LA ALEGRÍA PERONISTA

jueves, 26 de mayo de 2011

Algo se mueve en América del Sur.


Pueblos. Revista de información y debate

Miguel Ángel Morales Solís

Jueves 19 de mayo de 2011, por Revista Pueblos

Entre los principales analistas económicos mundiales se ha extendido la idea de que la que entra será la década de América Latina. Habrá quien piense que esos profetas son los mismos que no supieron avanzar la crisis económica que, por otra parte, la mayoría de los países del Cono Sur han dejado atrás. Sin embargo, si se presta atención a los síntomas que mostraba el enfermo a inicios de siglo, podrá verse que algunos de ellos han desaparecido.

Por suerte para sus ciudadanías, muchas han sabido elegir bien a sus mandatarios. Estos, a su vez, han sabido propiciar la ola de bonanza que recorre el subcontinente sudamericano; y, unos mejor que otros, valerse de la misma para mejorar las condiciones de vida de la población. Si uno analiza la progresión tanto política como económica de América Latina, se dará cuenta de que las diferencias son abismales entre los Estados sudamericanos y sus hermanos del centro. Los primeros han llevado a cabo un proceso de desvinculación muy acentuado, en ambas áreas, con respecto a Estados Unidos; mientras que los segundos (y Honduras es un ejemplo de las consecuencias que tiene para los países pequeños retar a la primera potencia mundial) no han podido hacerlo. El patio trasero no lo es ya tanto. Otros actores, con China a la cabeza de los países asiáticos, han entrado en escena, relegando a EE UU a un papel de co-protagonismo tanto en lo económico como, y esta es la base para entender lo que ha sucedido y sucede, en lo político.

Los países de América Latina son inmensamente ricos en materias primas. El surgimiento de nuevas potencias económicas con poblaciones exorbitantes (China e India abarcan a casi la mitad del cómputo mundial) ha provocado un incremento en el consumo de cobre, hierro, petróleo, litio o madera, así como de alimentos (café, soja y otros productos como el maíz), todos ellos abundantes en los Estados sudamericanos. En consecuencia, las exportaciones hacia Asia han crecido sustancialmente, lo que ha permitido a las economías sudamericanas fortalecerse internamente. Como resultado, el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) se ha disparado; se ha producido un rápido descenso de la pobreza extrema; han bajado los índices de analfabetismo y las tasas de paro se han situado en posiciones que avergüenzan a países como España, con más de un 20 por ciento frente a una media aproximada del siete por ciento en el subcontinente.

Nueva generación de políticos

Podría parecer que los mandatarios de estos países no han sido sino meros espectadores, pero estos logros sociales no habrían sido posibles si una nueva generación de políticos que priman a las clases desfavorecidas no hubiese aparecido en escena. La política, como la vida misma, ha de examinarse de manera multidimensional; y la llegada de esta nueva dirigencia al poder, que con sus variantes puede ser considerada de izquierdas, es una parte esencial para comprender el todo.

Si dejamos a un lado a la Cuba castrista o al Chile de Allende (necesarios, por otro lado, para comprender el imaginario colectivo de la izquierda latinoamericana por su idea de emancipación y soberanía), Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1999 y con serias posibilidades de ampliar su mandato en las elecciones que deben celebrarse en 2012, puede ser considerado la vanguardia de esta ola. Con él, y en parte gracias al ejemplo que las y los votantes venezolanos dieron al resto de sus hermanos del subcontinente, Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner fueron elegidos en Brasil y Argentina, respectivamente, en 2003. Tras ellos alcanzarían el poder Evo Morales en Bolivia y Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), Rafael Correa en Ecuador y Michelle Bachelet en Chile (2006), así como Fernando Lugo en Paraguay (2008). Cada uno con sus diferencias, sus aciertos y sus desaciertos (cuestiones que se abordan, sobre varios países, en este dossier), parecen haber cambiado el rumbo de América del Sur en la primera década del siglo XXI.

La concordancia ideológica y su coincidencia en el tiempo han propiciado un rechazo conjunto a varias cuestiones, así como el afianzamiento de los vínculos regionales. En primer lugar, el posicionamiento contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) se hizo evidente. En 2006, Argentina abona toda la deuda que mantiene con la entidad crediticia, 9 510 millones de dólares. Brasil se le une, pagando los 15 500 millones que saldrán también de las reservas nacionales. Chávez hará lo propio y se desvinculará, abonando 3 000 millones de dólares, en 2007, al FMI y al Banco Mundial (BM). Rafael Correa, mientras, anunciará que no quiere tener nada que ver con el Fondo tras haber rescindido el contrato de crédito con la entidad. ¿El resultado? Estos Estados han recuperado desde entonces gran parte de su soberanía. No están ya obligados a cumplir con las recomendaciones del FMI, que les habían obligado a abrir sus mercados sin control alguno para ser pasto de las potencias desarrolladas. EE UU pierde una de sus principales herramientas de control.

Alianzas regionales

Esta recién adquirida independencia va a venir ligada a un progresivo aumento de las relaciones entre los Estados latinoamericanos. Los nuevos gobernantes van a aprovechar la semilla que en los noventa habían puesto los gobiernos de derecha y pondrán su confianza en el comercio regional. Surge con fuerza el Mercado del Sur (Mercosur), que aglutina a Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay, y que se ha convertido en una fuente de acuerdos que pretende imitar en algunas cuestiones, o eso es lo que anuncian sus líderes políticos, a la Unión Europea. Del viejo “divide y vencerás” se pasa a “la unión hace la fuerza”. La ampliación del número de países es inevitable. Bolivia, Chile o Colombia han mostrado ya su interés en adherirse como miembros de pleno derecho; mientras que Venezuela se encuentra a la espera de que la Asamblea Nacional paraguaya dé su consentimiento.

La Comunidad Andina de Naciones (CAN) va a devenir en la otra cara de la moneda. Las diferencias ideológicas entre los gobiernos de los países que la integran han provocado su práctica paralización, quizás su progresiva disolución. El intento de firmar un Tratado de Libre Comercio (TLC) con la UE provocó una división interna en dos bloques: Perú y Colombia, por un lado, y Venezuela, Ecuador y Bolivia, por otro. Esto dio como resultado la marcha de Venezuela del mecanismo de integración que se hará efectivo el 22 de abril. Ya hace cinco años Chávez habló de la CAN como “la moribunda”; algo que ahora, con Bolivia mirando al Mercosur y con Ecuador marcando distancias, parece confirmarse.

Las divisiones dentro de la CAN son el reflejo de dos maneras de dirigir y sentir un país. Perú, con Alan García (que este año dejará su cargo) al frente, es el adalid de la derecha económica mundial. La firma de tratados con medio mundo ha elevado al país a los primeros puestos del ranking de liberalización. Sufre, a cambio, las afecciones clásicas del modelo dominante, con una población fuertemente herida por la desigualdad y la exclusión.

La Colombia de Juan Manuel Santos, en la presidencia desde mediados de 2010, se esfuerza por remozar su rostro de cara al exterior. El nuevo líder de la derecha, con políticas internas muy similares a las de su predecesor, Álvaro Uribe, ha dejado atrás las desavenencias con los enemigos de éste, Chávez, Morales y Correa. Como gesto de buena voluntad, por aquello del lavado de imagen, quiere fichar para el Gabinete de Derechos Humanos de su Gobierno al juez español Baltasar Garzón, vinculado al Partido Socialista (PSOE) y conocido, entre otras cosas, por su pretensión de juzgar al dictador chileno Augusto Pinochet. Como guinda, ha estrechado lazos comerciales con China y estudia su entrada en el Mercosur, lo que en primera instancia ha sido bien recibido por los países que lo conforman. La estrategia parece dar resultado.

Mucho por hacer

Brasil, la eterna promesa desde su independencia de Portugal en 1822, se ha erigido en el verdadero motor de toda una región, confirmando las previsiones. En torno al país gobernado ahora por Dilma Rousseff, exguerrillera, y antes por Lula da Silva, sindicalista, se ha generado la fortaleza que permite a Sudamérica sentir que ya no debe aceptar cualquier trato con las potencias económicas a cualquier precio. Tal vez sea el cambio de actitud ante los poderes externos la herencia de la revolución cubana. Quizás la elección de Chávez en Venezuela haya enseñado a las personas desheredadas de toda América Latina a entender que tienen derecho a reclamar lo que es suyo. Por desgracia, queda mucho por hacer. Por suerte, y es la mejor noticia, todo parece indicar que esta nueva generación va a tener tiempo para llevar el cambio adelante.


Miguel Ángel Morales Solís es colaborador de Pueblos.

Ilustración de Mirlo Blanco. Fotografía de Marco Gomes ("Activista del movimiento Passe Libre en una manifestación en contra el aumento en el precio de los transportes". São Paulo, enero de 2010).

Este artículo ha sido publicado en el nº 46 de la Revista Pueblos, segundo trimestre de 2011.

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