LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 10 de marzo de 2012

¿A quién le habla el cuadro descolgado?





Por Horacio González La entrevista al dictador Jorge Rafael Videla en 
una revista española, el cambio de época y el 
valor simbólico de las palabras y los actos.
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A quién le habla? ¿Qué recónditas formas de la memoria nacional puede despertar? ¿Sale su voz de las sentinas del pasado o hace vibrar algo escondido, tenebroso? Lo cierto es que la entrevista a Videla en Cambio16 no puede pasar indiferente por los horizontes contemporáneos, por el juicio lúcido de esta Argentina presente. No podemos decir apenas que es un emergente espectral de un mundo superado, o que la naturaleza del reportaje no significa otra cosa que una apuesta hacia la opinión franquista española, justo ahora que se debaten crímenes de épocas cuyas criptas parecían ya cerradas. Es ambas cosas. Pero hay algo más.
La entrevista a Videla nos obliga a pensar en todo aquello con lo que convivimos y a lo que parece que ya le hemos dado un definitivo cierre. En verdad, hay numerosos argumentos para pensar que es así. El retiro de su cuadro del Colegio Militar no hubiera sido posible sin que una opinión pública explícita y convencida no expresara su aceptación masiva. Ciertamente, junto a las voces diáfanas que se hicieron sentir para saludar el hecho y palpar la frontera exorcizada a partir de la cual se abría un período nuevo, un respetuoso marco de asentimiento colectivo siguió ese acontecimiento, otorgándole el significado de una página de la historia que se daba vuelta con la contundencia de las grandes escenas simbólicas.
El mundo contemporáneo de las imágenes, tan pletórico e infinito como parece ser, vive también de altas operaciones de selectividad. El brazo extendido de Kirchner indicando al general Bendini que debía retirar ese cuadro, sirve para sustentar la explicación entera de un momento histórico. O, de cómo a veces se dice, su bisagra.
¿Pensamos también que la perseverante argumentación de Videla, que es la que ya conocíamos, no tenía más lugar en la audibilidad argentina? Conocemos una antepasada escena, grabada en la Casa de Gobierno, en un reportaje como éste, pero ya no como detenido, sino como presidente de la república. Allí se le preguntaba por los desaparecidos. ¿Quién no recuerda las figuras que allí utiliza, diciendo “los desaparecidos no son, no están, se esfumaron en el aire, entelequias son…”? Y hace el gesto con los brazos, un pequeño simulacro de vuelo, con el que quiere decir que el problema es nadería, cosa etérea, mero aire del lenguaje. Ahora es más concreto, pero apela también a la ambientación aérea, “las fuerzas armadas no salían a cazar pajaritos”.
De un momento a otro, la metáfora va de la simulada indiferencia a la apelación explícita y, quizás, a la busca de su público de entendidos en metáforas de caza o de vuelo. Lo que hicieron, lo hicieron contra fuerzas que tenían su contundencia, su poder de fuego. Busca justificaciones en un terreno dificultoso. Sabe que hoy existe una noción activa de sociedad argentina, precisamente porque hay un rechazo contundente a esos argumentos.
Pero, ¿no quedaría, aun así, la cuestión de los métodos empleados, que pusieron a la sociedad argentina al borde de la disolución ética? Crear sistemas de aterrorizamiento, de tratamiento de los cuerpos que iban desde el rehén, la tortura y la mano de obra esclava hasta el lanzamiento masivo al río, ya exánimes, constituía un paso que era -en sí mismo- inefable, inexpresable en términos de la clásica asociación política-violencia. Iba más allá, traspasaba la frontera de una realidad de por sí áspera, y se situaba en otro plano de la condición humana: la negación del nombre, del derecho a su memoria, de la irremisible preservación de lo tangible de la muerte, del uso de la palabra pública para referir los hechos. El general piadoso practicaba ocultos escarnios, como los que ilustran muchas historias de pervertidos monjes medievales.
Éstas son graves cuestiones sin cuyo conocimiento, siquiera rústico, se garantiza la existencia de una sociedad nacional. Pero otro giro en su exposición ofrece el señor ex general, dando otro paso etéreo hacia una jefatura impalpable pero para la que imagina un recoveco en la realidad de nuestros días. La república está vaciada, afirma, sus instituciones machucadas, quebradas y, por si hiciera falta decirlo -se arrellana en su sillón de Campo de Mayo, prisionero pero parlante, locuaz frente a una revista internacional-, piensa y prorrumpe: están desaparecidas. Sí, las instituciones están desaparecidas.
Deja caer el peso de esta palabra como si se pronunciara en un vuelo callado, nocturnal, en un pasaje rasante sobre el oleaje del río color león.
Videla es la biografía de un general cristiano, un profesional de la cruz y de la espada; y no lo decimos para construir la frase fácil sino porque estamos frente a un itinerario singular que, a su manera, juega con un “desencarnamiento”. Remotas figuras pedagógicas de su educación militar -véase el libro de María Seoane y Vicente Muleiro- salen a luz. En la entrevista critica a Massera porque no era un verdadero profesional, “había equivocado la profesión, debió ser político”. En todo lo que dice este general -o ex general, si nos atuviéramos a las leyes vigentes del país, pero eso importa a los efectos jurídicos-, habla como regente intelectual de una ínfima porción de la historia del país. En su programa máximo intenta mostrar que había piedad en la manera de tratar los cuerpos desdichados de esos otros hombres armados, insurgentes, la piedad del asesino místico. Y, en su programa mínimo, convertirse en un jefe republicano, señalar que quienes gobiernan son ilegítimos porque él está preso, que los que lo juzgaron en nombre de la humanidad, tienen otro “relato”, que está equivocado y hay que torcer.
No hay hoy en el país ámbitos activos que acojan estas palabras, que en cambio llegan a socavones ínfimos, a unas minuciosas tinieblas que siempre se hallan a la espera. Pero es un toque de atención a los que no están conformes con el horizonte de actualidad. Es claro que éste se presta a muchas críticas, pero el repentino surgimiento de lo que estaba soterrado, esa voz de Videla, al resurgir como autor de un llamado, obliga a inquirir a quiénes llama. Por lo menos, es posible ahora comprobar que hay una urdimbre resistente a las razones que expone este jefe sombrío. Ni los republicanos cuyos argumentos toma le han dado crédito, y los que acusan que la actualidad nacional es víctima de un “relato” tampoco han saludado la conocida versión videlista de la historia, tan trágica como retrógrada.
Es una obvia pero señalable situación. Este pescador lóbrego no ha pescado nada con su convocatoria; las luchas políticas por el “relato” o la “república” se hacen ahora sin su concurso. Sean o no las adecuadas estas denominaciones que intentan resumir porqué se debate, debemos saber que, aunque la historia es siempre frágil, hay en la Argentina un camino ineluctable que ha recorrido la conciencia pública, la justicia, el tejido común de palabras, la inmensa mayoría de la clase política, la población en general.
Se sigue discutiendo de muchas maneras, pero una es la que sigue rigiendo a todas las demás: no se desanda el camino que trazaron las simples pero profundas palabras de verdad, memoria y justicia. Ellas permanecen tutelando. 

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