LA ALEGRÍA PERONISTA

domingo, 4 de agosto de 2013

Conversiones express



Hubo un tiempo en que el pasado, los hechos del pasado, resultaban de vital y definitivo valor a la hora de juzgar los hechos del presente. El pasado condenaba, hubo dirigentes que se empeñaron en modificarlo con el fin de soslayar esa condena. Fue una práctica común a todos los dictadores que anduvieron por este mundo, sólo a modo de ejemplo podríamos citar a Hitler, Mussolini y Franco, en Europa, a Pol Pot, en Oriente, a Idi Amín y Bokassa, en África, a Somoza, Batista, Pérez Jiménez y Duvalier, en América latina, pero tal vez el patrón emblemático sea Stalin, quien se ocupó de borrar a Trotsky de todas las fotos en que aparecía el líder revolucionario y finalmente ordenó a Ramón Mercader que lo asesinara.

Hoy no es necesario llegar a esos extremos. Aquel formato televisivo que inaugurara Miguel Rodríguez Arias con Las patas de la mentira y que actualmente repiten diversos programas de televisión parece no inquietar a sus protagonistas: nada les importa que se haga público que lo que ayer dijeron se contradiga con lo que hoy dicen. El archivo ya no los perturba. 
Pasen y vean: un celebrado director de cine, devenido político, hace alianza con una política, con escaso número de votos aunque célebre por sus permanentes denuncias y por no haber acertado con una sola de sus apocalípticas profecías. Pocos meses antes, el director de cine, que se jactaba de ser un hombre de izquierda, al menos eso pretendían sus películas, proclamaba que sería una locura imaginarlo haciendo alianza con la derecha. La locura se produjo. Detalle que no les preocupa ni a él ni a la frustrada pitonisa: ambos recorren las calles de Buenos Aires buscando votos y se multiplican, pareja feliz, en numerosos programas de televisión. Los versos finales de “Las Cuarenta”, aquel memorable tango de Charlo, bien pueden sintetizar ciertas alianzas políticas: “Por eso, no has de extrañarte, si alguna noche, borracho, / me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar”. Es cierto, pero tampoco hay que exagerar.

Si de exageraciones se trata, podríamos detenernos en un veterano sindicalista que hasta no hace mucho proclamaba a voz en cuello las virtudes políticas y sociales del actual gobierno. Sin cambiar de indumentaria ni de tono de voz y menos aún sonrojarse, nuestro sindicalista acaba de unirse con quien era su mayor enemigo. Ambos se muestran amigos de toda la vida y regalan sonrisas mientras recorren las instalaciones de la Sociedad Rural.

El periodismo también registra hechos dignos de ser noticia. Podríamos detenernos en un periodista que se autoproclamaba un hombre de izquierda, capaz de abarcar diferentes disciplinas: supo ser escritor, cineasta, historiador, monologuista teatral, comentarista de radio y animador de televisión. Entre sus muchas denuncias, expuso el modo de operar de los medios hegemónicos de comunicación. Aún es posible ver los detallados cuadros sinópticos que mostraba por televisión y todavía replica su voz irreverente en contra del mayor trust mediático de este país. Pero todo eso es pasado. 
Ese mismo sujeto que alguna vez defendió la ley de medios audiovisuales, aprobada por amplia mayoría en el Congreso y desde hace cuatro años a la espera de que la Corte Suprema se expida de una vez por todas, hoy es un servicial empleado de aquel trustmediático que ayer atacaba, el mascarón de proa de ese grupo hegemónico que alguna vez denunció.

El acto de convertirse no conlleva crítica alguna, es una condición natural de los seres humanos. Una de las más célebres es la que sufrió Pablo de Tarso. Según cuenta Lucas en Hechos de los Apóstoles y confirma (con algunos matices) el propio convertido en sus Epístolas a los Corintios y a los Gálatas, en los años 30 Saúl era un joven judío que se empeñaba en castigar a cuanto cristiano descubría por su camino: los consideraba miembros de una secta de fanáticos que adoraban a un tal Jesús, que había sido muerto en la cruz y que, afirmaban, había resucitado al tercer día. Saúl supo que en Damasco había un buen número de cristianos, por lo que le pidió autorización al Sumo Sacerdote y se encaminó hacia esa ciudad sobre la que había profetizado Isaías. Su propósito era encontrar a los idólatras, hombres o mujeres, y “llevarlos atados a Jerusalén”. En las puertas de Damasco, sintió que una luz, intensa y desconocida, envolvía su cuerpo, quedó ciego y se derrumbó en el piso. “Saúl Saúl, ¿por qué me persigues?”, oyó que alguien preguntaba desde las tinieblas. Esa misma voz ordenó que se levantara y entrara en la ciudad. No bien se puso de pie, Saúl sintió que lo tomaban de un brazo y se dejó llevar hasta la casa de un vecino que dijo llamarse Judas. Ahí estuvo tres días y tres noches sin probar bocado. En la mañana del cuarto día apareció Ananías y dijo: “Saúl, hermano, el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino, me ha enviado para que recuperes la vista y quedes lleno del Espíritu Santo” (Hechos de las Apóstoles, 9:17) El resto es historia conocida: Ananías le curó los ojos y Saúl pasó a llamarse Pablo (cambió su nombre hebreo por un nombre romano) y hasta su muerte fue un apóstol de la joven iglesia cristiana. La mutación se produjo en el término de tres días, la figura de Jesús, sus palabras y sentencias, fueron esenciales para esa metamorfosis. La conversión de Pablo, tal como él y Lucas la explican, fue un hecho milagroso, una cuestión de fe que aceptan los hombres y mujeres que profesan esa fe.

En el campo de las ideas, las conversiones son más lentas: cambiar de una doctrina a otra diametralmente opuesta exige un elaborado análisis, tanto en la teoría como en la práctica, que ciertamente demanda muchísimo tiempo, años en numerosos casos, de marchas y contramarchas, de dudas y de certezas. Esto parece no haber sucedido ni en el político, ni en el sindicalista, ni en el periodista que hemos usado a modo de ejemplo; conviene aclarar que últimamente las conversiones-express se multiplican sin descanso. La pregunta es: ¿qué los ha llevado a mutar de ese modo, negando todo lo que poco antes habían sustentado con indudable fervor? La metamorfosis del trío se produjo en menos tiempo del que le demandó a Pablo. Por lo que se sabe, ni al político ni al sindicalista ni al periodista los derribó una luz intensa, no permanecieron tres días ciegos y en ayunas y tampoco se les apareció Jesús. Lucas en Hechos de los Apóstoles da las razones de la transformación de Pablo. Hasta ahora ni uno solo de los actuales conversos ha explicado el porqué de las suyas

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