LA ALEGRÍA PERONISTA

jueves, 24 de septiembre de 2009

Baile de máscaras

Por Orlando Barone Gorilopolio | Evita y Katari | El verdadero entierro de Alfonsín


Cuando Del Potro estaba en el podio del triunfo en Nueva York, más allá de mi limitada visión sobre el tenis, me sentí atraído a compartir la alegría colectiva argentina. De pronto, ahí estaba ese tenista todavía fresco, recibiendo como premio más de un millón ochocientos mil dólares y un auto convertible de lujo. Y etcétera. Pensé, como tantos, que su don lo enriquecía para toda la vida y que era merecido. Y ahí me acordé que en los años setenta la discusión intelectual e ideológica se planteaba como escándalo los cada vez más altos contratos y premios de los deportistas de elite. Lo que es el tiempo: hoy están naturalizados como si fuésemos nosotros los que los recibiéramos.
Quienes recibieron al presidente de Bolivia fueron los españoles. Y sin querer se produjo un hecho que se conecta o rehace una difundida anécdota argentina. Evo Morales, el rey aymara, después de encontrarse con el rey de España en igualdad de rango, por supuesto, se reunió con empresarios listos para indagarlo. Ante las dudas de éstos para invertir en Bolivia, Evo les dijo:“Queremos que sean nuestros socios, no nuestros dueños”. Ingenua o antigua desde una lectura de mercado, la frase es auténtica. Ahora viene lo anunciado: Evo fue a la Universidad Complutense de Madrid y allí se consagró un mural en memoria del líder indígena Tupac Katari, condenado por sublevación y ejecutado por descuartizamiento. Al pie del mural hay grabada una frase que se atribuye a Katari, también aymara, al momento de su muerte. La frase dice: “Volveré y seré millones”. Viene desde hace más de doscientos años. A muchos argentinos nos sorprende que hayamos creído que su origen era la voz de Eva Perón. Desde ya que Katari no podría haberla copiado de Evita. Antonio Cafiero, que es la memoria peronista, a lo mejor sabe todo esto y tiene más precisiones. A lo mejor las tiene algún poema o texto de José María Castiñeira de Dios, a quien se le atribuye haberla puesto en boca de Evita.
Pero hay algo más acerca de Evo en su paso por España. El grupo Prisa, el multimedio más concentrado, advierte que el presidente boliviano ataca sus intereses y también a la libertad de prensa. Y para resaltar este ataque, el diario El País transcribe indignadamente esta frase de Morales: “Sólo el 10 por ciento de los periodistas son dignos”. El porcentaje sorprende. No sé en Bolivia, pero aquí eso sonaría exagerado. Al menos últimamente. Pero no me hagan caso. La mía es sólo una reacción extemporánea que me sale ante algunas voces y notas de colegas notables. Porque en lo profundo sé que la mayor parte del periodismo, a veces anónimo, a veces en ejercicio callado de su oficio y lejos del estrellato, aumenta considerablemente aquel porcentaje. Después de todo, la medida de dignidad es un criterio, no una prueba científica.
Por ejemplo, no lucen iguales el estado de dignidad de Julio Cleto Cobos, el vicepresidente de Cristina Fernández, opositor y en flagrante ejercicio, que Carlos “Chacho” Álvarez cuando era vicepresidente de Fernando de la Rúa, al que por desavenencia le presentó su renuncia. Creo oportuno recordar lo que leí alguna vez: “El nivel de dignidad tiene que estar siempre por encima del nivel del miedo”. Sí, de los modestos miedos de perder el aplauso o el empleo. Lo inscribiría como acápite en la entrada de cada redacción periodística.
Aunque hay casos en que el miedo se justifica más que en otros. Por ejemplo, cuando aquí un monopolio mediático viene en combo junto a un “gorilopolio” ambiental. Juntos asustan. Transcribo -no merece mi empeño- la bella frase que, desde la Mesa de Desenlace, dijo Mario Llambías acerca de la discusión por la ley de medios. Dijo: “Esta ley es más jodida que la de la dictadura”. Y es cierto: qué mejor libertad y amparo para él que la dictadura. No quisiera -no quiero- creer, que los diputados que huyeron del recinto para no discutir la nueva ley de libertad de los medios, coinciden con aquel pensamiento de Llambías. Aunque esa estampida en banda, dejando sus bancas sin sus culos y unidos en monopolio opositor contra el debate, presenta más que indicios de coincidencia. Se entregaron a la fiesta mediática que les organizó el Grupo Clarín para que lucieran sus habilidades, y ahí hicieron trizas el último recuerdo de la socialdemocracia. Silvana Giudici diciendo: “Con esta ley, el Gobierno quiere el control de todo lo que se edita, se escribe y se piensa”. Todavía no se enteró de que es una ley limitada a la imagen y el sonido, no a la gráfica. Pero deja planteada una duda: ¿cómo hace un gobierno para controlar el pensamiento? Acaso la diputada radical sepa de algún chip metido a cada persona en el cerebro. O sepa de algún electroshock de intensidad “K” que logre ese efecto.
También el diputado Oscar Aguad se preguntaba sorprendido: “¿De qué monopolio habla el Gobierno?”. El que justamente estaba hablando desde el monopolio era él cuando se hacía la pregunta. Qué pena: un radical no se merecía tanto sometimiento. Esta vez sí enterraron a Alfonsín más sinceramente que aquél día de su muerte, donde simularon el afán de continuarlo. Pero no. Eligieron volver por reflejo involutivo al tiempo del prejuicio y del “aluvión zoológico”. Otro que vuelve traído por las napas freáticas del olvido es Domingo Cavallo. “Los Kirchner dejarán activada una bomba de tiempo. Se está preparando un Rodrigazo”.
Lo que ha producido esta ley de medios es un baile de máscaras. La primera se cayó cuando Casandra dijo: “No dudaré en apoyar a los grandes grupos económicos con tal de defender la libertad de expresión”. Últimamente se la extraña: es como si estuviera convaleciente de sí misma y esperando restablecerse. En tanto, la intensidad del baile afloja los elásticos que sostienen a las máscaras, y ahí quedan expuestas las caras que ocultaban. Igual que en El fantasma de la Ópera: lo que ocultaban era a la bestia. Todavía falta un poco de suspenso: cuando Cobos, por el viaje de la Presidenta, la sustituya. Cuánta tentación. Dios lo libre de seguir profanando la política.

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