LA ALEGRÍA PERONISTA

domingo, 30 de mayo de 2010

Días de mayo



POR EDUARDO BLAUSTEIN

30-05-2010 /

Una vista panorámica de la Avenida 9 de julio en los festejos del Bicentenario.

Las copleras norteñas subidas al camión, dándole a la caja y a su canto dolido y quebrado, en ese escenario futurista de masas amuchadas, en una Buenos Aires neoyorquizada, eléctrica, de múltiples pantallas reverberando, más el inmenso fondo combado de la publicidad de Coca Cola sobre el que se recortaban mínimas figuras humanas aupadas en un andamio. La emoción de la gente abajo, multiplicada en todas partes. Las copleras estrujando corazones, en una inversión cultural fantástica: ellas, algunas ya viejitas, tomando a Buenos Aires por asalto, en el centro mismo de las cosas, remotamente lejos de un mero gesto pintoresquista, políticamente correcto.

La imagen de las Madres congeladas de pronto. Ofreciendo su dolor y sus manos vacías bajo los truenos. Los soldados de Malvinas cayendo con sus cruces bajo la llovizna del Atlántico Sur. Los revoleos de la Sole, los gritos del Chaqueño Palavecino, el himnazo futbolero en el cierre de Fito. Las napias contra el vidrio de los que seguían todo desde lo alto del Burger King de Carlos Pellegrini. El afán por tomar fotos, fotos y más fotos del detalle más inocente. No digas whisky, decían algunos, decí Cris.

Miles de cochecitos de bebé en mil distintos puntos del estallido de masas, circulando entre cortesías. Desfiles de soldaditos estilo viejos tiempos, con su parte entrañable, su antiguo y nuevo significado. En el orden de largada del último desfile, los granaderos marchando, sí, pero después de los pueblos originarios. El Siam Di Tella de la prosperidad integradora, los buscas ingeniosos y felices haciendo su agosto, vendiendo lo que fuera, todos los que se habían ido ese fin de semana largo a gastar lejos del Bicentenario, ese otro movimiento migratorio del que nos habíamos olvidado. El chiste sonriente que hicimos en masa: guau, qué perturbadora crispación, qué tremenda violencia asuela a la Argentina, cuanta catástrofe, pesimismo, qué tremendos temores nos paralizan.

Desde otro lugar.

De las literales miles de imágenes posibles que quedarán del festejo del Bicentenenario elijo por un rato a las copleras subidas a los camiones, más los ovarios que tuvieron para cantar para las masas urbanas en semejante circunstancia de excepcionalidad histórica. Me quedo con ellas para hablar de un Bicentenario construido y celebrado no como rutina, no desde gestos cansinos, no desde el patrioterismo. Fue desde otro lugar: un Bicentenario de valores populares, de construcción y hasta de imposición -mil perdones La Nación por semejante exabrupto- de un relato jugado de nuestra historia proyectado a un modo de construcción colectiva opuesto al imaginario de los tristes páramos de los que venimos.

Sintetizado en el disfrute del último día:

Fuerza Bruta pudo hacer un mero alarde de destrezas tecno espectacularizantes a lo largo de sus 19 cuadros. Pero no. Junto al asombro por el uso imaginativo de lo tecno hubo sensibilidad, apelación a la identidad, un tipo de teatralidad a la vez vanguardista, precisa y sensible. Así como hubo también altísima calidad en la comunicación política de los spots televisivos previos -incluyendo el "Fuimos capaces/ Somos capaces"- y en los mensajes de las pantallas distribuidas a lo largo de la 9 de julio.
Al día siguiente no fue tanto la política como la comunicación corporativa, chiquita, mezquina, la que salió a la defensiva. Quedó claro en el primer Clarín, en la evidentísma bajada de línea al interior de la empresa. De Julio Blanck a Eduardo Van der Kooy, pasando por estaciones intermedias, todos opusieron “la gente” al Gobierno.
Cuidate, Gobierno, de albergar fantasías, de pretender obtener réditos de esta lección que “la gente” acaba de propinarte. Marcelo Bonelli retomó la tesis a las diez de la noche con su habitual tosquedad en el uso de la lengua castellana.
Esa reacción con mucho de miserable vino de los medios corporativos antes que de los políticos opositores, cuyo peor y ancho pecado viene siendo el de la debilidad, la inconsistencia, otras veces el simple conservadurismo y el consecuente seguidismo de una agenda mediática de efectos sociales tóxicos.
Lo gracioso fue que el Gobierno -contrariamente a lo que algunos temimos, que saliera lejos del arco para apropiarse del mayor fenómeno de masas de la historia argentina- tuvo las suficientes dosis de astucia y discreción para no decir qué grande lo nuestro. No fue el que puso en marcha el porotómetro, la falsa discusión acerca de quién se lleva laureles, si “la gente” o la política.
Claro que la gente se apropió de la convocatoria. Y eso fue nada más ni nada menos que la esencia de la emocionalidad y del éxito de lo sucedido. Y eso fue maravilloso. Porque esa apropiación no caminó en sentido contrario al de la iniciativa oficial, a sus modos y valores, esa apropiación hizo al núcleo de las cosas, fue enriquecedora.

Va de nuevo: pudo ser un acto chiquito, tristón, cansino, vacío, soso, mecánico, pobre. De hecho nadie lo pidió, nadie creyó seriamente que fuera a renacer nada, nadie -comenzando por quien escribe- imaginó cómo iba a terminar todo. Pudieron ser sólo desfiles militares y aviones caza surcando los cielos. Pudieron ser siete gauchos payando y media asociación tradicionalista. Pudieron ser sólo recitales con artistas progres de una lista previsible. Pudo ser la puesta de Macri en el Colón: esa cosa de privatizar un teatro que es de todos para encerrar -como quien salva a los ricos del Titanic- a ese amasijo, antes ordinario que glamoroso, de frívolos, famosos, derechosos y modelos.

No, no fue de ese modo. Por una vez fue para la famosa “gente”, para todos. Con esos viejos aires de visitar la Rural o la Feria del Libro. De familias gasoleras que se van de pesca a Chascomús. O que vacacionan en Mar del Tuyú. Gente de casas cuadradas hechas por tanos en los barrios, antes que de departamentos. Gente que a las tres de la mañana no tenía ni puta idea de para dónde queda Constitución o la estación de Once. Gente cuya infancia transcurrió al grito de Febo asoma. Gente blanca entreverada con morochaje abundantísimo y alegre. Gente rockera con gente chalchalera. Gente venida de pequeñas ciudades del interior.
Gente que no necesariamente aplaudía el cuadro de las Madres propuesto por Fuerza Bruta, como si no pudiera traspasar alguna barrera emocional o de piel. Pero sí interponía entre las Madres y sus cuerpos el celular para llevarse la foto; y en todo caso después ver.
Gente callada, a veces perpleja, siempre pensante y “sintiente”, que en un clima vinculado con lo reverencial y lo comunitario no ensayó un solo silbido la última noche, cuando en las pantallas del obelisco circularon durante largos minutos las imágenes de Cristina y Néstor Kirchner con los presidentes de la región. Y miren que había clase media urbana a lo pavote.

Y dale que va.

Por enésima vez desde la derrota electoral, el tiempo kirchnerista, que es algo sutil y poderosamente distinto al gobierno kirchnerista, impuso iniciativa, impuso discurso, impuso mirada, impuso alternativas posibles en una disputa cultural que viene de lejos.

Y quedan las instantáneas de Cristina.

Lo que significa comunicacional y sensiblemente para el común de los mortales verla quebrándose largamente en un discurso, a golpe de emoción y de alegría.
Bailando sueltita al compás de las murgas, hasta payaseando entre presidentes.
Imágenes que valen oro en términos de comunicación política, que complementan a la Mina Racional 10, al cuadro intelectual, a la alumna estudiosa y aplicada que por eso mismo los otros (y sobre todo las otras) miran mal, la Cristina de la vieja JUP que, con el fruncido ceño militante, tiene que abrirse paso entre compañeros machistas y enemigos implacables.

Y habrá que festejar que María Laura Santillán celebre en Telenoche. Su celebración es parte de un éxito colectivo: El Trece obligado a negociar línea, aún invisibilizando el mérito estatal (Hago una pausa en la escritura: a las 16 y pico del jueves TN promete seguir emitiendo imágenes de los festejos. Una suerte de editorial leída en off sobre esas imágenes certifica que no era cierto que no se puede salir a la calle. Y esto sigue y sigue).

Lo dijo muy bien el semiólogo Raúl Barreiros en Página/12: “Hay una condición necesaria a la función de los medios, que es la ausencia”.
Gran lección del Bicentenario: sin necesidad de santificarnos como sociedad, para demostrar que entre nosotros no reina puramente el espanto a veces alcanza con que dejen de exacerbar nuestros conflictos, dejen de acicatear nuestra desconfianza en los otros y en la política.

La convocatoria de los días de mayo demostró que, si se abren espacios y mediaciones generosas y serenas, si dejamos de ser ausencia, somos capaces no sólo de ser capaces, sino, como pidió el Pepe Mugica, de querernos más.

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