LA ALEGRÍA PERONISTA

jueves, 11 de abril de 2013

EL PADRE DE LA BIOECONOMÍA


En la historia de la humanidad abundan los casos de personalidades que, a pesar de lo importante de sus aportes, sufrieron el castigo del olvido. Uno de ellos es Nicholas Georgescu-Roegen. Fue acusado de pesimista porque sus teorías subvertían sustancialmente el orden económico tradicional. Sin embargo, hoy su visión sobre el deterioro que el sistema capitalista le provoca al planeta posee una actualidad que espanta.


Por Luis Freitas

Nacido en Rumania en 1906 y muerto en Estados Unidos en 1994, Georgescu-Roegen fue un testigo privilegiado de los principales acontecimientos del siglo pasado. Vivió en su tierra natal hasta los 42 años, donde presenció y sufrió cuatro dictaduras consecutivas. Obtuvo su doctorado en Bucarest y la licenciatura en Estadística en la Universidad de París en 1930. En 1948 debió emigrar como exiliado político de su país y se radicó en los Estados Unidos, donde realizó una brillante carrera como profesor titular de Economía en Harvard y fue invitado en muchas oportunidades a dar charlas en varias universidades del mundo.
En Norteamérica su vida transcurrió de manera más tranquila, lo que le permitió dedicar más tiempo y trabajo al desarrollo de sus originales enfoques. Economista excepcional, fue un crítico singular, tanto por el estilo de sus argumentaciones, como por entrelazar en su obra conceptos filosóficos, económicos, históricos, físicos y biológicos que enriquecían el análisis.
Realizó aportaciones pioneras a varios campos de la teoría económica, y fue uno de los padres de lo que él denominaba “bioeconomía” y que, en la actualidad, se conoce como economía ecológica. En 1971 la Universidad de Harvard publicó su obra más importante, el famoso tratado La ley de la Entropía y el proceso económico, una de las mayores y mejor informadas impugnaciones de la teoría económica convencional que se han escrito hasta la fecha y la que trazó los lineamientos de un cambio radical en los estudios económicos. El sólido trabajo hoy ya es un clásico y una obra capital para la ciencia en general y para la economía en particular. Allí, Georgescu-Roegen expone con claridad cuál es, según su visión, el error central cometido por el pensamiento económico occidental, tanto en el capitalismo como en el comunismo: la concepción mecanicista que, con sus consecuencias tecnológicas y económicas, constituye la fuente principal de la crisis ecológica, social y política de las expectativas de crecimiento ilimitado. Esta concepción -explica- no es la adecuada para analizar el proceso económico, pues no incluye los factores naturales. Para desarrollar su hipótesis, el economista rumano aplica a la actividad económica la segunda ley de la termodinámica (la Ley de Entropía que estudia los procesos en los que el calor se convierte en distintas formas de energía y viceversa, y que establece que la energía se conserva en cantidad, pero se degrada en calidad, cumpliendo así el fenómeno de la entropía o del desorden progresivo).
Toda actividad económica, por abstracta y electrónica que sea, se fundamenta en última instancia en la explotación física de recursos naturales, por lo tanto, mientras haya más crecimiento económico, más rápido estos se acabarán. La conclusión a la que llegó es que, hagamos lo que hagamos, vamos rumbo al agotamiento de todos los recursos naturales del planeta, hacia la total entropía.
La originalidad del planteo de Georgescu-Roegen radica en la manera diferente de analizar el flujo del proceso económico. Según la economía clásica, ese flujo es  un circuito cerrado que va desde las industrias a los hogares y viceversa, sin entradas ni salidas. Al no considerar la dependencia respecto del entorno natural y del medio ambiente, ese diseño -según el economista- falla totalmente para examinar la producción y el consumo de mercancías. Para explicarlo claramente recurre a una metáfora: es como estudiar el aparato circulatorio -dice- sin tener en cuenta al aparato digestivo. En la vida real, todo animal tiene un sistema digestivo que se conecta con el ambiente tomando materias de baja entropía y expidiendo materia con alta entropía en un proceso irreversible, ya que nunca se retorna a la situación inicial. A mayor entropía, mayor desorden, y cuanto menor, menor es el desorden. Tanto en el sistema socialista, como en el capitalismo, la economía industrialista sólo toma en cuenta el aparato circulatorio.

Progreso versus bienestar
Según el esquema planteado por Georgescu-Roegen, el flujo de materias primas y energía proviene de la naturaleza, pasa a través de las industrias hacia los hogares, y los residuos degradados y degradantes vuelven al ambiente por una boca de salida. Todos los sistemas económicos existentes presentan este flujo entrópico, cuyos cambios son irreversibles. Así, las economías altamente industrializadas dependen de los escasos recursos de baja entropía (hidrocarburos, minerales, agua potable, tierras fértiles). Estos recursos mayormente son extraídos de los países menos desarrollados, generando polución y el obvio agotamiento de los mismos, consecuencias esperables y previsibles, no externalidades sorprendentes, como lo pretende el diagrama del flujo circular de la economía clásica. La introducción de nuevas tecnologías -concebidas para lograr simplemente más producción- beneficia al presente a expensas del futuro, sólo demora el proceso y no agrega mejoras en la calidad de vida de la gente.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, fue creado un patrón universal para medir los datos y el crecimiento económico de los países, denominado PBI (Producto Bruto Interno). El PBI es el valor monetario total de la producción corriente de bienes y servicios de un país durante un período determinado. Tanto en las naciones ricas como en las pobres, las cuentas se calculan teniendo presente la depreciación de los bienes de capital (máquinas, elementos artificiales, etc.), pero no se tienen en cuenta la depreciación y el desgaste de los recursos naturales, ni reflejan la realidad de la situación de los individuos. Merced a este mecanismo, un país puede agotar sus minas, talar totalmente sus bosques, erosionar o contaminar sus suelos, infectar sus aguas, terminar con la vida silvestre y con los recursos pesqueros, aunque sus cuentas nacionales registren crecimiento y prosperidad. Georgescu-Roegen sostiene que nunca el capital puede sustituir a los recursos naturales. Pensar lo contrario es tan absurdo, dice, como imaginar que se puede hacer una casa igual de grande con el doble de serruchos y martillos, pero la mitad de la madera. “Los países pobres no podrán salir de la pobreza, afirmaba, aunque quizás puedan disimularla cuantitativamente, pero agigantarán las diferencias y las brechas entre ricos y pobres si simplemente se ocupan de seguir dando vuelta más velozmente las manijas, las roldanas y las ruedas del diagrama circular del crecimiento sin límites”.
La aparición de La ley de la Entropía y el proceso económico coincidió con la publicación de otro best seller ecologista: el Informe Meadows. En dicho trabajo     -encargado por el Club de Roma al Instituto de Tecnología de Michigan, Estados Unidos- ya se hablaba de que en 2000 habría una crisis por falta de recursos naturales, y se planteaban los límites del crecimiento. También en 1972 se realizó la Cumbre de Estocolmo, que centró la discusión en temas tales como la degradación ambiental y la “contaminación transfronteriza”, que no reconoce límites políticos o geográficos. Georgescu-Roegen fue invitado al encuentro, pero asimismo participó activamente en la cumbre paralela auspiciada por la asociación pacifista Dai Dong.  También terció en la polémica sobre los límites del crecimiento con un artículo titulado “Energía y mitos económicos”, en el que criticaba duramente la actitud de los economistas convencionales y dudaba del crecimiento cero y el estado estacionario como “salvación ecológica”.
Hoy en día, cuando ya se ven los destrozos sociales y ecológicos causados alrededor del mundo por corporaciones como Glaxo Smithkline, Wal-Mart, Kraft, Barrick Gold y Monsanto, la contaminación tóxica causada por fábricas farmacéuticas y los horrores de la ganadería y avicultura industrial, el pensamiento de Georgescu-Roegen cobra una actualidad enorme. Sería bueno que los “gurúes” económicos –de esos que abundan en los grandes medios de comunicación- entendieran  que todo crecimiento económico es destructivo y que por lo tanto no podemos tener capitalismo y a la vez un planeta habitable.
Como reza aquella frase atribuida a José Martí: “Cuando haya sido cortado el último fruto, talado el último árbol, pescado el último pez, y envenenado el último río, el hombre comprobará, por fin, que el dinero no se puede comer. Entonces será demasiado tarde”.

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