Recuerdo
“Llamame Carmen”
10–05–2014 /
Conocedor de su encarnizada lucha en defensa de las cuestiones de género, este cronista, a quien la mujer honró con su amistad hace más de veinte años, le preguntó ingenuamente cuando asumió como integrante de la Corte Suprema: “¿A partir de ahora cómo debo llamarte, ministro o ministra?”.
Periodista acreditado en la Corte Suprema
Periodista acreditado en la Corte Suprema
Sabía lo que hacía y lo que quería, escuchaba a todo el mundo pero jamás se iba a sumar al coro de grillos que le cantan a la luna si no estaba convencida
“Hacéla fácil, seguí llamándome Carmen”, dijo con la sencillez que caracterizó su vida; “el cargo es lo de menos”, agregó por si alguna duda cabía de que el bronce líquido no estaba entre sus bebidas preferidas.
“Hacéla fácil, seguí llamándome Carmen”, dijo con la sencillez que caracterizó su vida; “el cargo es lo de menos”, agregó por si alguna duda cabía de que el bronce líquido no estaba entre sus bebidas preferidas.
Cualquier necro puede poblarse de lugares comunes, desde referencias a su baja estatura confrontando con su altísima capacidad para intentar entender al otro, hasta el blanco de sus cabellos que evidenciaban una experiencia de vida que la llevó a confrontar con cierto sector del establishment que no trepidó en descalificarla cuando se definió como una “atea militante”.
“Soltera, sin hijos” murmuraban quienes creían que ese era un demérito, una burla solapada, una forma de mostrar a la mujer argentina que integró uno de los tribunales más prestigiosos del mundo, como alguien que no merecía respeto por no haber parido herederos. Qué miopes.
Otro lugar común: “Genio y figura hasta la sepultura” también podría poblar cualquier despedida, y es porque Carmen Argibay era eso.
Una mujer íntegra que eligió su forma de vivir y de morir: si los represores de uniforme militar no habían podido doblegarla durante la dictadura menos lo harían los médicos prohibiéndole fumar.
Sabía lo que hacía y lo que quería, escuchaba a todo el mundo pero jamás se iba a sumar al coro de grillos que le cantan a la luna si no estaba convencida, nunca ocultaría lo que pensaba para decir lo que otros querían escuchar.
Perdonáme Carmen, no voy a ir a tu velorio. No quiero verte en un cajón lustroso, prefiero recordarte como te conocí, compartiendo un café con leche con una medialuna y llenando un cenicero, aprendiendo de tu experiencia y escuchando tus consejos.
Hasta siempre ministra, que descanses en paz.
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