LA ALEGRÍA PERONISTA

viernes, 3 de febrero de 2012

LA CONVERSACIÓN...



La conversación

Tiempo Argentino 28/10/2010
 Una severa crítica realizada por radio fue el disparador de una comunicación telefónica que permitió la comprensión de que el odio, en su concepción más violenta, había ganado una buena parte de los medios.
Tiempo Argentino 28/10/2010
 Este periodista recuerda un contacto telefónico con Néstor Kirchner. Eran los días de febrero de este 2010, cuando trascendió que el ex presidente había comprado 2 millones de dólares en el Banco Central hacia octubre-noviembre de 2008. Acostumbrados a comprar dólares como una forma de ahorro o especulación en la Argentina, la idea que prevaleció era que Kirchner había querido hacer una buena diferencia. Un hombre que tenía acceso a información privilegiada compraba dólares que un año y medio más tarde tenían un valor mas  elevado.
 Era un lunes, y este periodista comenzó su programa de radio con una crítica durísima a Kirchner, la peor que le había hecho a su figura. Lunes y martes, largos minutos fueron invertidos en fustigar la presunta acción del líder político. Fue tal el tono que el cronista vivió minutos de vergüenza cuando al intentar disculparse, el miércoles, puso al aire sus propias palabras y no pudo resistirlo. Sonaban tan inapropiadas e irrespetuosas frente a la realidad de los hechos que debió quitarlas del aire, aun si las había imaginado como parte de una excusa, cuya sinceridad crecía ante el tenor de las diatribas de los días precedentes.
Una autoincriminación hace suponer que el relator de los hechos sobreactuaba en los reproches a Kirchner, porque la participación que había tenido en el Fútbol para Todos y la Ley de Medios era muy notoria y, en la pelea, había sido acusado bastardamente de oficialista por aquellos medios defensores del statu quo mafioso. Quizás había quienes recordaban que  llevaba 15 años dando pelea contra el robo de Clarín y de Torneos y Competencias, pero no todos lo sabían. Para dejar en claro que apoyaba lo del fútbol y la Ley de Medios, pero que no era parte de un alineamiento con el gobierno, ¿aprovechó la ocasión para mostrar su independencia? Es muy posible, piensa hoy. La ocasión era propicia aunque más no fuese inconscientemente para exhibir que estaba muy lejos de ser un vocero del gobierno. En el afán, fue el más duro, quizás. Entonces, derrapó.
SUENA EL TELÉFONO. Néstor Kirchner llamó ese martes hacia el mediodía, después de las dos andanadas acusatorias hacia su persona. El firmante, que no conocía al ex presidente ni había hablado nunca con él, fue hacia el teléfono, prometiéndose firmeza frente a cualquier ataque, porque seguro que él llamaba para confrontar duramente.
Un secretario dijo: “Le paso con el doctor”, lo cual vino muy bien porque el periodista no sabía como tratarlo.
–Holaaaa…
–Buen día, Víctor Hugo, ¿cómo está?
–Bien “doctor”, bien, algo preocupado, se imaginará. (Buena consejera es cierta humildad, se dijo.)
–No, mire, la verdad es que lo llamo porque a usted, a usted –remarcó–, quiero decirle cómo son las cosas. (¿Cómo “eran”, si estaba todo tan claro…?) Yo compré esos dólares para una operación que debía hacer en esos mismos días. Los compré con mi nombre, hasta el tope permitido en el Banco Central, no me escondí para hacerlo, puse mi nombre, respeté la ley y le aseguro que no lo hice para especular de ninguna manera sino para afrontar un compromiso muy claro.
–Pero doctor, ¿por qué dejó pasar estos días sin aclararlo? (Un reproche como para ir justificando la mancada.)
–La verdad es que ya estoy cansado. Van a decir lo que quieran, siempre. Y  le diría que ni me importa. Mienten como animales, y no tengo ganas de aclararles nada.
–Pero qué macana, al fin de cuentas, porque ¿sabe lo que me da más verguenza? Ni se me ocurrió lo que usted me explica. Estamos hechos para pensar mal, parece tan simple lo que me explica que…
–Tengo aquí los papeles para mandárselos al instante, porque quiero que vea usted mismo…
–No, espere, doctor. Si esto es como usted me dice, yo ya lo insulté, y aceptar que me lo pruebe sería volver a insultarlo. Le creo, entiendo muy bien lo que me dice y le pido que me deje volver al micrófono para pedir las disculpas que le ofrezco muy… avergonzado, doctor, muy abochornado.
–Permítame decirle que no quiero que haga una aclaración, lo que me importa es que usted lo sepa. Nada más. (Kirchner hablaba con calidez, con respeto, sin calentura, con nobleza… ¿Dónde estaba la bestia peluda que pensaba enfrentar este cronista cuando iba hacia el teléfono?) Por más que aclare, me van a pegar por otro lado. Es lo mismo, déjelo correr… ¿Sabe por qué se lo quería decir? Porque yo creo saber quién es usted, y me importa que sepa esto. Nada más. Sólo me sentiré mejor si me dice adónde puedo enviarle los papeles de lo que le digo. Mi secretario, aquí al lado, se los puede entregar en media hora. Así que…
–Doctor, olvídese. Hablamos en otra oportunidad, pero ahora déjeme ir al micrófono. En este momento le pido disculpas, pero lo que dije no lo dije en un teléfono, sino en un micrófono, y es ahí  donde quiero hablar.
–No lo haga, ya está. Yo me conformo con que usted…
-Doctor, le mando un saludo y lo dejo, permítame. (Se oyeron unas palabras más de Kirchner pero se perdieron en un “hasta cualquier momento, doctor”).
 Tristemente, el pedido de excusas, realizado de inmediato a través del programa que conduce, le trajo a este periodista la certeza de que el odio, en su concepción más violenta, había ganado una buena parte de los medios y la sociedad.
Nunca le fue perdonado el gesto. Se incorporó a la fantasía antojadiza de los que acusan de “oficialista” cualquier aprobación que al gobierno se destine. No importó a muchos imbéciles que el descargo, el paliativo, la inculpación eran la consecuencia de una critica durísima infligida a Néstor Kirchner cuando ya habían transcurrido varios meses de la aprobación de la Ley de Medios, no obstante lo cual, el cronista, aun equivocado, podía separar ese tema de lo que le parecía censurable.
Nadie habló más de aquellos dólares. Lo que dijo Kirchner era cierto.
Víctor Hugo
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