LA ALEGRÍA PERONISTA

sábado, 2 de enero de 2010

Hacia una ecociudadanía

http://www.revistadebate.com.ar/2009/12/23/2552.php



Por Brian Davey 

Luego de la cumbre internacional de Copenhague, una reflexión acerca del debate sobre el cambio climático


Más allá del fracaso político de la Cumbre de Copenhague, una ráfaga de aire fresco está recorriendo el debate acerca del cambio climático. De buenas a primeras, los diarios y los políticos empezaron a admitir que con la tecnología por sí sola no alcanzará para resolver la crisis climática y que tendrá que haber también un cambio en los estilos de vida. El editorial conjunto, publicado por 56 diarios, lo dijo así: “Muchos de nosotros, sobre todo en el mundo desarrollado, tendremos que cambiar nuestro estilo de vida. La era de los vuelos que cuestan menos que el viaje en taxi al aeropuerto está llegando a su fin. Tendremos que ser más inteligentes a la hora de comprar, de comer y de viajar. Tendremos que pagar más por la energía, y usarla menos”.
Los artefactos inteligentes y los grandes proyectos de ingeniería no serán suficientes. También nosotros tendremos que cambiar. Pero, ¿qué significa esto? ¿Existe un sistema conceptual capaz de ayudarnos a pensar más profundamente en los cambios y en lo que habremos de necesitar para alcanzarlos?
Yo, por mi parte, creo que lo hay, y que podemos comprender mejor el cambio en el estilo de vida si consideramos la interacción entre dos conceptos: los estilos de vida prefijados y los juegos vitales.
El concepto de “estilo de vida en paquete” o “prefijado” (lifestyle package,en inglés)  implica la idea de que las cuestiones prácticas de la vida abarcan una cantidad de elementos que deben funcionar armónica y coherentemente a lo largo del tiempo, tales como los ingresos y los gastos, el trabajo y el empleo, la organización del hábitat, el trabajo y los vínculos afectivos, la administración del tiempo. Así, por ejemplo, uno no puede tener una casa espléndida si no tiene ingresos espléndidos, y, por otro lado, si uno tiene una familia grande va a necesitar una casa grande. El concepto de estilo de vida prefijado pone el acento en el hecho de que no podemos cambiar drásticamente un elemento de nuestro estilo de vida sin vernos obligados a cambiar otros de sus aspectos.
Un estilo de vida prefijado puede colapsar si la relación entre los diferentes elementos que lo componen sufre desajustes demasiado drásticos. Una persona que pierde su empleo y sus ingresos puede perder su casa, y esto, a su vez, puede provocar una ruptura en sus vínculos familiares. O al revés: a una persona que pierde su casa y sus vínculos familiares le puede resultar imposible conservar su empleo. Son muchas las variantes que pueden dar lugar a que las cosas salgan mal. Otra variante que podría desencadenar un colapso sería el caso de una persona que, sometida a una variedad de fuentes de estrés, trata de cambiar significativamente su estilo de vida premoldeado y echa a perder todo en la transición, lo que da lugar a que la angustia que le provoca esta situación sea vista por los demás como un colapso directamente psiquiátrico.
Esta manera de pensar nos ayuda a comprender por qué millones de personas se muestran renuentes a cambiar su estilo de vida y evitan considerar problemas como el cambio climático e, incluso, se esfuerzan al máximo por ignorarlos. Cambiar las prácticas de un estilo de vida prefijado no es poca cosa. A menos que tenga considerables recursos financieros, tiempo y capital social a su disposición, uno tiende a pensar que no le es posible modificar demasiado su estilo de vida sin que ello lo obligue a encarar cambios importantes. Uno no suele estar preparado para afrontar la incertidumbre asociada con esto. Así, por ejemplo, si un individuo que hasta ahora no ha estado profundamente comprometido con las causas “verdes” decidiera de buenas a primeras convertirse en un defensor acérrimo de los cambios en el estilo de vida fundados en un punto de vista ambientalista, es probable que se encuentre con que esto afecta significativamente sus vínculos familiares y sociales. Su “conversión” lo afectará en su empleo y en su hogar, afectará la forma en que encara su presupuesto, la forma en que gasta sus ingresos y en que organiza su vida cotidiana. Cambiar radicalmente sus prioridades no le granjearía, precisamente, una gran popularidad entre sus seres queridos y sus compañeros de trabajo.
Por lo tanto, lo que suele suceder es que mucha gente evite prestar atención a los mensajes que recibe de los ambientalistas. A la inversa, es frecuente que cuando alguien está cambiando de raíz su estilo de vida se muestre más receptivo a ese tipo de mensajes. Son esas personas que tienen un hijo, por ejemplo, y comienzan a interesarse en la cuestión de la alimentación sana. O cambian de casa, o de trabajo, o las dos cosas, y como el traslado desde su casa al trabajo se ha modificado se muestran más dispuestos a contemplar un cambio en la forma en que organizan ese traslado. El estilo de vida prefijado comienza a flexibilizarse, y esto se traduce en una mayor apertura mental.
A medida que los estilos de vida prefijados se tornan inviables, estresantes y desagradables a causa de los cambios en las condiciones económicas, la gente se vuelve más receptiva a la posibilidad de encarar cambios fundamentales. Incluso puede verse envuelta en cambios sin proponérselo. En esas circunstancias es posible desafiar la economía de supermercado de una manera diferente. Si bien mientras la energía sea relativamente barata lo más probable es que no resulte posible derrotar a esta economía de mercado en su propio terreno, uno debe inventar actividades, redes y lugares en los que un estilo de vida diferente ofrezca aquellas cosas que la economía de mercado no puede ofrecer y, de hecho, no ofrece. Por ejemplo, cultivar verduras en una huerta comunitaria es un proyecto no tan simple y práctico como comprarlas en el supermercado. Pero si uno aprecia los ejercicios al aire libre y la posibilidad de ganar nuevos amigos, el supermercado no es el lugar más apropiado. Y en tiempos difíciles los nuevos amigos son importantes.
De hecho, hay pequeños grupos de funcionarios de gobierno, de voluntarios, y también organizaciones comunitarias que tratan de alentar ese tipo de cambios. Sin embargo, no se piensa en su accionar como parte de una estrategia económica sino como en una suerte de Cenicienta de la “promoción de la salud”. La cuestión entonces es convertir a estos sectores en una corriente dominante, y verla como un elemento estratégico en los difíciles tiempos que se avecinan.

JUEGOS VITALES

En síntesis, a medida que se ve compelida a adecuar su estilo de vida prefijado, la gente gana en apertura mental y se torna más receptiva a la posibilidad de plantearse objetivos de vida diferentes y a considerar la alternativa de lo que yo describiría como la adopción de “juegos vitales” diferentes. El crítico de la psiquiatría Thomas Tzasz ha sugerido que, “para ser mentalmente sano uno debe tener un juego que jugar en la vida”. En este sentido, cuando decimos “juego” no nos estamos refiriendo a algo trivial como el Ludo, sino a un propósito siempre presente, una meta. Esto les da una estructura a nuestras acciones y nuestros vínculos y organiza nuestras motivaciones. Percibir ingresos cuantiosos e ir de compras con una familia feliz no es necesariamente el “juego” que uno tiene que jugar. Por ejemplo, muchos de nosotros nos sentimos sumamente motivados jugando el “juego” de salvar al mundo de la catástrofe climática.
Gran parte del discurso dominante acerca de la forma de motivar a la gente para que busque formas de actuar más sustentables se basa en el supuesto implícito de que las personas actúan nada más que como consumidores, y que lo que necesitan es ser estimuladas por el precio de los bienes o por otros incentivos económicos. Pero podríamos preguntarnos si no será necesario algo más ambicioso.
Cuando escuchamos la metáfora que nos dice que es necesario emprender “una guerra contra el cambio climático”, lo que se quiere significar es más que una reasignación radical de los recursos necesarios para mitigar el cambio climático: es un llamado a una movilización de la población y de su estructura motivacional. En una guerra, la población es movilizada para jugar un “juego” en común, entendiendo la palabra “juego” tal como la hemos definido aquí. Para solucionar la crisis climática se requiere inevitablemente este patrón motivacional diferente, capaz de convocar masivamente a la población.
Es probable que, en el momento menos pensado, se suscite una tensión entre determinados elementos de un estilo de vida prefijado y el juego vital de un individuo. Los economistas tienden a privilegiar cuestiones como el nivel de ingresos y los gastos de modo que el precio de los bienes que uno compra y los costos que implica aparecen como lo más importante. Sin embargo, el factor limitante de un estilo de vida puede ser otro, completamente distinto. Por ejemplo, puede ser que yo decida que deseo ardientemente convertir el lugar en el que vivo en una casa ecológica modelo y, aunque dispongo del dinero para hacerlo, mis otros compromisos no me dejen tiempo para realizar este deseo. No tiene ningún sentido hacer campañas de divulgación para mostrar las ventajas que con el tiempo se puede lograr si se instalan equipos para ahorrar energía, cuando el destinatario está demasiado ocupado como para pensar en ello y ponerlo en práctica.
Uno de los principales problemas asociados con un estilo de vida basado en el consumo sin límites es que es probable que ejerza sobre el que lo adopta una presión extrema en términos de tiempo. Es posible que si yo quiero afrontar un estilo de vida basado en el consumo sin límites tenga que trabajar mucho, y no solamente para obtener ingresos que me permitan comprar bienes de consumo. El mantenimiento de todo cuanto se posee puede requerir un montón de trabajo adicional. Hay que limpiar, lustrar, reparar. Hay que alimentar esos bienes con combustible o energía eléctrica. Recargarlos. Contratar un seguro, y estar preparado para reemplazarlos si se rompen o nos los roban. Más agotador todavía, hay que hacerlos combinar: los colores y los diseños deben congeniar para poder exhibirlos de modo que los demás los aprecien. Tener muchas posesiones requiere mucha dedicación, y el tener que prestarles tanta atención nos quita tiempo para ocuparnos de cualquier otra cosa. La pérdida del empleo y de los ingresos, por lo tanto, acota las opciones.
Todas estas cosas parecen triviales y bastante obvias. Sin embargo, no siempre se comprende su significación. Por ejemplo, cuando una persona pierde su empleo se encuentra con que tiene un montón de tiempo libre. Algo que suele suceder, sobre todo si esa persona ha percibido una indemnización importante, es que decida emplear ese dinero para renovar su casa.
En ese sentido, una recesión es una oportunidad maravillosa para que la gente renueve su casa sobre la base de un criterio ecológico. O bien, si el gobierno no se muestra demasiado preocupado por estimular inmediatamente el empleo y si se tiene el conocimiento suficiente y se puede conseguir asesoramiento, se puede emprender un buen proyecto de renovación de orientación ecológica. De hecho, un programa de este tipo podría convertirse en una piedra fundacional de una estrategia de un New Deal “verde”.

GESTIÓN DE GOBIERNO

Un problema muy serio que plantea la crisis ecológica en general, y la crisis climática en particular, es el de la gestión de gobierno. Se hace necesario un proceso de transformación muy complejo que abarque a toda la sociedad. En la mayoría de los casos, las políticas demasiado generales no dan ningún resultado. Por ejemplo, una política para proteger y alentar la absorción de carbono en la agricultura y la silvicultura es muy específica, ya que depende del lugar y de las circunstancias. No obstante, una política que implique planes muy complejos para casos particulares sería inviable. Lo que se necesita en estas circunstancias es un equipo de expertos locales bien informados, en cuya capacidad se pueda confiar a la hora de evaluar la situación concreta en el terreno. Los problemas son demasiado amplios y no pueden ser resueltos creando un enorme ejército de funcionarios. Lo que se necesita es una ciudadanía ecoinformada. Si la gente no se involucra en el “juego vital” de la ecociudadanía, nunca se alcanzará un clima viable de gestión de gobierno.
Lo que John Jopling y Roy Madron llaman en su libro “democracia gaia” requiere una “ciudadanía gaia”. Si la ecociudadanía o ciudadanía gaia no se convierte en gran medida en un estilo de vida elegido por mucha gente, la humanidad tiene muy pocas probabilidades de sobrevivir.
No hace falta decir que este juego vital puede ser compatible con una variedad de estilos de vida, pero no es probable que lo sea con el de aquéllos que dedican su tiempo exclusivamente a ganar mucho dinero y consumir sin límites. Ocurre que para estar bien informado se necesita mucho tiempo. Esto es decididamente incompatible con el tiempo que requiere mantener un estilo de vida basado exclusivamente en el consumo. Puesto que este juego vital es tan interesante, aporta tantas ideas nuevas y estimula la amistad, la falta de consumo no suele ser experimentada como un problema.
Seamos francos: el estilo de vida “altos ingresos-consumo sin límites” no sólo es carbono-intensivo, es trivial y, bien podría decirse, aburrido. Al principio, la pérdida de determinadas posesiones puede horrorizar a mucha gente, pero también es mucha la gente que si se reorienta hacia un juego vital diferente puede descubrir para su sorpresa que en ese espacio nuevo que se le abre su vida se ha tornado mucho más significativa, interesante, e incluso estimulante.
De hecho, hay abundantes pruebas de que es mucha la gente que está adoptando estos nuevos estilos de vida. No se trata de un idealismo teórico. En su libro Growth Fetish (El fetiche del crecimiento), Clive Hamilton cita estadísticas que muestran que tanto en Estados Unidos como en Australia vastos sectores de la población han “bajado las revoluciones” en los últimos años, reduciendo voluntariamente sus ingresos para poder llevar una vida más equilibrada. En Estados Unidos, el 19 por ciento de la población había decidido cambiar su vida, en un período de cinco años, mediante el recurso de reducir sus ingresos monetarios. En un estudio similar realizado en Australia se comprobó que el 23 por ciento de la población de entre 30 y 60 años de edad había hecho lo mismo.
Por supuesto, no toda esa gente ha bajado las revoluciones para comprometerse en tareas de ciudadanía, pero es probable que muchos lo hayan hecho. Blessed Unrest (Bendito malestar), el notable estudio de Paul Hawken, muestra que hay entre uno y dos millones de organizaciones en el mundo que trabajan activamente a favor de una sustentabilidad ambiental, de la justicia social y de los derechos de los pueblos indígenas. Adviértase que ése es el número de las organizaciones, no el de quienes participan en ellas. Según Hawken esto significa que el sistema inmune de Gaia se ha activado.
Si nos miramos en el espejo deformante de la teoría económica dominante, la transición a una economía y una sociedad ecológicas se nos aparece principalmente como una abstracción llamada “reasignación de recursos” que, se supone, debe ser cuantificada en términos de dinero.
Sin embargo, sería mejor concebir esa transición como un cambio radical en el estilo de vida que le ofrece a la gente una experiencia vital novedosa y una forma de relacionarse con el planeta y con los otros que son muy diferentes de las que conocemos.
En este cambio radical, la meta ya no sería algo llamado “creación de riqueza” sino una “creación de salud” en la que, ante la amenaza a la supervivencia de la vida en el planeta, los criterios clave para orientar nuestras acciones pasen a ser el mantenimiento de la salud de la ecoesfera, la salud de la sociedad y de las relaciones sociales, y también nuestra salud personal, en un proceso de maduración que nos convierta en protagonistas de la ciudadanía gaia.

* Economista especializado en ecología. Copyright Open Democracy y Debate




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