VIVIMOS TIEMPOS DE
URGENCIA Y DE ESPERANZA
Carta Abierta 14
1. Vivimos tiempos de desafío y de riesgo. Tiempos
de urgencia y de esperanza. A pocos días de las elecciones, demasiadas cosas
están en juego como para no señalar el dramatismo de la hora. Sabemos, siempre
lo supimos, que los proyectos transformadores de matriz popular y democrática
se enfrentan, tarde o temprano, con aquellas fuerzas poderosas que desde el
fondo de nuestra historia, una y otra vez, han buscado sostener su dominio
porque creen, con su visión patrimonialista, que el país les pertenece, que
siempre les ha pertenecido. Pero también se enfrentan, esos proyectos que
suelen ir contracorriente, a las nuevas demandas, que no nacen ni viven del
recuerdo de la tragedia previa, sino de las vicisitudes y las emergencias del
presente, incluso cuando van en contra de sus propios intereses. Y también se
enfrentan, los proyectos como el iniciado en mayo de 2003, a sus propias
dificultades y tensiones, esas que nacen de una realidad siempre en estado de
extrema fragilidad que nos recuerda la gravedad de una época en la que nada
parece quedar a resguardo de los grandes vendavales de un capitalismo global en
estado de crisis pero capaz de seguir imponiendo sus decisiones y su hegemonía
en la mayor parte del planeta.
Entender
el carácter de la ofensiva del capital neoliberal significa desentrañar el
grado de dramatismo que hoy amenaza a los proyectos políticos que buscan, sobre
todo en Sudamérica, vías alternativas a las que nos condujeron y quieren seguir
haciéndolo hacia la intemperie social y económica. La hora es incierta porque
está en juego la continuidad o no de una política que ha podido, con sus
dificultades y contradicciones, reinstalar en el centro de la escena la disputa
por la distribución de la renta material y simbólica. El reforzado frente
restaurador, que incluye a las corporaciones económico-mediáticas, a las
fuerzas de la derecha, a las expresiones del peronismo conservador y a los
neoprogresismos reaccionarios, busca cerrar este momento de reparación de la
vida popular.
Unos,
los poderosos, intentan recuperar el terreno perdido horadando, desde todos los
ángulos posibles y utilizando todos los recursos a su alcance, la continuidad
de un proyecto que, después de décadas de penurias para los intereses
populares, logró reabrir la esperanza en el interior de un pueblo lastimado y
saqueado. Otros, las personas comunes, los ciudadanos de a pie, los que viven
el día a día con sus logros y sus dificultades, no suelen fatigar los caminos de
la memoria a la hora de sentirse seducidos por opciones políticas que cierran a
cal y canto cualquier alusión al pasado y a su tragedia social, económica,
política y cultural porque, aunque no lo digan, están dispuestas, esas fuerzas
hoy opositoras, a implementar aquellas terribles recetas que tanto daño nos
hicieron. Exigen, con el derecho que surge de lo reconstruido y de sus propias
perspectivas y demandas individuales, seguir mejorando y seguir superando los
núcleos duros de la desigualdad, las carencias, las injusticias y las zozobras
de la vida cotidiana. Poco tiempo le
dedican a valorar lo que se ha conquistado en estos arduos y sorprendentes años
en los que el país logró recuperar la brújula de su historia dejando atrás,
como no se cansaba de decir Néstor Kirchner, el infierno en el que nos habíamos
convertido como sociedad.
Lejos
de las capturas ideológicas de largo aliento, más lejos aún de identidades
fijas y permanentes, parte de la ciudadanía de esta época mediatizada no suele
permanecer adherida a solidaridades cristalizadas. La fluidez, lo efímero, la
fetichización del cambio y de la última novedad, la lógica de la sociedad de la
mercancía y del espectáculo les exige a los lenguajes políticos y a la propia
democracia que aprendan a lidiar con esa persistente fragilidad de las
identidades contemporáneas. Nadie tiene la vaca atada. Cada día hay que renovar
el vínculo y el contrato de origen. La fugacidad de lo vivido pende como una
amenaza recurrente en el interior de una vida social que mide su satisfacción a
cada instante y de acuerdo, la mayor parte de las veces, con la narrativa que
de esa misma vida social se hace desde las grandes usinas comunicacionales que,
en la actualidad, constituyen la avanzada de los poderes corporativos y el laboratorio
desde el que se despliegan las nuevas formas hegemónicas que articulan el
estado de las conciencias. El riesgo nace de creer que lo conquistado y lo
recuperado, aquello que hizo y hace posible el diseño de una sociedad capaz de
reconstruir lo que había sido brutalmente destruido, no depende -hoy, acá y en
estas horas decisivas- de la continuidad del kirchnerismo.
Algunos,
los poderosos, los que han ejercido a discreción -y apelando muchas veces a la
violencia homicida- el poder en la mayor
parte de la travesía histórica del país, saben que no se puede seguir
permitiendo que un proyecto nacido de antiguos sueños de justicia e igualdad
siga pronunciando ese camino que acabe invirtiendo décadas de dominación y
sometimiento. Saben que la llegada del kirchnerismo vino a sacudir un estado de
injusticia y de derrota de las tradiciones populares. Que vino a interrumpir la
continuidad de la barbarie social y la ampliación de la desigualdad al mismo
tiempo que reabrió la posibilidad de reconstruir la tradición de una lengua
emancipatoria que hoy recorre una parte sustantiva de Sudamérica. Sabe,
también, que no puede permitir la prolongación en el tiempo de un proyecto que
le ha devuelto a la multitud invisible la potencia para encarar con energía
renovada profundas transformaciones en el interior de una realidad social que
sigue siendo un territorio en y de disputa. Sabe, a su vez, que la ampliación
de derechos multiplica las voces dispuestas a defender lo conquistado y a
oponerse a los intentos de restauración del poder neoliberal. Es simple su
intención: cortar de cuajo lo que nunca tenía que haber ocurrido, sellar, por
inactual e imposible, la invención democrática que renació hace diez años
cuando nada ni nadie lo podía preveer o imaginar. Van, una vez más, por la
reconquista de sus privilegios y por la plena posesión del poder de decisión.
Quieren terminar con una atrevida política que reinstaló entre nosotros la
esperanza de la igualdad. Ellos no confunden ni se confunden, saben cómo y
contra quien tienen que descargar toda su artillería destituyente.
Otros,
los bienintencionados, los que suelen identificarse con posiciones
progresistas, prefieren instalarse en la lógica de la demolición asociándose a
la feroz campaña que desde las usinas del poder mediático se viene
desarrollando contra el gobierno. Son los eternos buscadores de una “república
virtuosa”, esa que supuestamente yace en un oscuro filón de la nación,
extraviada después de los tiempos del primer centenario, y sometida una y otra
vez -eso piensan y proclaman sin sonrojarse- por los populismos demagógicos, al
vaciamiento y la corrupción. Sin encontrar ninguna incompatibilidad, allí donde
buscan convertirse en los heraldos de los valores republicanos, suelen confluir
con los poderes corporativos y, siempre, terminan por travestirse a imagen y
semejanza de esos grupos privilegiados. Pero, eso sí, en nombre de la República y de su
salvación. Lo que no dicen o no saben es que cada vez que esas fuerzas se
alzaron para defender la “virtud amenazada de la república” no hicieron otra
cosa que destruir derechos, aniquilar libertades y vaciar de contenido a la
propia vida democrática. Ofreciendo un rostro y una retórica supuestamente
progresista, arropados en banderas de larga prosapia libertaria, terminan por
volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las estrategias
destituyentes: el poder económico-mediático que va en busca de la restauración
conservadora.
Es
por eso que, en esta hora compleja y desafiante, nos dirigimos a los hombres y
mujeres de nuestra patria que no renuncian al sueño de una sociedad más justa.
Que, con toda honestidad, asumen como propias, en ocasiones, las críticas más
despiadadas e injustas que, construidas en el laboratorio de la derecha
corporativa, acaban convirtiéndose, sin que lo visualicen, en parte de su
propio sentido común y en la entrega de sus ideales democráticos a quienes no
han hecho otra cosa que vaciarlos de todo contenido emancipador. Los llamamos a
que, sin dejar de sostener sus tradiciones y sus diferencias, sepan reconocer
la abismal distancia que separa a un proyecto -con sus aciertos y sus errores- que
no ha dejado de inclinar la balanza hacia el horizonte de un país más
igualitario y democrático, de aquellos sectores dominantes y hegemónicos
dispuestos a quebrar en mil pedazos esas esperanzas que en los últimos diez
años no han hecho más que multiplicarse.
Detrás,
muchas veces, de retóricas seudo progresistas buscan seducir a ciudadanos que,
de saberlo, no estarían dispuestos a acompañar sus estrategias reaccionarias.
Pero también se montan en el sistemático esfuerzo por despolitizar, a través de
los lenguajes massmediáticos, a quienes han sido sujetos de la reconstrucción y
la ampliación de derechos sociales, civiles y culturales. Avanzan disputando sentido
común y opinión pública. Utilizan el espectacular poder de fuego de las
corporaciones comunicacionales siempre dispuestas a reforzar los intereses de
los grandes grupos económicos y a amplificar la contra revolución cultural que
el neoliberalismo viene desarrollando globalmente. Buscan desprestigiar y
debilitar hasta la extenuación a un gobierno que, a contrapelo de las
tendencias mundiales y en consonancia con algunos países de la región, se
atrevió a desafiar el orden establecido. Ellos sí que van por todo: van por la
liquidación de los derechos, van por la ampliación de su renta, van por la
perpetuación de su poder, van contra los deseos tumultuosos de las mayorías que
siguen soñando la igualdad, van contra las demandas de memoria, verdad y justicia
y por la impunidad de sus propios crímenes. Ellos saben lo que está en juego,
saben cuál es el corazón de la disputa y de qué modo golpear contra la
Presidenta y contra un proyecto que ha sido capaz de romper la terrible
continuidad de una dominación implacable que llevó a la peor de las intemperies
sociales, políticas, económicas, culturales y jurídicas.
Son momentos donde se
manifiesta con su fuerza silenciosa la ironía de la historia: por un lado, la
conciencia pública democrática se halla sumida en un gran debate; por otro
lado, esa misma conciencia se halla aprisionada por enormes operaciones
mediáticas que sobre el idioma real de la historia, sobreponen el idioma vacío
del miedo y de una abstracta reparación moral. De este modo, esa dramática
distancia entre la vida real, con sus cotidianas realizaciones y sus rumoreos
deshilvanados, se yergue en términos de un gran poder mediático que traba la
expresión genuina de los intereses sociales con una expresión repleta de
pulsiones fantasmales: es un modelo de conclusión de un ciclo como anunciación
de un “modelo de llegada”, el de un candidato que ha convertido su nombre en un
algoritmo y sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la pinta
entradora de vendedor de terrenitos a plazos, dispuesto a cualquier señuelo.
2. Ante tales circunstancias, es necesario
reponer todo un diccionario de ideas y de correspondencia entre éstas y las
definiciones más clásicas de un acervo político que está también amenazado. Se
trata de analizar una vez más los resultados del capitalismo en el plano de sus
acciones reales sobre la materia histórica, y en el plano de sus fantasías
ideológicas. Un cuarto de siglo pasó desde la reconfiguración
que sobrevino con el fin del mundo bipolar.
El velo de la promesa democrática y de un mundo en paz, con la que
Occidente batalló para obtener la hegemonía conquistada, ha caído. Se ha
impuesto una única “verdad”, la de un capitalismo que no tolera diferencias y
organiza, por el contrario, cruzadas
uniformadoras de sistemas económicos, modelos políticos, culturas y proyectos
de pueblos y naciones. Es en perspectiva, el diseño de un futuro global a
medida de un Imperio que impone su ley, otorgándole a ésta el valor de
“Justicia Universal”. La ilusión de un capitalismo humano, instalada durante la
“Edad de oro”, iluminada por los estados del bienestar de las socialdemocracias
europeas, se derrumbó, dejando revelado haber sido una estrategia de
competencia con el “mundo socialista” caído, más que una opción programática de
burguesías con sentido social. Cristina llamó anarcocapitalismo financiero a
esta hegemonía de un sistema depredador y llamó a recuperar lo mejor de aquello
que pudo o quiso a duras penas construir el propio capitalismo cuando tuvo que
atender las demandas de las grandes mayorías que se rebelaban contra una
antigua trama de injusticias. Eso es lo que se ha acabado en los países
centrales.
Es Sudamérica el lugar en el que, a
contracorriente, se busca defender derechos y conquistas que recuerdan al
Estado de Bienestar, pero que quieren ir más allá. Eso lo sabe el poder
hegemónico y ha buscado y lo seguirá haciendo quebrar estas experiencias
popular-reparadoras. En nuestro país, muchos que se ofrecen como portadores de
una perspectiva “progresista” no hacen más que movilizar sus recursos retóricos
e ideológicos a favor de la ola liberal-conservadora que viene arrasando los
derechos de las mayorías en los estados europeos. Esos “progresistas” han
defendido a Capriles y atacado las opciones populares sudamericanas en nombre
de la “virtud republicana”, del mismo modo que han derramado todos sus
prejuicios sociales y raciales al caracterizar a los habitantes de los barrios
marginales y pobres del gran Rosario como “inmigrantes de origen toba o de
Bolivia y Paraguay” que traen su pobreza desde “fuera”. Un lastre “indio y
extranjero” que no es responsabilidad del gobierno “progresista”.
El
último cuarto de siglo ha sido de guerras e invasiones. Irak, en dos
oportunidades, el descuartizamiento de Yugoslavia con intervenciones puntuales
de las grandes potencias en cada uno de sus conflictos, Afganistán, Libia, y
ahora la latente amenaza sobre Siria. También este tiempo ha sido de un
capitalismo financiero que organizó el mundo desterritorializando la producción
industrial y deslocalizando el trabajo con el fin de reducir los salarios,
ampliar las ganancias, destruir las conquistas de los trabajadores, desarmar
sus organizaciones y movilizar el
capital de un lugar a otro, sin límites, sin controles, ampliando hasta los
niveles más desmesurados las esferas financieras en las cuales las oligarquías
más poderosas del globo se apropiaban de la parte del león de las ensanchadas
plusvalías. Los cantos de sirena de una era post-industrial o de una época del
fin del trabajo, contrastan con las maquilas de salarios miserables, jornadas
extensísimas de trabajo y condiciones de precariedad y pobreza de las grandes
masas populares.
Sin
embargo, para el objetivo de un mundo único y uniforme no alcanzaba con
resolver el pleito bipolar. La nueva hegemonía se lanzó a adocenar un Tercer
Mundo que desplegaba proyectos propios, que había organizado estados para
impulsarlos, librado luchas de descolonización y liberación; un Tercer Mundo en
el que se habían conformado movimientos nacionales y populares y afirmado
ideales de emancipación y autonomía, pero que también sufriría de errores,
desaciertos y derrotas nacidas de experiencias que se encontraron ante sus
propios límites y sus propias fallas. La ideología neoliberal de
privatizaciones, desintervención pública, apertura irrestricta a las
inversiones externas, flexibización laboral, culto a los mercados
-especialmente a los financieros- fue predicada y practicada como poderosa
lógica de desorganización de estados, regímenes previos, pensamientos críticos,
modos de vida, valores, costumbres y creencias.
Así recuperó y amplió su hegemonía el capitalismo neoliberal. Sobre esta
tierra arrasada hoy se despliega la, tal vez, mayor de sus crisis.
Los
programas de ajuste en Europa, las campañas militares en África y Asia, el
ninguneo de las Naciones Unidas, la naturalización de la función de un gendarme
universal, el manejo unilateral de la emisión de moneda mundial por parte de la
potencia hegemónica, denotan la decisión del mundo central de agudizar la
crisis para que se resuelva sobre la base de ensanchar y profundizar el
paradigma regresivo de polarización social y concentración de la riqueza y del
poder. Pero, en la última década se abrió una grieta en esta humanidad
desolada, arrasada y desilusionada por un sistema que se había sentenciado a sí
mismo como definitivo e irreversible. Una esperanza creció en América Latina.
Una esperanza que fusionó el renacer de culturas milenarias, con las gestas de
la independencia y las experiencias populares de mediados del siglo pasado.
Nombrar a los que encendieron ese nuevo fuego siempre es imprescindible:
Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, Cristina. Sus nombres están ya
indisolublemente ligados a la recuperación de utopías, dignidades y voluntades
transformadoras.
Así,
la reciente participación de Cristina en el G20 fundó un nuevo momento. Un
discurso y una gestualidad de autonomía rompió con el diseño de un ámbito
organizado para un consenso unánime que consagrara la voluntad de los países
centrales. Señaló la complicidad de los EEUU con los fondos buitre, reclamó por
un regreso a un genuino multilateralismo y denunció que la paz no se construye
con guerras. Días después profundizó su pronunciamiento en la Asamblea de las Naciones
Unidas, sostuvo que no hay guerras justas, denunció la hipocresía de las
potencias que hablan de diálogo y no se sientan a conversar cuando peligran sus
intereses coloniales, criticó a quienes preparan intervenciones armadas en
nombre de la paz -cuando previamente fueron proveedores directos o indirectos
de las armas con las que se despliegan los conflictos-, pidió la restricción y
regulación de las lógicas anárquicas y perversas con las que se maneja el
capital financiero internacional, reclamó sobre una reforma del orden
internacional que favorezca el mayor peso de la opinión de las naciones
periféricas, exigió el cumplimiento de los acuerdos entre países.
Es
claro que nuestra Argentina y nuestra América Latina batallan contra intentos restauradores. Como siempre, éstos
se siembran de adentro y de afuera. Los fallos de la justicia norteamericana
contra nuestro país revelan el propósito de un disciplinamiento
“ejemplificador”. No se trata sólo de la imposición de una lógica de la
financiarización, que hasta puede resultar dañada por la desmesura de hacer
caer una reestructuración de deuda magníficamente lograda, si no de la
priorización de una actitud nada amistosa contra una nación y una región que
han recuperado una política internacional independiente, avanzado en proyectos
económicos transformadores y reconstruido sus Estados nacionales. Los actos de
espionaje sistemático llevados a cabo por los EEUU, violatorios de la soberanía
de nuestros países han generado reacciones dignas, impensables hace apenas una
década, como la de Dilma Rousseff que canceló su viaje a la superpotencia.
También hubo una firme y solidaria respuesta frente al grave secuestro que
sufriera Evo Morales por parte de potencias europeas unos meses atrás.
Todo
ello acontece mientras grupos económicos locales, mediocres oposiciones
políticas, y medios monopólicos que pretenden comandar la erosión del proyecto
popular, acechan para medrar con el producto de devaluaciones y turbulencias de
caminos regresivos. La ilusión de un
“gran empresariado adicto”, heredado de otras épocas y otros proyectos de país,
se desvaneció en estos diez años. Sus exponentes no sólo aumentan precios y
provocan inflaciones que erosionan el ánimo popular, si no que conspiran por
nuevas megadevaluaciones del peso para engrosar fortunas que reposan en
negocios financieros internacionales luego de utilizar cuantas vías de fuga
idean astutamente. Sus figurantes de escena, repetidores de discursos vetustos
rellenos de frases de ocasión, han mudado de escenario y militan activamente en
entramados opositores apostando al “fin de ciclo”. Es una hora dramática, en la que los
proyectos políticos transformadores de nuestro continente deben repensarse y,
dentro de ellos, su lógica de alianzas. Alianzas imprescindibles para su
consolidación y profundización, dos términos inescindibles, pues congelar el
presente, detener los cambios, conservar sólo lo hecho, más que insuficiente
resulta imposible. Los restauradores dicen que quieren poner un freno, pero
pretenden bombardear lo construido, aleccionar contra las ansias de cambio,
naturalizar la decadencia neoliberal. Por eso prometen un país “serio”,
reinsertado en el mundo, tan “moderno” como la podredumbre que impúdicamente
exhiben las economías del norte desarrollado.
Son
tiempos de afirmar el proyecto, a la vez que de reencauzamiento de rumbos.
Exigen acelerar los pasos de la unidad e integración regional, a la vez que
priorizar las construcciones políticas y la movilización popular. De
construcción de más Estado. De políticas que, con participación popular,
ensanchen más aun la ciudadanía. De ampliar las mejoras en la distribución de
la riqueza, porque queremos y hace falta más. De formalización plena de los
trabajadores. De mayor acceso de los campesinos a la tierra. De mayores
derechos para los pueblos originarios. De despliegue del acceso a la vivienda.
El kirchnerismo con sus grandes aciertos y también con sus errores, ausencias,
deudas pendientes y limitaciones marcó una dirección popular y democrática tan
profunda que sólo admite, desde una mirada emancipatoria, la crítica que tiende
a fortalecerlo. La vocinglería opositora que le señala insuficiencias para
debilitarlo, aunque acierte muchas veces en desnudar la falta, aunque luzca
centroizquierdista, confraterniza con el intento oligárquico de consumar el
“fin de ciclo”. Porque lo que está en juego no es el éxito o fracaso de una
gestión, entendida como un agregado de medidas o políticas, sino el sentido de
una época. No hay profundización de ella sin continuidad, o para ser más
dramáticos, sin futuro del kirchnerismo como fuerza transformadora en el poder.
Los que quieren ordenar, poner fin al
tumulto, limpiar la escena, enaltecer la corrección, ser héroes de la buena
conducta, se proponen como el cementerio de los proyectos transformadores.
La
demolición, que provocó e inició la dictadura cívico-militar en 1976, de una Argentina con empleo digno y solidaridades
sociales, estructuras políticas que identificaban clases, culturas y proyectos,
aun no fue revertida plenamente. Los años del proyecto popular en curso
recuperaron el paradigma del trabajo, la vocación de autonomía nacional, el rol
de lo público y los ideales de igualdad y justicia. Pero la estructura
concentrada y extranjerizada de la economía permanece y resulta de difícil,
aunque necesaria reducción. Si bien la desigualdad disminuyó, subsiste aun la
fragmentación política, social y sindical. Una tercera parte de los trabajadores
ocupados permanece en la informalidad, si bien se han tomado medidas históricas
con la legislación del trabajo rural y en domicilios particulares. La
volatilidad de políticos profesionales que migran como miserables oportunistas
desde cargos importantes detentados en un gobierno que promovió un viraje
profundo en la política argentina hacia opciones regresivas del pasado
revertido, ejemplifica sobre carencias de la política argentina del presente,
aunque ésta haya recuperado su función de actividad transformadora. Es
necesaria una iniciativa más enérgica para emprender construcción política y ensanchar la
capacidad e intensidad de la movilización popular que impregne de otra densidad
a la militancia, a la pertenencia, a la participación, a la adhesión y a la
simpatía por el proyecto transformador. Hace falta transitar hacia una
democracia profunda en la que la instancia electoral consagre, en ese momento
culminante, la voluntad y pasión que se construye permanentemente en un ideal
compartido de sociedad integrada y fraternizada. Es el gran desafío para la
continuidad.
El
actual es un momento crucial. Es época de generar esperanzas. De plantearle a
la sociedad compartir un programa para la profundización de un proyecto que ha
resultado tan exitoso como justo. Han sido diez años de avances prodigiosos. La
escena de un pueblo hambriento, marginado y sin trabajo ha sido reemplazada por
un tiempo de disputas sociales por mejorar las condiciones de vida, por
alcanzar la igualdad. Toda una política de gobierno signada por el sentido de
la ampliación de derechos es la que convoca, y nos convoca, a jugar nuestra
pasión y la acción para sostener ese sentido peleando por la continuidad de
esta política ahora y en el 2015. Memoria, verdad y justicia. Convenios Colectivos.
Salario Mínimo. Recuperación del sistema de jubilación de las manos de la
especulación financiera. Mejor distribución del ingreso. Aumento del
presupuesto educativo. Asignación Universal por Hijo. Matrimonio igualitario.
Ley de servicios de comunicación audiovisual. Nueva Carta Orgánica del BCRA.
Autonomía frente a las políticas del FMI. Resistencia frente a los fondos
buitre. Despliegue de las cooperativas de trabajo. Mejora sustantiva en los
ingresos de los jubilados. Gobierno civil de la política de defensa. Desendeudamiento.
Nacionalización de YPF, Aerolíneas y aguas. El plan Procrear, que acaba de expandirse… Una lista extensísima,
abierta, de no acabar.
Hubo
tiempos en los que la sorpresa de los nuevos hechos de la gestión, que
invertían las consecuencias del neoliberalismo, alcanzaban por sí solos para
obtener el respaldo ciudadano. Hoy se requiere más. Es justa y necesaria la
promesa, el dibujo de un futuro, la convocatoria a participar en la
profundización de una gesta. Establecer el contraste, la contracara que puje
contra la declamación de las derechas, los “pragmatistas” y los falsos “centroizquierdistas”
que han hecho de la difamación una propuesta política, de la falla la
impugnación del todo, de la virtud la impostura, del resultado de una política
la casualidad de una ocasión. Es una hora de más hechos, argumentos y debates.
Esgrimir sólo el balance no es suficiente.
Las
últimas medidas tributarias mejorarán notablemente los ingresos de los
trabajadores formalizados, así como comenzarán a trazar un camino de justa
imposición a la renta. Pero queda pendiente una reforma tributaria integral que
acentúe la mejora en la progresividad del sistema que comenzara con la
implantación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias. Una profunda
discriminación de los productos y tasas para el gravamen del IVA, liberando del
mismo al consumo popular e intensificando la imposición de los bienes
suntuarios sería parte de la misma. También la recuperación del impuesto a la
herencia que fuera eliminado por la dictadura terrorista. El aumento de los
aportes patronales revertiría la reducción de los mismos que constituyó parte
de las políticas de “flexibilización” laboral. Fueron muy significativos los
recientes cambios introducidos en el régimen del monotributo y beneficiarán a
sectores de ingresos bajos y medios.
Además,
ha sido muy importante la legislación que suspende los desalojos de los
campesinos, como así también el comienzo de las tareas para reconocer la posesión
y propiedad de la tierra por parte de las comunidades indígenas, mediante el
establecimiento de su propiedad colectiva sobre las mismas. Sin embargo, es
necesario profundizar más aun esta justa política, disponiendo la
titularización de esas tierras y emprendiendo una política integral que avance
en la generación de conciencia y la adopción de criterios que reconozcan el
carácter social que define a ese recurso natural estratégico.
Muchas
veces el gobierno ha reaccionado con atraso. La política ferroviaria y la
energética han transcurrido por caminos erróneos en una larga fase del proyecto
nacional en curso. Las consecuencias fueron dolorosas y costosas. Sin embargo,
esos desvíos hoy se encuentran en vías de corrección y se han adoptado medidas
de fondo para reestructurar esos sectores. Pero los daños causados a la marcha
del proyecto no han sido menores, aunque siempre las transformaciones
reparadoras fueron tomadas desde una perspectiva de profundización.
Para
hacer posible la aplicación de un derecho básico para los ciudadanos como es el
derecho a la salud, hoy todavía tropezamos con un sistema fragmentado y
desigual que debe transformarse, avanzando en la planificación de la salud,
adoptando así, un criterio inverso al de los países de la Alianza del Pacífico,
donde la exclusión es creciente debido al predominio del paradigma de la
mercantilización. Sin embargo, ha habido avances importantes, a través de
múltiples acciones emprendidas por el Ministerio de Desarrollo Social, como la
Asignación Universal por Hijo, la ley de procreación responsable, las medidas
contra la violencia de género, la ley de salud mental, la ley antitabaco, un
amplio plan de vacunación obligatoria y el tratamiento gratuito del HIV-SIDA.
La postergada reglamentación de la producción pública de medicamentos es una de
las incomprensibles demoras que deben ser reparadas.
A
los momentos críticos, a las dificultades, el gobierno las enfrentó siempre con
medidas e iniciativas fieles al sentido de su proyecto político. La derecha
opositora, en sus versiones burdas o travestidas de “centroizquierdistas”
repite monocordemente las mismas impugnaciones, cualquiera sea el lugar de
América Latina que se trate: corrupción, inflación, inseguridad. Una receta
única para esmerilar gobiernos “populistas”. La primera siempre resulta
condenable, aunque el capitalismo suponga su existencia sistémica. La inflación
siempre debe ocupar, pero la derecha pretende convertirla en el eje de la
economía para aplicar planes de ajuste y reducción del salario, mientras que
una política más efectiva para enfrentarla sería redoblar los controles,
sistematizarlos, disciplinar a los empresarios, ampliar significativamente las
formas y prácticas de comercialización estatal, provincial y municipal directa
de bienes esenciales. Bienvenida y oportuna la mesa de diálogo que abrió
Cristina para abordar los acuerdos que persigan restringir los aumentos de
precios. La inseguridad, que los medios hegemónicos instalan y silencian en
dosis que manejan a conveniencia del poder concentrado, constituye un problema
estructural de las megalópolis “modernas” nacidas del capitalismo anárquico,
guiado por el paradigma del más crudo individualismo; controlar, discriminar,
perseguir y encerrar adolescentes
condice con las lógicas del chivo expiatorio para disipar el reclamo de las
víctimas sin resolver, o más aun, agravando lo que se enuncia querer
solucionar. Cualquier estrategia de mano dura favorece la ampliación de la
complicidad del delito con integrantes y jefes de los cuerpos de seguridad.
Contrariamente la estrategia de construir una “seguridad democrática” y el
camino de abordar la especificidad juvenil abren la esperanza para reducir
inseguridades e injusticias. El kirchnerismo, desde su inicio, ha cuestionado
las salidas punitivas o la apelación “salvadora” a la mano dura como fórmulas
mágicas para combatir el delito. Hoy, como ayer, esa debe ser su brújula a la
hora de intentar nuevos caminos ante una problemática extremadamente compleja
que no tiene una solución lineal.
3. No resulta sencillo
ir contra el prejuicio y el resentimiento, pero más difícil es intentar
explicar el odio que, de un modo incisivo y sistemático se difunde por ciertos
medios de comunicación, y va más allá de todas las diferencias políticas para
anclarse en una visceral inhumanidad. Lo que se despliega por el éter
informativo en estos días argentinos es, cuando de lo que se trata es de horadar
y debilitar al gobierno, una estrategia inclemente que no se detiene ante
ningún obstáculo ni conoce la frontera del respeto y la compasión por el
padecimiento del otro. Esa estrategia encuentra su correspondencia en algunos
sectores de la sociedad que, sin ningún disimulo, se regodean en ese modo antagónico a toda forma de convivencia
democrática. Escudándose en una “moralidad virtuosa”, en la apología de una
república añorada desde que la “demagogia populista invadió la nación”,
movilizan todos los recursos a su disposición para hacer naufragar un proyecto
que, después de décadas de impunidad de los poderes reales, se plantó frente a
los “dueños del país” defendiendo los intereses populares.
El odio y la visión canalla del mundo
se conjugan en aquellos "periodistas" que buscan golpear a la figura
presidencial. Vuelve sobre nosotros un discurso de una violencia que habíamos
imaginado sellada en nuestra historia pero que regresa intocada de su viaje por
el tiempo. Deseo de muerte, goce con el padecimiento y la enfermedad del otro,
en este caso de Cristina como antes de Néstor Kirchner o, más lejos en el
tiempo, de Evita. Virulencia.
Comparaciones históricas infames: primero con el nazismo, después con el
fascismo y, ahora, con el lopezreguismo. Literalmente se mofan de las víctimas
reales de la historia y juegan con los límites para transgredirlos. En el deseo
de ellos está lo peor. El odio es su estrategia y buscan multiplicarlo
penetrando una zona oscura de nuestra sociedad que se reencuentra con una parte
espantosa de sí misma, aquella que cristalizó en la frase "viva el
cáncer" cuando Evita luchaba por su vida. El odio sólo construye
destrucción. Por eso, hoy más que nunca, compromiso con la democracia,
militancia de las ideas, rebelión contra los canallas y redoblamiento de la
participación para continuar transformando el país en beneficio de las
mayorías.
Dos
años que serán tan largos como disputados transcurrirán entre las elecciones de
octubre y las de 2015. Lejos de reflexiones como las de “fin de ciclo”, en las
que se sumerge una intelectualidad antipopular, incluso perteneciente al
antiguo cuño de una extraviada progresía liberal, que anida y alienta una
restauración de gravosas consecuencias, elegimos ampliar nuestro compromiso con
ideales y sueños de liberación nacional y emancipación humana, cuyo devenir
juega su suerte en la etapa histórica argentina junto al actual proyecto. La
crítica no es, afirmamos, el ascético ademán de la disolución, la descalificación
y la injuria. Es, ante todo, el acto libertario de develar las formas que
asumen la dominación, la injusticia y otras formas de violencia invariablemente
ejercidas sobre nuestro pueblo, y como tal su ejercicio es inherente a la
alternativa política que ha dado en llamarse kirchnerismo. No cejaremos en el
esfuerzo por convocar a compañeros que buscan destinos similares a los nuestros
y permanecen fuera del proyecto, a ensayar un camino en común para fortalecerlo
y bregar por cambiar lo que haya que cambiar. Porque hemos optado por el
lado de los más débiles de la
Historia y de esta historia de confrontación con las
corporaciones del poder. Porque hemos reconocido la extraordinaria voluntad de
reparación que irrumpió en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, una voluntad
que nos devolvió el sueño de un país justo. Porque valoramos la entereza, el
coraje y las convicciones de Cristina que, sobreponiéndose a dificultades por
todos conocidas, no ha dejado de asumir un compromiso ejemplar con su pueblo.
Ese es, también, el sentido que elegimos dar a nuestras vidas.
VIVIMOS TIEMPOS DE
URGENCIA Y DE ESPERANZA
Carta Abierta 14
1. Vivimos tiempos de desafío y de riesgo. Tiempos
de urgencia y de esperanza. A pocos días de las elecciones, demasiadas cosas
están en juego como para no señalar el dramatismo de la hora. Sabemos, siempre
lo supimos, que los proyectos transformadores de matriz popular y democrática
se enfrentan, tarde o temprano, con aquellas fuerzas poderosas que desde el
fondo de nuestra historia, una y otra vez, han buscado sostener su dominio
porque creen, con su visión patrimonialista, que el país les pertenece, que
siempre les ha pertenecido. Pero también se enfrentan, esos proyectos que
suelen ir contracorriente, a las nuevas demandas, que no nacen ni viven del
recuerdo de la tragedia previa, sino de las vicisitudes y las emergencias del
presente, incluso cuando van en contra de sus propios intereses. Y también se
enfrentan, los proyectos como el iniciado en mayo de 2003, a sus propias
dificultades y tensiones, esas que nacen de una realidad siempre en estado de
extrema fragilidad que nos recuerda la gravedad de una época en la que nada
parece quedar a resguardo de los grandes vendavales de un capitalismo global en
estado de crisis pero capaz de seguir imponiendo sus decisiones y su hegemonía
en la mayor parte del planeta.
Entender
el carácter de la ofensiva del capital neoliberal significa desentrañar el
grado de dramatismo que hoy amenaza a los proyectos políticos que buscan, sobre
todo en Sudamérica, vías alternativas a las que nos condujeron y quieren seguir
haciéndolo hacia la intemperie social y económica. La hora es incierta porque
está en juego la continuidad o no de una política que ha podido, con sus
dificultades y contradicciones, reinstalar en el centro de la escena la disputa
por la distribución de la renta material y simbólica. El reforzado frente
restaurador, que incluye a las corporaciones económico-mediáticas, a las
fuerzas de la derecha, a las expresiones del peronismo conservador y a los
neoprogresismos reaccionarios, busca cerrar este momento de reparación de la
vida popular.
Unos,
los poderosos, intentan recuperar el terreno perdido horadando, desde todos los
ángulos posibles y utilizando todos los recursos a su alcance, la continuidad
de un proyecto que, después de décadas de penurias para los intereses
populares, logró reabrir la esperanza en el interior de un pueblo lastimado y
saqueado. Otros, las personas comunes, los ciudadanos de a pie, los que viven
el día a día con sus logros y sus dificultades, no suelen fatigar los caminos de
la memoria a la hora de sentirse seducidos por opciones políticas que cierran a
cal y canto cualquier alusión al pasado y a su tragedia social, económica,
política y cultural porque, aunque no lo digan, están dispuestas, esas fuerzas
hoy opositoras, a implementar aquellas terribles recetas que tanto daño nos
hicieron. Exigen, con el derecho que surge de lo reconstruido y de sus propias
perspectivas y demandas individuales, seguir mejorando y seguir superando los
núcleos duros de la desigualdad, las carencias, las injusticias y las zozobras
de la vida cotidiana. Poco tiempo le
dedican a valorar lo que se ha conquistado en estos arduos y sorprendentes años
en los que el país logró recuperar la brújula de su historia dejando atrás,
como no se cansaba de decir Néstor Kirchner, el infierno en el que nos habíamos
convertido como sociedad.
Lejos
de las capturas ideológicas de largo aliento, más lejos aún de identidades
fijas y permanentes, parte de la ciudadanía de esta época mediatizada no suele
permanecer adherida a solidaridades cristalizadas. La fluidez, lo efímero, la
fetichización del cambio y de la última novedad, la lógica de la sociedad de la
mercancía y del espectáculo les exige a los lenguajes políticos y a la propia
democracia que aprendan a lidiar con esa persistente fragilidad de las
identidades contemporáneas. Nadie tiene la vaca atada. Cada día hay que renovar
el vínculo y el contrato de origen. La fugacidad de lo vivido pende como una
amenaza recurrente en el interior de una vida social que mide su satisfacción a
cada instante y de acuerdo, la mayor parte de las veces, con la narrativa que
de esa misma vida social se hace desde las grandes usinas comunicacionales que,
en la actualidad, constituyen la avanzada de los poderes corporativos y el laboratorio
desde el que se despliegan las nuevas formas hegemónicas que articulan el
estado de las conciencias. El riesgo nace de creer que lo conquistado y lo
recuperado, aquello que hizo y hace posible el diseño de una sociedad capaz de
reconstruir lo que había sido brutalmente destruido, no depende -hoy, acá y en
estas horas decisivas- de la continuidad del kirchnerismo.
Algunos,
los poderosos, los que han ejercido a discreción -y apelando muchas veces a la
violencia homicida- el poder en la mayor
parte de la travesía histórica del país, saben que no se puede seguir
permitiendo que un proyecto nacido de antiguos sueños de justicia e igualdad
siga pronunciando ese camino que acabe invirtiendo décadas de dominación y
sometimiento. Saben que la llegada del kirchnerismo vino a sacudir un estado de
injusticia y de derrota de las tradiciones populares. Que vino a interrumpir la
continuidad de la barbarie social y la ampliación de la desigualdad al mismo
tiempo que reabrió la posibilidad de reconstruir la tradición de una lengua
emancipatoria que hoy recorre una parte sustantiva de Sudamérica. Sabe,
también, que no puede permitir la prolongación en el tiempo de un proyecto que
le ha devuelto a la multitud invisible la potencia para encarar con energía
renovada profundas transformaciones en el interior de una realidad social que
sigue siendo un territorio en y de disputa. Sabe, a su vez, que la ampliación
de derechos multiplica las voces dispuestas a defender lo conquistado y a
oponerse a los intentos de restauración del poder neoliberal. Es simple su
intención: cortar de cuajo lo que nunca tenía que haber ocurrido, sellar, por
inactual e imposible, la invención democrática que renació hace diez años
cuando nada ni nadie lo podía preveer o imaginar. Van, una vez más, por la
reconquista de sus privilegios y por la plena posesión del poder de decisión.
Quieren terminar con una atrevida política que reinstaló entre nosotros la
esperanza de la igualdad. Ellos no confunden ni se confunden, saben cómo y
contra quien tienen que descargar toda su artillería destituyente.
Otros,
los bienintencionados, los que suelen identificarse con posiciones
progresistas, prefieren instalarse en la lógica de la demolición asociándose a
la feroz campaña que desde las usinas del poder mediático se viene
desarrollando contra el gobierno. Son los eternos buscadores de una “república
virtuosa”, esa que supuestamente yace en un oscuro filón de la nación,
extraviada después de los tiempos del primer centenario, y sometida una y otra
vez -eso piensan y proclaman sin sonrojarse- por los populismos demagógicos, al
vaciamiento y la corrupción. Sin encontrar ninguna incompatibilidad, allí donde
buscan convertirse en los heraldos de los valores republicanos, suelen confluir
con los poderes corporativos y, siempre, terminan por travestirse a imagen y
semejanza de esos grupos privilegiados. Pero, eso sí, en nombre de la República y de su
salvación. Lo que no dicen o no saben es que cada vez que esas fuerzas se
alzaron para defender la “virtud amenazada de la república” no hicieron otra
cosa que destruir derechos, aniquilar libertades y vaciar de contenido a la
propia vida democrática. Ofreciendo un rostro y una retórica supuestamente
progresista, arropados en banderas de larga prosapia libertaria, terminan por
volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las estrategias
destituyentes: el poder económico-mediático que va en busca de la restauración
conservadora.
Es
por eso que, en esta hora compleja y desafiante, nos dirigimos a los hombres y
mujeres de nuestra patria que no renuncian al sueño de una sociedad más justa.
Que, con toda honestidad, asumen como propias, en ocasiones, las críticas más
despiadadas e injustas que, construidas en el laboratorio de la derecha
corporativa, acaban convirtiéndose, sin que lo visualicen, en parte de su
propio sentido común y en la entrega de sus ideales democráticos a quienes no
han hecho otra cosa que vaciarlos de todo contenido emancipador. Los llamamos a
que, sin dejar de sostener sus tradiciones y sus diferencias, sepan reconocer
la abismal distancia que separa a un proyecto -con sus aciertos y sus errores- que
no ha dejado de inclinar la balanza hacia el horizonte de un país más
igualitario y democrático, de aquellos sectores dominantes y hegemónicos
dispuestos a quebrar en mil pedazos esas esperanzas que en los últimos diez
años no han hecho más que multiplicarse.
Detrás,
muchas veces, de retóricas seudo progresistas buscan seducir a ciudadanos que,
de saberlo, no estarían dispuestos a acompañar sus estrategias reaccionarias.
Pero también se montan en el sistemático esfuerzo por despolitizar, a través de
los lenguajes massmediáticos, a quienes han sido sujetos de la reconstrucción y
la ampliación de derechos sociales, civiles y culturales. Avanzan disputando sentido
común y opinión pública. Utilizan el espectacular poder de fuego de las
corporaciones comunicacionales siempre dispuestas a reforzar los intereses de
los grandes grupos económicos y a amplificar la contra revolución cultural que
el neoliberalismo viene desarrollando globalmente. Buscan desprestigiar y
debilitar hasta la extenuación a un gobierno que, a contrapelo de las
tendencias mundiales y en consonancia con algunos países de la región, se
atrevió a desafiar el orden establecido. Ellos sí que van por todo: van por la
liquidación de los derechos, van por la ampliación de su renta, van por la
perpetuación de su poder, van contra los deseos tumultuosos de las mayorías que
siguen soñando la igualdad, van contra las demandas de memoria, verdad y justicia
y por la impunidad de sus propios crímenes. Ellos saben lo que está en juego,
saben cuál es el corazón de la disputa y de qué modo golpear contra la
Presidenta y contra un proyecto que ha sido capaz de romper la terrible
continuidad de una dominación implacable que llevó a la peor de las intemperies
sociales, políticas, económicas, culturales y jurídicas.
Son momentos donde se
manifiesta con su fuerza silenciosa la ironía de la historia: por un lado, la
conciencia pública democrática se halla sumida en un gran debate; por otro
lado, esa misma conciencia se halla aprisionada por enormes operaciones
mediáticas que sobre el idioma real de la historia, sobreponen el idioma vacío
del miedo y de una abstracta reparación moral. De este modo, esa dramática
distancia entre la vida real, con sus cotidianas realizaciones y sus rumoreos
deshilvanados, se yergue en términos de un gran poder mediático que traba la
expresión genuina de los intereses sociales con una expresión repleta de
pulsiones fantasmales: es un modelo de conclusión de un ciclo como anunciación
de un “modelo de llegada”, el de un candidato que ha convertido su nombre en un
algoritmo y sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la pinta
entradora de vendedor de terrenitos a plazos, dispuesto a cualquier señuelo.
2. Ante tales circunstancias, es necesario
reponer todo un diccionario de ideas y de correspondencia entre éstas y las
definiciones más clásicas de un acervo político que está también amenazado. Se
trata de analizar una vez más los resultados del capitalismo en el plano de sus
acciones reales sobre la materia histórica, y en el plano de sus fantasías
ideológicas. Un cuarto de siglo pasó desde la reconfiguración
que sobrevino con el fin del mundo bipolar.
El velo de la promesa democrática y de un mundo en paz, con la que
Occidente batalló para obtener la hegemonía conquistada, ha caído. Se ha
impuesto una única “verdad”, la de un capitalismo que no tolera diferencias y
organiza, por el contrario, cruzadas
uniformadoras de sistemas económicos, modelos políticos, culturas y proyectos
de pueblos y naciones. Es en perspectiva, el diseño de un futuro global a
medida de un Imperio que impone su ley, otorgándole a ésta el valor de
“Justicia Universal”. La ilusión de un capitalismo humano, instalada durante la
“Edad de oro”, iluminada por los estados del bienestar de las socialdemocracias
europeas, se derrumbó, dejando revelado haber sido una estrategia de
competencia con el “mundo socialista” caído, más que una opción programática de
burguesías con sentido social. Cristina llamó anarcocapitalismo financiero a
esta hegemonía de un sistema depredador y llamó a recuperar lo mejor de aquello
que pudo o quiso a duras penas construir el propio capitalismo cuando tuvo que
atender las demandas de las grandes mayorías que se rebelaban contra una
antigua trama de injusticias. Eso es lo que se ha acabado en los países
centrales.
Es Sudamérica el lugar en el que, a
contracorriente, se busca defender derechos y conquistas que recuerdan al
Estado de Bienestar, pero que quieren ir más allá. Eso lo sabe el poder
hegemónico y ha buscado y lo seguirá haciendo quebrar estas experiencias
popular-reparadoras. En nuestro país, muchos que se ofrecen como portadores de
una perspectiva “progresista” no hacen más que movilizar sus recursos retóricos
e ideológicos a favor de la ola liberal-conservadora que viene arrasando los
derechos de las mayorías en los estados europeos. Esos “progresistas” han
defendido a Capriles y atacado las opciones populares sudamericanas en nombre
de la “virtud republicana”, del mismo modo que han derramado todos sus
prejuicios sociales y raciales al caracterizar a los habitantes de los barrios
marginales y pobres del gran Rosario como “inmigrantes de origen toba o de
Bolivia y Paraguay” que traen su pobreza desde “fuera”. Un lastre “indio y
extranjero” que no es responsabilidad del gobierno “progresista”.
El
último cuarto de siglo ha sido de guerras e invasiones. Irak, en dos
oportunidades, el descuartizamiento de Yugoslavia con intervenciones puntuales
de las grandes potencias en cada uno de sus conflictos, Afganistán, Libia, y
ahora la latente amenaza sobre Siria. También este tiempo ha sido de un
capitalismo financiero que organizó el mundo desterritorializando la producción
industrial y deslocalizando el trabajo con el fin de reducir los salarios,
ampliar las ganancias, destruir las conquistas de los trabajadores, desarmar
sus organizaciones y movilizar el
capital de un lugar a otro, sin límites, sin controles, ampliando hasta los
niveles más desmesurados las esferas financieras en las cuales las oligarquías
más poderosas del globo se apropiaban de la parte del león de las ensanchadas
plusvalías. Los cantos de sirena de una era post-industrial o de una época del
fin del trabajo, contrastan con las maquilas de salarios miserables, jornadas
extensísimas de trabajo y condiciones de precariedad y pobreza de las grandes
masas populares.
Sin
embargo, para el objetivo de un mundo único y uniforme no alcanzaba con
resolver el pleito bipolar. La nueva hegemonía se lanzó a adocenar un Tercer
Mundo que desplegaba proyectos propios, que había organizado estados para
impulsarlos, librado luchas de descolonización y liberación; un Tercer Mundo en
el que se habían conformado movimientos nacionales y populares y afirmado
ideales de emancipación y autonomía, pero que también sufriría de errores,
desaciertos y derrotas nacidas de experiencias que se encontraron ante sus
propios límites y sus propias fallas. La ideología neoliberal de
privatizaciones, desintervención pública, apertura irrestricta a las
inversiones externas, flexibización laboral, culto a los mercados
-especialmente a los financieros- fue predicada y practicada como poderosa
lógica de desorganización de estados, regímenes previos, pensamientos críticos,
modos de vida, valores, costumbres y creencias.
Así recuperó y amplió su hegemonía el capitalismo neoliberal. Sobre esta
tierra arrasada hoy se despliega la, tal vez, mayor de sus crisis.
Los
programas de ajuste en Europa, las campañas militares en África y Asia, el
ninguneo de las Naciones Unidas, la naturalización de la función de un gendarme
universal, el manejo unilateral de la emisión de moneda mundial por parte de la
potencia hegemónica, denotan la decisión del mundo central de agudizar la
crisis para que se resuelva sobre la base de ensanchar y profundizar el
paradigma regresivo de polarización social y concentración de la riqueza y del
poder. Pero, en la última década se abrió una grieta en esta humanidad
desolada, arrasada y desilusionada por un sistema que se había sentenciado a sí
mismo como definitivo e irreversible. Una esperanza creció en América Latina.
Una esperanza que fusionó el renacer de culturas milenarias, con las gestas de
la independencia y las experiencias populares de mediados del siglo pasado.
Nombrar a los que encendieron ese nuevo fuego siempre es imprescindible:
Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, Cristina. Sus nombres están ya
indisolublemente ligados a la recuperación de utopías, dignidades y voluntades
transformadoras.
Así,
la reciente participación de Cristina en el G20 fundó un nuevo momento. Un
discurso y una gestualidad de autonomía rompió con el diseño de un ámbito
organizado para un consenso unánime que consagrara la voluntad de los países
centrales. Señaló la complicidad de los EEUU con los fondos buitre, reclamó por
un regreso a un genuino multilateralismo y denunció que la paz no se construye
con guerras. Días después profundizó su pronunciamiento en la Asamblea de las Naciones
Unidas, sostuvo que no hay guerras justas, denunció la hipocresía de las
potencias que hablan de diálogo y no se sientan a conversar cuando peligran sus
intereses coloniales, criticó a quienes preparan intervenciones armadas en
nombre de la paz -cuando previamente fueron proveedores directos o indirectos
de las armas con las que se despliegan los conflictos-, pidió la restricción y
regulación de las lógicas anárquicas y perversas con las que se maneja el
capital financiero internacional, reclamó sobre una reforma del orden
internacional que favorezca el mayor peso de la opinión de las naciones
periféricas, exigió el cumplimiento de los acuerdos entre países.
Es
claro que nuestra Argentina y nuestra América Latina batallan contra intentos restauradores. Como siempre, éstos
se siembran de adentro y de afuera. Los fallos de la justicia norteamericana
contra nuestro país revelan el propósito de un disciplinamiento
“ejemplificador”. No se trata sólo de la imposición de una lógica de la
financiarización, que hasta puede resultar dañada por la desmesura de hacer
caer una reestructuración de deuda magníficamente lograda, si no de la
priorización de una actitud nada amistosa contra una nación y una región que
han recuperado una política internacional independiente, avanzado en proyectos
económicos transformadores y reconstruido sus Estados nacionales. Los actos de
espionaje sistemático llevados a cabo por los EEUU, violatorios de la soberanía
de nuestros países han generado reacciones dignas, impensables hace apenas una
década, como la de Dilma Rousseff que canceló su viaje a la superpotencia.
También hubo una firme y solidaria respuesta frente al grave secuestro que
sufriera Evo Morales por parte de potencias europeas unos meses atrás.
Todo
ello acontece mientras grupos económicos locales, mediocres oposiciones
políticas, y medios monopólicos que pretenden comandar la erosión del proyecto
popular, acechan para medrar con el producto de devaluaciones y turbulencias de
caminos regresivos. La ilusión de un
“gran empresariado adicto”, heredado de otras épocas y otros proyectos de país,
se desvaneció en estos diez años. Sus exponentes no sólo aumentan precios y
provocan inflaciones que erosionan el ánimo popular, si no que conspiran por
nuevas megadevaluaciones del peso para engrosar fortunas que reposan en
negocios financieros internacionales luego de utilizar cuantas vías de fuga
idean astutamente. Sus figurantes de escena, repetidores de discursos vetustos
rellenos de frases de ocasión, han mudado de escenario y militan activamente en
entramados opositores apostando al “fin de ciclo”. Es una hora dramática, en la que los
proyectos políticos transformadores de nuestro continente deben repensarse y,
dentro de ellos, su lógica de alianzas. Alianzas imprescindibles para su
consolidación y profundización, dos términos inescindibles, pues congelar el
presente, detener los cambios, conservar sólo lo hecho, más que insuficiente
resulta imposible. Los restauradores dicen que quieren poner un freno, pero
pretenden bombardear lo construido, aleccionar contra las ansias de cambio,
naturalizar la decadencia neoliberal. Por eso prometen un país “serio”,
reinsertado en el mundo, tan “moderno” como la podredumbre que impúdicamente
exhiben las economías del norte desarrollado.
Son
tiempos de afirmar el proyecto, a la vez que de reencauzamiento de rumbos.
Exigen acelerar los pasos de la unidad e integración regional, a la vez que
priorizar las construcciones políticas y la movilización popular. De
construcción de más Estado. De políticas que, con participación popular,
ensanchen más aun la ciudadanía. De ampliar las mejoras en la distribución de
la riqueza, porque queremos y hace falta más. De formalización plena de los
trabajadores. De mayor acceso de los campesinos a la tierra. De mayores
derechos para los pueblos originarios. De despliegue del acceso a la vivienda.
El kirchnerismo con sus grandes aciertos y también con sus errores, ausencias,
deudas pendientes y limitaciones marcó una dirección popular y democrática tan
profunda que sólo admite, desde una mirada emancipatoria, la crítica que tiende
a fortalecerlo. La vocinglería opositora que le señala insuficiencias para
debilitarlo, aunque acierte muchas veces en desnudar la falta, aunque luzca
centroizquierdista, confraterniza con el intento oligárquico de consumar el
“fin de ciclo”. Porque lo que está en juego no es el éxito o fracaso de una
gestión, entendida como un agregado de medidas o políticas, sino el sentido de
una época. No hay profundización de ella sin continuidad, o para ser más
dramáticos, sin futuro del kirchnerismo como fuerza transformadora en el poder.
Los que quieren ordenar, poner fin al
tumulto, limpiar la escena, enaltecer la corrección, ser héroes de la buena
conducta, se proponen como el cementerio de los proyectos transformadores.
La
demolición, que provocó e inició la dictadura cívico-militar en 1976, de una Argentina con empleo digno y solidaridades
sociales, estructuras políticas que identificaban clases, culturas y proyectos,
aun no fue revertida plenamente. Los años del proyecto popular en curso
recuperaron el paradigma del trabajo, la vocación de autonomía nacional, el rol
de lo público y los ideales de igualdad y justicia. Pero la estructura
concentrada y extranjerizada de la economía permanece y resulta de difícil,
aunque necesaria reducción. Si bien la desigualdad disminuyó, subsiste aun la
fragmentación política, social y sindical. Una tercera parte de los trabajadores
ocupados permanece en la informalidad, si bien se han tomado medidas históricas
con la legislación del trabajo rural y en domicilios particulares. La
volatilidad de políticos profesionales que migran como miserables oportunistas
desde cargos importantes detentados en un gobierno que promovió un viraje
profundo en la política argentina hacia opciones regresivas del pasado
revertido, ejemplifica sobre carencias de la política argentina del presente,
aunque ésta haya recuperado su función de actividad transformadora. Es
necesaria una iniciativa más enérgica para emprender construcción política y ensanchar la
capacidad e intensidad de la movilización popular que impregne de otra densidad
a la militancia, a la pertenencia, a la participación, a la adhesión y a la
simpatía por el proyecto transformador. Hace falta transitar hacia una
democracia profunda en la que la instancia electoral consagre, en ese momento
culminante, la voluntad y pasión que se construye permanentemente en un ideal
compartido de sociedad integrada y fraternizada. Es el gran desafío para la
continuidad.
El
actual es un momento crucial. Es época de generar esperanzas. De plantearle a
la sociedad compartir un programa para la profundización de un proyecto que ha
resultado tan exitoso como justo. Han sido diez años de avances prodigiosos. La
escena de un pueblo hambriento, marginado y sin trabajo ha sido reemplazada por
un tiempo de disputas sociales por mejorar las condiciones de vida, por
alcanzar la igualdad. Toda una política de gobierno signada por el sentido de
la ampliación de derechos es la que convoca, y nos convoca, a jugar nuestra
pasión y la acción para sostener ese sentido peleando por la continuidad de
esta política ahora y en el 2015. Memoria, verdad y justicia. Convenios Colectivos.
Salario Mínimo. Recuperación del sistema de jubilación de las manos de la
especulación financiera. Mejor distribución del ingreso. Aumento del
presupuesto educativo. Asignación Universal por Hijo. Matrimonio igualitario.
Ley de servicios de comunicación audiovisual. Nueva Carta Orgánica del BCRA.
Autonomía frente a las políticas del FMI. Resistencia frente a los fondos
buitre. Despliegue de las cooperativas de trabajo. Mejora sustantiva en los
ingresos de los jubilados. Gobierno civil de la política de defensa. Desendeudamiento.
Nacionalización de YPF, Aerolíneas y aguas. El plan Procrear, que acaba de expandirse… Una lista extensísima,
abierta, de no acabar.
Hubo
tiempos en los que la sorpresa de los nuevos hechos de la gestión, que
invertían las consecuencias del neoliberalismo, alcanzaban por sí solos para
obtener el respaldo ciudadano. Hoy se requiere más. Es justa y necesaria la
promesa, el dibujo de un futuro, la convocatoria a participar en la
profundización de una gesta. Establecer el contraste, la contracara que puje
contra la declamación de las derechas, los “pragmatistas” y los falsos “centroizquierdistas”
que han hecho de la difamación una propuesta política, de la falla la
impugnación del todo, de la virtud la impostura, del resultado de una política
la casualidad de una ocasión. Es una hora de más hechos, argumentos y debates.
Esgrimir sólo el balance no es suficiente.
Las
últimas medidas tributarias mejorarán notablemente los ingresos de los
trabajadores formalizados, así como comenzarán a trazar un camino de justa
imposición a la renta. Pero queda pendiente una reforma tributaria integral que
acentúe la mejora en la progresividad del sistema que comenzara con la
implantación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias. Una profunda
discriminación de los productos y tasas para el gravamen del IVA, liberando del
mismo al consumo popular e intensificando la imposición de los bienes
suntuarios sería parte de la misma. También la recuperación del impuesto a la
herencia que fuera eliminado por la dictadura terrorista. El aumento de los
aportes patronales revertiría la reducción de los mismos que constituyó parte
de las políticas de “flexibilización” laboral. Fueron muy significativos los
recientes cambios introducidos en el régimen del monotributo y beneficiarán a
sectores de ingresos bajos y medios.
Además,
ha sido muy importante la legislación que suspende los desalojos de los
campesinos, como así también el comienzo de las tareas para reconocer la posesión
y propiedad de la tierra por parte de las comunidades indígenas, mediante el
establecimiento de su propiedad colectiva sobre las mismas. Sin embargo, es
necesario profundizar más aun esta justa política, disponiendo la
titularización de esas tierras y emprendiendo una política integral que avance
en la generación de conciencia y la adopción de criterios que reconozcan el
carácter social que define a ese recurso natural estratégico.
Muchas
veces el gobierno ha reaccionado con atraso. La política ferroviaria y la
energética han transcurrido por caminos erróneos en una larga fase del proyecto
nacional en curso. Las consecuencias fueron dolorosas y costosas. Sin embargo,
esos desvíos hoy se encuentran en vías de corrección y se han adoptado medidas
de fondo para reestructurar esos sectores. Pero los daños causados a la marcha
del proyecto no han sido menores, aunque siempre las transformaciones
reparadoras fueron tomadas desde una perspectiva de profundización.
Para
hacer posible la aplicación de un derecho básico para los ciudadanos como es el
derecho a la salud, hoy todavía tropezamos con un sistema fragmentado y
desigual que debe transformarse, avanzando en la planificación de la salud,
adoptando así, un criterio inverso al de los países de la Alianza del Pacífico,
donde la exclusión es creciente debido al predominio del paradigma de la
mercantilización. Sin embargo, ha habido avances importantes, a través de
múltiples acciones emprendidas por el Ministerio de Desarrollo Social, como la
Asignación Universal por Hijo, la ley de procreación responsable, las medidas
contra la violencia de género, la ley de salud mental, la ley antitabaco, un
amplio plan de vacunación obligatoria y el tratamiento gratuito del HIV-SIDA.
La postergada reglamentación de la producción pública de medicamentos es una de
las incomprensibles demoras que deben ser reparadas.
A
los momentos críticos, a las dificultades, el gobierno las enfrentó siempre con
medidas e iniciativas fieles al sentido de su proyecto político. La derecha
opositora, en sus versiones burdas o travestidas de “centroizquierdistas”
repite monocordemente las mismas impugnaciones, cualquiera sea el lugar de
América Latina que se trate: corrupción, inflación, inseguridad. Una receta
única para esmerilar gobiernos “populistas”. La primera siempre resulta
condenable, aunque el capitalismo suponga su existencia sistémica. La inflación
siempre debe ocupar, pero la derecha pretende convertirla en el eje de la
economía para aplicar planes de ajuste y reducción del salario, mientras que
una política más efectiva para enfrentarla sería redoblar los controles,
sistematizarlos, disciplinar a los empresarios, ampliar significativamente las
formas y prácticas de comercialización estatal, provincial y municipal directa
de bienes esenciales. Bienvenida y oportuna la mesa de diálogo que abrió
Cristina para abordar los acuerdos que persigan restringir los aumentos de
precios. La inseguridad, que los medios hegemónicos instalan y silencian en
dosis que manejan a conveniencia del poder concentrado, constituye un problema
estructural de las megalópolis “modernas” nacidas del capitalismo anárquico,
guiado por el paradigma del más crudo individualismo; controlar, discriminar,
perseguir y encerrar adolescentes
condice con las lógicas del chivo expiatorio para disipar el reclamo de las
víctimas sin resolver, o más aun, agravando lo que se enuncia querer
solucionar. Cualquier estrategia de mano dura favorece la ampliación de la
complicidad del delito con integrantes y jefes de los cuerpos de seguridad.
Contrariamente la estrategia de construir una “seguridad democrática” y el
camino de abordar la especificidad juvenil abren la esperanza para reducir
inseguridades e injusticias. El kirchnerismo, desde su inicio, ha cuestionado
las salidas punitivas o la apelación “salvadora” a la mano dura como fórmulas
mágicas para combatir el delito. Hoy, como ayer, esa debe ser su brújula a la
hora de intentar nuevos caminos ante una problemática extremadamente compleja
que no tiene una solución lineal.
3. No resulta sencillo
ir contra el prejuicio y el resentimiento, pero más difícil es intentar
explicar el odio que, de un modo incisivo y sistemático se difunde por ciertos
medios de comunicación, y va más allá de todas las diferencias políticas para
anclarse en una visceral inhumanidad. Lo que se despliega por el éter
informativo en estos días argentinos es, cuando de lo que se trata es de horadar
y debilitar al gobierno, una estrategia inclemente que no se detiene ante
ningún obstáculo ni conoce la frontera del respeto y la compasión por el
padecimiento del otro. Esa estrategia encuentra su correspondencia en algunos
sectores de la sociedad que, sin ningún disimulo, se regodean en ese modo antagónico a toda forma de convivencia
democrática. Escudándose en una “moralidad virtuosa”, en la apología de una
república añorada desde que la “demagogia populista invadió la nación”,
movilizan todos los recursos a su disposición para hacer naufragar un proyecto
que, después de décadas de impunidad de los poderes reales, se plantó frente a
los “dueños del país” defendiendo los intereses populares.
El odio y la visión canalla del mundo
se conjugan en aquellos "periodistas" que buscan golpear a la figura
presidencial. Vuelve sobre nosotros un discurso de una violencia que habíamos
imaginado sellada en nuestra historia pero que regresa intocada de su viaje por
el tiempo. Deseo de muerte, goce con el padecimiento y la enfermedad del otro,
en este caso de Cristina como antes de Néstor Kirchner o, más lejos en el
tiempo, de Evita. Virulencia.
Comparaciones históricas infames: primero con el nazismo, después con el
fascismo y, ahora, con el lopezreguismo. Literalmente se mofan de las víctimas
reales de la historia y juegan con los límites para transgredirlos. En el deseo
de ellos está lo peor. El odio es su estrategia y buscan multiplicarlo
penetrando una zona oscura de nuestra sociedad que se reencuentra con una parte
espantosa de sí misma, aquella que cristalizó en la frase "viva el
cáncer" cuando Evita luchaba por su vida. El odio sólo construye
destrucción. Por eso, hoy más que nunca, compromiso con la democracia,
militancia de las ideas, rebelión contra los canallas y redoblamiento de la
participación para continuar transformando el país en beneficio de las
mayorías.
Dos
años que serán tan largos como disputados transcurrirán entre las elecciones de
octubre y las de 2015. Lejos de reflexiones como las de “fin de ciclo”, en las
que se sumerge una intelectualidad antipopular, incluso perteneciente al
antiguo cuño de una extraviada progresía liberal, que anida y alienta una
restauración de gravosas consecuencias, elegimos ampliar nuestro compromiso con
ideales y sueños de liberación nacional y emancipación humana, cuyo devenir
juega su suerte en la etapa histórica argentina junto al actual proyecto. La
crítica no es, afirmamos, el ascético ademán de la disolución, la descalificación
y la injuria. Es, ante todo, el acto libertario de develar las formas que
asumen la dominación, la injusticia y otras formas de violencia invariablemente
ejercidas sobre nuestro pueblo, y como tal su ejercicio es inherente a la
alternativa política que ha dado en llamarse kirchnerismo. No cejaremos en el
esfuerzo por convocar a compañeros que buscan destinos similares a los nuestros
y permanecen fuera del proyecto, a ensayar un camino en común para fortalecerlo
y bregar por cambiar lo que haya que cambiar. Porque hemos optado por el
lado de los más débiles de la
Historia y de esta historia de confrontación con las
corporaciones del poder. Porque hemos reconocido la extraordinaria voluntad de
reparación que irrumpió en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, una voluntad
que nos devolvió el sueño de un país justo. Porque valoramos la entereza, el
coraje y las convicciones de Cristina que, sobreponiéndose a dificultades por
todos conocidas, no ha dejado de asumir un compromiso ejemplar con su pueblo.
Ese es, también, el sentido que elegimos dar a nuestras vidas.
VIVIMOS TIEMPOS DE URGENCIA Y DE ESPERANZA
Carta Abierta 14
1. Vivimos tiempos de desafío y de riesgo. Tiempos de urgencia y de esperanza. A pocos días de las elecciones, demasiadas cosas están en juego como para no señalar el dramatismo de la hora. Sabemos, siempre lo supimos, que los proyectos transformadores de matriz popular y democrática se enfrentan, tarde o temprano, con aquellas fuerzas poderosas que desde el fondo de nuestra historia, una y otra vez, han buscado sostener su dominio porque creen, con su visión patrimonialista, que el país les pertenece, que siempre les ha pertenecido. Pero también se enfrentan, esos proyectos que suelen ir contracorriente, a las nuevas demandas, que no nacen ni viven del recuerdo de la tragedia previa, sino de las vicisitudes y las emergencias del presente, incluso cuando van en contra de sus propios intereses. Y también se enfrentan, los proyectos como el iniciado en mayo de 2003, a sus propias dificultades y tensiones, esas que nacen de una realidad siempre en estado de extrema fragilidad que nos recuerda la gravedad de una época en la que nada parece quedar a resguardo de los grandes vendavales de un capitalismo global en estado de crisis pero capaz de seguir imponiendo sus decisiones y su hegemonía en la mayor parte del planeta.
Entender el carácter de la ofensiva del capital neoliberal significa desentrañar el grado de dramatismo que hoy amenaza a los proyectos políticos que buscan, sobre todo en Sudamérica, vías alternativas a las que nos condujeron y quieren seguir haciéndolo hacia la intemperie social y económica. La hora es incierta porque está en juego la continuidad o no de una política que ha podido, con sus dificultades y contradicciones, reinstalar en el centro de la escena la disputa por la distribución de la renta material y simbólica. El reforzado frente restaurador, que incluye a las corporaciones económico-mediáticas, a las fuerzas de la derecha, a las expresiones del peronismo conservador y a los neoprogresismos reaccionarios, busca cerrar este momento de reparación de la vida popular.
Unos, los poderosos, intentan recuperar el terreno perdido horadando, desde todos los ángulos posibles y utilizando todos los recursos a su alcance, la continuidad de un proyecto que, después de décadas de penurias para los intereses populares, logró reabrir la esperanza en el interior de un pueblo lastimado y saqueado. Otros, las personas comunes, los ciudadanos de a pie, los que viven el día a día con sus logros y sus dificultades, no suelen fatigar los caminos de la memoria a la hora de sentirse seducidos por opciones políticas que cierran a cal y canto cualquier alusión al pasado y a su tragedia social, económica, política y cultural porque, aunque no lo digan, están dispuestas, esas fuerzas hoy opositoras, a implementar aquellas terribles recetas que tanto daño nos hicieron. Exigen, con el derecho que surge de lo reconstruido y de sus propias perspectivas y demandas individuales, seguir mejorando y seguir superando los núcleos duros de la desigualdad, las carencias, las injusticias y las zozobras de la vida cotidiana. Poco tiempo le dedican a valorar lo que se ha conquistado en estos arduos y sorprendentes años en los que el país logró recuperar la brújula de su historia dejando atrás, como no se cansaba de decir Néstor Kirchner, el infierno en el que nos habíamos convertido como sociedad.
Lejos de las capturas ideológicas de largo aliento, más lejos aún de identidades fijas y permanentes, parte de la ciudadanía de esta época mediatizada no suele permanecer adherida a solidaridades cristalizadas. La fluidez, lo efímero, la fetichización del cambio y de la última novedad, la lógica de la sociedad de la mercancía y del espectáculo les exige a los lenguajes políticos y a la propia democracia que aprendan a lidiar con esa persistente fragilidad de las identidades contemporáneas. Nadie tiene la vaca atada. Cada día hay que renovar el vínculo y el contrato de origen. La fugacidad de lo vivido pende como una amenaza recurrente en el interior de una vida social que mide su satisfacción a cada instante y de acuerdo, la mayor parte de las veces, con la narrativa que de esa misma vida social se hace desde las grandes usinas comunicacionales que, en la actualidad, constituyen la avanzada de los poderes corporativos y el laboratorio desde el que se despliegan las nuevas formas hegemónicas que articulan el estado de las conciencias. El riesgo nace de creer que lo conquistado y lo recuperado, aquello que hizo y hace posible el diseño de una sociedad capaz de reconstruir lo que había sido brutalmente destruido, no depende -hoy, acá y en estas horas decisivas- de la continuidad del kirchnerismo.
Algunos, los poderosos, los que han ejercido a discreción -y apelando muchas veces a la violencia homicida- el poder en la mayor parte de la travesía histórica del país, saben que no se puede seguir permitiendo que un proyecto nacido de antiguos sueños de justicia e igualdad siga pronunciando ese camino que acabe invirtiendo décadas de dominación y sometimiento. Saben que la llegada del kirchnerismo vino a sacudir un estado de injusticia y de derrota de las tradiciones populares. Que vino a interrumpir la continuidad de la barbarie social y la ampliación de la desigualdad al mismo tiempo que reabrió la posibilidad de reconstruir la tradición de una lengua emancipatoria que hoy recorre una parte sustantiva de Sudamérica. Sabe, también, que no puede permitir la prolongación en el tiempo de un proyecto que le ha devuelto a la multitud invisible la potencia para encarar con energía renovada profundas transformaciones en el interior de una realidad social que sigue siendo un territorio en y de disputa. Sabe, a su vez, que la ampliación de derechos multiplica las voces dispuestas a defender lo conquistado y a oponerse a los intentos de restauración del poder neoliberal. Es simple su intención: cortar de cuajo lo que nunca tenía que haber ocurrido, sellar, por inactual e imposible, la invención democrática que renació hace diez años cuando nada ni nadie lo podía preveer o imaginar. Van, una vez más, por la reconquista de sus privilegios y por la plena posesión del poder de decisión. Quieren terminar con una atrevida política que reinstaló entre nosotros la esperanza de la igualdad. Ellos no confunden ni se confunden, saben cómo y contra quien tienen que descargar toda su artillería destituyente.
Otros, los bienintencionados, los que suelen identificarse con posiciones progresistas, prefieren instalarse en la lógica de la demolición asociándose a la feroz campaña que desde las usinas del poder mediático se viene desarrollando contra el gobierno. Son los eternos buscadores de una “república virtuosa”, esa que supuestamente yace en un oscuro filón de la nación, extraviada después de los tiempos del primer centenario, y sometida una y otra vez -eso piensan y proclaman sin sonrojarse- por los populismos demagógicos, al vaciamiento y la corrupción. Sin encontrar ninguna incompatibilidad, allí donde buscan convertirse en los heraldos de los valores republicanos, suelen confluir con los poderes corporativos y, siempre, terminan por travestirse a imagen y semejanza de esos grupos privilegiados. Pero, eso sí, en nombre de la República y de su salvación. Lo que no dicen o no saben es que cada vez que esas fuerzas se alzaron para defender la “virtud amenazada de la república” no hicieron otra cosa que destruir derechos, aniquilar libertades y vaciar de contenido a la propia vida democrática. Ofreciendo un rostro y una retórica supuestamente progresista, arropados en banderas de larga prosapia libertaria, terminan por volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las estrategias destituyentes: el poder económico-mediático que va en busca de la restauración conservadora.
Es por eso que, en esta hora compleja y desafiante, nos dirigimos a los hombres y mujeres de nuestra patria que no renuncian al sueño de una sociedad más justa. Que, con toda honestidad, asumen como propias, en ocasiones, las críticas más despiadadas e injustas que, construidas en el laboratorio de la derecha corporativa, acaban convirtiéndose, sin que lo visualicen, en parte de su propio sentido común y en la entrega de sus ideales democráticos a quienes no han hecho otra cosa que vaciarlos de todo contenido emancipador. Los llamamos a que, sin dejar de sostener sus tradiciones y sus diferencias, sepan reconocer la abismal distancia que separa a un proyecto -con sus aciertos y sus errores- que no ha dejado de inclinar la balanza hacia el horizonte de un país más igualitario y democrático, de aquellos sectores dominantes y hegemónicos dispuestos a quebrar en mil pedazos esas esperanzas que en los últimos diez años no han hecho más que multiplicarse.
Detrás, muchas veces, de retóricas seudo progresistas buscan seducir a ciudadanos que, de saberlo, no estarían dispuestos a acompañar sus estrategias reaccionarias. Pero también se montan en el sistemático esfuerzo por despolitizar, a través de los lenguajes massmediáticos, a quienes han sido sujetos de la reconstrucción y la ampliación de derechos sociales, civiles y culturales. Avanzan disputando sentido común y opinión pública. Utilizan el espectacular poder de fuego de las corporaciones comunicacionales siempre dispuestas a reforzar los intereses de los grandes grupos económicos y a amplificar la contra revolución cultural que el neoliberalismo viene desarrollando globalmente. Buscan desprestigiar y debilitar hasta la extenuación a un gobierno que, a contrapelo de las tendencias mundiales y en consonancia con algunos países de la región, se atrevió a desafiar el orden establecido. Ellos sí que van por todo: van por la liquidación de los derechos, van por la ampliación de su renta, van por la perpetuación de su poder, van contra los deseos tumultuosos de las mayorías que siguen soñando la igualdad, van contra las demandas de memoria, verdad y justicia y por la impunidad de sus propios crímenes. Ellos saben lo que está en juego, saben cuál es el corazón de la disputa y de qué modo golpear contra la Presidenta y contra un proyecto que ha sido capaz de romper la terrible continuidad de una dominación implacable que llevó a la peor de las intemperies sociales, políticas, económicas, culturales y jurídicas.
Son momentos donde se manifiesta con su fuerza silenciosa la ironía de la historia: por un lado, la conciencia pública democrática se halla sumida en un gran debate; por otro lado, esa misma conciencia se halla aprisionada por enormes operaciones mediáticas que sobre el idioma real de la historia, sobreponen el idioma vacío del miedo y de una abstracta reparación moral. De este modo, esa dramática distancia entre la vida real, con sus cotidianas realizaciones y sus rumoreos deshilvanados, se yergue en términos de un gran poder mediático que traba la expresión genuina de los intereses sociales con una expresión repleta de pulsiones fantasmales: es un modelo de conclusión de un ciclo como anunciación de un “modelo de llegada”, el de un candidato que ha convertido su nombre en un algoritmo y sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la pinta entradora de vendedor de terrenitos a plazos, dispuesto a cualquier señuelo.
2. Ante tales circunstancias, es necesario reponer todo un diccionario de ideas y de correspondencia entre éstas y las definiciones más clásicas de un acervo político que está también amenazado. Se trata de analizar una vez más los resultados del capitalismo en el plano de sus acciones reales sobre la materia histórica, y en el plano de sus fantasías ideológicas. Un cuarto de siglo pasó desde la reconfiguración que sobrevino con el fin del mundo bipolar. El velo de la promesa democrática y de un mundo en paz, con la que Occidente batalló para obtener la hegemonía conquistada, ha caído. Se ha impuesto una única “verdad”, la de un capitalismo que no tolera diferencias y organiza, por el contrario, cruzadas uniformadoras de sistemas económicos, modelos políticos, culturas y proyectos de pueblos y naciones. Es en perspectiva, el diseño de un futuro global a medida de un Imperio que impone su ley, otorgándole a ésta el valor de “Justicia Universal”. La ilusión de un capitalismo humano, instalada durante la “Edad de oro”, iluminada por los estados del bienestar de las socialdemocracias europeas, se derrumbó, dejando revelado haber sido una estrategia de competencia con el “mundo socialista” caído, más que una opción programática de burguesías con sentido social. Cristina llamó anarcocapitalismo financiero a esta hegemonía de un sistema depredador y llamó a recuperar lo mejor de aquello que pudo o quiso a duras penas construir el propio capitalismo cuando tuvo que atender las demandas de las grandes mayorías que se rebelaban contra una antigua trama de injusticias. Eso es lo que se ha acabado en los países centrales.
Es Sudamérica el lugar en el que, a contracorriente, se busca defender derechos y conquistas que recuerdan al Estado de Bienestar, pero que quieren ir más allá. Eso lo sabe el poder hegemónico y ha buscado y lo seguirá haciendo quebrar estas experiencias popular-reparadoras. En nuestro país, muchos que se ofrecen como portadores de una perspectiva “progresista” no hacen más que movilizar sus recursos retóricos e ideológicos a favor de la ola liberal-conservadora que viene arrasando los derechos de las mayorías en los estados europeos. Esos “progresistas” han defendido a Capriles y atacado las opciones populares sudamericanas en nombre de la “virtud republicana”, del mismo modo que han derramado todos sus prejuicios sociales y raciales al caracterizar a los habitantes de los barrios marginales y pobres del gran Rosario como “inmigrantes de origen toba o de Bolivia y Paraguay” que traen su pobreza desde “fuera”. Un lastre “indio y extranjero” que no es responsabilidad del gobierno “progresista”.
El último cuarto de siglo ha sido de guerras e invasiones. Irak, en dos oportunidades, el descuartizamiento de Yugoslavia con intervenciones puntuales de las grandes potencias en cada uno de sus conflictos, Afganistán, Libia, y ahora la latente amenaza sobre Siria. También este tiempo ha sido de un capitalismo financiero que organizó el mundo desterritorializando la producción industrial y deslocalizando el trabajo con el fin de reducir los salarios, ampliar las ganancias, destruir las conquistas de los trabajadores, desarmar sus organizaciones y movilizar el capital de un lugar a otro, sin límites, sin controles, ampliando hasta los niveles más desmesurados las esferas financieras en las cuales las oligarquías más poderosas del globo se apropiaban de la parte del león de las ensanchadas plusvalías. Los cantos de sirena de una era post-industrial o de una época del fin del trabajo, contrastan con las maquilas de salarios miserables, jornadas extensísimas de trabajo y condiciones de precariedad y pobreza de las grandes masas populares.
Sin embargo, para el objetivo de un mundo único y uniforme no alcanzaba con resolver el pleito bipolar. La nueva hegemonía se lanzó a adocenar un Tercer Mundo que desplegaba proyectos propios, que había organizado estados para impulsarlos, librado luchas de descolonización y liberación; un Tercer Mundo en el que se habían conformado movimientos nacionales y populares y afirmado ideales de emancipación y autonomía, pero que también sufriría de errores, desaciertos y derrotas nacidas de experiencias que se encontraron ante sus propios límites y sus propias fallas. La ideología neoliberal de privatizaciones, desintervención pública, apertura irrestricta a las inversiones externas, flexibización laboral, culto a los mercados -especialmente a los financieros- fue predicada y practicada como poderosa lógica de desorganización de estados, regímenes previos, pensamientos críticos, modos de vida, valores, costumbres y creencias. Así recuperó y amplió su hegemonía el capitalismo neoliberal. Sobre esta tierra arrasada hoy se despliega la, tal vez, mayor de sus crisis.
Los programas de ajuste en Europa, las campañas militares en África y Asia, el ninguneo de las Naciones Unidas, la naturalización de la función de un gendarme universal, el manejo unilateral de la emisión de moneda mundial por parte de la potencia hegemónica, denotan la decisión del mundo central de agudizar la crisis para que se resuelva sobre la base de ensanchar y profundizar el paradigma regresivo de polarización social y concentración de la riqueza y del poder. Pero, en la última década se abrió una grieta en esta humanidad desolada, arrasada y desilusionada por un sistema que se había sentenciado a sí mismo como definitivo e irreversible. Una esperanza creció en América Latina. Una esperanza que fusionó el renacer de culturas milenarias, con las gestas de la independencia y las experiencias populares de mediados del siglo pasado. Nombrar a los que encendieron ese nuevo fuego siempre es imprescindible: Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, Cristina. Sus nombres están ya indisolublemente ligados a la recuperación de utopías, dignidades y voluntades transformadoras.
Así, la reciente participación de Cristina en el G20 fundó un nuevo momento. Un discurso y una gestualidad de autonomía rompió con el diseño de un ámbito organizado para un consenso unánime que consagrara la voluntad de los países centrales. Señaló la complicidad de los EEUU con los fondos buitre, reclamó por un regreso a un genuino multilateralismo y denunció que la paz no se construye con guerras. Días después profundizó su pronunciamiento en la Asamblea de las Naciones Unidas, sostuvo que no hay guerras justas, denunció la hipocresía de las potencias que hablan de diálogo y no se sientan a conversar cuando peligran sus intereses coloniales, criticó a quienes preparan intervenciones armadas en nombre de la paz -cuando previamente fueron proveedores directos o indirectos de las armas con las que se despliegan los conflictos-, pidió la restricción y regulación de las lógicas anárquicas y perversas con las que se maneja el capital financiero internacional, reclamó sobre una reforma del orden internacional que favorezca el mayor peso de la opinión de las naciones periféricas, exigió el cumplimiento de los acuerdos entre países.
Es claro que nuestra Argentina y nuestra América Latina batallan contra intentos restauradores. Como siempre, éstos se siembran de adentro y de afuera. Los fallos de la justicia norteamericana contra nuestro país revelan el propósito de un disciplinamiento “ejemplificador”. No se trata sólo de la imposición de una lógica de la financiarización, que hasta puede resultar dañada por la desmesura de hacer caer una reestructuración de deuda magníficamente lograda, si no de la priorización de una actitud nada amistosa contra una nación y una región que han recuperado una política internacional independiente, avanzado en proyectos económicos transformadores y reconstruido sus Estados nacionales. Los actos de espionaje sistemático llevados a cabo por los EEUU, violatorios de la soberanía de nuestros países han generado reacciones dignas, impensables hace apenas una década, como la de Dilma Rousseff que canceló su viaje a la superpotencia. También hubo una firme y solidaria respuesta frente al grave secuestro que sufriera Evo Morales por parte de potencias europeas unos meses atrás.
Todo ello acontece mientras grupos económicos locales, mediocres oposiciones políticas, y medios monopólicos que pretenden comandar la erosión del proyecto popular, acechan para medrar con el producto de devaluaciones y turbulencias de caminos regresivos. La ilusión de un “gran empresariado adicto”, heredado de otras épocas y otros proyectos de país, se desvaneció en estos diez años. Sus exponentes no sólo aumentan precios y provocan inflaciones que erosionan el ánimo popular, si no que conspiran por nuevas megadevaluaciones del peso para engrosar fortunas que reposan en negocios financieros internacionales luego de utilizar cuantas vías de fuga idean astutamente. Sus figurantes de escena, repetidores de discursos vetustos rellenos de frases de ocasión, han mudado de escenario y militan activamente en entramados opositores apostando al “fin de ciclo”. Es una hora dramática, en la que los proyectos políticos transformadores de nuestro continente deben repensarse y, dentro de ellos, su lógica de alianzas. Alianzas imprescindibles para su consolidación y profundización, dos términos inescindibles, pues congelar el presente, detener los cambios, conservar sólo lo hecho, más que insuficiente resulta imposible. Los restauradores dicen que quieren poner un freno, pero pretenden bombardear lo construido, aleccionar contra las ansias de cambio, naturalizar la decadencia neoliberal. Por eso prometen un país “serio”, reinsertado en el mundo, tan “moderno” como la podredumbre que impúdicamente exhiben las economías del norte desarrollado.
Son tiempos de afirmar el proyecto, a la vez que de reencauzamiento de rumbos. Exigen acelerar los pasos de la unidad e integración regional, a la vez que priorizar las construcciones políticas y la movilización popular. De construcción de más Estado. De políticas que, con participación popular, ensanchen más aun la ciudadanía. De ampliar las mejoras en la distribución de la riqueza, porque queremos y hace falta más. De formalización plena de los trabajadores. De mayor acceso de los campesinos a la tierra. De mayores derechos para los pueblos originarios. De despliegue del acceso a la vivienda. El kirchnerismo con sus grandes aciertos y también con sus errores, ausencias, deudas pendientes y limitaciones marcó una dirección popular y democrática tan profunda que sólo admite, desde una mirada emancipatoria, la crítica que tiende a fortalecerlo. La vocinglería opositora que le señala insuficiencias para debilitarlo, aunque acierte muchas veces en desnudar la falta, aunque luzca centroizquierdista, confraterniza con el intento oligárquico de consumar el “fin de ciclo”. Porque lo que está en juego no es el éxito o fracaso de una gestión, entendida como un agregado de medidas o políticas, sino el sentido de una época. No hay profundización de ella sin continuidad, o para ser más dramáticos, sin futuro del kirchnerismo como fuerza transformadora en el poder. Los que quieren ordenar, poner fin al tumulto, limpiar la escena, enaltecer la corrección, ser héroes de la buena conducta, se proponen como el cementerio de los proyectos transformadores.
La demolición, que provocó e inició la dictadura cívico-militar en 1976, de una Argentina con empleo digno y solidaridades sociales, estructuras políticas que identificaban clases, culturas y proyectos, aun no fue revertida plenamente. Los años del proyecto popular en curso recuperaron el paradigma del trabajo, la vocación de autonomía nacional, el rol de lo público y los ideales de igualdad y justicia. Pero la estructura concentrada y extranjerizada de la economía permanece y resulta de difícil, aunque necesaria reducción. Si bien la desigualdad disminuyó, subsiste aun la fragmentación política, social y sindical. Una tercera parte de los trabajadores ocupados permanece en la informalidad, si bien se han tomado medidas históricas con la legislación del trabajo rural y en domicilios particulares. La volatilidad de políticos profesionales que migran como miserables oportunistas desde cargos importantes detentados en un gobierno que promovió un viraje profundo en la política argentina hacia opciones regresivas del pasado revertido, ejemplifica sobre carencias de la política argentina del presente, aunque ésta haya recuperado su función de actividad transformadora. Es necesaria una iniciativa más enérgica para emprender construcción política y ensanchar la capacidad e intensidad de la movilización popular que impregne de otra densidad a la militancia, a la pertenencia, a la participación, a la adhesión y a la simpatía por el proyecto transformador. Hace falta transitar hacia una democracia profunda en la que la instancia electoral consagre, en ese momento culminante, la voluntad y pasión que se construye permanentemente en un ideal compartido de sociedad integrada y fraternizada. Es el gran desafío para la continuidad.
El actual es un momento crucial. Es época de generar esperanzas. De plantearle a la sociedad compartir un programa para la profundización de un proyecto que ha resultado tan exitoso como justo. Han sido diez años de avances prodigiosos. La escena de un pueblo hambriento, marginado y sin trabajo ha sido reemplazada por un tiempo de disputas sociales por mejorar las condiciones de vida, por alcanzar la igualdad. Toda una política de gobierno signada por el sentido de la ampliación de derechos es la que convoca, y nos convoca, a jugar nuestra pasión y la acción para sostener ese sentido peleando por la continuidad de esta política ahora y en el 2015. Memoria, verdad y justicia. Convenios Colectivos. Salario Mínimo. Recuperación del sistema de jubilación de las manos de la especulación financiera. Mejor distribución del ingreso. Aumento del presupuesto educativo. Asignación Universal por Hijo. Matrimonio igualitario. Ley de servicios de comunicación audiovisual. Nueva Carta Orgánica del BCRA. Autonomía frente a las políticas del FMI. Resistencia frente a los fondos buitre. Despliegue de las cooperativas de trabajo. Mejora sustantiva en los ingresos de los jubilados. Gobierno civil de la política de defensa. Desendeudamiento. Nacionalización de YPF, Aerolíneas y aguas. El plan Procrear, que acaba de expandirse… Una lista extensísima, abierta, de no acabar.
Hubo tiempos en los que la sorpresa de los nuevos hechos de la gestión, que invertían las consecuencias del neoliberalismo, alcanzaban por sí solos para obtener el respaldo ciudadano. Hoy se requiere más. Es justa y necesaria la promesa, el dibujo de un futuro, la convocatoria a participar en la profundización de una gesta. Establecer el contraste, la contracara que puje contra la declamación de las derechas, los “pragmatistas” y los falsos “centroizquierdistas” que han hecho de la difamación una propuesta política, de la falla la impugnación del todo, de la virtud la impostura, del resultado de una política la casualidad de una ocasión. Es una hora de más hechos, argumentos y debates. Esgrimir sólo el balance no es suficiente.
Las últimas medidas tributarias mejorarán notablemente los ingresos de los trabajadores formalizados, así como comenzarán a trazar un camino de justa imposición a la renta. Pero queda pendiente una reforma tributaria integral que acentúe la mejora en la progresividad del sistema que comenzara con la implantación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias. Una profunda discriminación de los productos y tasas para el gravamen del IVA, liberando del mismo al consumo popular e intensificando la imposición de los bienes suntuarios sería parte de la misma. También la recuperación del impuesto a la herencia que fuera eliminado por la dictadura terrorista. El aumento de los aportes patronales revertiría la reducción de los mismos que constituyó parte de las políticas de “flexibilización” laboral. Fueron muy significativos los recientes cambios introducidos en el régimen del monotributo y beneficiarán a sectores de ingresos bajos y medios.
Además, ha sido muy importante la legislación que suspende los desalojos de los campesinos, como así también el comienzo de las tareas para reconocer la posesión y propiedad de la tierra por parte de las comunidades indígenas, mediante el establecimiento de su propiedad colectiva sobre las mismas. Sin embargo, es necesario profundizar más aun esta justa política, disponiendo la titularización de esas tierras y emprendiendo una política integral que avance en la generación de conciencia y la adopción de criterios que reconozcan el carácter social que define a ese recurso natural estratégico.
Muchas veces el gobierno ha reaccionado con atraso. La política ferroviaria y la energética han transcurrido por caminos erróneos en una larga fase del proyecto nacional en curso. Las consecuencias fueron dolorosas y costosas. Sin embargo, esos desvíos hoy se encuentran en vías de corrección y se han adoptado medidas de fondo para reestructurar esos sectores. Pero los daños causados a la marcha del proyecto no han sido menores, aunque siempre las transformaciones reparadoras fueron tomadas desde una perspectiva de profundización.
Para hacer posible la aplicación de un derecho básico para los ciudadanos como es el derecho a la salud, hoy todavía tropezamos con un sistema fragmentado y desigual que debe transformarse, avanzando en la planificación de la salud, adoptando así, un criterio inverso al de los países de la Alianza del Pacífico, donde la exclusión es creciente debido al predominio del paradigma de la mercantilización. Sin embargo, ha habido avances importantes, a través de múltiples acciones emprendidas por el Ministerio de Desarrollo Social, como la Asignación Universal por Hijo, la ley de procreación responsable, las medidas contra la violencia de género, la ley de salud mental, la ley antitabaco, un amplio plan de vacunación obligatoria y el tratamiento gratuito del HIV-SIDA. La postergada reglamentación de la producción pública de medicamentos es una de las incomprensibles demoras que deben ser reparadas.
A los momentos críticos, a las dificultades, el gobierno las enfrentó siempre con medidas e iniciativas fieles al sentido de su proyecto político. La derecha opositora, en sus versiones burdas o travestidas de “centroizquierdistas” repite monocordemente las mismas impugnaciones, cualquiera sea el lugar de América Latina que se trate: corrupción, inflación, inseguridad. Una receta única para esmerilar gobiernos “populistas”. La primera siempre resulta condenable, aunque el capitalismo suponga su existencia sistémica. La inflación siempre debe ocupar, pero la derecha pretende convertirla en el eje de la economía para aplicar planes de ajuste y reducción del salario, mientras que una política más efectiva para enfrentarla sería redoblar los controles, sistematizarlos, disciplinar a los empresarios, ampliar significativamente las formas y prácticas de comercialización estatal, provincial y municipal directa de bienes esenciales. Bienvenida y oportuna la mesa de diálogo que abrió Cristina para abordar los acuerdos que persigan restringir los aumentos de precios. La inseguridad, que los medios hegemónicos instalan y silencian en dosis que manejan a conveniencia del poder concentrado, constituye un problema estructural de las megalópolis “modernas” nacidas del capitalismo anárquico, guiado por el paradigma del más crudo individualismo; controlar, discriminar, perseguir y encerrar adolescentes condice con las lógicas del chivo expiatorio para disipar el reclamo de las víctimas sin resolver, o más aun, agravando lo que se enuncia querer solucionar. Cualquier estrategia de mano dura favorece la ampliación de la complicidad del delito con integrantes y jefes de los cuerpos de seguridad. Contrariamente la estrategia de construir una “seguridad democrática” y el camino de abordar la especificidad juvenil abren la esperanza para reducir inseguridades e injusticias. El kirchnerismo, desde su inicio, ha cuestionado las salidas punitivas o la apelación “salvadora” a la mano dura como fórmulas mágicas para combatir el delito. Hoy, como ayer, esa debe ser su brújula a la hora de intentar nuevos caminos ante una problemática extremadamente compleja que no tiene una solución lineal.
3. No resulta sencillo ir contra el prejuicio y el resentimiento, pero más difícil es intentar explicar el odio que, de un modo incisivo y sistemático se difunde por ciertos medios de comunicación, y va más allá de todas las diferencias políticas para anclarse en una visceral inhumanidad. Lo que se despliega por el éter informativo en estos días argentinos es, cuando de lo que se trata es de horadar y debilitar al gobierno, una estrategia inclemente que no se detiene ante ningún obstáculo ni conoce la frontera del respeto y la compasión por el padecimiento del otro. Esa estrategia encuentra su correspondencia en algunos sectores de la sociedad que, sin ningún disimulo, se regodean en ese modo antagónico a toda forma de convivencia democrática. Escudándose en una “moralidad virtuosa”, en la apología de una república añorada desde que la “demagogia populista invadió la nación”, movilizan todos los recursos a su disposición para hacer naufragar un proyecto que, después de décadas de impunidad de los poderes reales, se plantó frente a los “dueños del país” defendiendo los intereses populares.
El odio y la visión canalla del mundo se conjugan en aquellos "periodistas" que buscan golpear a la figura presidencial. Vuelve sobre nosotros un discurso de una violencia que habíamos imaginado sellada en nuestra historia pero que regresa intocada de su viaje por el tiempo. Deseo de muerte, goce con el padecimiento y la enfermedad del otro, en este caso de Cristina como antes de Néstor Kirchner o, más lejos en el tiempo, de Evita. Virulencia. Comparaciones históricas infames: primero con el nazismo, después con el fascismo y, ahora, con el lopezreguismo. Literalmente se mofan de las víctimas reales de la historia y juegan con los límites para transgredirlos. En el deseo de ellos está lo peor. El odio es su estrategia y buscan multiplicarlo penetrando una zona oscura de nuestra sociedad que se reencuentra con una parte espantosa de sí misma, aquella que cristalizó en la frase "viva el cáncer" cuando Evita luchaba por su vida. El odio sólo construye destrucción. Por eso, hoy más que nunca, compromiso con la democracia, militancia de las ideas, rebelión contra los canallas y redoblamiento de la participación para continuar transformando el país en beneficio de las mayorías.
Dos años que serán tan largos como disputados transcurrirán entre las elecciones de octubre y las de 2015. Lejos de reflexiones como las de “fin de ciclo”, en las que se sumerge una intelectualidad antipopular, incluso perteneciente al antiguo cuño de una extraviada progresía liberal, que anida y alienta una restauración de gravosas consecuencias, elegimos ampliar nuestro compromiso con ideales y sueños de liberación nacional y emancipación humana, cuyo devenir juega su suerte en la etapa histórica argentina junto al actual proyecto. La crítica no es, afirmamos, el ascético ademán de la disolución, la descalificación y la injuria. Es, ante todo, el acto libertario de develar las formas que asumen la dominación, la injusticia y otras formas de violencia invariablemente ejercidas sobre nuestro pueblo, y como tal su ejercicio es inherente a la alternativa política que ha dado en llamarse kirchnerismo. No cejaremos en el esfuerzo por convocar a compañeros que buscan destinos similares a los nuestros y permanecen fuera del proyecto, a ensayar un camino en común para fortalecerlo y bregar por cambiar lo que haya que cambiar. Porque hemos optado por el lado de los más débiles de la Historia y de esta historia de confrontación con las corporaciones del poder. Porque hemos reconocido la extraordinaria voluntad de reparación que irrumpió en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, una voluntad que nos devolvió el sueño de un país justo. Porque valoramos la entereza, el coraje y las convicciones de Cristina que, sobreponiéndose a dificultades por todos conocidas, no ha dejado de asumir un compromiso ejemplar con su pueblo. Ese es, también, el sentido que elegimos dar a nuestras vidas.
VIVIMOS
TIEMPOS DE URGENCIA Y DE ESPERANZA
Carta Abierta 14
1. Vivimos tiempos de desafío y de riesgo. Tiempos
de urgencia y de esperanza. A pocos días de las elecciones, demasiadas cosas
están en juego como para no señalar el dramatismo de la hora. Sabemos, siempre
lo supimos, que los proyectos transformadores de matriz popular y democrática
se enfrentan, tarde o temprano, con aquellas fuerzas poderosas que desde el
fondo de nuestra historia, una y otra vez, han buscado sostener su dominio
porque creen, con su visión patrimonialista, que el país les pertenece, que
siempre les ha pertenecido. Pero también se enfrentan, esos proyectos que
suelen ir contracorriente, a las nuevas demandas, que no nacen ni viven del
recuerdo de la tragedia previa, sino de las vicisitudes y las emergencias del
presente, incluso cuando van en contra de sus propios intereses. Y también se
enfrentan, los proyectos como el iniciado en mayo de 2003, a sus propias
dificultades y tensiones, esas que nacen de una realidad siempre en estado de
extrema fragilidad que nos recuerda la gravedad de una época en la que nada
parece quedar a resguardo de los grandes vendavales de un capitalismo global en
estado de crisis pero capaz de seguir imponiendo sus decisiones y su hegemonía
en la mayor parte del planeta.
Entender
el carácter de la ofensiva del capital neoliberal significa desentrañar el
grado de dramatismo que hoy amenaza a los proyectos políticos que buscan, sobre
todo en Sudamérica, vías alternativas a las que nos condujeron y quieren seguir
haciéndolo hacia la intemperie social y económica. La hora es incierta porque
está en juego la continuidad o no de una política que ha podido, con sus
dificultades y contradicciones, reinstalar en el centro de la escena la disputa
por la distribución de la renta material y simbólica. El reforzado frente
restaurador, que incluye a las corporaciones económico-mediáticas, a las
fuerzas de la derecha, a las expresiones del peronismo conservador y a los
neoprogresismos reaccionarios, busca cerrar este momento de reparación de la
vida popular.
Unos,
los poderosos, intentan recuperar el terreno perdido horadando, desde todos los
ángulos posibles y utilizando todos los recursos a su alcance, la continuidad
de un proyecto que, después de décadas de penurias para los intereses
populares, logró reabrir la esperanza en el interior de un pueblo lastimado y
saqueado. Otros, las personas comunes, los ciudadanos de a pie, los que viven
el día a día con sus logros y sus dificultades, no suelen fatigar los caminos de
la memoria a la hora de sentirse seducidos por opciones políticas que cierran a
cal y canto cualquier alusión al pasado y a su tragedia social, económica,
política y cultural porque, aunque no lo digan, están dispuestas, esas fuerzas
hoy opositoras, a implementar aquellas terribles recetas que tanto daño nos
hicieron. Exigen, con el derecho que surge de lo reconstruido y de sus propias
perspectivas y demandas individuales, seguir mejorando y seguir superando los
núcleos duros de la desigualdad, las carencias, las injusticias y las zozobras
de la vida cotidiana. Poco tiempo le
dedican a valorar lo que se ha conquistado en estos arduos y sorprendentes años
en los que el país logró recuperar la brújula de su historia dejando atrás,
como no se cansaba de decir Néstor Kirchner, el infierno en el que nos habíamos
convertido como sociedad.
Lejos
de las capturas ideológicas de largo aliento, más lejos aún de identidades
fijas y permanentes, parte de la ciudadanía de esta época mediatizada no suele
permanecer adherida a solidaridades cristalizadas. La fluidez, lo efímero, la
fetichización del cambio y de la última novedad, la lógica de la sociedad de la
mercancía y del espectáculo les exige a los lenguajes políticos y a la propia
democracia que aprendan a lidiar con esa persistente fragilidad de las
identidades contemporáneas. Nadie tiene la vaca atada. Cada día hay que renovar
el vínculo y el contrato de origen. La fugacidad de lo vivido pende como una
amenaza recurrente en el interior de una vida social que mide su satisfacción a
cada instante y de acuerdo, la mayor parte de las veces, con la narrativa que
de esa misma vida social se hace desde las grandes usinas comunicacionales que,
en la actualidad, constituyen la avanzada de los poderes corporativos y el laboratorio
desde el que se despliegan las nuevas formas hegemónicas que articulan el
estado de las conciencias. El riesgo nace de creer que lo conquistado y lo
recuperado, aquello que hizo y hace posible el diseño de una sociedad capaz de
reconstruir lo que había sido brutalmente destruido, no depende -hoy, acá y en
estas horas decisivas- de la continuidad del kirchnerismo.
Algunos,
los poderosos, los que han ejercido a discreción -y apelando muchas veces a la
violencia homicida- el poder en la mayor
parte de la travesía histórica del país, saben que no se puede seguir
permitiendo que un proyecto nacido de antiguos sueños de justicia e igualdad
siga pronunciando ese camino que acabe invirtiendo décadas de dominación y
sometimiento. Saben que la llegada del kirchnerismo vino a sacudir un estado de
injusticia y de derrota de las tradiciones populares. Que vino a interrumpir la
continuidad de la barbarie social y la ampliación de la desigualdad al mismo
tiempo que reabrió la posibilidad de reconstruir la tradición de una lengua
emancipatoria que hoy recorre una parte sustantiva de Sudamérica. Sabe,
también, que no puede permitir la prolongación en el tiempo de un proyecto que
le ha devuelto a la multitud invisible la potencia para encarar con energía
renovada profundas transformaciones en el interior de una realidad social que
sigue siendo un territorio en y de disputa. Sabe, a su vez, que la ampliación
de derechos multiplica las voces dispuestas a defender lo conquistado y a
oponerse a los intentos de restauración del poder neoliberal. Es simple su
intención: cortar de cuajo lo que nunca tenía que haber ocurrido, sellar, por
inactual e imposible, la invención democrática que renació hace diez años
cuando nada ni nadie lo podía preveer o imaginar. Van, una vez más, por la
reconquista de sus privilegios y por la plena posesión del poder de decisión.
Quieren terminar con una atrevida política que reinstaló entre nosotros la
esperanza de la igualdad. Ellos no confunden ni se confunden, saben cómo y
contra quien tienen que descargar toda su artillería destituyente.
Otros,
los bienintencionados, los que suelen identificarse con posiciones
progresistas, prefieren instalarse en la lógica de la demolición asociándose a
la feroz campaña que desde las usinas del poder mediático se viene
desarrollando contra el gobierno. Son los eternos buscadores de una “república
virtuosa”, esa que supuestamente yace en un oscuro filón de la nación,
extraviada después de los tiempos del primer centenario, y sometida una y otra
vez -eso piensan y proclaman sin sonrojarse- por los populismos demagógicos, al
vaciamiento y la corrupción. Sin encontrar ninguna incompatibilidad, allí donde
buscan convertirse en los heraldos de los valores republicanos, suelen confluir
con los poderes corporativos y, siempre, terminan por travestirse a imagen y
semejanza de esos grupos privilegiados. Pero, eso sí, en nombre de la República y de su
salvación. Lo que no dicen o no saben es que cada vez que esas fuerzas se
alzaron para defender la “virtud amenazada de la república” no hicieron otra
cosa que destruir derechos, aniquilar libertades y vaciar de contenido a la
propia vida democrática. Ofreciendo un rostro y una retórica supuestamente
progresista, arropados en banderas de larga prosapia libertaria, terminan por
volverse funcionales a los verdaderos diseñadores de las estrategias
destituyentes: el poder económico-mediático que va en busca de la restauración
conservadora.
Es
por eso que, en esta hora compleja y desafiante, nos dirigimos a los hombres y
mujeres de nuestra patria que no renuncian al sueño de una sociedad más justa.
Que, con toda honestidad, asumen como propias, en ocasiones, las críticas más
despiadadas e injustas que, construidas en el laboratorio de la derecha
corporativa, acaban convirtiéndose, sin que lo visualicen, en parte de su
propio sentido común y en la entrega de sus ideales democráticos a quienes no
han hecho otra cosa que vaciarlos de todo contenido emancipador. Los llamamos a
que, sin dejar de sostener sus tradiciones y sus diferencias, sepan reconocer
la abismal distancia que separa a un proyecto -con sus aciertos y sus errores- que
no ha dejado de inclinar la balanza hacia el horizonte de un país más
igualitario y democrático, de aquellos sectores dominantes y hegemónicos
dispuestos a quebrar en mil pedazos esas esperanzas que en los últimos diez
años no han hecho más que multiplicarse.
Detrás,
muchas veces, de retóricas seudo progresistas buscan seducir a ciudadanos que,
de saberlo, no estarían dispuestos a acompañar sus estrategias reaccionarias.
Pero también se montan en el sistemático esfuerzo por despolitizar, a través de
los lenguajes massmediáticos, a quienes han sido sujetos de la reconstrucción y
la ampliación de derechos sociales, civiles y culturales. Avanzan disputando sentido
común y opinión pública. Utilizan el espectacular poder de fuego de las
corporaciones comunicacionales siempre dispuestas a reforzar los intereses de
los grandes grupos económicos y a amplificar la contra revolución cultural que
el neoliberalismo viene desarrollando globalmente. Buscan desprestigiar y
debilitar hasta la extenuación a un gobierno que, a contrapelo de las
tendencias mundiales y en consonancia con algunos países de la región, se
atrevió a desafiar el orden establecido. Ellos sí que van por todo: van por la
liquidación de los derechos, van por la ampliación de su renta, van por la
perpetuación de su poder, van contra los deseos tumultuosos de las mayorías que
siguen soñando la igualdad, van contra las demandas de memoria, verdad y
justicia y por la impunidad de sus propios crímenes. Ellos saben lo que está en
juego, saben cuál es el corazón de la disputa y de qué modo golpear contra la
Presidenta y contra un proyecto que ha sido capaz de romper la terrible
continuidad de una dominación implacable que llevó a la peor de las intemperies
sociales, políticas, económicas, culturales y jurídicas.
Son momentos donde
se manifiesta con su fuerza silenciosa la ironía de la historia: por un lado,
la conciencia pública democrática se halla sumida en un gran debate; por otro
lado, esa misma conciencia se halla aprisionada por enormes operaciones
mediáticas que sobre el idioma real de la historia, sobreponen el idioma vacío
del miedo y de una abstracta reparación moral. De este modo, esa dramática
distancia entre la vida real, con sus cotidianas realizaciones y sus rumoreos
deshilvanados, se yergue en términos de un gran poder mediático que traba la
expresión genuina de los intereses sociales con una expresión repleta de
pulsiones fantasmales: es un modelo de conclusión de un ciclo como anunciación
de un “modelo de llegada”, el de un candidato que ha convertido su nombre en un
algoritmo y sonríe en las carreteras de entrada a la ciudad con la pinta
entradora de vendedor de terrenitos a plazos, dispuesto a cualquier señuelo.
2. Ante tales circunstancias, es necesario
reponer todo un diccionario de ideas y de correspondencia entre éstas y las
definiciones más clásicas de un acervo político que está también amenazado. Se
trata de analizar una vez más los resultados del capitalismo en el plano de sus
acciones reales sobre la materia histórica, y en el plano de sus fantasías
ideológicas. Un cuarto de siglo pasó desde la reconfiguración
que sobrevino con el fin del mundo bipolar.
El velo de la promesa democrática y de un mundo en paz, con la que
Occidente batalló para obtener la hegemonía conquistada, ha caído. Se ha
impuesto una única “verdad”, la de un capitalismo que no tolera diferencias y
organiza, por el contrario, cruzadas
uniformadoras de sistemas económicos, modelos políticos, culturas y proyectos
de pueblos y naciones. Es en perspectiva, el diseño de un futuro global a
medida de un Imperio que impone su ley, otorgándole a ésta el valor de
“Justicia Universal”. La ilusión de un capitalismo humano, instalada durante la
“Edad de oro”, iluminada por los estados del bienestar de las socialdemocracias
europeas, se derrumbó, dejando revelado haber sido una estrategia de
competencia con el “mundo socialista” caído, más que una opción programática de
burguesías con sentido social. Cristina llamó anarcocapitalismo financiero a
esta hegemonía de un sistema depredador y llamó a recuperar lo mejor de aquello
que pudo o quiso a duras penas construir el propio capitalismo cuando tuvo que
atender las demandas de las grandes mayorías que se rebelaban contra una
antigua trama de injusticias. Eso es lo que se ha acabado en los países
centrales.
Es Sudamérica el lugar en el que, a
contracorriente, se busca defender derechos y conquistas que recuerdan al
Estado de Bienestar, pero que quieren ir más allá. Eso lo sabe el poder
hegemónico y ha buscado y lo seguirá haciendo quebrar estas experiencias
popular-reparadoras. En nuestro país, muchos que se ofrecen como portadores de
una perspectiva “progresista” no hacen más que movilizar sus recursos retóricos
e ideológicos a favor de la ola liberal-conservadora que viene arrasando los
derechos de las mayorías en los estados europeos. Esos “progresistas” han
defendido a Capriles y atacado las opciones populares sudamericanas en nombre de
la “virtud republicana”, del mismo modo que han derramado todos sus prejuicios
sociales y raciales al caracterizar a los habitantes de los barrios marginales
y pobres del gran Rosario como “inmigrantes de origen toba o de Bolivia y
Paraguay” que traen su pobreza desde “fuera”. Un lastre “indio y extranjero”
que no es responsabilidad del gobierno “progresista”.
El
último cuarto de siglo ha sido de guerras e invasiones. Irak, en dos
oportunidades, el descuartizamiento de Yugoslavia con intervenciones puntuales
de las grandes potencias en cada uno de sus conflictos, Afganistán, Libia, y
ahora la latente amenaza sobre Siria. También este tiempo ha sido de un
capitalismo financiero que organizó el mundo desterritorializando la producción
industrial y deslocalizando el trabajo con el fin de reducir los salarios,
ampliar las ganancias, destruir las conquistas de los trabajadores, desarmar
sus organizaciones y movilizar el
capital de un lugar a otro, sin límites, sin controles, ampliando hasta los
niveles más desmesurados las esferas financieras en las cuales las oligarquías
más poderosas del globo se apropiaban de la parte del león de las ensanchadas
plusvalías. Los cantos de sirena de una era post-industrial o de una época del
fin del trabajo, contrastan con las maquilas de salarios miserables, jornadas
extensísimas de trabajo y condiciones de precariedad y pobreza de las grandes
masas populares.
Sin
embargo, para el objetivo de un mundo único y uniforme no alcanzaba con
resolver el pleito bipolar. La nueva hegemonía se lanzó a adocenar un Tercer
Mundo que desplegaba proyectos propios, que había organizado estados para
impulsarlos, librado luchas de descolonización y liberación; un Tercer Mundo en
el que se habían conformado movimientos nacionales y populares y afirmado
ideales de emancipación y autonomía, pero que también sufriría de errores,
desaciertos y derrotas nacidas de experiencias que se encontraron ante sus
propios límites y sus propias fallas. La ideología neoliberal de
privatizaciones, desintervención pública, apertura irrestricta a las
inversiones externas, flexibización laboral, culto a los mercados
-especialmente a los financieros- fue predicada y practicada como poderosa
lógica de desorganización de estados, regímenes previos, pensamientos críticos,
modos de vida, valores, costumbres y creencias.
Así recuperó y amplió su hegemonía el capitalismo neoliberal. Sobre esta
tierra arrasada hoy se despliega la, tal vez, mayor de sus crisis.
Los
programas de ajuste en Europa, las campañas militares en África y Asia, el
ninguneo de las Naciones Unidas, la naturalización de la función de un gendarme
universal, el manejo unilateral de la emisión de moneda mundial por parte de la
potencia hegemónica, denotan la decisión del mundo central de agudizar la
crisis para que se resuelva sobre la base de ensanchar y profundizar el
paradigma regresivo de polarización social y concentración de la riqueza y del
poder. Pero, en la última década se abrió una grieta en esta humanidad
desolada, arrasada y desilusionada por un sistema que se había sentenciado a sí
mismo como definitivo e irreversible. Una esperanza creció en América Latina.
Una esperanza que fusionó el renacer de culturas milenarias, con las gestas de
la independencia y las experiencias populares de mediados del siglo pasado.
Nombrar a los que encendieron ese nuevo fuego siempre es imprescindible:
Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Correa, Cristina. Sus nombres están ya
indisolublemente ligados a la recuperación de utopías, dignidades y voluntades
transformadoras.
Así,
la reciente participación de Cristina en el G20 fundó un nuevo momento. Un
discurso y una gestualidad de autonomía rompió con el diseño de un ámbito
organizado para un consenso unánime que consagrara la voluntad de los países
centrales. Señaló la complicidad de los EEUU con los fondos buitre, reclamó por
un regreso a un genuino multilateralismo y denunció que la paz no se construye
con guerras. Días después profundizó su pronunciamiento en la Asamblea de las Naciones
Unidas, sostuvo que no hay guerras justas, denunció la hipocresía de las
potencias que hablan de diálogo y no se sientan a conversar cuando peligran sus
intereses coloniales, criticó a quienes preparan intervenciones armadas en
nombre de la paz -cuando previamente fueron proveedores directos o indirectos
de las armas con las que se despliegan los conflictos-, pidió la restricción y
regulación de las lógicas anárquicas y perversas con las que se maneja el
capital financiero internacional, reclamó sobre una reforma del orden
internacional que favorezca el mayor peso de la opinión de las naciones
periféricas, exigió el cumplimiento de los acuerdos entre países.
Es
claro que nuestra Argentina y nuestra América Latina batallan contra intentos restauradores. Como siempre, éstos
se siembran de adentro y de afuera. Los fallos de la justicia norteamericana
contra nuestro país revelan el propósito de un disciplinamiento
“ejemplificador”. No se trata sólo de la imposición de una lógica de la
financiarización, que hasta puede resultar dañada por la desmesura de hacer
caer una reestructuración de deuda magníficamente lograda, si no de la
priorización de una actitud nada amistosa contra una nación y una región que
han recuperado una política internacional independiente, avanzado en proyectos
económicos transformadores y reconstruido sus Estados nacionales. Los actos de
espionaje sistemático llevados a cabo por los EEUU, violatorios de la soberanía
de nuestros países han generado reacciones dignas, impensables hace apenas una
década, como la de Dilma Rousseff que canceló su viaje a la superpotencia.
También hubo una firme y solidaria respuesta frente al grave secuestro que
sufriera Evo Morales por parte de potencias europeas unos meses atrás.
Todo
ello acontece mientras grupos económicos locales, mediocres oposiciones
políticas, y medios monopólicos que pretenden comandar la erosión del proyecto
popular, acechan para medrar con el producto de devaluaciones y turbulencias de
caminos regresivos. La ilusión de un
“gran empresariado adicto”, heredado de otras épocas y otros proyectos de país,
se desvaneció en estos diez años. Sus exponentes no sólo aumentan precios y
provocan inflaciones que erosionan el ánimo popular, si no que conspiran por
nuevas megadevaluaciones del peso para engrosar fortunas que reposan en
negocios financieros internacionales luego de utilizar cuantas vías de fuga
idean astutamente. Sus figurantes de escena, repetidores de discursos vetustos
rellenos de frases de ocasión, han mudado de escenario y militan activamente en
entramados opositores apostando al “fin de ciclo”. Es una hora dramática, en la que los
proyectos políticos transformadores de nuestro continente deben repensarse y,
dentro de ellos, su lógica de alianzas. Alianzas imprescindibles para su
consolidación y profundización, dos términos inescindibles, pues congelar el
presente, detener los cambios, conservar sólo lo hecho, más que insuficiente
resulta imposible. Los restauradores dicen que quieren poner un freno, pero
pretenden bombardear lo construido, aleccionar contra las ansias de cambio,
naturalizar la decadencia neoliberal. Por eso prometen un país “serio”,
reinsertado en el mundo, tan “moderno” como la podredumbre que impúdicamente
exhiben las economías del norte desarrollado.
Son
tiempos de afirmar el proyecto, a la vez que de reencauzamiento de rumbos.
Exigen acelerar los pasos de la unidad e integración regional, a la vez que
priorizar las construcciones políticas y la movilización popular. De
construcción de más Estado. De políticas que, con participación popular,
ensanchen más aun la ciudadanía. De ampliar las mejoras en la distribución de
la riqueza, porque queremos y hace falta más. De formalización plena de los
trabajadores. De mayor acceso de los campesinos a la tierra. De mayores
derechos para los pueblos originarios. De despliegue del acceso a la vivienda.
El kirchnerismo con sus grandes aciertos y también con sus errores, ausencias,
deudas pendientes y limitaciones marcó una dirección popular y democrática tan
profunda que sólo admite, desde una mirada emancipatoria, la crítica que tiende
a fortalecerlo. La vocinglería opositora que le señala insuficiencias para
debilitarlo, aunque acierte muchas veces en desnudar la falta, aunque luzca centroizquierdista,
confraterniza con el intento oligárquico de consumar el “fin de ciclo”. Porque
lo que está en juego no es el éxito o fracaso de una gestión, entendida como un
agregado de medidas o políticas, sino el sentido de una época. No hay profundización
de ella sin continuidad, o para ser más dramáticos, sin futuro del kirchnerismo
como fuerza transformadora en el poder. Los que quieren ordenar, poner fin al tumulto, limpiar la escena, enaltecer la
corrección, ser héroes de la buena conducta, se proponen como el cementerio de
los proyectos transformadores.
La
demolición, que provocó e inició la dictadura cívico-militar en 1976, de una Argentina con empleo digno y solidaridades
sociales, estructuras políticas que identificaban clases, culturas y proyectos,
aun no fue revertida plenamente. Los años del proyecto popular en curso
recuperaron el paradigma del trabajo, la vocación de autonomía nacional, el rol
de lo público y los ideales de igualdad y justicia. Pero la estructura
concentrada y extranjerizada de la economía permanece y resulta de difícil,
aunque necesaria reducción. Si bien la desigualdad disminuyó, subsiste aun la
fragmentación política, social y sindical. Una tercera parte de los trabajadores
ocupados permanece en la informalidad, si bien se han tomado medidas históricas
con la legislación del trabajo rural y en domicilios particulares. La
volatilidad de políticos profesionales que migran como miserables oportunistas
desde cargos importantes detentados en un gobierno que promovió un viraje
profundo en la política argentina hacia opciones regresivas del pasado
revertido, ejemplifica sobre carencias de la política argentina del presente,
aunque ésta haya recuperado su función de actividad transformadora. Es
necesaria una iniciativa más enérgica para emprender construcción política y ensanchar la
capacidad e intensidad de la movilización popular que impregne de otra densidad
a la militancia, a la pertenencia, a la participación, a la adhesión y a la
simpatía por el proyecto transformador. Hace falta transitar hacia una
democracia profunda en la que la instancia electoral consagre, en ese momento
culminante, la voluntad y pasión que se construye permanentemente en un ideal
compartido de sociedad integrada y fraternizada. Es el gran desafío para la
continuidad.
El
actual es un momento crucial. Es época de generar esperanzas. De plantearle a
la sociedad compartir un programa para la profundización de un proyecto que ha
resultado tan exitoso como justo. Han sido diez años de avances prodigiosos. La
escena de un pueblo hambriento, marginado y sin trabajo ha sido reemplazada por
un tiempo de disputas sociales por mejorar las condiciones de vida, por
alcanzar la igualdad. Toda una política de gobierno signada por el sentido de
la ampliación de derechos es la que convoca, y nos convoca, a jugar nuestra
pasión y la acción para sostener ese sentido peleando por la continuidad de
esta política ahora y en el 2015. Memoria, verdad y justicia. Convenios Colectivos.
Salario Mínimo. Recuperación del sistema de jubilación de las manos de la
especulación financiera. Mejor distribución del ingreso. Aumento del
presupuesto educativo. Asignación Universal por Hijo. Matrimonio igualitario.
Ley de servicios de comunicación audiovisual. Nueva Carta Orgánica del BCRA.
Autonomía frente a las políticas del FMI. Resistencia frente a los fondos
buitre. Despliegue de las cooperativas de trabajo. Mejora sustantiva en los
ingresos de los jubilados. Gobierno civil de la política de defensa. Desendeudamiento.
Nacionalización de YPF, Aerolíneas y aguas. El plan Procrear, que acaba de expandirse… Una lista extensísima,
abierta, de no acabar.
Hubo
tiempos en los que la sorpresa de los nuevos hechos de la gestión, que
invertían las consecuencias del neoliberalismo, alcanzaban por sí solos para
obtener el respaldo ciudadano. Hoy se requiere más. Es justa y necesaria la
promesa, el dibujo de un futuro, la convocatoria a participar en la
profundización de una gesta. Establecer el contraste, la contracara que puje
contra la declamación de las derechas, los “pragmatistas” y los falsos “centroizquierdistas”
que han hecho de la difamación una propuesta política, de la falla la
impugnación del todo, de la virtud la impostura, del resultado de una política
la casualidad de una ocasión. Es una hora de más hechos, argumentos y debates.
Esgrimir sólo el balance no es suficiente.
Las últimas medidas tributarias mejorarán notablemente los
ingresos de los trabajadores formalizados, así como comenzarán a trazar un
camino de justa imposición a la renta. Pero queda pendiente una reforma
tributaria integral que acentúe la mejora en la progresividad del sistema que
comenzara con la implantación de las retenciones a las exportaciones
agropecuarias. Una profunda discriminación de los productos y tasas para el
gravamen del IVA, liberando del mismo al consumo popular e intensificando la
imposición de los bienes suntuarios sería parte de la misma. También la
recuperación del impuesto a la herencia que fuera eliminado por la dictadura
terrorista. El aumento de los aportes patronales revertiría la reducción de los
mismos que constituyó parte de las políticas de “flexibilización” laboral.
Fueron muy significativos los recientes cambios introducidos en el régimen del
monotributo y beneficiarán a sectores de ingresos bajos y medios.
Además,
ha sido muy importante la legislación que suspende los desalojos de los
campesinos, como así también el comienzo de las tareas para reconocer la posesión
y propiedad de la tierra por parte de las comunidades indígenas, mediante el
establecimiento de su propiedad colectiva sobre las mismas. Sin embargo, es
necesario profundizar más aun esta justa política, disponiendo la
titularización de esas tierras y emprendiendo una política integral que avance
en la generación de conciencia y la adopción de criterios que reconozcan el
carácter social que define a ese recurso natural estratégico.
Muchas
veces el gobierno ha reaccionado con atraso. La política ferroviaria y la
energética han transcurrido por caminos erróneos en una larga fase del proyecto
nacional en curso. Las consecuencias fueron dolorosas y costosas. Sin embargo,
esos desvíos hoy se encuentran en vías de corrección y se han adoptado medidas
de fondo para reestructurar esos sectores. Pero los daños causados a la marcha
del proyecto no han sido menores, aunque siempre las transformaciones
reparadoras fueron tomadas desde una perspectiva de profundización.
Para
hacer posible la aplicación de un derecho básico para los ciudadanos como es el
derecho a la salud, hoy todavía tropezamos con un sistema fragmentado y
desigual que debe transformarse, avanzando en la planificación de la salud,
adoptando así, un criterio inverso al de los países de la Alianza del Pacífico,
donde la exclusión es creciente debido al predominio del paradigma de la
mercantilización. Sin embargo, ha habido avances importantes, a través de
múltiples acciones emprendidas por el Ministerio de Desarrollo Social, como la
Asignación Universal por Hijo, la ley de procreación responsable, las medidas
contra la violencia de género, la ley de salud mental, la ley antitabaco, un
amplio plan de vacunación obligatoria y el tratamiento gratuito del HIV-SIDA.
La postergada reglamentación de la producción pública de medicamentos es una de
las incomprensibles demoras que deben ser reparadas.
A
los momentos críticos, a las dificultades, el gobierno las enfrentó siempre con
medidas e iniciativas fieles al sentido de su proyecto político. La derecha
opositora, en sus versiones burdas o travestidas de “centroizquierdistas”
repite monocordemente las mismas impugnaciones, cualquiera sea el lugar de
América Latina que se trate: corrupción, inflación, inseguridad. Una receta
única para esmerilar gobiernos “populistas”. La primera siempre resulta
condenable, aunque el capitalismo suponga su existencia sistémica. La inflación
siempre debe ocupar, pero la derecha pretende convertirla en el eje de la
economía para aplicar planes de ajuste y reducción del salario, mientras que
una política más efectiva para enfrentarla sería redoblar los controles,
sistematizarlos, disciplinar a los empresarios, ampliar significativamente las
formas y prácticas de comercialización estatal, provincial y municipal directa
de bienes esenciales. Bienvenida y oportuna la mesa de diálogo que abrió
Cristina para abordar los acuerdos que persigan restringir los aumentos de
precios. La inseguridad, que los medios hegemónicos instalan y silencian en
dosis que manejan a conveniencia del poder concentrado, constituye un problema
estructural de las megalópolis “modernas” nacidas del capitalismo anárquico,
guiado por el paradigma del más crudo individualismo; controlar, discriminar,
perseguir y encerrar adolescentes
condice con las lógicas del chivo expiatorio para disipar el reclamo de las
víctimas sin resolver, o más aun, agravando lo que se enuncia querer
solucionar. Cualquier estrategia de mano dura favorece la ampliación de la
complicidad del delito con integrantes y jefes de los cuerpos de seguridad.
Contrariamente la estrategia de construir una “seguridad democrática” y el
camino de abordar la especificidad juvenil abren la esperanza para reducir
inseguridades e injusticias. El kirchnerismo, desde su inicio, ha cuestionado
las salidas punitivas o la apelación “salvadora” a la mano dura como fórmulas
mágicas para combatir el delito. Hoy, como ayer, esa debe ser su brújula a la
hora de intentar nuevos caminos ante una problemática extremadamente compleja
que no tiene una solución lineal.
3. No resulta sencillo
ir contra el prejuicio y el resentimiento, pero más difícil es intentar
explicar el odio que, de un modo incisivo y sistemático se difunde por ciertos
medios de comunicación, y va más allá de todas las diferencias políticas para
anclarse en una visceral inhumanidad. Lo que se despliega por el éter
informativo en estos días argentinos es, cuando de lo que se trata es de horadar
y debilitar al gobierno, una estrategia inclemente que no se detiene ante
ningún obstáculo ni conoce la frontera del respeto y la compasión por el
padecimiento del otro. Esa estrategia encuentra su correspondencia en algunos
sectores de la sociedad que, sin ningún disimulo, se regodean en ese modo antagónico a toda forma de convivencia
democrática. Escudándose en una “moralidad virtuosa”, en la apología de una
república añorada desde que la “demagogia populista invadió la nación”,
movilizan todos los recursos a su disposición para hacer naufragar un proyecto
que, después de décadas de impunidad de los poderes reales, se plantó frente a
los “dueños del país” defendiendo los intereses populares.
El odio y la visión canalla del mundo
se conjugan en aquellos "periodistas" que buscan golpear a la figura
presidencial. Vuelve sobre nosotros un discurso de una violencia que habíamos
imaginado sellada en nuestra historia pero que regresa intocada de su viaje por
el tiempo. Deseo de muerte, goce con el padecimiento y la enfermedad del otro,
en este caso de Cristina como antes de Néstor Kirchner o, más lejos en el
tiempo, de Evita. Virulencia.
Comparaciones históricas infames: primero con el nazismo, después con el
fascismo y, ahora, con el lopezreguismo. Literalmente se mofan de las víctimas
reales de la historia y juegan con los límites para transgredirlos. En el deseo
de ellos está lo peor. El odio es su estrategia y buscan multiplicarlo
penetrando una zona oscura de nuestra sociedad que se reencuentra con una parte
espantosa de sí misma, aquella que cristalizó en la frase "viva el
cáncer" cuando Evita luchaba por su vida. El odio sólo construye
destrucción. Por eso, hoy más que nunca, compromiso con la democracia,
militancia de las ideas, rebelión contra los canallas y redoblamiento de la
participación para continuar transformando el país en beneficio de las
mayorías.
Dos
años que serán tan largos como disputados transcurrirán entre las elecciones de
octubre y las de 2015. Lejos de reflexiones como las de “fin de ciclo”, en las
que se sumerge una intelectualidad antipopular, incluso perteneciente al
antiguo cuño de una extraviada progresía liberal, que anida y alienta una
restauración de gravosas consecuencias, elegimos ampliar nuestro compromiso con
ideales y sueños de liberación nacional y emancipación humana, cuyo devenir
juega su suerte en la etapa histórica argentina junto al actual proyecto. La
crítica no es, afirmamos, el ascético ademán de la disolución, la descalificación
y la injuria. Es, ante todo, el acto libertario de develar las formas que
asumen la dominación, la injusticia y otras formas de violencia invariablemente
ejercidas sobre nuestro pueblo, y como tal su ejercicio es inherente a la
alternativa política que ha dado en llamarse kirchnerismo. No cejaremos en el
esfuerzo por convocar a compañeros que buscan destinos similares a los nuestros
y permanecen fuera del proyecto, a ensayar un camino en común para fortalecerlo
y bregar por cambiar lo que haya que cambiar. Porque hemos optado por el
lado de los más débiles de la
Historia y de esta historia de confrontación con las
corporaciones del poder. Porque hemos reconocido la extraordinaria voluntad de
reparación que irrumpió en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, una voluntad
que nos devolvió el sueño de un país justo. Porque valoramos la entereza, el
coraje y las convicciones de Cristina que, sobreponiéndose a dificultades por
todos conocidas, no ha dejado de asumir un compromiso ejemplar con su pueblo.
Ese es, también, el sentido que elegimos dar a nuestras vidas.
Operación quirúrgica vs operación mediática.
Como sabemos, tanto Cristina Fernández como Carlos Menem sufrieron intervenciones quirúrgicas durante su mandato presidencial. Pero esos hechos extrañamente (?) no merecieron una cobertura similar por parte del principal diario (grupo mediático) argentino. En ambos casos la noticia apareció, por supuesto, en la tapa del diario (y fue destacado por la cobertura de sus medios radiales y televisivos hermanos) pero, como veremos, con contenidos diferentes e intencionalidad contraria. No son necesarias muchas acotaciones para resaltar esta diferencia en ambas coberturas, por eso, este humilde servidor público resaltará sólo unos párrafos de cada tapa de Clarín de los días que rodearon a ambas intervenciones quirúrgicas presidenciales, para que sirva de humilde guía al lector.
Empecemos analizando cómo informó “objetivamente” Clarín cada una de las operaciones de los presidentes.
Con respecto a la afección que sufrió el presidente Carlos Menem en 1993, Clarín informó de la siguiente manera:
Por aquellos días, mes de octubre de 1993, sólo había una discusión: los intentos de Carlos Menem para conseguir su reelección. Un cosquilleo en el brazo izquierdo mientras jugaba al golf en la quinta de Olivos y un pequeño desvanecimiento a media mañana fueron los primeros síntomas de lo que ocurriría horas más tarde: el presidente era sometido a una imprevista intervención quirúrgica.
Fue el 14 de octubre de 1993. Dos horas duró la operación mediante la cual Menem fue liberado de una obstrucción de la arteria carótida interna derecha, que irriga sangre desde el corazón hasta el cerebro.
A las 23.45 de ese día, el médico personal del entonces presidente, Alejandro Tfeli, acompañado por el cirujano Juan Carlos Parodi, anunció que la operación había sido todo "un éxito".
Los médicos informaron que se trataba de un problema cerebrovascular y no cardíaco. La arteria carótida estaba obstruida casi totalmente a causa de un ateroma, una placa de colesterol propia de la arteroesclerosis.
Menem llegó esa tarde a una clínica de Belgrano, acompañado por sus dos hijos, Zulemita y Carlitos.
Fue el 14 de octubre de 1993. Dos horas duró la operación mediante la cual Menem fue liberado de una obstrucción de la arteria carótida interna derecha, que irriga sangre desde el corazón hasta el cerebro.
A las 23.45 de ese día, el médico personal del entonces presidente, Alejandro Tfeli, acompañado por el cirujano Juan Carlos Parodi, anunció que la operación había sido todo "un éxito".
Los médicos informaron que se trataba de un problema cerebrovascular y no cardíaco. La arteria carótida estaba obstruida casi totalmente a causa de un ateroma, una placa de colesterol propia de la arteroesclerosis.
Menem llegó esa tarde a una clínica de Belgrano, acompañado por sus dos hijos, Zulemita y Carlitos.
Mientras que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, se preocupaba por tranquilizar a los mercados. "Gracias a Dios, el Presidente está bien y no es grave", repetía el entonces ministro de Economía.
Menem estuvo internado durante cuatro días. Días en los que su habitación se convirtió de un desfile de personalidades políticas y la vereda de la clínica mantuvo una guardia permanente de seguidores. Una de las visitas más significativas fue la de Raúl Alfonsín. Ambos mantenían duros enfrentamientos por la reelección. Pero en la tarde del viernes 15 dejaron de lado los enojos durante siete minutos y hasta se permitieron un abrazo.
Apenas le dieron el alta médico, Menem fue directo a Olivos para dar una conferencia de prensa. "Estoy mejor que antes", fue lo primero que dijo. Lo segundo: "Así que ni pienso en renunciar a la reelección, les pido que le den la oportunidad al pueblo que se pronuncie". Y ahí nomás volvió a amenazar con llamar a un plebiscito para conseguir su segundo mandato.
Pocos días más tarde, el 3 de noviembre, Menem acordaba con Alfonsín los términos del Pacto Olivos que le abrió las puertas a su reelección. Nota completa
Menem estuvo internado durante cuatro días. Días en los que su habitación se convirtió de un desfile de personalidades políticas y la vereda de la clínica mantuvo una guardia permanente de seguidores. Una de las visitas más significativas fue la de Raúl Alfonsín. Ambos mantenían duros enfrentamientos por la reelección. Pero en la tarde del viernes 15 dejaron de lado los enojos durante siete minutos y hasta se permitieron un abrazo.
Apenas le dieron el alta médico, Menem fue directo a Olivos para dar una conferencia de prensa. "Estoy mejor que antes", fue lo primero que dijo. Lo segundo: "Así que ni pienso en renunciar a la reelección, les pido que le den la oportunidad al pueblo que se pronuncie". Y ahí nomás volvió a amenazar con llamar a un plebiscito para conseguir su segundo mandato.
Pocos días más tarde, el 3 de noviembre, Menem acordaba con Alfonsín los términos del Pacto Olivos que le abrió las puertas a su reelección. Nota completa
Con relación a la afección que sufrió la presidenta Cristina Fernández en estos días, Clarín informó de la siguiente manera:
Lo más sólido es el deseo colectivo de rápida recuperación y total restablecimiento de la Presidenta tras la operación que se le hace hoy. Por ella y por lo que representa. Y porque lo que queda ahora en escena es precario y provisorio. Empezando por Amado Boudou, el presidente en ejercicio que aparece como regalo inesperado, al cabo de lo que se dio en llamar “la década ganada”.
La enfermedad de Cristina acelera los tiempos de la política y de la economía. Instala hoy, bruscamente y sobre un nuevo eje, lo que podía vislumbrarse como una eventual incógnita a futuro.
Faltan menos de tres semanas para el domingo electoral. Más allá, era razonable pensar en un Gobierno que pierde una elección, una Presidenta sin la posibilidad de ser nuevamente reelecta y sin candidato propio a la sucesión; todo en un marco de dificultad creciente en la economía, que requiere correcciones antes de que la inercia por lo que no se hace pueda agravar el cuadro.
Boudou es Presidente porque la Constitución todavía pesa más que las razones personales, por poderosas que fueran. Aunque lo hace desde el primer minuto bajo ese condicionamiento político.
Así, esa disminución es ya el sello de su interinato. Y será un carga más pesada en tanto la provisoriedad de su mandato pueda estirarse.
En fuentes oficialistas anoche se ponía en duda que la Presidenta pudiese retomar sus tareas en 30 días, como se anunció el sábado. Puede que haya en esa especulación más alarma que información pura. Pero cuando se anunció el mes de reposo todavía no había sucedido el “hormigueo en su brazo izquierdo” que se presentó el domingo, según consignó el informe médico de ayer. Ni se había decidido operarla.
La enfermedad de Cristina Fernández que, de nuevo, sacude a la Argentina constituye, al mismo tiempo, un enorme telón que oculta la actualidad de la escena nacional. Esa escena exhibe, entre muchos, un rasgo distintivo: el acelerado deterioro político presidencial que sucedió a aquella apabullante victoria con el 54% de los votos, que consagró su reelección hace apenas dos años.
La enfermedad de Cristina, según los especialistas, sería producto de una patología vieja. Aunque desnudaría también, a la par, muchos desarreglos de su poder. Uno de ellos tendría ligazón, precisamente, con cierto desdén de los Kirchner con sus problemas de salud. Le ocurrió al ex presidente, que recibió repetidos alertas de su cuerpo antes del desenlace fatal.
Le viene sucediendo a Cristina quien, en ese aspecto, pareciera estar bastante más atenta. Pero, en ambos casos, persiste la sospecha de una manipulación política frente a la irrupción de cada trastorno.
Los padecimientos de la maquinaria de poder cristinista no concluirían, sin embargo, con Boudou. Detrás del vicepresidente, en la línea de la sucesión, está la senadora Beatriz Rojkés, la esposa del gobernador tucumano, José Alperovich. Ocupa el segundo escalón en el Senado.
Hasta allí trepó sólo por su amistad y solidaridad con Cristina. Se trata de una mujer distante del sistema peronista. Y de todos los sistemas. ¿Alguien podría imaginarse gobernando a Boudou la transición?. ¿Alguien podría pensar que Rojkés lo haría sin hesitaciones? Esa manera de entender el diseño del poder de parte de la Presidenta escondería también un trastorno. No patológico. Sí político e institucional.
Y ahora repasemos las tapas de Clarín de los primeros días de ambas intervenciones quirúrgicas, las que, además de coincidir en que sucedieron en el mes de octubre, también estuvieron relacionadas de alguna manera con comicios. Como adelantamos, destacaremos algún párrafo de cada una de ellas.
Vayamos día por día, pero intercalando cada uno de los casos (cliquear cada tapa para agrandarla).:
15 de octubre de 1993. Operación a Menem.
El mismo día afirma que "en pocos días puede estar trabajando en la Casa Rosada", cuando Menem impulsaba su reelección mediante un plebiscito inconstitucional. Decía que su sistema nervioso está intacto y que" su estado general de salud es muy bueno".
6 de octubre de 2013. Operación a Cristina.
Clarínafirma: Inquietud. Hubo más de doce horas de silencio y rumores antes del comunicado oficial.
16 de octubre de 1993. Operación a Menem.
"Franca mejoría" titula el diario independiente Clarín, y agrega que habló con Neustadt por radio y que los mercados estuvieron calmos. Además, comenta la visita de Alfonsín al sanatorio.
7 de octubre de 2013. Operación a Cristina.
Clarín señala: Conmoción política por la salud de Cristina. Deterioro político detrás de la enfermedad. Reposo que impactará en la campaña.
17 de octubre de 1993. Operación a Menem.
Aclara que su evolución es óptima pero "que por ahora no podrá jugar al fútbol y tendrá que conformarse con el golf".
8 de octubre de 2013. Operación a Cristina.
Clarín, preocupado señala: Momento crítico del gobierno. Horas en las que todo es precario y provisorio.
18 de octubre de 1993. Operación a Menem.
Informa que vio el partido River-Boca por televisión y que sigue impulsando un plebiscito por la reelección.
9 de octubre de 2013. Operación a Cristina.
Pesimista, Clarín afirma: Cristina necesitará un mes para recuperarse. El dilema de la Presidenta y de su círculo familiar.
19 de octubre de 1993. Operación a Menem.
Apenas regresó a Olivos, Menem insistió con el plebiscito para su reelección.
Como hemos visto, parece que la salud de algunos presidentes gozan de la "buena onda" del Grupo Clarín y otros no...
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