LA ALEGRÍA PERONISTA

martes, 11 de octubre de 2011

¿Viraje nacional o cambio de modelo?

HACIA EL 23 DE OCTUBRE Publicado el 10 de Octubre de 2011 Por Alejandro Horowicz Periodista, escritor y docente universitario. Estas elecciones sirven para que las fuerzas retardatarias pierdan, reduzcan su eficacia neutralizante, pero imponen a las otras una enorme responsabilidad histórica: moldear un nuevo programa, y el orden político que tal novedad requiere. Pareciera una hipótesis excesiva, y por cierto en no pocas oportunidades termina siéndolo, pero una cosa es que a diario haya o no novedades y otra distinta cada cuánto registramos el rango de alguna novedad significativa. Para que suene más próximo: las encuestas serias señalan que el 70% de los argentinos no presta demasiada atención a las elecciones del 23 de octubre. La campaña electoral, de algún modo hay que llamarla, no inquieta a nadie; y salvo los que tienen que pagar las abultadas cuentas de gastos, muy pocos reparan en ella. Tanto, que los columnistas políticos se ven en figurillas para encontrar un abordaje “atractivo”, que añada algún suspenso, a un resultado tan arrollador como esperado: entre el 52 y el 55% de los votos serán para Cristina Fernández. Entonces, concluyen sin mucho entusiasmo, aquí no pasa nada, sólo se vota por tercera vez para presidente después de la catastrófica crisis de 2001. Me voy a permitir disentir con tan extendido como insuficiente punto de vista. Si se comparan los votos emitidos en las elecciones de 2003, con las de 2007 y las primarias de 2011, se verifican cambios que merecen ser analizados. En 2003 el universo electoral peronista (los tres candidatos presidenciales, Carlos Saúl Menem, Adolfo Rodríguez Saá y Néstor Kirchner) superaba el 61% del total de votos emitidos. En cambio, el universo electoral radical (la UCR, Elisa Carrió y Ricardo López Murphy) obtenía algo menos del 33 por ciento. Este comportamiento seguía el siguiente patrón: si bien la UCR era penalizada por el estallido (2,34% de los votos emitidos, apenas 450 mil votantes), Menem (garante de la Convertibilidad, y beneficiario de sus “bondades”) había recogido 4,74 millones de votantes, ganando la primera vuelta con el 24,45% del total. La sociedad pensaba, en una elevada proporción, que el “virtuosismo instrumental” del dirigente riojano facilitaría una vuelta al “modelo”, y que la inepcia radical no afectaba a todos por igual: entonces, pese a que López Murphy había sido ministro de Fernando de la Rúa, terminó obteniendo más de 3 millones de votos, seguido de muy cerca por Elisa Carrió. En 2007 las cosas ya no son iguales. El universo electoral radical asciende al 41,38% de los votos emitidos, y el peronista desciende al 53 por ciento. A resultas del avance radical, Carrió sale segunda, detrás de Cristina Fernández, con 4,40 millones de votos. La dirigente chaqueña cepilla definitivamente a López Murphy, quien inicia su camino a ninguna parte, al tiempo que la UCR, con Roberto Lavagna, obtiene más de 3 millones de votos. La recomposición radical parece un acontecimiento posible, y el desagio peronista no sorprende demasiado: es un posible producto de la pérdida del voto conservador, sobre todo porque la fórmula fue encabezada por una mujer. Los tantos se iban aclarando, y Lavagna, ministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner, insinuaba, al igual que el perfil todavía progre de Carrió, la ruta radical: crítica al gobierno, sin cruzar el Rubicón. Algo parecía cierto, a cuatro años de una catástrofe nacional, los dos partidos históricos habían salvado la ropa: ninguna fuerza nueva emergía de ese escenario nacional. ¿Era tan así? En 2011 las cosas vuelven a mutar. Las primarias del 14 de agosto registran un viraje brutal, el universo del voto peronista se expande hasta el 68% de los votos emitidos (récord histórico total que ni el General Perón alcanza) y el universo del voto radical apenas supera el 15% (otro récord absoluto), de modo que el orden político realmente existente ha fagocitado a uno de sus actores, y esto no puede no atribuirse a la responsabilidad de su dirección nacional. La trabajosa reconstrucción que Ricardo Alfonsín y Margarita Stolbizer impulsaron no sólo se detuvo, sino que sufrió una involución inaudita, habida cuenta de que el radicalismo no gobernó la sociedad argentina. Una pregunta va de suyo: ¿qué pasó? LA BATALLA IDEOLÓGICA. Desde el momento en que el gobierno nacional propició un sistema de retenciones variables para las exportaciones de soja, la famosa resolución 125, una ola de furia recorrió a los propietarios –y no sólo a ellos– del campo argentino. La idea de que el “precio” se fija en las pizarras del mercado de Chicago, y que no tiene nada que ver con la paridad cambiaria, por ejemplo, no admitía argumento en contra. El razonamiento implícito estaba sostenido en la ilusoria “continuidad de la Convertibilidad”. Por tanto, los propietarios actuaban como si les metieran la mano en el bolsillo (robo directo, confiscaciones inconstitucionales, despilfarro e incompetencia, prebendismo peronista, etc.) dejando entrever que ningún interés resultaba superior al propio. Es decir, los disvalores menemistas mostraban su vigencia incontestable, y las exclusas de la cloaca gorila nos hicieron conocer sus últimas perlas. Por eso la arrolladora candidata de hoy era “la yegua” para la señora con mucama uniformada que levantaba el cartel de “Dios y el campo” por la calle Santa Fe. Entre ese punto y hoy, se libraron tres batallas parlamentarias: la conformación del Grupo A, dirigido por Felipe Solá y Elisa Carrió, la Ley de Medios audiovisuales y la ley por el matrimonio igualitario. El tríptico se desarrolló en dos escenarios contrapuestos: la tapa de los medios y la pantalla de la TV, uno; la experiencia personal de cada uno, dos. La distancia entre ambos alcanzó muchas veces un rango desusado, y esto afectó la relación entre el público y determinados medios, entre los relatos personales y algunos relatos políticos. No es lo único que pasó. Los dos dirigentes del Grupo A fueron arrinconados y derrotados. Y el partido del orden, la articulación entre Clarín y La Nación con la Iglesia Católica, perdió la hegemonía ideológica. A tal punto, que la base social del voto agrario, que también sabe sacar algunas cuentas, no sólo no se sumó a los dicterios de la Mesa de Enlace, sino que se inclinó claramente por la misma dirección que el resto de la sociedad. Por eso, cuando uno recorre las ciudades del interior (Paraná, por ejemplo) no puede creer que semejante cantidad de concesionarios de empresas automotrices puedan coexistir cuadra de por medio. ¿El motivo?: El dinero se gasta en vehículos y departamentos, por eso el precio de los usados y el metro cuadrado de construcción alcanzaron picos históricos. En ese punto comienza a quedar claro, en medio de una gigantesca crisis del capitalismo global, que la situación –más allá de la verdad estadística– permite otro horizonte. Dicho al galope. Un nuevo programa del partido del Estado, un nuevo proyecto de reformulación del bloque de clases dominantes, se ha vuelto posible y deseable. En muy pocas oportunidades históricas semejante debate puede llevarse a cabo, hoy no sólo se puede, sino que resulta casi inevitable. Estas elecciones sirven para que las fuerzas retardatarias pierdan, reduzcan su eficacia neutralizante, pero impone a las otras una enorme responsabilidad histórica: moldear un nuevo programa, y el orden político que tal novedad requiere. No es responsabilidad exclusiva de Cristina Fernández alcanzar semejante objetivo, la sociedad civil no puede permanecer muda, pero resulta innegable que de su gobierno se espera el aporte mayor. Si así no fuera, en Brasilia dirán la última palabra.

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