que reintrodujo la política como un espacio no sólo de discusión sino también de resolución respecto de los actores económicos. Y esto, más allá de algunos flancos importantes que dejó, y a partir de los cuales la derecha ataca con el sambenito del “capitalismo de amigos”, por ejemplo. Pero reintrodujo la política; y esto era algo desconocido en la Argentina, por lo menos, desde el golpe de mercado a Raúl Alfonsín. En ese sentido, creo que la derecha actúa por relación directamente proporcional: su reacción está en la línea con el grosor de los intereses que le fueron afectados. Parece decir “bueno, si el Gobierno marca la cancha de esta manera, nosotros tenemos que marcarla de una manera mucho más violenta todavía”.
¿Existe una acentuación del rechazo a la Presidenta por su condición de mujer, como varias veces ella misma ha sugerido?
Sí, pero me parece que el machismo es un bonus track. Ahí sí podemos hablar de un factor generacional permanente: que una plebeya, abogada, haga uso de determinados símbolos y manifestaciones de lujo de las que sólo se consideran partícipes los miembros de las clases acomodadas. Pero no consideraría a ése como el factor determinante, sino la afectación de unos intereses concretos. No fueron las carteras de cinco mil dólares, ni los hoteles de El Calafate, ni ninguna cosa que se le pareciera por efectismo similar.
Pero, estos efectismos bien que contribuyen en capas importantes de las clases medias, por ejemplo…
Contribuyen. De pronto me encuentro con gente cercana, familiares, conocidos que estallan en frases tales como “este gobierno está lleno de montoneros” o “esta puta guerrillera”. ¿De dónde saca esta gente este tipo de conceptos? Porque, quienes dicen eso, son gente a la que, en plata, les va mejor. No hay relación, sino inversamente proporcional, entre los parámetros de consumo de la clase media, en el recorrido desde 2003, y la bronca-odio que manifiestan hacia la gesticulosidad del Gobierno. ¿Dónde se constituye ese imaginario por parte de los sectores más beneficiados, en términos de empleos, de expectativas de crecimiento laboral?
A riesgo de simplificar un poco, en los sectores altos, ese odio visceral lo genera la afectación de intereses concretos, más allá del componente simbólico que también existe. Mientras que, en las clases medias, donde no existe un perjuicio concreto, lo determinante es lo imaginario.
Es probable. Creo que a esta altura de la puja de poder es muy difícil pensar en la posibilidad de que el kirchnerismo reenamore a los sectores medios embroncados. Hay margen, eso sí, para hacer las paces, a partir de algún intento de mejorar “las formas kirchneristas”. De todas maneras, esto lo va a determinar la marcha de la economía o el grado de uniformidad que pueda, finalmente, encontrar la oposición. Para ser más claros, no creo, como la mayoría de los analistas piensa, que esté ya extendido el certificado de defunción respecto de las probabilidades electorales del kirchnerismo en 2011. No sólo porque estamos a un año y medio, que en la Argentina es el largo plazo, sino porque creo que un buen ingreso por cosechas y algunas medidas reactivadoras, sobre todo, en el terreno del crédito a la clase media, barrerían con cualquier miedo que se quiera imponer. Esto tendrá mucho que ver con la política que se dé frente a estos sectores.
¿En qué sentido?
Los sectores medios, en líneas generales, opinan a partir de lo que consumen por vía de la televisión y de la radio. Son “hablados” por esos medios. Respecto de esto, repararía en la ausencia de una política de comunicación gubernamental. Éste es un gobierno muy chiquito en términos de resolución y toma de decisiones. Siempre he dicho, y sostengo, que casi no va más allá en términos de cuadros políticos de las habitaciones de Olivos o de El Calafate. No han ampliado la base de sustentación, mataron antes de que nacieran conceptos tales como transversalidad o concertación y terminan recostados sobre el PJ. Es un gobierno que comunica a través sólo de su propia comandancia, lo que provoca un efecto de saturación insoportable. Y esto no me ha parecido inteligente, sobre todo, de cara a los sectores medios. El factor medios de comunicación es decisivo, en cuanto a cómo lo emplea la derecha y en cuanto a cómo lo inexplota el Gobierno.
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