LA ALEGRÍA PERONISTA

jueves, 9 de septiembre de 2010

AGUA QUE NO HAN DE BEBER, NO LA DEJAN CORRER

En la ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana, el consumo de agua promedio por día es de 500 litros por habitante, el doble que en otras ciudades del mundo. Así las cosas, el Instituto Universitario Nacional del Arte - ubicado en el corazón del barrio porteño de Palermo- implementó un sistema de ahorro ejemplar que recicla agua de lluvia para usos que no necesitan potabilidad.


Arquitectura consciente

Por Manuel López Melograno

La escasez del recurso es una realidad creciente en el mundo. En un planeta lleno de agua, sin contar los océanos (96,5%), nos encontramos con que las reservas de agua dulce son sólo el 3 por ciento. Para el año 2025, la mitad de la población mundial tendrá dificultades o imposibilidad para acceder a ella.

Reconocido por el propio gobierno, Buenos Aires afronta el problema del control de las inundaciones con un sistema que se ve sistemáticamente colapsado.

En este contexto, el proyecto del IUNA es único y modelo: propone considerar al agua de lluvia como un recurso y no como un problema. El mentor y director del proyecto, el arquitecto Fernando Couto, analizó el fenómeno. La investigación incluyó la observación de prácticas de aprovechamiento en comunidades originarias como la de los Tobas, que recolectaban la lluvia en el techo de las casas y la bajaban con un sistema a unos tachos en donde la almacenaban. Además, revisó experiencias similares recientes en Australia, Medio Oriente y Brasil, y asegura que “la lluvia es la más limpia de las formas en que el agua se presenta ante nosotros. Sólo tomó contacto, en su paso por la atmósfera, con las mismas sustancias que habitualmente respiramos. Además, no requiere el aporte de energía para su elevación, porque ya está encima de nosotros.”

En la entrevista con 2010, Couto habla primero de su especialidad. “Soy arquitecto, ni antropólogo, ni historiador, ni científico; o sea, me dedico a mi profesión entendiéndola como una ciencia que se ocupa de las transformaciones que hay que hacer en el medio natural para hacerlo habitable”. Comenta acerca de la necesidad de ver a la arquitectura de forma integral, no sólo desde la construcción y las estructuras. El hombre va al punto. “El agua es la segunda en importancia para la supervivencia humana después del aire y antes, claro, del alimento y el abrigo.”
Nuestra civilización, a lo largo de tantos años, nos ha ido alejando de lo esencial en muchos aspectos. Esto de que transformamos el medio natural nos ha hecho creer que cuanto más lo transformemos, mejor; la naturaleza es imperfecta, está mal hecha, nosotros la tenemos que corregir. Esta idea de que el hombre daña y la naturaleza resiste, repara. Una lógica depredadora en cierto punto. Algo muy distinto que adaptarla para hacerla habitable por nosotros.

Los pueblos primitivos desde hace muchísimos años tenían en cuenta a la lluvia porque no tenían sistemas de potabilización. Tenían que obtener el agua en el mejor estado posible. La clave, explica Couto, es encontrarse con el agua cuando está en un estado en el que fácilmente la podamos aprovechar. Y el mejor estado, sin dudas, es la lluvia. “Acaba de evaporarse, está en un estado prácticamente puro; se evapora el agua sola, no las demás sustancias que tienen dilución, y cuando cae, arrastra algunas partículas pero son las mismas que respiramos de todos modos, así que no nos va a hacer mucho peor que respirar.”

Sistema sustentable

En “French”, como le dicen los alumnos y profesores a esta sede del Departamento de Artes Dramáticas del IUNA, en clara referencia a la calle donde se ubica, se implementó un sistema simple, económico y novedoso que colecta un determinado volumen de agua de lluvia, mediante canaletas colectoras que la conducen desde los techos hacia un depósito de reserva subterráneo (ver gráfico). Este sistema alivia la sobrecargada red colectora pluvial pública, reduce la posibilidad de inundaciones y permite el empleo del agua en actividades que no requieran su potabilización.

El sistema, que fue un proyecto interesante en 2006, hoy es una realidad. En el edificio hay baños públicos que tienen lavatorios e inodoros. Para los lavatorios se usa agua potable, agua de la red almacenada de la forma tradicional, en tanques elevados que después se distribuyen por los laboratorios. A su vez, recuperan los desagües de los lavatorios para cargar los depósitos (mochilas) de los sanitarios.

Con un saldo más que positivo y un ahorro de 2300 litros de agua por día, el sistema permite además disminuir en 1800 litros diarios el efluente de agua hacia el sistema de desagüe pluvial.

Barato y ecológico

Al entrar al edifico, todos los estudiantes están relajados. Se los puede ver a en el hall de entrada al mediodía, desparramados por el piso, comiendo una ensalada o un pan relleno, haciendo tiempo para volver a clase. Pareciera que dentro de esta antigua casona reciclada, ubicada en la esquina de French y Araoz, en donde antes vivía un solo hombre con su servidumbre y en el que hoy estudian 1500 personas, muchos no se dieron ni cuenta del nuevo sistema. Lo usan como si fuera agua de red y sin embargo es agua de lluvia.

El punto está en que no modifica ninguna práctica de los usuarios: es simplemente aprovechar el agua de lluvia y el agua gris (jabonosa) juntas, para los usos que no requieren potabilidad. De esta forma, con un promedio de uso diario de 15.000 litros de una reserva fluctuante que contiene 21.000, los empleados riegan las plantas y limpian todas las instalaciones, desde los baños hasta los patios. Además, el agua de lluvia se utiliza para otra reserva de incendio que exigen las normas de habilitación para el edificio, otros 21.000 litros que jamás se tocan. Para los lavatorios, en cambio, se utiliza agua potable, agua de la red.
Con el uso normal el sistema cierra balanceado. Hay días en los que faltan 300 litros que se sacan de la red u otros en los que sobran 300 en la reserva; todo dependerá, por ejemplo, de si los alumnos se lavan o no las manos después de ir al baño. En el caso de las vacaciones -un momento de inactividad en donde el agua no circula y puede descomponerse por el estancamiento- entonces se resuelve la situación con algún tipo de cuidado básico con pastillas de cloro o simplemente haciendo circular el agua, usándola.

Respecto del costo, resultó ligeramente más económico que un sistema convencional, en el que hubieran sido necesarios aumentar la reserva de agua potable en dos mil litros más con dos tanques de acero inoxidable de mil litros cada uno, más sus flotantes, por un valor de unos dos mil quinientos pesos. Con la recuperación real de agua se los ahorraron (hoy está el espacio físico vacío, junto a los dos tanques históricos), y sólo agregaron una bomba presurizadora de 1 HP, un caño de polipropileno de inyección y un caño de polipropileno de los desagües de los lavatorios: “todo eso costó mil ochocientos pesos. Medido en dinero, el sistema resultó más económico que el convencional, sin contar la enorme economía que no sabemos valorar, porque solo valoramos las economías que se miden en pesos, pero no la gran economía que es la economía de agua potable”, sentencia Couto.

Sandra Torlucci es la decana de la institución y una de las responsables de la gestión en aprobar la obra en el año 2006. Dice que acaba de ser jurado de una tesis que fue aprobada, y cuando responde a las preguntas de la entrevista, lo hace con gesto de orgullo. “Si hay que hacer una obra nueva, yo no dudaría en hacerla con este sistema. A mí enseguida me pareció una idea interesante y, además, adecuada para un lugar como este, donde hay un montón de gente que trabaja en el arte, que está siempre atenta a las necesidades sociales y culturales de la población.”

Consumo humano

En la Argentina, datos recientes arrojan que el setenta y uno por ciento del total del agua potable se utiliza para riego en la agricultura, el 9 para la bebida del ganado, el 7 para uso de la industria y el 13 por ciento restante para abastecer al consumo humano.

Con un 99,25 por ciento de abastecimiento de acceso al agua potable, la ciudad autónoma de Buenos Aires es un caso excepcional. Los porteños consumen 500 litros de agua potable diarios (en Francia se consumen 160), de los cuales sólo 20, los que usan para beber y cocinar, deben ser potables. Si uno se pusiera más exigente y utilizara también para la ducha agua potabilizada, como en el caso de un inmuno deprimido o de un bebé, se sumarían, como mucho, 50 litros más.

Hoy el derroche está a la vista. Ante la imposibilidad de aplicar un consumo medido en toda la red de usuarios, el panorama parece quedar sólo a la merced de la conciencia ciudadana, en un marco en donde no está en discusión considerar que el acceso al recurso es inalienable, un bien social y no una mercancía.

El agua, elemento vital, es además primordial para el desarrollo de las comunidades, el bienestar social y el desarrollo económico.
Modelos sustentables como del IUNA Artes Dramáticas, con todas sus ventajas, son dignos de ser replicados en muchos otros edificios de la capital federal y del país entero.

En un mundo que va camino a morir de sed, ésta no es nada más, ni nada menos, que una muestra de construir pensando en todos.

Aguas Residuales*

Arabia Saudita, Kuwiat, Omán, los Emiratos Árabes Unidos y Siria tratan y reutilizan las aguas residuales. El primer sistema de recolección de agua de lluvia se construyó hace 9.000 años en las montañas de Edom, en Jordania. Este sistema aún se usa. Yemen y el Líbano utilizan terrazas, lo mismo que Jordania y Siria, que usan también cisternas y microrrecolectores. Siria, Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos reutilizan el agua del drenaje agrícola. En Jordania, la mayoría de la población tiene captación de aguas residuales y sistemas de tratamiento para su reutilización. Omán planea hacer lo mismo respecto de las aguas residuales de los campos de petroleros para la agro-silvicultura, utilizando un sistema de tratamiento de humedales naturales: una especie de piletas de descontaminación y depuración de las aguas con métodos biológicos.

*Extraído del libro “Las Guerras del Agua”. Elsa Bruzzone. Ed. Capital Intelectual. 2009.

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