En la mañana del 12 de octubre de 1967,
partió del aeroparque una avioneta Cessna 182 Skylane de cuatro plazas con el
logotipo del diario Crónica sobre los costados del fuselaje. La nave era
piloteada por Miguel Fitz Gerald; junto con él iba el fotógrafo Hugo Landaris
y, atrás, el cronista Walter Operto, ambos de la revista Así, otra criatura
editorial de Héctor Ricardo García. El destino final del trío era Bolivia, por
entonces convulsionada por la guerra de guerrillas.
Tres días antes, el jefe de
las Fuerzas Armadas bolivianas, general Alfredo Ovando Candia, había informado
de la muerte "en combate" del ya legendario Ernesto Guevara, ocurrida
el domingo 8 de octubre en la quebrada de Yuro, a pocos kilómetros del poblado
de La Higuera. Según
el militar, sus últimas palabras fueron: "Soy el Che. He fracasado."
En la tarde del lunes, el cuerpo empapado con sangre del Che fue colocado en
una camilla sujeta al tren de aterrizaje de un helicóptero para transportarlo
sobre los áridos cerros a la pequeña ciudad de Vallegrande, en el oriente del
país.
Allí, encima de una pileta
de hormigón en el lavadero del hospital Nuestro Señor de Malta, el Che
permaneció en exhibición aquella noche y todo el día siguiente con la cabeza
alzada y los ojos pardos muy abiertos. Una multitud compuesta por soldados y
pobladores desfiló ante aquel cuerpo que, de modo macabro, parecía estar vivo.
Entre las monjas del hospital se difundió rápidamente la impresión de que
presentaba una extraordinaria semejanza con Cristo.
En Buenos Aires, durante la
tarde del miércoles, con una telefoto en la mano de ese mismo rostro, el
director de Así, Marcos de la
Fuente, alzó la mirada, y dijo: "Andá a Bolivia, pibe,
para ver cómo fueron las cosas." Operto cabeceó en señal de asentimiento.
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